Y A JESÚS, ¿SE LE PASÓ POR ALTO DECIR QUÉ LUGAR TIENE LA MUJER - TopicsExpress



          

Y A JESÚS, ¿SE LE PASÓ POR ALTO DECIR QUÉ LUGAR TIENE LA MUJER EN LA CASA DE DIOS? Jesús y la Mujer Sirofenicia (Mc 7:24-37; cf. Mt 15:21-28) En los Evangelios encontramos muchas indicaciones del amor de Jesús para con los marginados y desheredados que incluían a los extranjeros y a mujeres. En este texto tenemos un ejemplo de ambos. Episodios como éste tienen que haber sido importantes para Marcos y las comunidades que él representaba durante las décadas desde los fines de los 30 hasta los 60 de la era cristiana. Los Evangelios sinópticos habrían sido escritos para la instrucción de los convertidos de Pablo y los demás apóstoles en el proceso de superar las paredes que separaban a Judíos y Gentiles. Se libraba la lucha para superar las barreras nacionalistas y jerárquicas que separaban a los judíos y los gentiles y perpetuaban la dominación masculina de la mujer. Y evidentemente Marcos quería que sus lectores se dieran cuenta que era Jesús mismo a través de sus hechos y sus dichos que autorizaba estos cambios. Tiro era una ciudad fenicia antigua situada en la costa mediterránea a unos 50 kilómetros al noroeste del Mar de Galilea. Era famosa desde la época de la reina Jezabel por su altar dedicado a la diosa de la fertilidad, Astarte (1 R 16:31). En el tiempo de Jesús era centro de comercio y cultura pagana – griega y romana. El retiro de Jesús fue interrumpido por la impertinencia de una mujer «griega y sirofenicia de nación» con una hija poseída de un «espíritu inmundo», que suplicaba con insistencia su ayuda. Esta mujer era tres veces marginada. Primero, era mujer y las costumbres sociales no admitían conversaciones entre mujeres y hombres en estas situaciones. Segundo, era griega de nacionalidad, pero aun peor, en cuanto a su fe, era pagana. Y tercero, era de origen sirofenicia. Por su raza se la identificaba con los cananeos del periodo veterotestamentario y se la asociaba con la religión pagana de Tiro y Sidón, con una historia que se remontaba a la época de la temible defensora de esta religión, la reina Jezabel. A primera vista, la respuesta de Jesús nos sorprende. «Deja primero que se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos». «Perro» era el insulto más grande que los Judíos podían encontrar para dirigirse a los Gentiles en el mundo antiguo. A pesar de todo lo que la mujer tenía en contra, ¿realmente le suena a Jesús esta respuesta? Es una pena que no podemos captar el tono de voz que Jesús empleaba para su respuesta, o fijarnos en su mirada a ver si no habría una pequeña sonrisa en sus labios o un ligero brillo en los ojos. ¿Podría haber intentado un poco de humor o probado la sinceridad del pedido? Pero antes de juzgar la intención de Jesús notemos más de cerca el texto. Se trata de una analogía más bien que un término peyorativo dirigido a la mujer. Y segundo, no se emplea «perro», sino «perillo», con el sentido de cariño que este término implica. Y tercero, tras la alimentación de los cinco mil y la recolección de las doce cestas de comida que sobraron, Marcos, de forma velada, indica que hubo un sentido escondido que no captaron,(«porque aun no habían entendido lo de los panes…» (6:52). ¿Podría significar que en la provisión pródiga de la gracia de Dios hay más que suficiente? Da para todo el que necesita. Cuando dijo, «deja que primero se sacien los hijos» la implicación es que luego se servirán todos. Sea como fuera, la respuesta de la mujer nos asombra. «Sí, Señor; pero aun los perrillos, debajo de la mesa, comen de las migajas de los hijos». Esta es la única vez en el Evangelio de Marcos que Jesús es confesado Señor (kurie), ¡y surge de los labios de una mujer pagana! (Y, de