cultura@miradasalsur ¿Cómo llega un texto desde el autor al - TopicsExpress



          

cultura@miradasalsur ¿Cómo llega un texto desde el autor al lector? ¿Qué papel cumplen editores y libreros? ¿Cómo afectó la crisis de 2001? ¿Hay obras maestras en cajones que jamás salen a la luz? Lo discuten cuatro de los mejores editores: el decano, Alberto Díaz (Planeta) y los más jovenes Fernando Fagnani (Edhasa), Paula Pérez Alonso (Planeta) y Gabriela Comte (Santillana). Hace algunas décadas, en las librerías de la calle Corrientes atendían libreros consumados y aprendices de libreros. Era un oficio. Hoy en día, por la sociedad contemporánea y sus leyes del mercado, muchas veces, al entrar a una librería ya no se encuentra esa figura del librero. ¿Quién cumple ese rol? ¿Serán los editores los encargados de decirle al público lector qué tiene que pensar cuando se entra en una librería? ¿Es así? Fernando Fagnani: –Deberíamos empezar por la librería. Lo más importante es elegir bien la librería según cada tipo de lector. Algunos son para librerías grandes, para locales de cadena donde existe una oferta determinada y un tipo de atención menos basada en un saber profundo que en un servicio bien dado, como en cualquier otra clase de comercio. Otros lectores son para librerías más chicas, independientes, de barrio o vocacionales; librerías donde todavía el librero recomienda y le podemos decir que queremos una novela de ciertas características y nos va a nombrar alguna. Ese librero recupera esa figura que antes existía en la avenida Corrientes: el formador de lectores. Porque la sabiduría del librero era justamente esa: saber qué recomendarle a cada uno. Gabriela Comte: –Coincido. Pero creo que ante las nuevas formas de circulación del libro, en otros lugares que no son librerías, las solapas, las contratapas y las tapas generan indicaciones o ayudas para que al lector pueda elegir mejor: esa mirada del lector en la librería o en la cadena o en el supermercado o en los kioscos, donde no hay alguien que recomiende, es importante. Antes eso se daba en las colecciones, o las editoriales que se acotaban más a determinados géneros... ahora una misma editorial pública autoayuda, historia, economía, política y ficción, todo bajo el mismo sello. Pero coincido en que el librero es indispensable. Alberto Díaz: –Yo también agregaría que también hay distintos tipos de lectores. Está el puro, duro, el que puede sacrificar: para ciertos sectores de la sociedad, muy pequeños, de lectores compulsivos por decirlo de alguna manera, que tienen la lectura como necesidad (profesional o de placer), la compra del libro no depende de la economía, porque ese lector va a sacrificar cualquier cosa y generalmente sabe a qué librerías ir e identifica los sellos. Como decía Gabriela, las editoriales se han diversificado mucho y los sellos no inciden tanto, pero para el lector aguzado todavía indican tendencias, calidad en la traducción o la presentación. Creo que los paratextos que componen el libro, donde se ve el trabajo del editor aparte de haber seleccionado a un autor, constituyen un arte y también ayudan a la venta. Las contratapas: todos sabemos, y lo sabe también el lector, son hagiográficas, no permiten decir “este libro es una porquería, no lo compre”. Pero también son un arte y se nota si hay una mentira y el lector rechaza ese libro. Adelphi, la editorial italiana, es famosa porque su director editorial escribe unas contratapas excelentes; tanto que han sido recopiladas en un libro en español. Paula Pérez Alonso: –Hay libros cuyas contratapas han sido tan excelentes que la gente creyó que el libro era eso, lo leyó y quedó convencida de que había leído eso... Es un arte. F. F.: –Por más que el editor trate de volver todo más brillante, son pocos los libros que permiten escribir grandes contratapas. Son los libros que uno quisiera haber escrito, ¡no sólo que uno quiere publicar sino que quisiera haber escrito! Por eso uno hace una contratapa extraordinaria, porque siente que el libro le pertenece, directamente. Con los otros, libros que a uno le gustan pero no siente que los hubiera querido escribir, se da un arte complejo: hay que seducir al lector y a la vez no se puede mostrar demasiado. Yo fui un lector de contratapas, más que alguien que escuchara al librero. A. D.: –Hay épocas. En la década del ’60 el mercado del libro era más homogéneo: había modas ideológicas en la no ficción: el estructuralismo, el marxismo, grandes corrientes que uniformaban la producción editorial en determinados rubros... Y había cierto tipo de librerías, sobre todo en la calle Corrientes, como Fausto, de donde salió gente como Germán García o Luis Gusmán, escritores hoy muy importantes que eran libreros que a su vez publicaban con el sello Fausto unos libros exquisitos. Ellos discutían tu elección: vos decías “quiero tal libro” y te decían “¿Por qué vas a leer esa porquería?”