Yo conocí al Sr. Pérez Esquivel, en el año que se celebró - TopicsExpress



          

Yo conocí al Sr. Pérez Esquivel, en el año que se celebró aquí en Caracas el Bicentenario del Libertador Simón Bolívar 1983. Él, ya había ganado el Premio Nobel de la Paz; y, hubo muchísimos invitados tanto nacionales como internacionales, de distintas ideologías políticas. Aún conservo los libros que a posteriori se publicaron y que se titulan: PRIMER CONGRESO DEL PENSAMIENTO LATINOAMERICANO. 29 de junio - 2 de julio de 1983. Fueron seis tomos; editados por el Congreso de la República hoy Asamblea Nacional. Antes de referirme al Sr. Pérez Esquivel, permítanme solo dos detalles para después proseguir con este caballero. El Presidente de la Comisión Bicameral (Bicameral porque existían las dos cámaras: Senado y Diputados) la presidió un gran intelectual de este hermoso País - Venezuela: el Dr. Ramón J. Velásquez. Otro personaje es el Editor Sr. José Agustín Catalá, (Q.D.E.P.). Yo, aprecio tanto estos momentos, porque los viví, porque participé como Secretaria de la Comisión, luego en su edición, publicación y distribución de los mismos. Volviendo al Sr. Pérez Esquivel, su ponencia se llama: La Doctrina de la Seguridad Nacional. Se encuentra en el Tomo II, Volumen VI-A. Pág. 115 hasta la página 122; los textos fueron publicados en octubre de 1984; en Caracas-Venezuela. Voy a copiar textualmente la Ponencia del Sr. Pérez Esquivel con la intención de que se vea que sus palabras, sus ideas, su inquietud en la participación política de nuestros pueblos de Latinoamérica, su oportuna ponencia; etc. -por cierto, sumamente aplaudida por todo un grandísimo grupo de personas que participó ese día-; después de 30 años en la actualidad son más vigentes que nunca: "Con la experiencia brasileña de 1964 se inicia una etapa que se caracterizó, en los países del Cono Sur latinoamericano por la instalación de dictaduras militares que tuvieron como justificación ideológica la llamada Doctrina de la Seguridad Nacional. Tratar de comprender estos procesos nos llevan a poner atención en el sistema de relaciones internacionales y, dentro de él, el papel que se pretende asignar a las sociedades latinoamericanas. El capitalismo vive una difícil crisis que le plantea la necesidad de reestructurar el sistema productivo y de recompensar la división internacional del trabajo, así como repensar la vigencia de los actuales sistemas políticos. Entiendo que la conjunción del panorama político con el plano económico de las sociedades capitalistas nos permite definir esta crisis como crisis de hegemonía de las minorías privilegiadas dominantes en el sistema. Estas minorías ya no pueden hacer que su cosmovisión ideológica genere un orden normativo ético-cultural aceptado por el conjunto de la sociedad. Por esto dicha dominación, aunque persiste, pierde consenso. Esto se manifiesta como crisis de legitimidad del sistema mismo. La manifestación de la crisis de legitimidad del sistema, como estructura de dominación, se observa en un progresivo aumento del grado de conflicto social, sin que se encuentre una resolución adecuada o definitiva dentro del orden institucional vigente. De hecho, la existencia de la crisis en las sociedades desarrolladas, es consecuencia de la misma fuente generadora de la crisis en la periferia, a saber, el agotamiento de esta etapa de organización del sistema capitalista a nivel mundial y la necesidad de recomponer, tanto a la forma productiva que caracteriza a su organización, como la organización internacional del trabajo que le corresponde. Así, la búsqueda de recomposición del sistema capitalista implica la reestructuración de las democracias capitalistas, tanto en el centro como en los países dependientes. En estos últimos, se plantea el fortalecimiento de la hegemonía de las minorías ligadas al capital multinacional, bajo un nuevo cuadro de elementos legitimadores que paralicen las pretensiones de mayor participación y cuestionamiento por parte de los sectores populares. Surgen así, particularmente en el Cono Sur, regímenes militares que imponen por la fuerza la miseria de nuestros pueblos. La lógica del orden sustituye al modelo clásico de legitimidad basado en el consenso de las mayorías. Se abre así una etapa en que las minorías en el poder no recogen los problemas sociales e intentan resolverlos, sino que buscan un ordenamiento de la sociedad, donde no haya cabida a las necesidades del pueblo. Inauguran una racionalidad que les está prescrita por la dinámica del poder y del cálculo económico de corte cientificista