paso, la única persona en el Evangelio de Marcos que confiesa que Jesús es «el Hijo de Dios» también era pagano, el centurión romano (15:39). El que los Judíos gocen de una prioridad histórica, insiste esta mujer pagana, de ninguna manera limita la gracia asombrosa de Dios. Esta despreciada mujer sirofenicia sabía mejor que los principales maestros en Israel, los Escribas y los Fariseos, que la elección divina no era al privilegio, sino al servicio, como mayordomos de la gracia sin igual de Dios destinada a alcanzar a todos los pueblos de la tierra. Su respuesta nos asombra. Tras una respuesta inicial, que dejaba de reflejar su cultura judía, Jesús, respondió con esa compasión, tan característica del reino de Dios, que marcaba todas sus relaciones con los/las marginados/as. Y al parecer, ¡Jesús se cambió de idea! Y la mujer volvió a su casa y halló a su hija liberada del poder demoníaco. En un pasaje paralelo, Mateo (15:21-28) describe a la mujer como cananea, el término peyorativo con que se refería en el Antiguo Testamento a los habitantes paganos de la tierra prometida. Pero a pesar de su triple marginación ella se dirige a Jesús como «Señor (Kurie), Hijo de David» (Mt.15:22), reconociendo así la autoridad mesiánica de Jesús, y pide su misericordia para la liberación de su hija, atormentada de un demonio. De paso, conviene señalar que, en relación con el saludo de la mujer, los biblistas han notado que una de las principales imágenes con que Mateo describe la iglesia en su Evangelio es la del «Verdadero Israel», o «Nuevo Israel». Al tomar nota que esta mujer cananea confiesa a Jesús como «Señor, Hijo de David», Mateo destaca el papel de esta mujer marginada en la articulación de una nueva visión eclesiológica. ¡Es teóloga también! En este caso los mismos discípulos de Jesús piden que la mujer sea despedida sin más. Y aun Jesús parece reflejar el pensar tradicional, y seguramente la convicción de los discípulos, cuando dice, «No soy enviado sino a las ovejas perdida de la casa de Israel» (15:24). Pero ni el silencio (23), ni el argumento tradicional de la prioridad israelita (24), la detienen. Y con todo, la mujer per- siste y Jesús termina declarando a la niña liberada de su opresión demoníaca con las palabras, «Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres» (15:28). Para los primeros lectores de Marcos y de Mateo, que debatían las cuestiones de la inclusión de los gentiles marginados en las nuevas comunidades mesiánicas y la superación del tradicional patriarcalismo en las congregaciones primitivas, el relato de este ejemplo de Jesús habría comunicado poderosamente la superación de diferencias de raza y nacionalidad y favorecido la participación plena de mujeres y hombres en la vida y misión de la iglesia. Menno incluyó en sus escritos a esta mujer (y a la mujer pecadora) entre una lista de diez ejemplos de fe auténtica tomados de las Escrituras. Y aunque Jesús mismo parece haber quedado admirado de su fe, uno se pregunta si ésta es la principal lección que Mateo y Marcos querían comunicar a sus lectores. A la luz del contexto socio-histórico en que se debatían cuestiones de inclusión de gentiles y la superación de barreras entre hombre y mujer, entre esclavo y libre entre culto e inculto, estos episodios ofrecían el ejemplo de Jesús mismo como argumento a favor de la inclusión y la igualdad en la iglesia naciente y en los propósitos de Dios. Jesús y la Mujer Pecadora en la Casa de Simón el Fariseo (Lc 7:36-50) Este episodio no debe confundirse con otros, semejantes, pero con notables diferencias, relatados en los Evangelios. Estos se hallan en Mt 26:6-13; Mc 14:3-9; Jn 12:1-8. En Mateo y Marcos es «una mujer» en la casa de Simón el Leproso. En Juan es María hermana de Lázaro y Marta. En