. Hoy las grandes librerías –las grandes superficies, y no lo digo de manera peyorativa– nos permiten el anonimato de ir por todas las mesas y seccionar entre su enorme oferta, tocar, mirar, meternos en Internet, y nadie nos pregunta nada. El mayor porcentaje de compras de libros se decide en la librería, son pocos los lectores que van con la decisión tomada, son esos lectores muy aguzados. Juan José Saer decía que hay lectores que sin haber leído nada ni mirado la contratapa ni haber leído ni haber escuchado ningún comentario negativo, intuyen que un libro no les va a gustar. Él miraba un libro y decía “éste no es para mí”. Discutí mucho con él sobre eso: “¿Cómo vas a decir eso?”. Pero actuaba así. –Así como en un momento se hizo Los siete locos, un programa que podía combinar periodismo con literatura con una presencia extraordinaria, Tomás Eloy Martínez, y que Cristina Mucci continúa con una dedicación extraordinaria, si hoy se estableciera un contacto similar con el gran público, a ustedes, como editores, ¿les serviría o les complicaría? ¿El editor tiene que estar en las sombras o también expuesto? G. C.: –Creo que las sombras están muy bien. En un punto el trabajo de uno es de coordinación, de estar al servicio, de generar condiciones para que el autor escriba el libro y ese libro adquiera una forma y llegue a la gente. Al mismo tiempo uno tiene que acercarse al gran público, tal vez de modo silencioso. Pero quien debe brillar es el autor. El editor intermedia. Si bien hay grandísimos editores que marcan mucho con su presencia, está bien que el editor sea un poco silencioso. F. F.: –Pienso lo mismo: hay una parte oculta que no está mal. Pero sí me gustaría saber, y quizá el contacto con el público lo revele, cómo leen los jóvenes. No me da curiosidad el mercado de consumo de manera indiscriminada, pero los jóvenes sí. En los últimos años hubo generaciones a las que marcaron libros como Harry Potter o Las crónicas de Narnia, o El señor de los anillos. ¿Van a seguir leyendo siempre eso, o no? Uno tiene más claro cómo leen generaciones que ya tienen una cadena de lecturas que empezó con John Irving y siguió con Ian McEwan, o los que leyeron a Danielle Steel, o lo que sea: según la serie de lecturas, se puede entender que tal libro o tal autor o tal colección podría interesarle a tal lector, pero con los jóvenes es más raro. Además, el consumo de la literatura en creció mucho entre los jóvenes en las últimas dos décadas y aunque intuimos mucho, es poco lo que sabemos. –Y eso que el mundo de las industrias culturales hoy en día emplean los mecanismos de marketing, los estudios de mercado, la semiología, para detectar estas cosas, sobre todo con el desafío del libro electrónico. P. P. A.: –Pero la gente miente mucho en las encuestas. Se les impone una idea de deber ser cuando se habla del libro. A. D.: –A le gente le cuesta decir que no es lectora. Puede decir “leo poco”, pero el libro tiene un peso simbólico muy grande en la sociedad, entre los lectores y los que no lo son, en todos los niveles sociales. Allí radica la vitalidad del libro: frente a tanta oferta de imagen, que no pide esfuerzo alguno, apenas verla, el libro requiere sentarse, abrirlo, o comprarlo; una serie de hábitos previos que, si no se adquieren tempranamente, son difíciles de tener. G. C.: –Pero ahora se está haciendo bastante al respecto, en todo el mundo y aquí también, en términos de planes de promoción. A. D.: –Sí, pero el fenómeno que para mí es inédito –por lo menos en la historia que yo recuerdo: además soy historiador, he leído sobre la historia de la lectura y del libro– es el que dispara Harry Potter. Recuerdo que recibí mis primeros libros el día de mi cumpleaños porque alguna tía o un abuelo o un vecino me los regalaba; no lo aprecié gran cosa, en mi casa no había una biblioteca (mi madre compraba colecciones de libros pero de kiosco), y quizá prefería un juguete, pero un día me sentaba, lo miraba y empezaba a leerlo. Harry Potter es uno de los pocos libros juveniles que los jóvenes no reciben como regalo sino que lo compran ellos, por su decisión. Puede haber marketing detrás, pero el chico va y compra su ejemplar. Y junto con Harry Potter. se movieron otras dos series de libros, los de J. R. R. Tolkien y Las crónicas de Narnia. Nosotros editamos a Tolkien y a C. S. Lewis, el autor de Narnia. Se han vendido miles y miles de ejemplares, pero impulsados por Harry Potter.. Y en ese gusto, ese lector primerizo de Harry Potter., ¿qué sigue leyendo? –¿Hay respuestas? P. P. A.: –No, no hay respuestas. Era la típica discusión cuando salieron los libros de Paulo Coelho: muchos estaban furiosos con el éxito de Coelho porque decían que sus lectores no saldrían de esa clase de libros, y otros sostenían de que quien leía a Coelho seguía leyendo otros libros. Me he encontrado a mí misma en una librería diciéndole a alguien a quien escuché pedir un libro de una colección, que no estaba: “Pero llevate este otro”. Y la persona me respondió: “No, no quiero ése. Mis amigas están muertas por esta autora”. Eso me da una información