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@marckup VISIÓN DE ISRAEL [LECTURA] Rescatamos este artículo escrito por Marcos Aguinis y publicado en el Diario La Nación de la Argentina, el Domingo 13 de octubre de 2002,que nos parece interesante volver a releer en la perspectiva de tiempo. Recomendamos su lectura. El placer de los pueblos víctima Por Marcos Aguinis | LA NACION Confieso que elegí un tema complicado. Me parece novedoso, hasta donde llega mi información. Se sabe que cuando uno copia a otro autor comete plagio; pero si copia a muchos autores, se llama investigación... Sobre este tema yo más bien cometo temeridad. Empiezo con una pregunta: ¿hay placer en ser víctima? Claro que sí. Los judíos, por ejemplo, cuando suspiran suelen exclamar: "¡ Oy vei !". Logran alivio o un gustito especial, ¿no? Denotan incomodidad, dolor, y al mismo tiempo goce. Hay ambivalencia. Enfocaré este asunto sobre los latinoamericanos, los judíos y los palestinos. Molestaré a todos, pero les aseguro que deseo serles útil. Para ser más comprensible sugiero analizar primero a la víctima desde lo individual. Para ello tengo que referirme a algo que les va a resultar muy interesante y es el fenómeno del resentimiento o rencor que casi siempre bulle en el alma de una víctima (...) ¿De dónde proviene el rencor? ¿Por qué nos interesa en este momento? Porque nace de agravios reales, de ofensas que generan en la víctima una fiebre reivindicatoria. La herida estimula una megalomanía que restablezca el balance. Esta megalomanía, paradójicamente, se alimenta de sentimientos de desvalorización. En un rencoroso, aunque lo disimule, hay siempre un exceso de susceptibilidad y cierta paranoia. El rencoroso se considera víctima, pero no toda víctima alimenta rencor. Una víctima con rencor asume que es una "víctima privilegiada", que le asiste el derecho de aplicar venganzas sin límites. Está segura de que puede hacer lo que se le ocurra para calmar su pena y reparar los desgarros. En consecuencia, es inevitable que se aproxime al sadomasoquismo porque hiperboliza la afrenta padecida y fantasea los daños que va a infringir. De "objeto humillado" anhela ascender a "sujeto atormentador". Y aquí llegamos al punto más crítico, porque anhela lo imposible: que el presente se transforme en el tiempo previo a la ofensa. Una víctima rencorosa ¡quiere cambiar el pasado! (...) El resentido o rencoroso se caracteriza por amar la protesta. Pero la mera protesta es estéril. No sirve para mucho más que la catarsis. Existe en la Argentina, en todos los países de América latina, en los árabes, los palestinos, los judíos. La protesta es sólo protesta, no es propuesta. Protesta y propuesta retumban parecidas, aunque operan como antagónicas. La protesta es el instrumento del ser débil e indefenso, impotente. Protesta un bebe en la cuna porque no puede alimentarse por sí mismo; depende de otro. Protesta el encerrado en una cárcel, porque le han cercenado la libertad de acción. Protesta, en fin, quien necesita de la ayuda ajena. Está condenado a la dependencia, la pasividad. Su grito refleja dolor, pero también débil autoestima, cadenas en los tobillos y en el cerebro. La propuesta, en cambio, entraña una actitud dinámica. Es creativa, suele contener audacia y, sobre todo,responsabilidad. Si fracasa, la culpa es de uno, por supuesto, no de otro. Y si obtiene éxito, el éxito merece una genuina celebración, porque también es de uno. América latina fue invadida, despreciada, saqueada y padeció injusticias inolvidables; el saqueo prosigue hasta nuestros días. En la década del setenta se desarrolló una teoría que alcanzó gran popularidad, la famosa "teoría de la dependencia" auspiciada por la Cepal. Al margen de que algunas de sus ideas eran respetables, nos venía bien para poner la culpa afuera. Con esa teoría se nos condecoraba con la maravillosa etiqueta de víctimas. La culpa de todo la tenían los victimarios, los ajenos (...) Los palestinos -después hablaré de los judíos- comparten con los restantes pueblos árabes el maravilloso tiempo de su florecimiento inicial. A partir de Mahoma, en poco más de 100 años, se extendieron desde la India hasta más allá de los Pirineos. Los califatos de Córdoba y de Bagdad fueron la vanguardia del desarrollo científico y artístico del mundo. En Al-Andaluz se desplegaron tres siglos de aceptable convivencia entre las tres culturas monoteístas. Pero después