watchman nee UNA COMISION ESPECIFICA EN LA ORACION Lectura - TopicsExpress



          

watchman nee UNA COMISION ESPECIFICA EN LA ORACION Lectura bíblica: Jer. 33:2-3; 1 Ts. 5:19 UNO Todo hijo de Dios debe de tener una comisión de orar por algo específico. Ningún hijo de Dios puede decir que nunca la haya recibido. No obstante, sólo la podemos recibir cuando nuestro espíritu está abierto a El. La condición que necesitamos para recibir este encargo es un espíritu abierto a Dios. Una vez que hayamos recibido esta comisión, debemos llevarla a cabo fielmente por medio de la oración. Después de haber cumplido con esta comisión específica, recibiremos una segunda, y después una tercera y así sucesivamente. Por lo tanto, lo más importante es tener un espíritu abierto a Dios. Debemos decirle: “Abro mi ser ante Ti para orar”. A causa de nuestra infidelidad, rara vez recibimos este sentir. Por lo tanto, si queremos colaborar con Dios, debemos permanecer sensibles y no rechazar ningún sentir que provenga de El. Si sentimos que debemos orar por algo, debemos hacerlo inmediatamente. Al principio el deseo de orar no es muy intenso, pero irá cobrando fuerza a medida que avancemos. Si apagamos el Espíritu y no damos libertad a este sentir por medio de la oración, se desvanecerá, y sólo lo podremos recobrar confesando nuestro pecado y obedeciendo fielmente a partir de ese instante a todo sentir que Dios nos ponga. Debemos orar tan pronto como seamos inducidos a hacerlo. Si respondemos fielmente al sentir que tenemos, Dios nos continuará dando comisiones específicas en la oración. La única razón por la cual no recibimos una comisión específica es no haber cumplido la anterior, y por no haberlo hecho, quedamos aprisionados bajo su peso. Si llevamos a cabo la primera comisión de orar, recibiremos otra. Quizás al principio este sentir sea casi imperceptible, pero debemos obedecerlo. Si somos fieles al Señor en esto, Dios continuará poniendo en nosotros el deseo de orar por algo específico. Hermanos y hermanas, si deseamos ser útiles para Dios, debemos recuperar ese sentir de orar que hemos perdido. Esta comisión de orar por algo específico se relaciona directamente con la obra del Señor. Por lo tanto, debemos procurar hacer la voluntad de Dios en todo y esperar que El nos comunique el deseo que tiene en Su obra. Este deseo de orar por algo específico manifiesta la voluntad de Dios. El sentir que recibimos es el medio por el cual Dios manifiesta Su voluntad, y también es la voluntad misma de Dios. Por ejemplo, puede ser que Dios le ponga el sentir definido de predicar el evangelio. Si usted obedece y actúa según la voluntad de Dios, cuanto más predique, más satisfará ese sentir. Tal vez sienta un peso al principio, pero cuanto más predique, más liviano se le hará. Sin embargo, si usted no descarga ese peso, éste aprisionará su espíritu, y sentirá que aumenta con el tiempo. Con el tiempo, usted se volverá insensible y no volverá a percibir nada. La vida interior comenzará a desvanecerse; sentirá como si hubiese una barrera entre usted y Dios (no significa que pierda su salvación eterna, ni que se condene; simplemente significa que usted sentirá como si su vida hubiese dejado de moverse), como si ya no pudiera tener contacto con el Señor, y como si el peso lo hubiera aprisionado. La obra espiritual en su totalidad proviene de un sentir. Si uno trata de laborar sin tener un sentir definido, la obra que haga no tendrá ningún resultado. Pero si labora de acuerdo con el sentir que recibe, todo su ser será más libre a medida que avanza. Tal vez inicialmente usted sienta un peso, pero a medida que ora, el peso se aliviana y usted se siente satisfecho. El valor de su obra depende del sentir que haya recibido con relación a ella. Sin este sentir definido, su labor no tendrá ningún valor espiritual. Cada vez que usted actúe conforme a un sentir definido, se sentirá reconfortado y será edificado. A medida que presenta su oración, usted es edificado. Sin esta comisión específica en la oración, usted sentirá que está laborando en vano e incluso sentirá desaprobación a medida que avanza. En toda obra espiritual, debe esperar primero hasta recibir una carga de parte de Dios y proponerse luego a descargarla conscientemente. DOS Esto no implica que constantemente tengamos que examinar nuestro interior para descubrir si tenemos un sentir. Entre los hijos de Dios, no hay nada más dañino que encerrarse en sí mismo. Es muy peligroso desviar nuestra mirada hacia nuestro interior. Esto puede ser más grave que el pecado. El pecado se puede reconocer rápidamente, pero no sucede lo mismo cuando uno se mete en sí mismo. Una enfermedad que no se siente es siempre mucho más grave y dañina que un mal obvio. Si le preguntaran si es correcto ser orgulloso o tener envidia, inmediatamente respondería que no. Estos defectos son evidentes. Pero usted puede estar encerrado en sí mismo veinte veces en un sólo día sin tener la sensación de haber hecho nada malo. Si pelea, inmediatamente se percata de que ha hecho algo malo y puede identificar su problema. Pero puede meterse en sí mismo sin tener la menor idea de lo maligno que es eso. Mirar nuestro interior perjudica mucho la vida cristiana. Muchos cristianos se mantienen encerrados en sí mismos y llevan una vida de falsa espiritualidad. Antes de actuar se detienen y preguntan: “¿Es esto un peso que se me haya dado? ¿Es de Dios este sentir que tengo? ¿He recibido este encargo? ¿Cuál es la comisión por la que tengo que orar?” Si un hombre se hace continuamente estas preguntas, no sabe lo que es la comisión específica en la oración. Supongamos que alguien le pide que lo ayude a llevar una mesa de un cuarto otro. Mientras lo hace, ¿acaso se pregunta si eso es una carga? ¿Diría acaso que no es una carga porque la mesa es muy liviana, pero que lo sería si fuese más pesada? No. Siempre que uno sienta el peso de algo, ésa es una carga. Recuerde que una carga es algo que usted conoce, no algo que tenga que descubrir. Si tiene el deseo de orar por algo específico, lo sabe. Es erróneo mirar hacia el interior de uno para ver si tiene el sentir o no. La comisión específica de orar es algo de lo que uno es consciente, no algo que se busca. Es de suma importancia reconocer este hecho. No se obtiene ningún beneficio de la reflexión. El mayor daño que un cristiano puede sufrir viene de meterse en sí mismo, pues esto lo engaña. No es necesario buscar constantemente este sentir. Si siente que debe predicarle el evangelio a alguien y se detiene para preguntarse si ha recibido esta comisión, la oportunidad desaparecerá. Hermanos y hermanas, no nos ayuda rebuscar en nosotros mismos. Es fácil percibir si uno tiene la comisión de orar. No necesita escudriñar tratando de hallar este sentir. Si tiene que mirar dentro de sí para encontrar un sentir, es que no tiene ninguno. No es necesario pedir nada. Si tiene ese sentir dentro de usted, inmediatamente lo sabrá. Si algo pesa sobre usted, eso es una comisión para orar. Si uno siente un peso interior, aquello es una comisión específica por la cual orar, y si responde a ella, se sentirá aliviado. Entonces quedará libre para que Dios le dé otra, y será edificado en el proceso. La obra de Dios se lleva acabo de esta forma. El ministerio de oración se lleva a cabo de la misma manera. La oración y la obra son inseparables. Sin oración no puede haber ninguna labor. Por lo tanto, uno debe aprender a aceptar esta comisión y cumplirla por medio de la oración. Puede ser que el Señor ponga en usted cierto asunto y le haga sentir el deseo de orar. Si usted ora, la carga será aliviada y usted se sentirá reconfortado. Pero si no lo hace, sentirá que el peso de esa carga lo agobia. Si no ora