y tecnocrático. Los vaivenes en los distintos períodos de acumulación de las economías dependientes, sumados a los avances del movimiento popular, provocaron esta crisis de legitimidad del sistema capitalista latinoamericano. De allí la necesidad de la intervención de las Fuerzas Armadas y la constitución de estados autoritarios. Se sacrifica la democracia por las exigencias de la acumulación y el mantenimiento del orden. Se intenta despolitizar el tratamiento de los problemas sociales y se militariza la esfera de la política. El orden impuesto por las dictaduras militares se basa en la represión sistemática y planificada de los sectores populares. Esta represión tiene, en muchas ocasiones, el argumento explícito del combate a organizaciones de ultraizquierda de accionar extremista-violento; pero el objetivo real, aunque velado, es el de desarticular las organizaciones populares que pudieran dar algún tipo de respuesta o generar reivindicaciones organizadas y masivas frente a proyectos político-económicos antipopulares. Se utiliza como metodología el terrorismo de Estado que mediante el secuestro y desaparición forzada de opositores, la prisión, las torturas, la muerte, intenta crear una suerte de cultura autoritaria que imponga obediencia pasiva y sumisa. Los miles de latinoamericanos que han tomado el camino del exilio son otra prueba de esta amarga realidad. La fundamentación del Estado autoritario se encuentra en la lógica de la Doctrina de la Seguridad Nacional, que yo denominaría por sus consecuencias Doctrina de la Inseguridad Nacional. Esta doctrina concibe la realidad como una confrontación de guerra permanente contra el enemigo externo e interno; dentro de la cual sólo cuentan las consideraciones de la nación, invocada como proyecto de unidad abstracto, que no logra concretizarse. Se plantea un esquema de representación de la nación por medio de la sustitución autoritaria del pueblo, que busca controlar y programar las aspiraciones de libertad y justicia de nuestros pueblos, pretendiendo convertir a éstos en una masa receptiva sin capacidad de decidir su propio destino. El mundo aparece polarizado. Por un lado, la llamada civilización occidental y cristiana aliada al capitalismo; por otro, todo lo que se le opone es asociado al comunismo. El planeta aparece así dividido entre Este y Oeste (malos y buenos) y con esta pretendida división no sólo se trata de opacar las terribles diferencias entre el Norte (industrializado y subdesarrollante) y el Sur (pobre y dependiente) sino que se intenta impedir el surgimiento de formas alternativas de sociedad. No habría espacio para experiencias originales. La sociedad civil también aparece polarizada. Los individuos sólo cuentan en tanto patriotas, amigos o enemigos, reales o potenciales. Esta lógica de concebir el mundo polarizado y en guerra permanente lleva a reducir la complejidad de la sociedad civil a tal punto que, esta doctrina supone el consenso y la eliminación de los conflictos vía el ordenamiento de la sociedad. El problema que les plantea esta perspectiva es que, al concebir la política como continuación de la guerra por otros medios, tienen dificultades en “institucionalizar la guerra”. El costo social generado por la instauración del Estado autoritario, presenta entonces características muy difíciles de resolver como para ser capitalizado como legitimación de una nueva institucionalidad que aspiran a crear y estabilizar en forma permanente los regímenes de seguridad nacional. Porque nuestros pueblos siempre serán reacios a permanecer bajo el silencio indefinido en que la represión y la coerción autoritaria les intentan imponer en nombre de una hipotética seguridad que no es más que un orden de terror y miedo. Las frescas brisas que vemos en Chile, Argentina y Uruguay en estos días son prueba de ello. Así nuestro principal desafío ha sido enfrentar y derrotar un sistema que ha condicionado todos los derechos fundamentales del hombre, así como el propio derecho a la autodeterminación de los pueblos. Estos regímenes nos han puesto a mercede de un proyecto económico excluyente y a la “seguridad” de un Estado que se siente amenazado por la libertad esencial del hombre. Nos enfrentamos con la necesidad de derrotar un régimen que no ha reparado en los medio a utilizar para materializar y defender un proyecto antinacional y antipopular que supone la represión y el aniquilamiento de amplios sectores del pueblo. En este marco se inserta nuestra lucha por los derechos de las personas y los derechos de los pueblos. Aspiramos a que los derechos