este episodio, relatado por Lucas, estamos en presencia de una confrontación total entre una visión tradicional de la mujer, representada en el farisaísmo contemporáneo, y una visión alternativa, sorprendente y radicalmente diferente, asumida por Jesús. Simón el Fariseo representaba lo mejor y lo más serio del compromiso a la tradición religiosa en el Judaísmo contemporáneo. Para los lectores de Lucas su intención sería clara. Jesús mismo es la autoridad tras la nueva apertura hacia los marginados, incluyendo a la mujer, y aun hacia las más despreciadas por la sociedad. Y esta visión está en conflicto abierto con la visión tradicional y patriarcal. Las palabras con que se introduce a la mujer en el escenario, kai idou, traducidas «entonces» en nuestra versión, implican sorpresa. Refleja delicadeza al no mencionar su nombre, pero, sí, es una mujer conocida en la ciudad como pecadora. Esto implica que sería posiblemente la mujer de algún marginado, como cobrador de impuestos, por ejemplo, o una prostituta. La mujer, con una emoción desbordante, se puso a ungir con perfume los pies de Jesús, mojarlos con sus lágrimas, secarlos con sus cabellos, besarlos repetidamente y luego ungirlos con perfume de nuevo. La reacción de Simón sería de esperarse. Escandalizado, reaccionó a su manera, entrando a juzgarle a Jesús en los rincones de su mente. «Este, si fuera profeta», en la versión de Lucas es probablemente una alusión a una opinión popular que con Jesús estarían en presencia de un gran profeta en su medio (Lc 7:16). La situación es escandalosa para Simón porque Jesús le permite a una mujer que le toque en público y por encima, esta mujer es una pecadora pública conocida. En una ironía que a sus lectores no podría pasar desapercibida, Jesús manifiesta sus dones proféticos leyendo a perfección la mente de Simón. Su ejemplo de los dos deudores va directamente a la raíz de su problema: un celo religioso totalmente carente de experiencia de misericordia que hubiera producido en él un amor compasivo capaz de cuestionar esas estructuras de dominación jerárquica. Tras la pequeña parábola de Jesús que pinta con cristalina claridad su problema, Simón res-ponde con una frialdad que congela su alma. «Pienso, (supongo, NBE) que aquel a quien perdonó más» (43). Y, en cuanto a la mujer, Jesús dice, «sus muchos pecados le son perdonados, porque, amó mucho» (47). Esto ha llevado a algunos a pensar que en el amor perfecto hay un poder salvífico. Sin embargo, lo que Jesús dice a continuación aclara la situación, «mas aquel a quien se le perdona poco, ama poco» (47). La traducción de la Nueva Biblia Española ha captado bien el sentido del texto griego. «Por eso te digo: cuando muestra tanto agradecimiento es que le han perdonado sus pecados, que eran muchos; en cambio, al que poco se le perdona, poco tiene que agradecer.» Los primeros lectores del Evangelio de Lucas entenderían con claridad que la autoridad de Jesús mismo está detrás de esta nueva visión alternativa de apertura hacia los marginados de toda índole y de superación de las barreras entre los géneros creadas por las tradicionales estructuras jerárquicas. Pero hay también una segunda lección para las comunidades lectoras. La autoridad de Jesús mismo está detrás de la práctica de atar y desatar en las comunidades primitivas. En respuesta a la duda farisaica, «¿Quién es éste, que también perdona pecados?» (Lc. 7:49), quedó claramente demostrado que Jesús, sí, perdonaba los pecados y que en el Cuerpo de Cristo, y en el poder del Espíritu del Cristo Viviente, la Iglesia sigue restaurando mediante sus acciones compasivas y sus palabras de perdón (cf. Mt 18:15-20). CONTINÚA...
Posted on: Mon, 05 Aug 2013 02:12:37 +0000

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