hoy, ni mañana ni el día siguiente, se sentirá perturbado cada vez que piense en ello, y este sentir se volverá cada vez más pesado por no haber hecho lo que debía. Después de ponerla una o dos veces de lado, terminará por no sentirla más. Si en repetidas ocasiones usted actúa en contra de su sentir, llegará al punto en que no lo sentirá. Perderá el contacto con Dios y no podrá tener comunión con El. Se levantará una barrera entre usted y Dios por no haber sido fiel a la comisión dada y no haber actuado según la dirección de Dios. Toda obra debe ser conducida por una comisión específica de oración, sea que la obra se dirija a Dios o a los hombres. Cuando uno tenga una comisión de orar, debe actuar conforme a ella. De no hacerlo, se sentirá muerto por haber hecho caso omiso de la voluntad de Dios. Este sentir en la oración es un requisito necesario en la obra de Dios. Una vez que usted tenga una comisión específica en la oración, tendrá que actuar conforme a ella. TRES Aunque es posible que el sentir que tengamos sea de Dios y que nuestro deseo de orar sea la voluntad de Dios, también puede ser que nuestro conocimiento gobierne este sentir, principalmente en su etapa inicial, aunque hay excepciones. Por ejemplo, Dios puede recordarnos ciertas cosas y pedirnos que oremos por ellas. Es posible que a la media noche nos despierte para que nos levantemos a orar por un hermano que vive en un sitio lejano. Estas cosas no son muy comunes, pues Dios no hace esto muy frecuentemente. A veces El tiene que buscar a otra persona de muy lejos, al no poder encontrar a alguien cerca; no obstante, éstas son excepciones. En condiciones normales, Dios dirige a los hombres según lo que sepan. Es por esto que decimos que el conocimiento gobierna la comisión específica en la oración en su etapa inicial. Después de que uno tiene el conocimiento, no necesariamente tiene este sentir. Quizás conozcamos la condición de todo lo relacionado con ciertos hermanos y hermanas, y aún así, no tengamos ningún sentir con relación a ellos ni nos sintamos conmovidos en nuestro interior. Aunque tenemos el conocimiento, no deseamos orar por ello. Por lo tanto, la comisión específica en la oración no viene primordialmente del conocimiento; sin embargo, éste gobierna nuestro sentir al comienzo. Por ejemplo, Dios puede darle a uno el conocimiento de ciertos asuntos y el deseo de orar y de ayudar en la situación. Es así como recibe uno la comisión. Se puede formar este sentir al principio a través del conocimiento. Inclusive la mayor parte de dicha comisión parte del conocimiento. No es común que Dios inicie este sentir sin que se tenga algún tipo de conocimiento al respecto. No obstante, puede haber excepciones. A veces Dios puede darle a uno el deseo de orar por cierto hermano que posiblemente esté enfermo o en dificultades de lo cual uno no esté informado. Sin embargo, Dios le pone un sentir definido en su interior de orar por él. Quizás después de unas semanas o unos meses, reciba una carta de él, en la que se entere de que él se hallaba enfermo y en dificultades. Hay casos como éstos, pero no son comunes. Esto puede suceder, pero es esporádico. Por lo general, este sentir de orar se inicia a partir del conocimiento. Sin embargo, esto no significa que el conocimiento por sí solo equivalga a un sentir. CUATRO Puesto que la oración es un ministerio cristiano importante, surge una pregunta: cuando haya un sentir intenso de orar, ¿debemos expresarlo en palabras, o debemos guardar silencio? ¿Podemos simplemente llevar nuestro sentir silenciosamente ante Dios? Creemos que si Dios nos da un sentir definido, El quiere que lo expresemos con palabras. Si sólo tenemos unas cuantas palabras dispersas, debemos usarlas. Este sentir definido es expresado únicamente con palabras. Si permanecemos callados delante de Dios, el deseo de orar no se irá, sino que se volverá cada vez más intenso. Es sorprendente el valor que tienen nuestras palabras en la esfera espiritual. Dios toma en cuenta no sólo lo que creemos, sino también lo que decimos. El presta atención no sólo a las intenciones de nuestro corazón, sino también de las palabras de nuestra boca. Nuestro Dios dijo a la mujer cananea: “Por esta palabra, ve; el demonio ha salido de tu hija” (Mr. 7:29). Las pocas palabras que pronunció la mujer cananea hizo que el Señor obrara. Puede ser que hagamos una petición en nuestro corazón, pero tiene más efecto si la expresamos con palabras. Parece como si Dios nos pidiera que expresáramos lo que tenemos en el corazón. La oración del Señor en el huerto de Getsemaní fue crucial, y fue una oración hecha con “gran clamor” (He. 5:7). No queremos decir que solamente debemos hacer oraciones en voz alta. A veces no es necesario que oremos audiblemente. Pero si tenemos un peso en nuestro interior, el peso que sentimos y la expresión exterior deben concordar. Si el sentir que tenemos dentro no es fuerte, las oraciones en voz alta no son más que ruido. Pero si el sentir en nuestro interior pesa, debe ser expresado con sonidos audibles. Si no podemos orar en voz alta en nuestra casa, entonces debemos encontrar un lugar donde podamos expresar nuestro sentir como el Señor lo hizo. A veces El se retiraba a un lugar desierto (Mr. 1:35) y en otras ocasiones, se iba a un monte (Lc. 6:12). Si no podemos ir al desierto ni al monte, de todos modos debemos orar audiblemente, aunque sea en voz baja. Lo importante es que nuestras oraciones sean expresadas verbalmente. Si nuestro sentir de orar es lo suficientemente fuerte, encontraremos un lugar adecuado para hacerlo. Dios desea que articulemos nuestro sentir con palabras. Si no lo hacemos, este sentir permanecerá en nosotros. Algunos dicen erróneamente que oran en silencio y que no importa mucho si esta comisión específica en la oración es cumplida o no. Si un hombre no ha terminado la obra que tiene en sus manos, no puede proseguir a la siguiente. De la misma forma, si nuestro deseo de orar no es aliviado, Dios no puede darnos otro. Tenemos que responder a nuestro sentir con nuestras palabras para que Dios pueda darnos otro sentir. Muy frecuentemente, nuestra dificultad radica en que aunque estamos conscientes de tener una carga por la cual orar, no sabemos cómo presentarla cuando nos arrodillamos. Sabemos que tenemos un peso dentro de nosotros, pero no sabemos que decir. Necesitamos darnos cuenta de que nuestro sentir está en el espíritu, mientras que la comprensión de este sentir está en la mente. Cuando nuestro espíritu toca nuestra mente, entendemos el sentir que tenemos en el espíritu. Cuando nuestro espíritu y nuestra mente entran en contacto, ambos llegan a tener claridad. Algunas personas sienten un peso, pero no saben qué es. Esto se debe a que su espíritu aún no ha tocado su mente. Por consiguiente, cuando su espíritu tiene un sentir, su mente no lo comprende. ¿Cómo se puede establecer contacto entre el espíritu y la mente? De una forma muy sencilla. Si usted desea encontrar algo, ¿qué hace para hallarlo? Si el objeto está en el occidente, ¿cómo podría encontrarlo yendo hacia el oriente a buscarlo? Tendría que darle la vuelta al mundo para hallarlo. Puede ser que el objeto esté a un kilómetro de distancia, pero usted habría tenido que caminar alrededor de la tierra para encontrarlo. Usted debe tomar como centro el punto donde esté y comenzar a buscar desde ahí moviéndose gradualmente del centro a la circunferencia, expandiendo el círculo a medida que avanza. De esta forma, abarcará todas las direcciones. Esta es la mejor manera de buscar las cosas. Cuando su espíritu pierde el contacto con la mente, usted debe hacer lo mismo. Cuando se arrodille para orar, no se aferre tenazmente a una cosa. Esto sería caminar en una sola