importantísima: no se va a contagiar de lectura, no va a empezar alguna otra cosa. Esas huellas son difíciles de rastrear. –Además de las decisiones de los jóvenes, además de estos fenómenos de contagio, ¿cuánto incide el periodismo de crítica literaria, cuánto creen que incidieron en la Argentina la crítica de, por poner dos importantes, Radar en Página/12, donde estuvieron Juan Forn y Juan Boido, y Ñ? G. C.: –Para ser sincera, la incidencia es menor de la que esperamos. En el caso de la narrativa y de ciertos tipos de libros más académicos, la incidencia del periodismo, de los suplementos literarios específicamente (porque cuando decimos “la incidencia del periodismo” nos podemos referir a muchas más cosas), posiblemente venda más que un libro que haya tenido la mejor reseña de Ñ o de Radar o del suplemento de La Nación. Pero no importa para un libro de Paulo Coelho. Sí incide simbólicamente, y muchísimo, en la construcción del campo intelectual y editorial. En el caso de la literatura más específica, creo que es más alto que en el caso de la no ficción. El papel del periodismo en general pasa por otros lados: por ubicar a un autor mediante la prensa, de que haga conocido. También las redes sociales y los blogs ayudaron mucho a la construcción de algunos fenómenos, como el de Florencia Bonelli, que a partir de un blog se generó a sí misma como autora y es un best seller; nunca había tenido, hasta que se consolidó, reseñas literarias. –¿Cómo funcionó el bolsillo de los lectores desde la crisis de 2001 a la hora de decidir la compra del libro? Me parece un rubro testigo no sólo desde lo económico sino desde los cambios culturales, porque la Argentina y Latinoamérica viven grandes cambios. En el libro, ¿esos cambios son masivos o todavía son burbujas, algunos nichos, mientras el gran público sigue el marketing de consumo? F. F.: –Como en toda la economía y en toda la sociedad argentina, 2002, tras la crisis de fin de 2001, fue para el libro un año de quiebre no solo por el bolsillo (lo cual es obvio) sino porque con la devaluación del 1 al 3 casi no se encontraban libros importados, o por lo menos los de mayor precio, en las librerías. Eso generó un campo propicio para el desarrollo de editores argentinos, porque esa asimetría de precios con España duró bastante tiempo. Es verdad que la editorial independiente argentina es anterior a 2001; ya a fines de la década de 1990 existían pequeñas editoriales que trataban de competir con el mercado español, pero con la crisis de 2001 eso se aceleró. Y ahí creo que se advierte el cambio cultural, porque la mirada argentina, la peruana, la chilena, la colombiana, todas las latinoamericanas, son muy distintas de la mirada española. Las editoriales independientes argentinas son diferentes de sus pares españolas: las agendas son otras, los españoles miran al Este de Europa y también a los ex países soviéticos, por ejemplo, y nosotros no. Ese cambio cultural creo que no tiene mucho que ver con el que se da hoy en América Latina, porque en el fondo los editores editan lo que leyeron, pero transformado: si a los veinte años uno leyó determinada clase de texto, a los 35 o los cuarenta de algún modo va a querer publicar algo así. Y para completar, el tema del bolsillo: en un momento la venta cayó –en 2002, en 2003–, pero después fue más o menos pareja. G. C.: –Es cierto que cayó en general, pero fue reemplazada por los libros de referencia. Algo notable, simbólico: cómo en esos años se rescataron los grandes ensayos, los li>bros importantes de historia, el fondo de algunas editoriales. La gente buscaba hacer pie en algo. A. D.: –Se vio también un reflote del tema nacional. 2002 no marca sólo un quiebre económico: para mí es un colapso. No una crisis –crisis tienen y tendrán todas las sociedades, es algo consustancial al capitalismo– sino un colapso. En un momento había catorce monedas, no había autoridades ni instituciones ni partidos; no había Estado, no había nada... sólo una sociedad alienada que gritaba de manera de manera anómica “que se vayan todos”. Fernando dice que ya en los ’90 hay atisbos de una diversificación de la industria editorial, pero a partir de 2001 y de la crisis esa tendencia se hace fuerte, surge una cantidad de editoriales pequeñas –no las llamo independientes, las llamo pequeñas– con un proyecto cultural muy fuerte detrás, a la vieja usanza, un señor Losada que llamaba Losada a su editorial. Diversificaron el mapa editorial, que estaba muy concentrado, y detectaron nichos de lectura. Uno puede estar muy aggiornado en la lectura, pero hay cosas que te marcan, como decía Fernando: si te marcaron Michel Foucault o Roland Barthes, seguís releyéndolos y si encontrás algo parecido, te gusta mientras que alguien que no los leyó se inclina en otra dirección. Eso es también algo local, porque en el mundo se cambió la manera de leer: cada vez la lectura va hacia el ocio, el entretenimiento. –¿La gente sigue gastando en libros al mismo nivel que en el momento