Ya va para mas de un mes, cuando decidí ser yo quien dirigiera mi vida y no ella a mí. Hoy escribo a luz del atardecer rojizo de una tarde de otoño. No es una más. Hoy el néctar prohibido no inunda mi cabeza y atropella mis ideas, ya no cae la nieve como antaño. Hoy sólo yo frente al poroso mar blanco. Pasan los días de forma calmada, paz que sosiega mi corazón que late al compás de un tiempo pausado y templado. Vienen a mi mente recuerdos que había guardado allí, en una cajita vieja y ajada por el paso del tiempo, recuerdos de una infancia que poco auguraba lo difícil que yo misma me iba a poner el camino. Sin embargo, esta vez no hay miedo, sino un ansia de esperanza, una luz al final, y miguitas que sin saberlo yo mismo he ido dejando para encontrar el camino a casa. Soy, pienso y actúo de forma comedida, como un niño todo es nuevo, cada día es uno más sin penas, llanto y locura. Cambio eso por despertares sin conciencia amenazante, por la capacidad de verme en el espejo y saber quién soy, aunque eso me llevará toda una vida. En ocasiones el miedo aparece como un viejo fantasma para decirte que arrastras lastre que pagar, la pena inunda tu corazón en oleadas sin sentido, llanto de niño, sin consuelo. A veces ni siquiera lágrimas sino una presión en el pecho, porque los que venimos de perder batallas no sabemos ya llorar, todo se queda muy dentro de ti. Y aunque el corazón explote y la emoción sea insoportable callas... y es el precio que se paga por vivir deprisa y de artificios sólo creados en tu mente. No sé llorar. Se me ha olvidado sentir, amar, ver y oír. Tengo una enorme pared en blanco que no se pintar, se me olvidó que para reír hay que estar alegre, que para llorar no hace falta estar triste, se me olvidó que un corazón artificial, no piensa por sí solo.
Posted on: Fri, 12 Jul 2013 01:50:58 +0000
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