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Vocación de discípulos Ha habido cantidad de menciones en las Cartas sobre los discípulos y el discipulado, refiriéndose a personas que siguen las enseñanzas de Jesús y procuran en la práctica vivir Sus palabras. Pero como en el pasado en la Familia adoptamos también el modelo e ideal de discipulado tal y como se lo describía y promovía en las Cartas —ideal por demás reforzado con los requerimientos espirituales y obligaciones prácticas que teníamos—, el verdadero significado de la palabra discipulado se volvió un poco ambiguo. Queremos regresar a las raíces, a los fundamentos del discipulado tal como se los describe en el Nuevo Testamento. Nuestra postura es la siguiente: —Toda persona que se haya comprometido a seguir las enseñanzas y el ejemplo de Jesús y que sea consecuente con ese compromiso es un discípulo de Jesús. —Cuando aparecen las palabras «discípulo» o «discipulado» en nuestras publicaciones, se refieren al compromiso que haya adoptado una persona de seguir a Jesús. —El discipulado no es una circunstancia aislada que se da una vez en la vida y nunca más, sino un camino espiritual, una travesía de fe. Implica decisiones y acciones cotidianas que lo llevan a uno a permanecer en Jesús y a dar lugar a que Él permanezca en uno; a dejar que Su Palabra lo guíe, lo fortalezca y lo purifique a uno; a actuar influido por Su Espíritu y Su amor; a buscarlo a Él primeramente y a obedecer Su voluntad para con uno; a obedecerlo al máximo de sus posibilidades; a dar testimonio del amor de Jesús mediante las palabras y acciones de uno, y a llevar fruto que lo glorifique a Él. —El discipulado —seguir a Jesús y esforzarnos por ser más como Él— seguirá siendo el alma de nuestra organización. La definición de discípulo es «seguidor de Jesús» o «aprendiz», «uno que sigue las enseñanzas de otro» (en este caso, las enseñanzas de Jesús), «un adherente», «alguien que apunta a parecerse más a Jesús», «alguien que imita al Maestro». Ser discípulo de Jesús en la actualidad es todo un reto. Hay muchas cosas en juego. Jesús dejó en claro que servirlo implicaría sacrificio, renuncias, poner Su voluntad por encima de la propia, amar a los demás con Su amor, dar a conocer Sus enseñanzas a otros e incluso estar dispuestos a «perder la vida por causa de Él»[1]. El discipulado implica una relación activa entre Jesús y Sus seguidores. Él habla, guía, instruye; nosotros escuchamos, seguimos, nos enriquecemos. El discipulado se centra en el amor por Jesús y en establecer una relación personal con Él. Se basa en la fe en Su Palabra. Requiere dedicación y entrega. Exige apertura y obediencia a la convicción del Espíritu. Supone poner los ojos en la visión de la gloria y recompensas eternas que recibiremos en el más allá. Requiere aguante. Responder el llamado a ser discípulo es una elección y un compromiso personal. El discipulado es una travesía. Cada uno de nosotros se encuentra en una etapa distinta de ese viaje, en un punto diferente de la senda de discipulado. Algunos están muy adelantados en esa travesía; otros apenas acaban de emprender ese viaje de fe y de crecimiento espiritual. Lo que importa es que todos los que estamos siguiendo a Jesús, independientemente del tipo de vocación que Él nos haya dado, somos Sus discípulos. La Familia recibe con los brazos abiertos a todos los que quieran seguir a Jesús, divulgar el mensaje de Su amor y recoger la cosecha con nosotros, incluidos los que apenas se estén iniciando en la senda del discipulado. Tu discipulado y tu consecuente compromiso con el Señor son asuntos personales. Indudablemente que es algo que se manifestará y que tendrá repercusiones externas. El discipulado y compromiso con el Señor debería derivar en acciones. Algunas cosas las constatarán los que te rodean: si manifiestas los frutos del Espíritu, si das buen testimonio de cristianismo o das testimonio de tu fe a los demás. Ante todo, sin embargo, se trata de un asunto del corazón y del espíritu, que está íntimamente ligado a la conexión y relación personal que tenga cada uno con el Señor y el compromiso que haya hecho de obedecer Su Palabra. Lo que Jesús pide a Sus seguidores, la visión que les da, los detalles de la vocación particular que tiene para cada uno, los hace a la medida de cada discípulo. Sea cual sea la convicción que el Señor ponga en tu corazón, sea como