dirección, y así no encontraría fácilmente lo que busca. Ore por muchas cosas y en muchas direcciones. Después de proferir unas cuantas frases, puede percibir que aquello no es el asunto por el cual debe orar; entonces debe dejarlo y tomar otro asunto. Quizás tenga que cambiar dos, tres o cuatro veces de enfoque. Puede ser que después del segundo asunto, llegue a tener claridad, o tal vez tenga que mencionar cinco o seis cosas antes de sentir que ha tocado algo que concuerde con su sentir; pero una vez que ore por esto, su mente y su espíritu se unirán. Usted debe entonces orar específicamente por ese asunto a fin de aliviar su carga. Una vez que ore de esta forma, se sentirá aliviado, y cuando haya respondido a su primer sentir, estará listo para recibir otro de parte de Dios. CINCO Muchos cristianos no pueden ser usados por Dios en el ministerio de la oración porque están sobrecargados. Nunca han llevado a cabo ninguna comisión específica en la oración. Dios les da la comisión de orar y puede ser que la reconozcan; e incluso quizás su mente y su espíritu estén conectados, y aún así no oran; dejan que este sentir se vuelva cada vez más pesado hasta que llegan a sentirse tan abrumados por su peso, que no pueden soportarlo más. Entonces el sentir de orar se va. Hermanos y hermanas, la obra de Dios se obstaculiza seriamente si no tenemos un espíritu libre para servir como instrumentos útiles. Si necesitamos que alguien nos ayude a hacer cierta tarea, pero lo vemos con las manos demasiado ocupadas, sería inútil que buscáramos su colaboración. De la misma forma, si estamos sobrecargados, ¿cómo puede Dios encomendarnos algo más a nosotros? Es por esto que debemos responder a ese sentir; eso nos hará libres, y Dios podrá darnos más. Si no llevamos a cabo esta comisión, no podremos llevar a cabo un ministerio de oración delante del Señor. El ministerio de oración requiere un espíritu libre. Si tenemos un sentir en nuestro espíritu y no oramos por él, no podremos pasar a orar por otro. Si tenemos el deseo de orar, pero no somos fieles en esto ni en tomar el ministerio de oración delante del Señor, sentiremos una carga pesada el primer día, más pesada el segundo y aún más pesada el tercero. Después de varios días, el sentir gradualmente se desvanecerá, y también la fuerza para orar. Si tenemos este sentir y no oramos, a la larga, esto nos costará nuestro ministerio de oración. Por lo tanto, debemos dedicar tiempo para cumplir con nuestro ministerio de oración. La mejor manera de orar es hacerlo con dos o más personas; esto nos salvará del individualismo. Muchos no han aprendido a orar con otros. Al orar en compañía, no sólo debemos orar, sino también escuchar. Si aprendemos a orar de este modo, la oración “en espiral” de la que hemos hablado, es decir, la que se extiende del centro hacia la circunferencia, será eficaz. Por medio de la oración, podemos expresar el sentir que Dios nos ha dado. La oración libera nuestro espíritu y nuestro ser y permite que Dios continuamente nos encomiende un nuevo sentir. Hoy día, Dios necesita la cooperación de Su iglesia en la tierra y nuestra cooperación por medio de la oración. Espero que podamos cumplir Su voluntad. LA LLAVE DE LA ORACION Lectura bíblica: Mt. 7:8; Is. 62:6-7 La oración es un asunto de gran importancia en la vida espiritual del creyente. Todo cristiano genuino es consciente de esto y por eso ora. Sin embargo, aunque algunos hijos de Dios pasan tiempo orando por numerosos asuntos, sus oraciones no parecen tener mucho efecto. Es como si no hubiesen encontrado la manera correcta de orar. Esto se debe a que aún no han descubierto la llave de la oración. En todo lo que hagamos, primero debemos hallar la clave para hacerlo. Si queremos entrar a un cuarto y la puerta está con seguro, no podremos entrar, a menos que tengamos la llave. Supongamos que se necesitan dos personas para meter una mesa en un cuarto. Algunas pueden hacerlo sin ningún problema; otras tal vez lo hagan torpemente, tropezándose y golpeando la mesa, haciendo un enorme esfuerzo por pasar la mesa a través de la puerta. Aunque el tamaño de la mesa y el ancho de la puerta sea el mismo en ambos casos, la diferencia radica en las personas que cargan la mesa. Algunos tienen la clave o el secreto para cargar la mesa, otros no. Los primeros son personas que han encontrado la clave para hacer bien las cosas; son trabajadores aptos. Después que una persona ha descubierto la clave, puede hacer las cosas dos veces más rápido que los demás, mientras que aquellos que no la tienen, se esfuerzan en vano. Este mismo principio se aplica a la oración. Mateo 7 habla de los principios relacionados con la oración, uno de los cuales es: “El que busca, halla” (v. 8). Buscar requiere un esfuerzo. Todo el que busca sin interés ni seriedad, no hallará nada. Buscar implica tener paciencia y perseverancia, y a menos que seamos minuciosos, no hallaremos lo que buscamos. Cada vez que Dios no responda a nuestras oraciones, debemos ser pacientes y buscar diligentemente la llave de la oración. En el pasado, Dios respondió las oraciones de muchos santos porque poseían la llave de la oración. Si leemos la biografía de George Müller, quien fundó un gran número de orfanatos, podemos ver que él era un hombre de oración; durante toda su vida siempre recibía respuestas a sus oraciones. George Müller había descubierto la llave. Muchos creyentes sinceros hacen oraciones largas y elaboradas, pero no reciben respuestas de parte de Dios. En la oración, las palabras son indispensables, pero nuestras palabras deben ir al grano; deben ser palabras que toquen el corazón de Dios y lo conmuevan de tal forma que no tenga más alternativa que conceder nuestras peticiones. Las palabras específicas son la llave de la oración, pues concuerdan con la voluntad de Dios, y El no puede evitar responderlas. Veamos la llave de la oración en algunos ejemplos de las Escrituras. LA ORACION DE ABRAHAM POR SODOMA (GENESIS 18:16-33) Cuando Dios le comunicó a Abraham que estaba a punto de ejecutar Su juicio sobre Sodoma y Gomorra, por la maldad de dichas ciudades, Abraham esperó delante de El. Luego comenzó a orar por Sodoma. El no se limitó a decir: “¡Oh Dios, ten misericordia de Sodoma y de Gomorra!” Tampoco le suplicó a Dios con gran vehemencia, diciendo: “¡Prohibe que Sodoma y Gomorra sean destruidas!” Abraham se aferraba al hecho de que Dios es un Dios justo (Gn. 18:25); ésa era la llave de su oración. En profunda humildad y con gran sinceridad, procedió a hacerle una serie de preguntas a Dios. Sus preguntas fueron sus oraciones. A medida que oraba, permaneció firme sobre la base de la justicia de Dios. Finalmente dijo: “No se enoje ahora mi Señor, si hablare solamente una vez: quizá se hallarán allí diez” (v. 32). Después de esto, no continuó haciendo más peticiones. Después de que Dios le respondió, se nos dice que “Jehová se fue”. Abraham no trató de aferrarse a Dios ni tampoco insistió con su oración. El regresó a su lugar. Algunos tal vez piensan que Abraham debió haber continuado suplicándole a Dios y que no debió haberse detenido con tan sólo diez justos. Sin embargo, las Escrituras muestran que Abraham conocía a Dios y conocía la llave de la oración. El escuchó al Señor decir: “El clamor contra Sodoma y Gomorra se aumenta más y más, y el pecado de ellos se ha agravado en extremo ... El clamor ... ha venido hasta mí” (vs. 20-21). Si no hubiesen ni siquiera diez justos en una ciudad, ¿qué clase de ciudad es ésa? El Señor ama la justicia y aborrece la iniquidad (He. 1:9). El no puede encubrir el pecado y abstenerse de ejercer Su juicio. La destrucción de Sodoma y Gomorra era la terrible consecuencia de su pecado y era la manifestación de la justicia