vino la fragmentación que impuso un letargo de centurias. Los palestinos son los árabes de un pequeño territorio disputado desde tiempo inmemorial. Era una lejana provincia del Imperio Otomano hasta la Primera Guerra Mundial. Los judíos empezaron su reconstrucción a fines del siglo XIX y en poco tiempo, incluso antes de la independencia, lo convirtieron en uno de los países de más rápido crecimiento de toda la región. En 1947, las Naciones Unidas decidieron la partición del territorio en dos Estados, uno árabe y otro judío. Los judíos aceptaron la propuesta, pero los Estados árabes vecinos decidieron una invasión "para arrojar a todos los judíos al mar". Hasta ese momento los judíos eran despreciados por cobardes y malditos, incapaces de defenderse, que emergían del espantoso Holocausto. Siete ejércitos árabes se abalanzaron sobre el recién nacido Estado de Israel. En contra de las predicciones, Israel los venció. Eso resultó muy difícil de digerir. Los árabes de Palestina sufrieron no sólo la sensación de que su tierra había desaparecido -en una parte se estableció el Estado de Israel y en la otra tomó posesión Transjordania-, sino que fueron vencidos por el enemigo menos respetable del planeta. A esa humillación debe agregarse que durante los 19 años que se extienden desde la Independencia de Israel (1948) hasta la Guerra de los Seis Días (1967), en ningún momento nadie habló de crear un Estado Palestino en Cisjordania y Gaza. Al contrario, los palestinos fueron objeto de una vergonzosa manipulación por parte de los demás Estados árabes, que los usaron en los foros internacionales mientras nada hacían para aliviar su miseria. Jamás esos Estados reconocieron su exclusiva responsabilidad por la guerra de 1948 y el aborto del Estado palestino que pudo surgir entonces. Los campamentos de refugiados fueron mantenidos con dinero internacional, donde el aporte árabe se caracterizaba por su escasez. En lugar de ayudarlos a rehacer sus vidas, los empujaron hacia la irracionalidad, el odio y la envidia. Un turista, cuando volvió a la Argentina, me contó sobre la notable diferencia entre el paisaje de Israel y el de sus vecinos. En Israel abundan las flores, las plantas, los árboles, y en torno predomina la desolación. Le preguntó a un árabe por qué no mejoraban sus campos y la respuesta fue: los judíos se quedaron con la mejor parte. Bueno, quienes hemos recorrido una y otra parte sabemos cuánta mitificación e injusticia se acumula en esta afirmación mentirosa, sabemos cuánto sudor y tenacidad invirtieron los judíos para que se produjera el milagro de convertir piedras y arenas en un vergel alucinante. Pero esta anécdota, con sus embustes, alerta sobre la profundidad de la alienación palestina. No prestan atención al hecho de que Tel Aviv fue levantada sobre dunas y la mayor parte de las colinas forestadas, así como los parques y extensos cultivos son el producto del trabajo, la creatividad y una devoradora pasión constructora. En un sector del alma palestina prevalece la sensación del despojo. Son víctimas. Tienen rencor. Por lo tanto, sueñan con cambiar el pasado y volver a los tiempos supuestamente idílicos en los que no había israelíes. Una amplia franja (no todos) empeña sus fuerzas en destruir a Israel para vengarse de las heridas que incluso les infligieron sus hermanos, y restablecer de esa forma el balance perdido. En ese empeño anida el ansia por apoderarse de las riquezas que creó Israel. Todo lo que tiene Israel les ha sido robado -insisten-, hasta las flores. En lugar de construir su Estado propio, anhelan destruir el que ya existe y quedarse con lo que tiene. Suena muy duro, lo sé, y me duele. Uno de los errores cometidos por la administración israelí desde 1967 ha sido no haber estimulado la prosperidad avasalladora de los palestinos. Progresaron, pero no lo bastante. Se hubieran convertido en un pueblo árabe modelo y habrían apostado a una paz permanente. La visión del liderazgo israelí, concentrada en la seguridad de su nación amenazada, no advirtió que la mejor senda para conseguir esa seguridad era ayudando al progreso de los palestinos que hasta entonces no habían conocido más que la hipocresía y la traición. La tragedia palestina se ha tornado más grave desde que empezó la segunda Intifada. Me siento obligado de marcar su abismal diferencia con la primera, que tuvo dos grandes méritos: fortificar la identidad nacional palestina