sea que te llame a ti a aplicar Su Palabra, tu discipulado es valioso para Jesús. Creemos que el Señor sí pone en el corazón de algunos de Sus seguidores la vocación de renunciar a una carrera, a sus posesiones personales o a las comodidades de un hogar y una familia a fin de servirlo. Algunas personas reciben el llamado de «dejar al instante las redes»[2] y seguirlo; o de «vender todo lo que tienen y darlo a los pobres»[3]. A algunos los llama a ir de misioneros a países lejanos; en otros pone la vocación de ser misioneros en su propia población o país de origen, mientras que a otros les pide que se conviertan en misioneros online o cibermisioneros y que se dediquen a testificar en línea. En la Biblia figuran ejemplos de discípulos que renunciaban a su estilo de vida y su profesión a fin de hacerse seguidores de Jesús. Y también se menciona a otros seguidores Suyos que tenían puestos privilegiados o que eran ricos, pero que de igual manera eran Sus discípulos. Hacían su parte para servir al Señor y promover la prédica del Evangelio[4]. Es posible que algunos no tengan vocación para dedicarse de lleno a obras misioneras, ni en su país de origen ni en ningún otro. Quizá sus talentos o inclinaciones se presten más a facilitar que otras personas se dediquen de lleno a realizar labores misioneras, o a hacer una carrera, paralelamente a su servicio, que no les permite dedicarse de lleno a servir al Señor. Pero eso no impide que puedan decidir seguir a Jesús y ser discípulos; pueden dar testimonio de su fe y contribuir de alguna manera a la misión. A lo largo de la Historia ha habido muchos casos de personas que realizaron importantes obras para el Señor en circunstancias muy diversas: algunas, en campos de misión extranjeros; otras, desde puestos de gobierno; algunos eran empresarios o de familias adineradas; algunos lo hicieron en sus propios países; otros, postrados en cama por causa de alguna enfermedad; algunos, en medio de la pobreza y de circunstancias físicas terribles; otros, al frente de un salón de clases; algunos, aprovechando la tribuna que les daba su fama; otros fueron héroes anónimos. El denominador común de cada testimonio de consagración cristiana y discipulado que nos inspira y motiva es el amor que sentía cada uno de ellos por Jesús, y su obediencia a la vocación que les imbuía el Señor. El Señor no llama a todos a la misma modalidad de servicio ni a manifestar un estilo uniforme de discipulado. Tampoco exige el mismo grado de compromiso ni los mismos sacrificios a todos Sus hijos. Deberíamos abstenernos de juzgar si alguien es «muy entregado» o «poco entregado» basándonos en las expectativas que teníamos antes o en nuestras propias opiniones y diagnósticos. Por ejemplo, cómo utiliza sus dones espirituales; de qué manera pone en práctica su fe y deseo de servir al Señor; qué tipo de ministerio realiza; si es misionero a plena dedicación o se dedica solo parcialmente a ello, y cuánto fruto se considera que dan sus iniciativas y esfuerzos. De qué modo quiere el Señor que expresen su discipulado, dónde y cómo desea que lo sirvan y que testifiquen, las impresiones del Espíritu que pone en el corazón de cada quien, la vertiente por la que quiere que se desarrollen espiritualmente, las bendiciones que les da ahora y en el Cielo, son todos asuntos personales entre ustedes y Él. La forma en que cada uno responda a lo que el Señor le pida, tanto en su corazón y en su espíritu como en cuanto a las acciones que de ello se deriven, eso es lo que determina la medida de entrega que cada persona tiene por Él. De cada uno depende obedecer el llamado que Él le hace. Será eso lo que determine su grado de discipulado y de entrega. Según lo que el Señor le haya indicado a cada uno a través de Su Palabra, de instrucciones personales y de la pasión que haya puesto por ciertas cosas en su interior, cada uno sabrá si está entregándole todo lo que le pide, si lo complace con su discipulado y si vive a la altura de los compromisos que ha hecho con Él. A cada uno de nosotros, individualmente, nos toca descubrir la vocación personalizada que Él tiene para nosotros, y es tarea nuestra crecer a partir de ahí. El compromiso que cada uno de ustedes adquiera de crecer espiritualmente y ser discípulos al servicio de Jesús es un asunto que solo atañe a ustedes mismos y a Jesús. Puede haber otros factores que los motiven, animen y muevan