de Dios. Cuando Dios destruyó esas ciudades, no cometió ninguna injusticia en contra de ningún hombre justo; El “rescató al justo Lot, oprimido por la conducta licenciosa de los inicuos” (2 P. 2:7). La oración de Abraham fue concisa y recibió respuesta. No hubo injusticia en Dios. El no hizo morir al justo con el impío (Gn. 18:25). Nosotros lo adoramos y lo alabamos por esto. JOSUE INQUIERE EN CUANTO A LA DERROTA EN HAI (JOSUE 7) Cuando los hijos de Israel atacaron la ciudad de Hai: “Huyeron delante de los de Hai. Y los de Hai mataron de ellos a unos treinta y seis hombres, y los siguieron desde la puerta hasta Sebarim, y los derrotaron en la bajada; por lo cual el corazón del pueblo desfalleció y vino a ser como agua” (Jos. 7:4-5). Después de un triunfo tan poderoso en Jericó, ¿por qué los hijos de Israel sufrieron una derrota tan aparatosa en Hai? Lo único que Josué podía hacer era postrarse ante Dios, acudir a El, esperar, y preguntarle por la causa de la derrota. Josué estaba afligido por el peligro en que se hallaba Israel, pero se afligía aún más a causa de la deshonra que esto había traído al nombre del Señor; por lo tanto, inquirió: “¿Qué harás tú a tu grande nombre?” Esta fue la llave de su oración. El honró el nombre de Dios. ¡Su preocupación era qué haría Dios por Su propio nombre! Cuando Josué llegó a este punto, Dios habló. Dijo: “Israel ha pecado ... por esto los hijos de Israel no podrán hacer frente a sus enemigos ... ni estaré más con vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros” (vs. 11-12). A Dios le importaba Su propio nombre, y no podía tolerar el pecado entre Su pueblo. El escuchó la oración de Josué y lo instruyó a que descubriera el pecado que había causado el problema y le pusiera fin. Después de que Josué esclareció la causa de la derrota de Israel, se levantó muy temprano para dar por terminado el asunto y descubrió que el pecado era la codicia de Acán. Cuando Israel eliminó ese pecado, la derrota se convirtió en victoria. Tolerar y esconder nuestro pecado es hacer que el nombre de Dios sea blasfemado y es darle a Satanás ocasión para atacar al pueblo de Dios. Josué no se limitó a orar con celo y sin discernimiento, y tampoco le pidió a Dios que salvara a Su pueblo y le diera la victoria una vez más. La deshonra que esto trajo al nombre de Dios le causó gran dolor, y su súplica le recordó a Dios que solucionara este asunto por causa de Su propio nombre. Su oración fue al grano y produjo una respuesta de parte de Dios. Josué primero tuvo que encontrar la razón del fracaso. El tuvo que descubrir el pecado y ponerle fin para que se le diese gloria a Jehová, el Dios de Israel. LA CONSULTA DE DAVID CON RESPECTO A LOS TRES AÑOS DE HAMBRE (2 SAMUEL 21:1-9, 14) “Hubo hambre en los días de David por tres años consecutivos. Y David consultó a Jehová” (v. 1). David no hizo una oración sencilla diciendo: “Oh Dios, este período de hambre ha durado tres años; te rogamos que tengas misericordia de nosotros. Ponle fin a esto y concédenos una cosecha abundante este año”. No, David no oró de esta manera. “David consultó a Jehová”. El buscó la causa del hambre. La consulta de David fue al grano; tocó la llave. Dios dijo: “Es por causa de Saúl, y por aquella casa de sangre, por cuanto mató a los gabaonitas” (v. 1). Dios no tolerará el pecado de romper un voto, y David tuvo que eliminar este pecado. Después que resolvió ese problema, la palabra de Dios relata que “Dios fue propicio a la tierra después de esto” (v. 14). David poseía la llave de la oración; por eso fue al grano, y su oración produjo la respuesta de Dios. LAS ORACIONES DEL SEÑOR JESUS (JUAN 12:27-28; MATEO 26:39-46) Las oraciones de nuestro Señor eran perfectas, y siempre tocaban la llave de la oración. Cuando se rehusó a recibir a los griegos que lo buscaban, dijo: “Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré?” (Jn 12:27). El revertió el asunto cuidadosamente y pensó: “¿Qué diré? Padre, sálvame de esta hora”. No, El sabía que no podía orar de esa forma. El lo reconoció y por eso añade: “Mas para esto he llegado a esta hora” (v. 27); por lo tanto oró: “Padre, glorifica Tu nombre”. Esta oración tuvo una respuesta inmediata. “Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez” (v. 28). Si esta fue la forma en que el Hijo de Dios, como el Hijo del Hombre, oró a Dios mientras estaba en la tierra, ¿cómo entonces nos atrevemos en el impulso del momento a abrir nuestros labios para hacer oraciones apresuradas? Es esencial que descubramos la llave de la oración. Esa noche en el huerto de Getsemaní nuestro Señor Jesús estaba triste hasta la muerte. ¿Cómo oró en tales circunstancias? Dijo: “Padre Mío, si es posible, pase de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como Tú” (Mt. 26:39). El poseía la llave de la oración. No le temía a la muerte, y aunque tenía libertad de hacer Su propia voluntad, escogió no hacer su propia voluntad; El prefirió hacer la voluntad de Su Padre. Así que oró por segunda vez: “Padre mío, si no puede pasar de Mí esta copa sin que Yo la beba, hágase Tu voluntad” (v. 42). Luego oró por tercera vez diciendo las mismas palabras (v. 44). Cuando tuvo la certeza de cuál era la voluntad de Su Padre, dijo a Sus discípulos: “La hora está cerca ... Levantaos, vamos” (vs. 45-46). Si nuestro Señor como un hombre sobre la tierra supo usar muy bien la llave de la oración y se negó a Sí mismo a fin de procurar la voluntad de Dios, ¿cómo podemos nosotros pronunciar negligentemente unas cuantas palabras en oración y pensar que ya podemos discernir la voluntad de Dios? LA ORACION DE LA MUJER CANANEA (MATEO 15:22-28; MARCOS 7:24-30) Cuando la mujer cananea estaba angustiada y en necesidad, clamó: “¡Ten misericordia de mí, Señor, Hijo de David!” (Mt. 15:22). ¿Fue sincera su oración? Ciertamente lo fue. Pero es sorprendente que el Señor “no le respondió palabra” (v. 23). Los discípulos parecen haber sentido lástima de ella, porque hablaron en favor de ella: “Despídela, porque viene gritando detrás de nosotros” (v. 23). Pero el Señor les respondió: “No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (v. 24). La respuesta del Señor le dio a la mujer la llave para acercarse. Ella vio que el Hijo de David solamente se relacionaba con la casa de Israel, no con los gentiles. Así que ella vino y le adoró, diciendo: “¡Señor, socórreme!” (v. 25). Ella lo llamó “Señor”, y no “Hijo de David”. Ella comprendió que sólo los Hijos de Israel tenían derecho a usar este título; así que ella abandonó la base equivocada sobre la cual estaba, y dirigió su oración refiriéndose a El como “Señor”. Esta oración provocó Su respuesta: “No está bien tomar del pan de los hijos, y echarlo a los perrillos” (v. 26). Aparentemente Su respuesta fue muy fría; era como si el Señor la estuviera rechazando y humillando. En realidad, El estaba tratándole de mostrar dónde se hallaba ella para que finalmente pudiera conocer el significado de la gracia. La mujer vio su posición; ella pudo ver al Señor y también Su gracia y, aferrándose de la llave de la oración, dijo: “Sí, Señor; también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos” (v. 27). Esto hizo que el Señor la elogiara, diciéndole: “¡Oh, mujer, grande es tu fe!” (v. 28). Ella había encontrado la clave de la oración, y espontáneamente expresó fe. En Marcos 7 el Señor dijo: “Por esta palabra, ve; el demonio ha salido de tu hija” (v. 29). La oración obtuvo respuesta “por esta palabra”. Su palabra tocó la llave de la oración. Debemos aprender de este caso. Aunque oramos con frecuencia, nuestras oraciones se pierden como una piedra que se lanza al océano; desaparece sin ninguna respuesta de parte de Dios. No hemos hallado la llave correcta para abrir la puerta; sin