de crecimiento del consumo, cuando se decía que crecíamos a tasas chinas, o el consumo de libros ha mermado? F. F.: –A diferencia de otras, la industria editorial tiene menos picos. Cuando se crece al 10 por ciento, el libro no crece al 10 por ciento; cuando se baja al 10 por ciento, tampoco baja tanto. Noto que se ha dado una merma, pero chica; también es cierto que durante la suba, el libro creció poco. A. D.: –Salvo 2002, que fue terrible, el libro se mantuvo, aunque no acompañó las tasas chinas del crecimiento de la economía, pero a partir de 2003 apareció un fenómeno nuevo: el Estado comprador de libros. Yo llevo ya 43 años en este oficio y fui un estudiante universitario vinculado al mundo editorial y de la política, de la cultura, de los presupuestos para educación... y no recuerdo nada comparable a esta compra de libros, cifras millonarias de un presupuesto educativo alto, que tal vez todavía no se refleja en la calidad pero ya están ahí. –Hablemos del trabajo cotidiano, los secretitos. Paula dijo alguna vez que cuando llegó al mundo editorial pensó que se iba a encontrar con un escritorio lleno de originales y de papeles que te iban a abrumar… ¿Es así? P. P. A.: –¡Es así! Yo creía que había miles de personas que tenían miles de originales en sus cajones que no llegaban a las editoriales, y que los premios permitirían que esos libros circularan de otra manera. Fue grande la desilusión cundo hicimos el primer Premio Planeta y llegaron unos mil libros... Yo los leía uno por uno para dárselos a los jurados de preselección y realmente confirmé que los libros buenos llegaban a las editoriales, no se quedaban en los cajones de las personas... Los libros buenos llegaban: por un amigo o por alguien que lo había leído; por un camino u otro encontraban su destino. Después si vendían o no, era otra historia. Pero esta fantasía de que el país está lleno de buenos escritores que no tienen acceso a un editor, no es más que eso: una fantasía. –¿Se busca promover talentos o la industria editorial ya tiene un circuito en el cual las cosas llegan de una u otra manera? G. C.: –Creo que sí, que muchas veces, por ejemplo en el caso de la no ficción, salimos a buscar autores para algún proyecto en particular, o contratamos a algún autor a quien le vemos pasta de que puede más, y ahí comienza un trabajo generalmente largo para construirlo y consolidarlo. En la ficción creo que también se hacen apuestas y se sostiene una segunda o una tercera novela, aunque no vendan mucho, para ir generando un autor, ayudando a instalarlo. A. D.: –Hay muchas vías para recibir originales o contactar autores; tantas, que hasta el espontáneo se presenta en la editorial y deja su original. Las editoriales inglesas, cansadas de los miles de espontáneos, ponen un cartelito: “No se aceptan originales no solicitados”. P. P. A.: –Y los premios sirven. Cuando alguien dice “¿Qué hago? Tengo una novela”, respondemos que los premios son lugares para que se conozcan autores nuevos. Las lecturas son secretas y cuando aparece un buen libro se lo sigue como posibilidad. Los premios son oportunidades reales. –Fernando y Gabriela estudiaron Letras; Alberto, Historia; Paula, Letras y Periodismo. ¿Es mejor tener una carrera o hacerse en el oficio? ¿O son campos complementarios? A. D.: –El oficio de editor es como cualquier otro. Y según un axioma del mundo editorial, el buen editor no publica su biblioteca: tiene que ser más amplio. Pero hay que tener una biblioteca. Una carrera universitaria no hace a un buen editor pero si se la tiene, ayuda. También hace falta sentido común para aceptar que a veces uno tiene que rechazar una novela que le gusta, porque no se decide en solitario, y saber hacerlo sin herir al otro. Creo que formarse ayuda. Después, como en cualquier otro trabajo: si uno le tiene miedo al fuego no hay que elegir ser bombero. Si para alguien leer es un castigo, que no elija este oficio. F. F.: –La Carrera de Edición tiene una ventaja: te da un saber técnico que, si no, se aprende a los golpes en una editorial, tras mucho tiempo y muchos errores. Si uno maneja todas las aéreas y no es un buen lector, podrás ser un buen gerente, sabrá articular el negocio del libro, pero no será un editor. Como dice Alberto, un editor es una biblioteca. –Y a la persona que quiere escribir, ¿le conviene empezar por un taller literario para soltarse? G. C.: –La Carrera de Letras cambió bastante desde cuando yo la cursé, pero en mi experiencia la gente que entró con el deseo de ser escritor, dejó de escribir. P. P. A.: –Yo sigo escribiendo pero, como dice Ricardo Piglia, si uno quiere escribir tiene que estudiar Historia u otra cosa. Yo creo en eso. Por eso estudié Periodismo, para ver si me daba entrenamiento en escribir, porque en Letras no lo hay. Te organiza las lecturas. G.C.: –Hoy la carrera está más abierta, la escritura circula de otra manera, pero si alguien quiere escribir mejor que vaya a un taller. Calificación: Malo Regular Bien cultura@miradasalsur ¿Cómo llega un texto desde el autor al lector? ¿Qué papel cumplen editores y libreros? ¿Cómo afectó la crisis de 2001? ¿Hay obras maestras en cajones que jamás salen a la luz? Lo discuten cuatro de los mejores editores: el decano, Alberto Díaz (Planeta) y los más jovenes Fernando Fagnani (Edhasa), Paula Pérez Alonso (Planeta) y Gabriela Comte (Santillana). Hace algunas décadas, en las librerías de la calle Corrientes atendían libreros consumados y aprendices de libreros. Era un oficio. Hoy en día, por la sociedad contemporánea y sus leyes del mercado, muchas veces, al entrar a una librería ya no se encuentra esa figura del librero. ¿Quién cumple ese rol? ¿Serán los editores los encargados de decirle al público lector qué tiene que pensar cuando se entra en una librería? ¿Es así? Fernando Fagnani: –Deberíamos empezar por la librería. Lo más importante es elegir bien la librería según cada tipo de lector. Algunos son para librerías grandes, para locales de cadena donde existe una oferta determinada y un tipo de atención menos basada en un saber profundo que en un servicio bien dado, como en cualquier otra clase de comercio. Otros lectores son para librerías más chicas, independientes, de barrio o vocacionales; librerías donde todavía el librero recomienda y le podemos decir que queremos una novela de ciertas características y nos va a nombrar alguna. Ese librero recupera esa figura que antes existía en la avenida Corrientes: el formador de lectores. Porque la sabiduría del librero era justamente esa: saber qué recomendarle a cada uno. Gabriela Comte: –Coincido. Pero creo que ante las nuevas formas de circulación del libro, en otros lugares que no son librerías, las solapas, las contratapas y las tapas generan indicaciones o ayudas para que al lector pueda elegir mejor: esa mirada del lector en la librería o en la cadena o en el supermercado o en los kioscos, donde no hay alguien que recomiende, es importante. Antes eso se daba en las colecciones, o las editoriales que se acotaban más a determinados géneros... ahora una misma editorial pública autoayuda, historia, economía, política y ficción, todo bajo el mismo sello. Pero coincido en que el librero es indispensable. Alberto Díaz: –Yo también agregaría que también hay distintos tipos de lectores. Está el puro, duro, el que puede sacrificar: para ciertos sectores de la sociedad, muy pequeños, de lectores compulsivos por decirlo de alguna manera, que tienen la lectura como necesidad (profesional o de placer), la compra del libro no depende de la economía, porque ese lector va a sacrificar cualquier cosa y generalmente sabe a qué librerías ir e identifica los sellos. Como decía Gabriela, las editoriales se han diversificado mucho y los sellos no inciden tanto, pero para el lector aguzado todavía indican tendencias, calidad en la traducción o la presentación. Creo que los paratextos que componen el libro, donde se ve el trabajo del editor aparte de haber seleccionado a un autor, constituyen un arte y también ayudan a la venta. Las contratapas: todos sabemos, y lo sabe también el lector, son hagiográficas, no permiten decir “este libro es una porquería, no lo compre”. Pero también son un arte y se nota si hay una mentira y el lector rechaza ese libro. Adelphi, la editorial italiana, es famosa porque su director editorial escribe unas contratapas excelentes; tanto que han sido recopiladas en un libro en español. Paula Pérez Alonso: –Hay libros cuyas contratapas han sido tan excelentes que la gente creyó que el libro era eso, lo leyó y quedó convencida de que había leído eso... Es un arte. F. F.: –Por más que el editor trate de volver todo más brillante, son pocos los libros que permiten escribir grandes contratapas. Son los libros que uno quisiera haber escrito, ¡no sólo que uno quiere publicar sino que quisiera haber escrito! Por eso uno hace una contratapa extraordinaria, porque siente que el libro le pertenece, directamente. Con los otros, libros que a uno le gustan pero no siente que los hubiera querido escribir, se da un arte complejo: hay que seducir al lector y a la vez no se puede mostrar demasiado. Yo fui un lector de contratapas, más que alguien que escuchara al librero. A. D.: –Hay épocas. En la década del ’60 el mercado del libro era más homogéneo: había modas ideológicas en la no ficción: el estructuralismo, el marxismo, grandes corrientes que uniformaban la producción editorial en determinados rubros... Y había cierto tipo de librerías, sobre todo en la calle Corrientes, como Fausto, de donde salió gente como Germán García o Luis Gusmán, escritores hoy muy importantes que eran libreros que a su vez publicaban con el sello Fausto unos libros exquisitos. Ellos discutían tu elección: vos decías “quiero tal libro” y te decían “¿Por qué vas a leer esa porquería?”