a la acción, pero la decisión de actuar atendiendo a esa motivación o ánimo es asunto personal. El progreso espiritual comienza en el corazón. Hasta qué punto y hasta dónde deciden avanzar dependerá de cada uno. En la senda del discipulado todos experimentamos altibajos, encontramos obstáculos y recodos, épocas en que nos parece que estamos progresando mucho, épocas de tranquila consolidación del terreno ganado y épocas en que tropezamos y caemos. Si alguien da muestras de estar esforzándose menos de lo que debe en su trabajo y servicio misionero, o si se encuentra en un punto bajo de su ciclo de discipulado o de su ciclo de vida, si no parece estar progresando espiritualmente de acuerdo con nuestras expectativas, no debemos juzgar. Esos en última instancia son asuntos privados entre la persona y el Señor. Todos experimentamos momentos de gloria y momentos de crisis, ya física, ya espiritualmente o en ambos aspectos. Vivimos épocas de fortaleza y épocas de debilidad. La consagración no se manifiesta de manera idéntica en la vida de todos, ni se queda uno siempre en un mismo nivel de entrega en todo momento o manifiesta el mismo grado de dedicación. Naturalmente, eso depende en gran medida de las decisiones personales que tomemos; por otra parte, también pueden influir una infinidad de factores naturales, humanos: los ciclos por los que pasa nuestra vida, obligaciones personales, familiares y de otra índole, circunstancias externas atenuantes que escapan a nuestro control. Todos esos elementos forman parte de la vida, parte de nuestro crecimiento. A todos nos conviene tener un discipulado robusto y apoyar y defender la voluntad y resolución de otros que optan por recorrer el camino discipular. El discipulado en la Familia, hoy y a futuro, consiste en seguir a Jesús, buscar Su voluntad a la hora de tomar decisiones, vivir la vida conforme a Sus enseñanzas y Su orientación, y hacer todo lo que uno puede por cumplir con lo que Él le haya pedido. La Familia Internacional es una comunidad de fe en la que sus miembros tienen la libertad para practicar su discipulado y vivir sus compromisos con el Señor y la vocación personalizada que Él adjudica a cada uno. Somos una organización abocada a ofrecer una alternativa moderna y a tono con los tiempos que responda al llamado que nos hizo Cristo para cumplir la Gran Misión a escala internacional. LFI necesita discípulos. LFI necesita misioneros. Recibimos con los brazos abiertos a quien quiera servir al Señor junto a nosotros, a quien quiera crecer en fe y en espíritu a nuestro lado, y respetamos la vocación única y personalizada que infunde el Señor a cada uno de Sus seguidores. Sea que lleven años sirviendo a Jesús o que apenas estén iniciándose como seguidores Suyos, que sean misioneros «de carrera» o que solo participen en la misión en la medida que les resulte posible, todos pueden ser miembros de la Familia, formar parte de nuestra hermandad espiritual y de la red establecida en torno a nuestra misión. La Familia valora el compromiso de cada uno de sus miembros. Cada paso que dan en la travesía continua del discípulo tiene relevancia. Como amigos y compañeros de trabajo que somos deberíamos acompañarnos y apoyarnos mutuamente, y animarnos unos a otros conforme crecemos en la fe y trabajamos juntos para alcanzar nuestra aspiración conjunta que es dar a conocer el amor, la salvación y las verdades espirituales de Jesús. Los miembros de LFI son el motor de nuestro progreso. Siempre habrá demanda de integrantes con la vocación y compromiso de entregar lo mejor de su tiempo y sus esfuerzos para la obra del Señor, o para apoyar a quienes lo hacen, o ambas cosas. Nuestra oración es que la mayor cantidad posible de integrantes de LFI se comprometa —o vaya adquiriendo el compromiso— a dedicar todo el tiempo y recursos que pueda para promover la misión. La Familia es, y por la gracia de Dios siempre será, un grupo cuyos integrantes están unidos por el vínculo de una común dedicación al servicio del Señor, a la divulgación del Evangelio y a la prueba testimonial de que hoy en día en la Tierra hay discípulos de Jesús, a quienes se reconoce por su amor a Dios y sus semejantes. [1] Marcos 8:35. [2] Mateo 4:20. [3] Lucas 18:22. [4] Mateo 27:57; Hechos 9:36; Juan 19:38; Hechos 16:14-15.
Posted on: Wed, 02 Oct 2013 15:10:43 +0000

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