embargo, tampoco tratamos de descubrir la razón por la cual Dios no responde nuestra oración. Hermanos y hermanas, ¿cómo podemos esperar que Dios responda unas oraciones tan insensatas? En todas nuestras oraciones debemos primero encontrar la llave; solamente cuando hagamos esto podremos esperar obtener respuestas de Dios. Una vez examinados estos casos relacionados con la oración, tengamos en mente que a medida que oramos, debemos prestar atención a la voz interior y aprender a no ser gobernados por las circunstancias, los pensamientos ni los afectos. Cuando escuchemos esa suave y tierna voz interior que nos dice que oremos, cuando en lo profundo de nuestro ser tenemos el sentir de que debemos orar, entonces debemos hacerlo de inmediato. Las circunstancias sólo deben ser un medio que nos lleve a la presencia de Dios para allí esperar en El; ellas no deben regir nuestra vida, y no debemos permitir que ellas nos impidan orar. Nuestra mente sólo debe servir para organizar nuestro sentir interior, el cual debe ser expresado en palabras; ella no debe ser donde se origine nuestra oración. La oración es la expresión del sentir interior que pasa por la mente, aunque no se inicia allí. La oración conforme a la voluntad de Dios es solamente posible cuando estamos en armonía con Su voluntad. No es el ejercicio de forzar a Dios a que complazca las emociones de los hombres. Si nuestras emociones no son disciplinadas, no podremos orar, ya que nuestras oraciones no podrán hallar salida. Cada vez que estemos bajo el control de nuestras emociones, oraremos de una manera natural, según nuestros propios deseos, y nos será muy difícil orar conforme a la guía interior. Por lo tanto, debemos tocar la llave de la oración. Cada vez que nos encontramos orando de manera ineficaz e infructuosa, debemos primero pedirle al Señor que nos dé Su luz y procurar descubrir cuál es la causa de que no hallemos respuesta. Al consultar con el Señor, llegaremos al punto en que sentiremos que hemos obtenido algo, que en nuestro interior algo se activa, y escucharemos una suave y tierna voz que desde nuestro interior nos dice: “¡Eso es!” Cuando esto suceda, habremos encontrado la llave de la oración. A medida que usamos la llave para continuar orando, podemos tener la certeza de que Dios responderá nuestra oración. En Isaías 62:6 dice: “Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás”. Estos guardas son hombres de oración. Ellos tienen que vigilar permanentemente a fin de ver si algo sucede, y deben gritar cuando algo ocurra. Un hombre de oración debe recordarle los asuntos al Señor continuamente. Esta no es tarea de un individuo ni de unos cuantos; es necesario que un grupo considerable de hombres ore de esta forma. “Todo el día y toda la noche no callarán jamás”. Esta son compañías que velan continuamente; juntos descubren algo, y juntos oran sin cesar a Dios “hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra” (v. 7). Debemos perseverar en oración hasta que el Cuerpo de Cristo sea edificado. Dios necesita nuestras oraciones. El quiere que tengamos un espíritu de oración, un ambiente de oración y la llave de la oración. Hermanos y hermanas, levantémonos de nuestra condición y aprendamos a orar. Busquemos la llave de la oración para que podamos satisfacer la necesidad de Dios hoy. LA ORACION Lectura bíblica: Jn. 16:24; Jac. [Stg.] 4:2-3; Lc. 11:9-10; Sal. 66:18; Mr. 1:24; Lc. 18:1-8 I. LA ORACION ES UN DERECHO BASICO DEL CREYENTE Los creyentes tienen un derecho básico mientras están en la tierra hoy y es el derecho a que sus oraciones sean contestadas. Cuando la persona es regenerada, Dios le concede el derecho básico de pedir y de recibir respuesta. En Juan 16 dice que Dios responde cuando le pedimos en el nombre del Señor, para que nuestro gozo sea cumplido; y si oramos sin cesar, nuestra vida cristiana estará llena de gozo. Si oramos sin cesar y Dios no nos contesta o si hemos sido cristianos por años y Dios a duras penas nos escucha o nunca nos responde, algo muy serio está pasando. Si hemos sido creyentes por tres o cinco años sin recibir respuesta a nuestra oración, somos cristianos extremadamente ineficaces. Aunque somos hijos de Dios, nuestras oraciones no son respondidas. Esto jamás debe suceder. Todo creyente debe recibir de Dios respuesta a sus oraciones, pues tal experiencia es básica. Si Dios no nos ha contestado la oración por mucho tiempo, esto indica que algo se ha interpuesto entre El y nosotros. No podemos engañarnos al respecto pensando que no nos preocupamos si las oraciones son contestadas o no, o si son eficaces o no. Nos gustaría preguntarle a cada creyente: ¿Ha aprendido usted a orar? ¿Ha contestado Dios su oración? Estamos equivocados si dejamos oraciones sin respuesta, porque las oraciones no son palabras al viento, puesto que se ofrecen para ser contestadas. Las oraciones sin respuesta son oraciones vanas, y los creyentes deben esperar respuestas a sus oraciones, porque si usted ha creído en Dios, El debe contestarle. Las oraciones que uno haya hecho sin que haya recibido respuesta son inútiles; uno debe orar hasta recibir respuesta ya que la oración no sólo cultiva el espíritu sino que se hace para obtener respuestas. La oración puede considerarse el tema más profundo y a la vez el más sencillo. Es tan insondable que algunos nunca han orado como es debido a pesar de haber oído acerca de la oración toda su vida. Muchos hijos de Dios tienen el sentir de que jamás aprendieron a orar. Sin embargo, la oración es algo tan sencillo que tan pronto una persona cree en el Señor puede empezar a orar, y sus oraciones son contestadas. Si usted tiene un buen comienzo en su vida cristiana, siempre recibirá respuesta a sus oraciones. De lo contrario, no recibirá respuesta a su oración por tres o cinco años y si no se tiene un fundamento apropiado, necesitará un gran esfuerzo para corregirlo más adelante. Por lo tanto, cuando uno cree en el Señor, debe recibir de Dios respuesta a las oraciones. Esperamos que el creyente preste mucha atención a este asunto. II. LAS CONDICIONES PARA QUE DIOS CONTESTE NUESTRAS ORACIONES Vemos en la Biblia muchas condiciones para que Dios conteste nuestras oraciones, pero sólo unas cuantas son básicas y creemos que si las reunimos, nuestras oraciones serán respondidas. Estas pocas condiciones también se aplican a los que han orado por mucho tiempo y aunque son básicas, debemos prestarles mucha atención. A. Pedir Todas nuestras oraciones deben ser peticiones genuinas delante de Dios. Después de que un hermano fue salvo, oraba todos los días hasta que un día una hermana le preguntó: “¿Ha escuchado Dios alguna vez tu oración?” Esto lo sorprendió, pues para él la oración era simplemente oración, y no veía razón para preocuparse si era contestada o no. Desde entonces, cada vez que oraba, le pedía a Dios que contestara su oración. Empezó a hacer memoria de cuántas oraciones no habían sido respondidas y descubrió que sus oraciones eran vagas y sin meta. A él no le preocupaba si Dios contestaba o no sus oraciones. Para él era como pedir a Dios que saliera el sol, el cual sale independientemente de si uno ora o no. El se había convertido desde hacía un año, pero sus oraciones no habían sido respondidas; todo ese tiempo lo único que había hecho era arrodillarse a musitar palabras y ni siquiera era consciente de lo que pedía; por lo tanto, se dio cuenta de que no había pedido nada específico en todo ese tiempo. El Señor dice: “Pedid, y se os dará” (Mt. 7:7). Si lo que usted está tocando es la pared, el Señor no se la abrirá, pero si toca la puerta, El abrirá; si le pide que le permita entrar, El se lo permitirá ya que El dijo: “Buscad, y hallaréis” (v. 7). Supongamos que hay muchas cosas