. Hoy las grandes librerías –las grandes superficies, y no lo digo de manera peyorativa– nos permiten el anonimato de ir por todas las mesas y seccionar entre su enorme oferta, tocar, mirar, meternos en Internet, y nadie nos pregunta nada. El mayor porcentaje de compras de libros se decide en la librería, son pocos los lectores que van con la decisión tomada, son esos lectores muy aguzados. Juan José Saer decía que hay lectores que sin haber leído nada ni mirado la contratapa ni haber leído ni haber escuchado ningún comentario negativo, intuyen que un libro no les va a gustar. Él miraba un libro y decía “éste no es para mí”. Discutí mucho con él sobre eso: “¿Cómo vas a decir eso?”. Pero actuaba así. –Así como en un momento se hizo Los siete locos, un programa que podía combinar periodismo con literatura con una presencia extraordinaria, Tomás Eloy Martínez, y que Cristina Mucci continúa con una dedicación extraordinaria, si hoy se estableciera un contacto similar con el gran público, a ustedes, como editores, ¿les serviría o les complicaría? ¿El editor tiene que estar en las sombras o también expuesto? G. C.: –Creo que las sombras están muy bien. En un punto el trabajo de uno es de coordinación, de estar al servicio, de generar condiciones para que el autor escriba el libro y ese libro adquiera una forma y llegue a la gente. Al mismo tiempo uno tiene que acercarse al gran público, tal vez de modo silencioso. Pero quien debe brillar es el autor. El editor intermedia. Si bien hay grandísimos editores que marcan mucho con su presencia, está bien que el editor sea un poco silencioso. F. F.: –Pienso lo mismo: hay una parte oculta que no está mal. Pero sí me gustaría saber, y quizá el contacto con el público lo revele, cómo leen los jóvenes. No me da curiosidad el mercado de consumo de manera indiscriminada, pero los jóvenes sí. En los últimos años hubo generaciones a las que marcaron libros como Harry Potter o Las crónicas de Narnia, o El señor de los anillos. ¿Van a seguir leyendo siempre eso, o no? Uno tiene más claro cómo leen generaciones que ya tienen una cadena de lecturas que empezó con John Irving y siguió con Ian McEwan, o los que leyeron a Danielle Steel, o lo que sea: según la serie de lecturas, se puede entender que tal libro o tal autor o tal colección podría interesarle a tal lector, pero con los jóvenes es más raro. Además, el consumo de la literatura en creció mucho entre los jóvenes en las últimas dos décadas y aunque intuimos mucho, es poco lo que sabemos. –Y eso que el mundo de las industrias culturales hoy en día emplean los mecanismos de marketing, los estudios de mercado, la semiología, para detectar estas cosas, sobre todo con el desafío del libro electrónico. P. P. A.: –Pero la gente miente mucho en las encuestas. Se les impone una idea de deber ser cuando se habla del libro. A. D.: –A le gente le cuesta decir que no es lectora. Puede decir “leo poco”, pero el libro tiene un peso simbólico muy grande en la sociedad, entre los lectores y los que no lo son, en todos los niveles sociales. Allí radica la vitalidad del libro: frente a tanta oferta de imagen, que no pide esfuerzo alguno, apenas verla, el libro requiere sentarse, abrirlo, o comprarlo; una serie de hábitos previos que, si no se adquieren tempranamente, son difíciles de tener. G. C.: –Pero ahora se está haciendo bastante al respecto, en todo el mundo y aquí también, en términos de planes de promoción. A. D.: –Sí, pero el fenómeno que para mí es inédito –por lo menos en la historia que yo recuerdo: además soy historiador, he leído sobre la historia de la lectura y del libro– es el que dispara Harry Potter. Recuerdo que recibí mis primeros libros el día de mi cumpleaños porque alguna tía o un abuelo o un vecino me los regalaba; no lo aprecié gran cosa, en mi casa no había una biblioteca (mi madre compraba colecciones de libros pero de kiosco), y quizá prefería un juguete, pero un día me sentaba, lo miraba y empezaba a leerlo. Harry Potter es uno de los pocos libros juveniles que los jóvenes no reciben como regalo sino que lo compran ellos, por su decisión. Puede haber marketing detrás, pero el chico va y compra su ejemplar. Y junto con Harry Potter. se movieron otras dos series de libros, los de J. R. R. Tolkien y Las crónicas de Narnia. Nosotros editamos a Tolkien y a C. S. Lewis, el autor de Narnia. Se han vendido miles y miles de ejemplares, pero impulsados por Harry Potter.. Y en ese gusto, ese lector primerizo de Harry Potter., ¿qué sigue leyendo? –¿Hay respuestas? P. P. A.: –No, no hay respuestas. Era la típica discusión cuando salieron los libros de Paulo Coelho: muchos estaban furiosos con el éxito de Coelho porque decían que sus lectores no saldrían de esa clase de libros, y otros sostenían de que quien leía a Coelho seguía leyendo otros libros. Me he encontrado a mí misma en una librería diciéndole a alguien a quien escuché pedir un libro de una colección, que no estaba: “Pero llevate este otro”. Y la persona me respondió: “No, no quiero ése. Mis amigas están muertas por esta autora”. Eso me da una información importantísima: no se va a contagiar de lectura, no va a empezar alguna otra cosa. Esas huellas son difíciles