¿de la conciencia nacional a la conciencia histórica? : En vez - TopicsExpress



          

¿de la conciencia nacional a la conciencia histórica? : En vez de volver a enfrentar el problema de la procesualidad histórica de la teoría social al final del siglo XX, el llamado pensamiento posmoderno sólo está interesado en silenciar la dialéctica entre formación de la teoría, recepción y crítica. Y precisamente la teoría marxista ya no es investigada en sus contenidos, ni analizada en sus condiciones históricas ni mucho menos corregida, sufriendo a priori un rechazo en su legítima pretensión de «gran teoría». Esta falsa modestia, que no es vista como tal sino sencillamente reprimida, respecto a la gran totalidad de las formas de socialización capitalistas, desciende a un nivel inferior de la reflexión teórico-social. La política del avestruz de un pensamiento reducido y desarmado de un modo tan espontáneo menosprecia el hecho de que no es posible trazar una separación entre la problemática de las denominadas grandes teorías y grandes conceptos y su objeto social real. La pretensión de querer abrazar el todo viene provocada sobremanera por la realidad social. En su existencia real, el todo negativo del capitalismo no cesa de actuar simplemente porque se lo ignore conceptualmente y porque ya no queramos mirar en esa dirección: «la totalidad no nos olvida», como bien se burló el inglés Terry Eagleton, teórico de la literatura. La crítica posmoderna a la gran teoría, asimilada con gratitud por muchos ex marxistas como forma de pensamiento supuestamente aliviadora, no hay que remitirla a un pensamiento afirmativo y apologético en el sentido tradicional, sino más bien a la desesperación de una crítica social que está trastornada y que se sobresalta ante una tarea superior a su capacidad actual. Se trata de una evasión que sólo puede tener un carácter provisional: al final, el pensamiento crítico será implacablemente reconducido hacia el obstáculo que tendrá que superar. Y este obstáculo, ciertamente, es muy difícil de enfrentar, sobre todo porque el pensamiento marxista practicado hasta el día de hoy también está obligado a saltar por encima de su propia sombra. Se podría cambiar esta metáfora un tanto extraña por esta otra: el marxismo esconde en sus bodegas un cadáver que ya no puede permanecer así por mucho tiempo. O sea, tanto la contradicción entre la teoría marxista y su recepción a través del antiguo movimiento obrero, como las contradicciones en el interior de la propia teoría marxista registradas a fines del siglo XX llegaron a tal punto de madurez que ya no se puede concebir una reactivación o una reactualización de esta teoría dentro de los moldes en los que se ha hecho hasta hoy. Después del siglo del movimiento obrero En el pasado, siempre que el Marx considerado prematuramente muerto volvió a levantarse de su tumba sano y salvo, tales resurrecciones ocurrieron en una época que podría llamarse «el siglo del movimiento obrero». En la actualidad, parece claro que esta historia ha concluido. En cierto modo, sus motivos, sus reflexiones teóricas y sus modelos sociales de acción se volvieron falsos. Perdieron su fuerza de atracción, la vida se les escapó, y se nos presentan como bajo un cristal. Ese marxismo no es nada más que una pesada pieza de museo. Pero con esto aún no queda aclarado porque las cosas son así. El apresurado distanciamiento de los antiguos adeptos lleva en sí algo de hipócrita, y el triunfalismo precipitado de los antiguos opositores, algo de ingenuo. Ello porque, con el incomprendido final de una época que todavía no fue debidamente trabajada, los problemas madurados en el transcurso de esta historia no se desvanecieron; inversamente, se agravaron de manera dramática, nueva y todavía desconocida. Se tiene casi la impresión de que esa época ya pasada habría sido apenas la fase de transformación en crisálida o el período de incubación de una gran crisis cualitativamente nueva por acontecer aún en el seno de la sociedad mundial, cuya naturaleza sólo se puede abordar también, desde el punto de vista teórico, con conceptos equivalentemente grandes y, desde el punto de vista práctico, con una transformación social de cuño equivalentemente radical. Frente a la situación real, la religión profesada por un «pragmatismo» democrático y de economía de mercado, que reina por todas partes y mezcla todos los posibles aderezos de un escenario móvil, surte el mismo efecto