frente a usted, ¿cuál quiere? No conteste que cualquiera; debe pedir por lo menos una de ellas. Así es Dios. El quiere saber lo que uno quiere y pide específicamente. Sólo así El se lo podrá dar. Así que pedir significa solicitar algo específico y esto es lo que quiere decir buscar y tocar. Si su padre le pide cierta medicina, va a la farmacia y pide la droga exacta. Si va al supermercado a comprar verduras, pide exactamente lo que desea. Es raro ver que las personas se acerquen a Dios sin decir lo que quieren. Esta es la razón por la cual el Señor dice que necesitamos pedir específicamente. El problema radica en que no pedimos. El obstáculo está de nuestro lado. Al orar debemos pedir lo que necesitamos y deseamos. No hagamos una oración universal ni seamos frívolos; debemos preocuparnos por la respuesta a nuestra oración. El creyente debe aprender a orar con un objetivo concreto. “No tenéis, porque no pedís” (Jac. 4:2). Muchos oran sin pedir. Es inútil pasar una o dos horas u ocho o diez días ante el Señor sin pedirle nada. Uno debe hacer peticiones concretas y tocar insistentemente la puerta. Cuando uno ve claramente la entrada, debe llamar a la puerta con determinación porque cuando uno busca algo definido, no se conformará con cualquier cosa, sino que irá en pos de lo que verdaderamente quiere. No debemos levantarnos en las reuniones a orar por veinte minutos o media hora sin saber ni lo que decimos ni lo que queremos. Es bastante extraño que muchas personas oren sin pedir nada. Debemos aprender a ser específicos en la oración y saber cuándo Dios contesta nuestras oraciones y cuándo no. Si a usted no le importa si Dios responde o no, le será muy difícil orar cuando se encuentre en una dificultad específica. Las oraciones vacías no tendrán ningún efecto en tiempos difíciles y no podremos esperar ninguna solución para el problema. Sólo las oraciones que expresen motivos específicos pueden resolver problemas específicos. A. No pedir mal Hay una segunda condición al orar y es que no debemos pedir mal. “Pedís, y no recibís, porque pedís mal” (Jac. 4:3). No debemos orar sin dirección y sin control, ni pedir mal o descuidadamente ni pedir cosas innecesarias o que agraden a nuestra carne, ya que si lo hacemos, nuestras oraciones serán vanas. Dios siempre nos da “mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos” (Ef. 3:20); pero si pedimos mal el resultado será muy diferente. Pedir mal significa solicitar más de lo que uno necesita o puede contener. Si uno necesita algo, se lo puede pedir a Dios; pero pedir más de lo que se necesita es pedir mal. Si uno se halla en una necesidad seria, está bien que pida a Dios que la resuelva, pero si no tiene ninguna necesidad, y pide cosas a Dios, está pidiendo mal. Sólo se debe pedir de acuerdo con la capacidad y la necesidad de uno. No debemos pedir cosas al azar. Pedir descuidadamente es pedir mal, y por ende, dicha oración no recibirá respuesta. Pedir mal ante Dios se puede comparar con el caso de un niño que le pide a su padre que le dé la luna. A Dios no le agrada que le pidamos mal, y todo creyente debe aprender a hacer sus oraciones dentro de parámetros apropiados y no hacer peticiones apresuradas ni pedir más de lo que necesite. C. Quitar de en medio los pecados Algunos no piden mal, pero no reciben respuesta a sus oraciones debido a que algún pecado se interpone entre ellos y Dios. En Salmos 66:18 leemos: “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado”. (Nótese la expresión en mi corazón.) Si una persona está consciente de ciertos pecados y no está dispuesta a dejarlos, el Señor no le contestará las oraciones que haga. Mientras haya tal impedimento, es imposible que Dios conteste las oraciones. ¿Qué significa mirar a la iniquidad? Significa guardar un pecado en el corazón y no estar dispuesto a dejarlo; es saber que algo es pecado y aún así seguir abrigándolo. No es sólo una debilidad en la conducta ni en la apariencia sino un anhelo en el corazón. La persona que vemos en Romanos 7 no entra en esta categoría, porque aunque ha caído, aborrece lo que hace; mientras que ésta contempla la iniquidad en su corazón, lo cual quiere decir que guarda su iniquidad para sí y no está dispuesta a deshacerse de ella. Este pecado no sólo permanece en su conducta sino también en su corazón; por esta razón, el Señor no responderá ninguna de sus oraciones. Mientras haya aunque sea un solo pecado, éste impedirá que Dios responda. No debemos guardar ningún pecado en nuestro corazón; debemos reconocer todos nuestros pecados como tales y dejar que la sangre nos lave. El Señor puede compadecerse de nuestra debilidad pero no permitirá que abriguemos iniquidad en nuestro corazón. Aun si quitamos todos los pecados de nuestra conducta pero seguimos amando algún pecado en nuestro corazón y nos rehusamos a dejarlo, nuestras oraciones no prevalecerán. En el momento en que comenzamos la vida cristiana, tenemos que pedir la gracia de Dios para que santifique nuestra conducta y nos guarde de caer. Además, debemos abandonar y rechazar todo pecado que haya en nuestro corazón. Mientras haya pecado en nuestro corazón, nuestras oraciones serán inútiles ya que el Señor no escuchará tales oraciones. En Proverbios 28:13 dice: “El que encubre sus pecados, no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”. Uno debe confesar los pecados y decir al Señor: “Hay un pecado en mi corazón que no puedo dejar. Te pido que me perdones, quiero apartarlo de mí; por favor líbrame de este pecado y no dejes que continúe en mí. No lo quiero; quiero rechazarlo”. Si uno se confiesa ante Dios de esta manera, El le perdonará, le concederá el perdón y oirá su oración. No debemos ser negligentes en esto, pues si no pedimos específicamente no recibiremos cosa alguna; tampoco recibiremos nada si pedimos mal, y además el Señor no nos contestará si albergamos algún pecado en el corazón. D. Creer Por el lado positivo, la condición indispensable para que nuestra oración halle respuesta es la fe, ya que sin ésta la oración es ineficaz. El relato de Marcos 11 muestra la vital importancia de la fe en la oración. El Señor dijo: “Todas las cosas por las que oréis y pidáis, creed que las habéis recibido, y las obtendréis” (v. 24). Debemos creer cuando oremos porque si creemos que ya recibimos lo que pedimos, lo obtendremos. Esperamos que tan pronto como una persona reciba al Señor, sepa lo que es la fe, puesto que el Señor dijo: “Creed que las habéis recibido, y las obtendréis”. El no dijo: “Creed que las recibiréis sino que las habéis recibido”. Debemos creer que ya recibimos lo que le hemos pedido, y lo obtendremos. La fe de la que el Señor habla aquí precede el predicado hemos recibido. ¿Qué es creer? Es tener la certeza de que ya recibimos lo que hemos pedido. Los creyentes a veces cometen el error de separar el verbo creer del predicado habéis recibido y reemplazan éste con recibiremos; así que oran al Señor pensando que si tienen una fe muy grande, algún día obtendrán lo que piden. Piden al Señor que la montaña sea quitada y echada al mar, y creen que así se hará. Se imaginan que ésta es una fe muy grande; sin embargo esto separa creer de habéis recibido y lo pone antes de recibiréis. La Biblia dice que debemos creer que lo hemos recibido no lo que recibiremos; éstas dos cosas no significan lo mismo. No sólo los creyentes nuevos deben aprender esto, sino también todos los que han sido creyentes por muchos años. ¿Qué es la fe? Es la certeza de que Dios ya respondió nuestra oración, y no la convicción de que Dios responderá nuestra oración. La fe se manifiesta cuando nos arrodillamos a orar y decimos en un instante: “¡Gracias Dios! Has escuchado mi oración. ¡Te doy gracias Dios! Este asunto está