humanos sean formulados como un programa capaz de movilizar energías y alcancen a convertirse en la utopía de la sociedad, que motive y contribuya a configurar los escenarios posibles de acción futura. Una política que se base en los derechos humanos debe aspirar a lograr una confluencia más extensa de opiniones y voluntades y una perspectiva de avance del pueblo en la transformación de la sociedad. Frente al proyecto histórico del capitalismo transnacional debemos levantar el proyecto de liberación nacional y popular. Frente al modelo autoritario, o frente a eventuales democracias “restringidas”, que propugnan los regímenes de seguridad nacional, hay que oponer las exigencias de una democratización total, una democratización que se fundamente en el principio de los derechos humanos. En sus dos dimensiones, es decir, no sólo los derechos del hombre en cuanto persona- sino también los derechos sociales, económicos, políticos y culturales de los pueblos. Este principio creo que aporta elementos esenciales para la construcción de un nuevo orden social basado en la participación solidaria y es aquí donde debe buscarse el fundamento para un nuevo estado democrático. Nuevo estado democrático que exige una seria y profunda reforma de las fuerzas armadas y de seguridad. Consciente de no ser un especialista en temas militares, me voy a limitar a señalar algunas ideas recogidas en la experiencia de caminar junto a mi pueblo. En primer lugar, las fuerzas policiales, que son fuerzas que han sido creadas para la prevención del delito, se han constituido –bajo regímenes de Seguridad Nacional- en fuerzas militarizadas con el único objeto de reprimir al pueblo. La policía y las fuerzas de seguridad deben volver a ocupar su rol de fuerza civil y preventiva. En cuanto a las fuerzas militares, se debe garantizar como principio fundamental la total subordinación de las mismas a los poderes legítima e institucionalmente constituidos. Las fuerzas armadas deben ser garantes de la soberanía territorial; pero deben ser dependientes, a la vez que custodias, de la soberanía popular. El concepto de nación es por sobre todas las cosas un concepto humano, y a la nación entendida como concepto abstracto, debe oponerse el concepto de pueblo-nación. Para que la defensa de la soberanía nacional y popular sea posible hay que revertir los lazos de dependencia que tienen los ejércitos latinoamericanos respecto de las estrategias del Pentágono. Deben modificarse las relaciones hemisféricas a nivel militar, la guerra de Malvinas demostró claramente que los tratados de asistencia recíproca, que actualmente tienen vigencia en el continente, sirven sólo a los intereses de Estados Unidos. Otra de las enseñanzas que nos dejó Malvinas es que los componentes de la oficialidad argentina, que habían tenido una “destacada” actuación en la represión, la tortura, el secuestro, hasta el asesinato de muchos militantes populares, defeccionaron cobardemente cuando tuvieron que enfrentarse con un ejército extranjero. En algunos casos se rindieron sin tirar un solo tiro (como el tristemente célebre capitán Astiz, jefe de los “Lagartos” destacados en las (Islas Georgias) y en otros casos no dudaron en replegarse dejando en los puestos de avanzada a soldados conscriptos de escasa preparación. Esto indica claramente para qué se preparan nuestros militares. Esta especialización en la represión los hizo “exportadores” de los métodos utilizados en la Argentina a distintos lugares del continente latinoamericano. Hay testimonios de compañeros bolivianos secuestrados, interrogados y torturados por militares argentinos en Bolivia durante la dictadura de García Meza. Para nadie es secreto la presencia de militares argentinos en Centroamérica como “asesores” de las fuerzas reaccionarias. Se podría seguir con muchos más ejemplos que nos indican la necesidad de modificar la estructura, la formación y el accionar de las fuerzas armadas. Por nuestra experiencia en el Cono Sur, podemos decir que las Fuerzas Armadas no tienen formación democrática, ellas deben, todavía, aprender a distinguir los verdaderos enemigos: los responsables de la injusticia, la miseria y la explotación de nuestros hermanos. En suma, la opción que nos plantea –y se les plantea a los pro9pios ejércitos latinoamericanos- es continuar siendo agentes de la dependencia e instrumentos de los poderes multinacionales o convertir al ideal de Bolívar, San Martín, Artigas poniéndose al servicio de su pueblo” .
Posted on: Tue, 10 Sep 2013 02:05:53 +0000

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