de rastrear. –Además de las decisiones de los jóvenes, además de estos fenómenos de contagio, ¿cuánto incide el periodismo de crítica literaria, cuánto creen que incidieron en la Argentina la crítica de, por poner dos importantes, Radar en Página/12, donde estuvieron Juan Forn y Juan Boido, y Ñ? G. C.: –Para ser sincera, la incidencia es menor de la que esperamos. En el caso de la narrativa y de ciertos tipos de libros más académicos, la incidencia del periodismo, de los suplementos literarios específicamente (porque cuando decimos “la incidencia del periodismo” nos podemos referir a muchas más cosas), posiblemente venda más que un libro que haya tenido la mejor reseña de Ñ o de Radar o del suplemento de La Nación. Pero no importa para un libro de Paulo Coelho. Sí incide simbólicamente, y muchísimo, en la construcción del campo intelectual y editorial. En el caso de la literatura más específica, creo que es más alto que en el caso de la no ficción. El papel del periodismo en general pasa por otros lados: por ubicar a un autor mediante la prensa, de que haga conocido. También las redes sociales y los blogs ayudaron mucho a la construcción de algunos fenómenos, como el de Florencia Bonelli, que a partir de un blog se generó a sí misma como autora y es un best seller; nunca había tenido, hasta que se consolidó, reseñas literarias. –¿Cómo funcionó el bolsillo de los lectores desde la crisis de 2001 a la hora de decidir la compra del libro? Me parece un rubro testigo no sólo desde lo económico sino desde los cambios culturales, porque la Argentina y Latinoamérica viven grandes cambios. En el libro, ¿esos cambios son masivos o todavía son burbujas, algunos nichos, mientras el gran público sigue el marketing de consumo? F. F.: –Como en toda la economía y en toda la sociedad argentina, 2002, tras la crisis de fin de 2001, fue para el libro un año de quiebre no solo por el bolsillo (lo cual es obvio) sino porque con la devaluación del 1 al 3 casi no se encontraban libros importados, o por lo menos los de mayor precio, en las librerías. Eso generó un campo propicio para el desarrollo de editores argentinos, porque esa asimetría de precios con España duró bastante tiempo. Es verdad que la editorial independiente argentina es anterior a 2001; ya a fines de la década de 1990 existían pequeñas editoriales que trataban de competir con el mercado español, pero con la crisis de 2001 eso se aceleró. Y ahí creo que se advierte el cambio cultural, porque la mirada argentina, la peruana, la chilena, la colombiana, todas las latinoamericanas, son muy distintas de la mirada española. Las editoriales independientes argentinas son diferentes de sus pares españolas: las agendas son otras, los españoles miran al Este de Europa y también a los ex países soviéticos, por ejemplo, y nosotros no. Ese cambio cultural creo que no tiene mucho que ver con el que se da hoy en América Latina, porque en el fondo los editores editan lo que leyeron, pero transformado: si a los veinte años uno leyó determinada clase de texto, a los 35 o los cuarenta de algún modo va a querer publicar algo así. Y para completar, el tema del bolsillo: en un momento la venta cayó –en 2002, en 2003–, pero después fue más o menos pareja. G. C.: –Es cierto que cayó en general, pero fue reemplazada por los libros de referencia. Algo notable, simbólico: cómo en esos años se rescataron los grandes ensayos, los li>bros importantes de historia, el fondo de algunas editoriales. La gente buscaba hacer pie en algo. A. D.: –Se vio también un reflote del tema nacional. 2002 no marca sólo un quiebre económico: para mí es un colapso. No una crisis –crisis tienen y tendrán todas las sociedades, es algo consustancial al capitalismo– sino un colapso. En un momento había catorce monedas, no había autoridades ni instituciones ni partidos; no había Estado, no había nada... sólo una sociedad alienada que gritaba de manera de manera anómica “que se vayan todos”. Fernando dice que ya en los ’90 hay atisbos de una diversificación de la industria editorial, pero a partir de 2001 y de la crisis esa tendencia se hace fuerte, surge una cantidad de editoriales pequeñas –no las llamo independientes, las llamo pequeñas– con un proyecto cultural muy fuerte detrás, a la vieja usanza, un señor Losada que llamaba Losada a su editorial. Diversificaron el mapa editorial, que estaba muy concentrado, y detectaron nichos de lectura. Uno puede estar muy aggiornado en la lectura, pero hay cosas que te marcan, como decía Fernando: si te marcaron Michel Foucault o Roland Barthes, seguís releyéndolos y si encontrás algo parecido, te gusta mientras que alguien que no los leyó se inclina en otra dirección. Eso es también algo local, porque en el mundo se cambió la manera de leer: cada vez la lectura va hacia el ocio, el entretenimiento. –¿La gente sigue gastando en libros al mismo nivel que en el momento de crecimiento del consumo, cuando se decía que crecíamos a tasas chinas, o el consumo de libros ha