que intentar combatir el sida utilizando alguna medicina popular o la explosión de un reactor atómico usando las mangueras del cuerpo de bomberos voluntarios. Resulta engañoso el hecho de que el concepto central de esta filosofía de charlatanes que mezcla ciencia, política y management, o sea, aquella fórmula mágica ritual de la «modernización», parezca tan vacío, muerto y museológico como los grandes conceptos del movimiento obrero. El fin de la crítica significa también el fin de la reflexión, y en el capitalismo posmoderno negligente e irreflexivo el mantra de la «modernización» ganó la importancia de una vana idolatría. El concepto de modernización apenas se volvió tan inverosímil como los conceptos del «punto de vista obrero» o de la «lucha de clases». Esa pérdida de significado común a ambas partes remite también a una entidad común y a un lugar histórico común al antiguo marxismo y al mundo capitalista. Es la identidad interior secreta de los adversarios encarnizados que siempre ven la superficie cuando el conflicto inmanente sólo sobrevive porque el sistema común de relaciones se fragiliza. Siguiendo este pensamiento, como circunstancia integral de la modernización el marxismo no puede estar muerto y al mismo tiempo el capitalismo estar vivo y queriendo continuar, imperturbablemente, esta misma modernización ad infinitum. Más bien, tal vez se trate sólo de una vida aparente en un reino intermedio, o sea, de una presencia de zombies sin vida real en sus cuerpos. En la misma dirección apunta el reduccionismo tecnológico de este concepto de modernización desvinculado de todos los contenidos de naturaleza originariamente social, analítico-social y económico-crítica. Si el acceso a internet y a la biotecnología deben serlo ya todo, entonces en el fondo eso no significa nada, pues las ciencias naturales y la tecnología no pueden existir por sí solas ni producir un progreso aislado. Éstas sólo son eficaces dentro de un contexto de desarrollo social y socioeconómico que supere estadios anteriores. Una modernización centrada en una naturaleza meramente tecnológica, que ya no quiera cuestionar el statu quo del orden social y que admita haber llegado al fin de la metamorfosis de las formas sociales a través de la economía de mercado y de la democracia, se descalifica a sí misma. Estas reflexiones son ya una indicación de cómo se podría clasificar el fin del marxismo del movimiento obrero. Si la nueva crisis mundial del siglo XXI, que paulatinamente va mostrando sus contornos, consiste en que las bases comunes de la actual historia de la modernización se están volviendo obsoletas, esto significa también que el propio marxismo de las izquierdas política y sindical, juntamente con su reflexión teórica, ya logró movilizarse en el interior de las formas capitalistas. Su crítica al capitalismo no se refería, por tanto, al todo lógico e histórico de este modo de producción, sino sólo a determinados estadios de desarrollo ya recorridos o a ser superados. En este sentido, en su siglo el movimiento marxista de la clase obrera no fue de ninguna manera el sepulturero del capitalismo (de acuerdo con la célebre metáfora marxista), sino que, muy por el contrario, representó la inquietud interna propulsora, el motor vital y en cierta forma el «técnico de ayuda al desarrollo»/1 de la socialización capitalista. Por eso, el «todavía no» marxista en el sentido empleado por el filósofo Ernst Bloch no se refería en absoluto, contra la intención de éste, a la emancipación del capitalismo, de sus formas represivas y sus pretensiones fundamentales, sino más bien al reconocimiento positivo dentro del capitalismo y al progreso para la modernización dentro del capullo capitalista. El «todavía no» caracterizaba la propia escisión interna del capitalismo, sólo que todavía no significaba una visión más allá de éste, la que sólo se viabilizará en sus límites históricos. La no-simultaneidad interna del capitalismo La perspectiva de la «no-simultaneidad» inmanente a la formación del sistema social moderno puede representarse en diversos niveles. De esta manera, el modo de producción capitalista aún joven en aquel lapso de tiempo del siglo XIX en el que se inserta el período de vida de Karl Marx (1818-1883) era en cierta forma no-simultáneo en relación a sí mismo. Por un lado, ese modo de producción ya había desarrollado su lógica interna a tal punto que ésta se había vuelto visible en sus aspectos básicos y así