y conducir a los acuerdos de Oslo. La segunda, en cambio, es criminal porque destruyó la lenta confianza que se tejía con los israelíes, desató una tempestad de odio mutuo y envenenó el fuerte campo de la paz que existía en Israel. Los buenos caminos fueron arrasados por la locura (...) La ocupación, como han insistido valientes ciudadanos de este sufrido país, le hace daño al mismo Israel, porque corroe su cimiento moral. Además, brinda una excusa de oro a los líderes palestinos que no quieren la paz, porque la paz los sacaría de escena. La ocupación no trae beneficios a nadie. Tampoco los asentamientos. A mi juicio la paz sería mucho más fácil de lograr si Israel evacuase de inmediato el 80 por ciento de los territorios y una porción de los asentamientos. Este gesto no caerá en el vacío. Israel ya evacuó la Franja de Seguridad del Líbano sin pedir nada a cambio y eso no empeoró la situación de Galilea. Quedaría para la negociación final el 20 por ciento restante. Pero los palestinos dejarían de ver soldados israelíes en sus calles y sentir que los controlan como a condenados del infierno. Por supuesto que el Hamás y la Jihad islámica seguirán insistiendo que la ocupación prosigue, ya que para ellos es territorio ocupado hasta el mismo centro de Tel Aviv. No importa. Sus psicóticas demandas irán perdiendo consenso. Es verdad que Israel tiene pleno derecho a defenderse, pero además tiene la obligación de lanzar iniciativas que rompan el juego de los violentos. Tiene esa obligación porque es una democracia, porque representa la modernidad, porque le sobran cerebros admirables. Israel no puede reducirse a un mero espejo de la alienación ajena. Lo digo con la mano en el corazón. Bien. Veamos ahora qué sucede con el goce de ser víctimas entre los mismos judíos. Primero debemos saber si de verdad son víctimas. ¿Qué opinan? Yo me adelanto en responder que sí. Más aún, en la historia del mundo no existe otro pueblo que haya sufrido una opresión más tenaz, generalizada y sistemática que los judíos. No lo hay. Una similitud fue protagonizada por los negros, pero su discriminación tiene poco más de 400 años. Los judíos ganan por varios siglos, ¿no? Son víctimas reales. Eso explica su tendencia al folklórico suspiro "¡ oy vei !" Pero tienen algo curioso. Pese a que constituyen el grupo humano con mayores credenciales para el rol de víctima, y pese a que suelen quejarse de ese rol y pretender sus beneficios, no revelan inclinación por la venganza. En eso son una excepción. Pueden estar irritados, pueden odiar, maldecir y recordar hasta el fanatismo las humillaciones padecidas, pero no cultivan la venganza. La razón es histórica, no genética. ¿Cuando padecían pogroms , cuando los juliganes asaltaban sus aldeas y violaban a las mujeres, asesinaban hombres y niños, prendían fuego a todo, cómo respondían?: ¿vengándose de los juliganes? ¿atacando a cosacos, soldadesca, bandas armadas? Nada de eso. Lloraban, enterraban a los muertos, curaban los heridos, consolaban a los huérfanos, reconstruían sus chozas. El dolor no se encaminaba hacia imposibles venganzas porque no había posibilidad física de realizarlas. En lugar de venganza su energía marchaba hacia la reparación. De su dolor nacían liturgias, poemas, libros filosóficos, leyendas, escuelas, gestos de solidaridad. Así fue durante siglos y siglos. Después del Holocausto, con pocas excepciones, los judíos no se dedicaron a matar alemanes, sino a consolidar el Estado de Israel. El inmenso dolor del Holocausto fue el motor de un renacimiento sin paralelo en todos los frentes. No cercenaron la memoria -cultivan como nadie la memoria-, pero no la usan para quedarse en el pasado. Por una parte recuerdan, por la otra convierten el recuerdo en una palanca del presente. Son víctimas, se quejan, pero no aguardan que otros les regalen el progreso. Han aprendido a arreglárselas en soledad y en desamparo. Sus protestas son superadas por las propuestas. Antes de viajar me preguntaron en la Argentina: ¿Qué significa para usted el doctorado honoris causa que le confiere la Universidad de Tel Aviv en este momento? Respondí: significa que en Israel, a pesar de la situación terrible que padece, no dejan de funcionar la ciencia, el arte, la producción de bienes y la creatividad. lanacion.ar/439843-el-placer-de-los-pueblos-victima
Posted on: Mon, 10 Jun 2013 16:01:05 +0000

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