resuelto”. Esto es creer que ya recibimos lo pedido. Una persona puede arrodillarse, orar, y luego pararse y decir: “Yo creo que Dios indiscutiblemente oirá mi oración”. La expresión indiscutiblementeoirá está equivocada, porque aunque se esfuerce por tratar de creer, no verá ningún resultado. Supongamos que uno ora por un enfermo, y él dice: “Te doy gracias Dios. ¡Estoy sano!” Su fiebre tal vez persista y tal vez no se presente ningún cambio, pero el problema está resuelto porque él tiene la certeza de que está sano. Pero si dice: “Creo que el Señor me sanará”, tendrá que esforzarse por “creer”. El Señor Jesús dijo: “Creed que lo habéis recibido, y lo obtendréis”. No dijo que lo obtendrá si cree que lo recibirá. Si uno cambia el orden, no obtendrá resultados. Hermanos, ¿pueden comprender esto? La fe genuina se expresa con la expresión hecho está, y con agradecer a Dios por haber respondido nuestra oración. Quisiera añadir algunas palabras sobre la fe. Tomemos por ejemplo el caso de la sanidad. En el Evangelio de Marcos encontramos algunos ejemplos de fe. Vemos en él tres expresiones que aluden de modo especial a la oración. La primera se relaciona con el poder del Señor, la segunda con la voluntad del Señor y la tercera con un acto del Señor. 1. El poder del Señor: Dios puede Marcos 9:21-23 dice: “Jesús preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Y él dijo: Desde niño. Y muchas veces le ha echado en el fuego y en el agua, para matarle; pero si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros, y ayúdanos. Jesús le dijo: En cuanto a eso de: Si puedes, todo es posible para el que cree”. El padre le dijo al Señor Jesús: “Si puedes hacer algo ... ayúdanos”. El Señor Jesús le repitió sus palabras “si puedes”. El padre dijo: “Si puedes hacer algo ... ayúdanos”; y el Señor Jesús le dijo: “Si puedes, todo es posible para el que cree”. El asunto no dependía de si el Señor podía, sino de si aquel hombre creía. Cuando el hombre se encuentra en dificultades, duda mucho y se le hace difícil creer en el poder de Dios. Esto es lo primero que necesitamos resolver. A veces puede parecer que el poder del obstáculo sea mayor que el poder de Dios. El Señor Jesús reprendió al padre por dudar del poder de Dios. En la Biblia muy raras veces vemos que el Señor interrumpa a otra persona como lo hizo en este pasaje; da la impresión de que el Señor estuviese descontento. El Señor lo reprendió cuando el hombre dijo: “Si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros, y ayúdanos”. La respuesta del Señor era como si estuviese diciendo: “¿Qué es eso de ‘si puedes’? Para el que cree todo es posible, y la pregunta no es si el Señor puede, sino si uno cree o no. ¡Cómo te atreves a dudar si puedo!” Cuando los hijos de Dios oran, deben levantar los ojos y decir: “¡Señor, Tú puedes!” En Marcos 2 se relata el caso en el que el Señor sana al paralítico y le dice: “Hijo, tus pecados te son perdonados” (v. 5), pero los escribas cavilaban en sus corazones: “¿Por qué habla éste así? ¡Blasfema! ¿Quién puede perdonar pecados, sino uno solo, Dios?” (v. 7). Ellos pensaban en sus corazones que Jesús no podía perdonar pecados, ya que consideraban el perdón de pecados como una gran cosa; pero el Señor les dijo: “¿Por qué caviláis acerca de estas cosas en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu camilla y anda?” (vs. 8-9) Lo que el Señor les mostraba era que ellos dudaban si él podía o no, mientras que para Dios la pregunta era qué era más fácil. Para el hombre es imposible tanto perdonar pecados como decirle a un paralítico que se levante y ande; pero el Señor les mostró que El podía perdonar los pecados y también hacer que el paralítico se levantara y anduviera. Perdonar pecados y hacer que el paralítico se levante y camine son acciones fáciles para el Señor, y con esto les daba a entender que “Dios puede”. En nuestra oración necesitamos saber que “Dios puede” y que nada es imposible para el Señor. 2. La voluntad de Dios: Dios quiere Es verdad que Dios es todopoderoso, pero ¿cómo sabemos que El quiere sanarme? Yo no sé cuál es Su voluntad en este asunto específico, pues es posible que el Señor no desee sanarme. ¿Qué debo hacer? Vayamos a otro pasaje. Marcos 1:41 dice: “Y Jesús, movido a compasión, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio”. Aquí nos planteamos el interrogante de si Dios desea hacer algo, no si El puede. Independientemente de cuán grande sea Su poder, debemos saber si El desea sanar. Si Dios no nos quiere sanar, la grandeza de Su poder no tendrá efecto en nosotros. La primera pregunta que hay que hacer es si Dios puede, y la segunda es si El quiere. El Señor le dijo al leproso: “Quiero”. El Antiguo Testamento nos dice que la lepra es una enfermedad inmunda (Lv. 13—14), y cualquiera que tuviera contacto con un leproso, quedaba contaminado; sin embargo, el amor del Señor fue tan grande que le dijo: “Quiero”. ¡El Señor Jesús extendió Su mano, lo tocó y fue limpio! El leproso le rogó al Señor y El quiso limpiarlo ¿Podrá ser que el Señor no nos sane de nuestra enfermedad? ¿Es posible que el Señor no responda nuestras oraciones? Todos diremos “Dios puede” y “Dios quiere”. 3. La acción del Señor: Dios lo realizó No es suficiente saber que Dios puede y quiere; también necesitamos saber que Dios lo ha realizado. Volvamos entonces a Marcos 11:24, que citamos anteriormente: “Todas las cosas por las que oréis y pidáis, creed que las habéis recibido, y las obtendréis”. Esto nos revela que Dios ya efectuó algo. ¿Qué es la fe? No es creer que Dios puede hacer algo y que lo hará, sino creer que El ya lo hizo. Si usted cree que ya lo recibió, lo obtendrá, y si cree y confía en que Dios puede y hará algo porque El dijo que lo hará, usted debe agradecerle y declarar: “Dios ya lo efectuó”. Muchas personas no reciben respuestas a sus oraciones porque no entienden este punto y todavía confían en que recibirán, lo cual difiere de creer, pues creer expresa que ya se realizó lo que uno pidió. La fe auténtica dice: “¡Te doy gracias Dios, porque me sanaste! ¡Gracias, Dios, porque estoy curado! ¡Gracias Dios porque estoy limpio! ¡Gracias Dios!” Cuando la fe es perfecta, no sólo dirá: “Dios puede” y “Dios quiere”, sino también “Dios ya lo realizó”. ¡Dios ya escuchó nuestras oraciones! ¡El ya lo efectuó todo! Y si creemos que ya recibimos lo que pedimos, lo obtendremos. Nosotros por lo general, cuando consideramos que tenemos fe, creemos que lo recibiremos y, como resultado, jamás recibimos. Nuestra fe debe afirmar que ya recibimos lo que pedimos. La fe siempre habla de hechos realizados, no de hechos que se realizarán. Usemos el ejemplo de una persona que acaba de escuchar el evangelio. Usted le pregunta: “¿Has creído en el Señor Jesús?” y ella responde: “Sí, he creído”; usted le pregunta nuevamente: “¿Estás seguro de que eres salvo?” Si la persona responde: “Estoy seguro de que seré salvo”, usted sabrá que no lo es. Supongamos que usted le pregunta: “¿De verdad crees que serás salvo?” Si el individuo contesta: “Me parece que sí”, se nota en sus palabras que no hay ninguna garantía de que sea salvo. La expresión espontánea de la fe es “soy salvo”. Estas palabras denotan certeza, y cuando uno cree, es salvo. La fe genuina cree que ya se realizó el hecho. Si una persona tiene fe en el momento en que es salva, dirá: “Te doy gracias Dios, porque he recibido la salvación”. Tenemos que asirnos de estos tres hechos: Dios puede, Dios quiere y Dios lo realizó. La fe no es un ejercicio sicológico; la fe consiste en recibir la palabra de Dios y creer con seguridad que Dios puede, que quiere y que ya lo efectuó. Si usted no ha recibido la palabra de Dios, no corra el riesgo de tentar a Dios. El ejercicio del intelecto