mermado? F. F.: –A diferencia de otras, la industria editorial tiene menos picos. Cuando se crece al 10 por ciento, el libro no crece al 10 por ciento; cuando se baja al 10 por ciento, tampoco baja tanto. Noto que se ha dado una merma, pero chica; también es cierto que durante la suba, el libro creció poco. A. D.: –Salvo 2002, que fue terrible, el libro se mantuvo, aunque no acompañó las tasas chinas del crecimiento de la economía, pero a partir de 2003 apareció un fenómeno nuevo: el Estado comprador de libros. Yo llevo ya 43 años en este oficio y fui un estudiante universitario vinculado al mundo editorial y de la política, de la cultura, de los presupuestos para educación... y no recuerdo nada comparable a esta compra de libros, cifras millonarias de un presupuesto educativo alto, que tal vez todavía no se refleja en la calidad pero ya están ahí. –Hablemos del trabajo cotidiano, los secretitos. Paula dijo alguna vez que cuando llegó al mundo editorial pensó que se iba a encontrar con un escritorio lleno de originales y de papeles que te iban a abrumar… ¿Es así? P. P. A.: –¡Es así! Yo creía que había miles de personas que tenían miles de originales en sus cajones que no llegaban a las editoriales, y que los premios permitirían que esos libros circularan de otra manera. Fue grande la desilusión cundo hicimos el primer Premio Planeta y llegaron unos mil libros... Yo los leía uno por uno para dárselos a los jurados de preselección y realmente confirmé que los libros buenos llegaban a las editoriales, no se quedaban en los cajones de las personas... Los libros buenos llegaban: por un amigo o por alguien que lo había leído; por un camino u otro encontraban su destino. Después si vendían o no, era otra historia. Pero esta fantasía de que el país está lleno de buenos escritores que no tienen acceso a un editor, no es más que eso: una fantasía. –¿Se busca promover talentos o la industria editorial ya tiene un circuito en el cual las cosas llegan de una u otra manera? G. C.: –Creo que sí, que muchas veces, por ejemplo en el caso de la no ficción, salimos a buscar autores para algún proyecto en particular, o contratamos a algún autor a quien le vemos pasta de que puede más, y ahí comienza un trabajo generalmente largo para construirlo y consolidarlo. En la ficción creo que también se hacen apuestas y se sostiene una segunda o una tercera novela, aunque no vendan mucho, para ir generando un autor, ayudando a instalarlo. A. D.: –Hay muchas vías para recibir originales o contactar autores; tantas, que hasta el espontáneo se presenta en la editorial y deja su original. Las editoriales inglesas, cansadas de los miles de espontáneos, ponen un cartelito: “No se aceptan originales no solicitados”. P. P. A.: –Y los premios sirven. Cuando alguien dice “¿Qué hago? Tengo una novela”, respondemos que los premios son lugares para que se conozcan autores nuevos. Las lecturas son secretas y cuando aparece un buen libro se lo sigue como posibilidad. Los premios son oportunidades reales. –Fernando y Gabriela estudiaron Letras; Alberto, Historia; Paula, Letras y Periodismo. ¿Es mejor tener una carrera o hacerse en el oficio? ¿O son campos complementarios? A. D.: –El oficio de editor es como cualquier otro. Y según un axioma del mundo editorial, el buen editor no publica su biblioteca: tiene que ser más amplio. Pero hay que tener una biblioteca. Una carrera universitaria no hace a un buen editor pero si se la tiene, ayuda. También hace falta sentido común para aceptar que a veces uno tiene que rechazar una novela que le gusta, porque no se decide en solitario, y saber hacerlo sin herir al otro. Creo que formarse ayuda. Después, como en cualquier otro trabajo: si uno le tiene miedo al fuego no hay que elegir ser bombero. Si para alguien leer es un castigo, que no elija este oficio. F. F.: –La Carrera de Edición tiene una ventaja: te da un saber técnico que, si no, se aprende a los golpes en una editorial, tras mucho tiempo y muchos errores. Si uno maneja todas las aéreas y no es un buen lector, podrás ser un buen gerente, sabrá articular el negocio del libro, pero no será un editor. Como dice Alberto, un editor es una biblioteca. –Y a la persona que quiere escribir, ¿le conviene empezar por un taller literario para soltarse? G. C.: –La Carrera de Letras cambió bastante desde cuando yo la cursé, pero en mi experiencia la gente que entró con el deseo de ser escritor, dejó de escribir. P. P. A.: –Yo sigo escribiendo pero, como dice Ricardo Piglia, si uno quiere escribir tiene que estudiar Historia u otra cosa. Yo creo en eso. Por eso estudié Periodismo, para ver si me daba entrenamiento en escribir, porque en Letras no lo hay. Te organiza las lecturas. G.C.: –Hoy la carrera está más abierta, la escritura circula de otra manera, pero si alguien quiere escribir mejor que vaya a un taller. Calificación: Malo Regular Bien Urbano Excelente! Muy bien Excelente!
Posted on: Sun, 30 Jun 2013 18:27:35 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015