abstractamente reconocible; por otro, las formas específicamente capitalistas todavía se encontraban mezcladas de modo múltiple con relaciones precapitalistas en distintas fases de decadencia y con las de aquella transformación aún lejos de estar concluida. Si incluso la conciencia teórica de esa sociedad en fermentación y en permanente mutación llegaba a confundir cada estadio del proceso de transformación con el «capitalismo como tal», entonces con más razón la conciencia práctica inevitablemente envuelta en las necesidades cotidianas se veía obligada a equiparar el capitalismo con las manifestaciones sociales directas, que todavía estaban impregnadas, sin embargo, de las impurezas de residuos premodernos bajo diferentes aspectos. Del mismo modo que el capitalismo parecía ser la propia identidad de cada estadio de su desarrollo aún no concluido, sobre todo en la visión de los intereses dominantes de cada época y de los apologistas de estos intereses (obsérvese que las autoridades patriarcales y las clases capitalistas de comienzos del siglo XIX, por ejemplo, difícilmente lograrían reconocerse en las figuras de los actuales capitalistas del tipo puntocom impuesto por la globalización), como contrapartida fue necesario para las fuerzas progresistas liberadas de cada uno de los respectivos estadios que el repudio a ese estado de cosas asumiese el nombre de una crítica al capitalismo, aunque en verdad se tratase sólo de una continuación del desarrollo del propio capitalismo. Por esta razón, el concepto de modernización no era tan unidimensional como hoy, sino que estaba sobrecargado de una especie de crítica intercapitalista (se podría hasta decir: una autocrítica interna progresiva del capitalismo aún no concluido). Esto todavía tenía más sentido cuando se trataba de una lucha de clases aparentemente muy fácil de ser definida. Por una parte, los propios sujetos capitalistas de los siglos XVIII y XIX, aún provistos de modelos de pensamiento y comportamiento premodernos, tendían a tratar con paternalismo y aires señoriales autoritarios a los asalariados por ellos explotados como dependientes personales, aunque, en el caso del «trabajo asalariado libre», obedeciendo a su forma, se tratase de contratos entre iguales. Por otra parte, los asalariados y sus organizaciones, que en primer lugar fueron oprimidos por el Estado, reivindicaban precisamente ese carácter de relaciones contractuales en un mismo pie de igualdad jurídica, en oposición al carácter dominador y manifiestamente personal de la relación de capital que empíricamente aún no correspondía a su concepto lógico. Con todo, y exactamente por ese motivo, la lucha de clases se convirtió en el motor de la historia de la imposición capitalista, y la crítica al capitalismo frente a los capitalistas-propietarios personales sólo equivalía en verdad a la pura lógica del propio capitalismo, o sea, a la lógica de un sistema de igualdad formal estricta de individuos abstractos, los cuales de alguna manera aparecen como átomos de un proceso que, frente a ellos, se autonomiza. No obstante, más allá de los modos de dominio paternalistas y personales y de los resquicios de relaciones sociales corporativas, había también otros factores de no-simultaneidad interna, como por ejemplo modelos culturales premodernos que bajo diversos aspectos aparecían como un estorbo frente al tiempo dinámico y abstracto introducido por la administración de empresas, al día de trabajo abstracto, al conjunto de reglas político-económicas unificadas, a la normalización de la cotidianidad y de las cosas, a la reducción funcionalista de la estética, etc. Independientemente también de la lucha de clases y de la crítica inmanente al capitalismo vinculada a ella, el contexto sistémico capitalista no estaba todavía suficientemente maduro, sobre todo si se tiene en cuenta que incluso en los países capitalistas más desarrollados (con Inglaterra a la cabeza) el modo de producción capitalista no había alcanzado aún integralmente todas las ramas de la producción, y las esferas sociales que se encontraban fuera de la producción empresarial directa (Estado, familia, vida cultural, corporaciones extraeconómicas, etc.) no estaban adaptadas lo bastante para las necesidades capitalistas y tampoco eran continuamente reestructuradas siguiendo la imagen de la racionalidad capitalista.
Posted on: Tue, 22 Oct 2013 16:30:41 +0000

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