no es fe. Tomemos por ejemplo una enfermedad. Aquellos que han sido sanados mediante la fe genuina no tienen temor de un examen médico (Mr. 1:44). El resultado de un examen médico, demostrará que en realidad fueron curados, y que no fue simplemente una experiencia sicológica. Cuando los nuevos creyentes aprenden a orar, deben hacerlo en dos etapas. En la primera deben orar hasta recibir la promesa, la palabra específica de Dios para ellos. Todas las oraciones comienzan por pedirle al Señor algo y pueden continuar por un período de quizás tres o cinco años. Es necesario seguir pidiendo. Algunas oraciones son contestadas inmediatamente mientras que otras se tardan años, y es entonces cuando se debe perseverar. La segunda etapa se extiende desde el momento en que se recibe la promesa, la palabra específica de Dios, hasta que la promesa se cumple. En esta etapa no se ora sino que se ofrece alabanza. En la primera etapa se ora hasta recibir una palabra específica, mientras que en la segunda se alaba al Señor continuamente hasta que la palabra se haya cumplido. Este es el secreto de la oración. Algunas personas sólo conocen dos aspectos de la oración. Primero se arrodillan a orar por lo que no tienen, y luego lo obtienen. Supongamos que yo le pido un reloj al Señor, y a los pocos días el Señor me lo concede. Vemos dos lados: antes yo no tenía un reloj, y ahora lo tengo. Algunos no se dan cuenta que estos dos eventos interviene otro elemento, a saber: la fe. Supongamos que yo oro pidiendo un reloj y un día digo: “Te doy gracias Dios porque ya escuchaste mi oración”. Aunque mis manos todavía están vacías, tengo la certeza de que ya recibí el reloj. Algunos días más tarde, el reloj llega. No debemos conformarnos con los dos eventos, no tenerlo y tenerlo; debemos prestar atención al tercer elemento, que se halla entre esos dos y en el cual Dios nos da la promesa. Entonces, creemos y nos regocijamos. Quizás tengamos que esperar tres días antes de recibir el reloj, pero en nuestro espíritu ya lo recibimos. Un cristiano debe recibir en el espíritu lo que pide, pues de no ser así, no experimenta la fe. Esperamos que los creyentes nuevos comprendan lo que es la fe y confiamos en que aprenderán a orar. Quizás usted ha orado continuamente durante tres días o cinco, o un mes, o un año y todavía no ha visto la respuesta, pero en lo más recóndito de su corazón tiene el sentir de que el asunto finalmente se logrará. En ese momento usted debe comenzar a alabar a Dios y seguir alabándole hasta que tenga en su mano lo que pidió. En otras palabras, en la primera etapa uno avanza en la oración desde no tener nada hasta recibir fe, y en la segunda uno avanza en la alabanza desde que recibe la fe hasta palpar la realidad de lo pedido. ¿Por qué debemos dividir nuestras oraciones en estas dos etapas? Supongamos que una persona empieza a orar sin tener fe para llegar a tenerla; si se queda ahí, puede perder su fe. Pero cuando adquiere fe, debe empezar a alabar. Si continúa orando, puede dejar escapar la fe y no recibir nada al final. “Lo obtendréis” significa recibirlo en las manos, mientras que “lo habéis recibido” se refiere a asirse de ello en el espíritu. Si la fe ya está allí, pero las cosas no se han materializado, debe acercarse a Dios con alabanza, no con oración, porque si Dios ya dijo que nos dará algo, no necesitamos seguir pidiendo. Si tenemos la certidumbre interior de que “ya recibimos” no tenemos necesidad de seguir pidiendo. Muchos creyentes cuando experimentan fe al orar, no pueden seguir pidiendo. Tienen que mantener su fe y seguir alabando, así que dicen: “¡Señor, te alabo! ¡Has escuchado mi oración; te alabo porque respondiste a mi oración hace un mes!” Si usted hace esto, recibirá lo que pidió. Desafortunadamente, algunas personas no saben que Dios ha prometido algo, y siguen orando. Como consecuencia, su oración aleja su fe, lo cual representa una gran pérdida. Lo dicho en Marcos 11:24 es muy valioso, y no encontramos en toda la Biblia otro pasaje que explique tan claramente lo que es la fe. “Todas las cosas por las que oréis y pidáis, creed que las habéis recibido, y las obtendréis”. Si la persona ve esto, sabrá lo que significa orar, y la oración será una herramienta poderosa en sus manos. E. Perseverar al pedir Otro aspecto que requiere mucha atención en cuanto a la oración es que debemos perseverar y nunca desmayar. En Lucas 18:1 se menciona “la necesidad de orar siempre, y no desmayar”. Ya que algunas oraciones requieren perseverancia, debemos orar hasta que la oración agote al Señor y lo obligue a contestar. Esta es otra clase de fe. El Señor dijo: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra? (v. 8). Esta fe es diferente de la fe que discutimos anteriormente, pero no la contradice, ya que en Marcos 11 se nos dice que debemos orar hasta tengamos fe y en Lucas 18 se nos dice que debemos pedir al Señor persistentemente hasta que El se vea obligado a contestar nuestra oración. No debemos preocuparnos si tenemos una promesa o no; debemos orar hasta que Dios se vea obligado a contestar. Muchas oraciones son oraciones sin substancia. Una persona puede orar por uno o dos días, pero después de tres meses se olvida por completo del asunto; otros piden algo una sola vez y no lo solicitan por segunda vez, lo cual muestra que no están interesadas en recibir lo que piden. Cuente las veces que ha hecho la misma oración más de dos, tres, cinco o diez veces. Si usted ya olvidó sus oraciones, ¿cómo puede esperar que Dios las recuerde? Si usted no tiene interés en cierta petición, ¿cómo puede esperar que a Dios le interese escuchar? La verdad es que usted no tiene el deseo de recibir lo que está pidiendo. Una persona orará persistentemente sólo si tiene una verdadera necesidad, y sólo cuando es presionado por circunstancias difíciles. En tales casos, esa persona perseverará por mucho tiempo, y no dejará de orar. Le dirá al Señor: “¡Señor! No dejaré de orar hasta que me respondas”. Si usted quiere pedir algo y verdaderamente lo desea, debe molestar a Dios y pedirle con insistencia hasta que le oiga. Al hacer esto, Dios no tiene otra alternativa que contestarle, ya que usted lo ha forzado a actuar. III. LA PRACTICA DE LA ORACION Cada creyente debe hacer una libreta de oración cada año para asentar en ella sus oraciones, como si se tratara de un libro de contabilidad. Cada página debe tener cuatro columnas. En la primera asentará la fecha en la cual empezó a orar por algo; en la segunda, el objeto por el cual ora; en la tercera, la fecha en la cual recibe respuesta a la oración; y en la cuarta, debe dejar constancia de la manera en que Dios contestó la oración. Entonces, el creyente se dará cuenta cuántas cosas le ha pedido a Dios por año, de cuántas ha recibido respuesta y de cuántas están pendientes. Los que han sido salvos recientmente deben tener una libreta de este tipo, aunque sería bueno que también los que llevan más tiempo la tuvieran. La ventaja de anotar toda esta información en un solo cuaderno es que nos muestra si Dios contesta nuestras oraciones o no, porque cuando Dios se detiene, debe de haber alguna razón para que esto suceda. Es bueno que los creyentes tengan celo al servir al Señor, pero tal servicio es inútil si sus oraciones no reciben respuesta. Si el camino del hombre a Dios se bloquea, lo mismo sucederá con el camino a los hombres; por lo tanto, debemos procurar ser hombres poderosos ante Dios antes de que El nos pueda usar ante los hombres. En cierta ocasión un hermano anotó los nombres de ciento cuarenta personas y oró pidiendo que fuesen salvas. Algunas personas fueron registradas en la mañana y esa misma tarde fueron salvas. Después de dieciocho meses, sólo dos de ellas no habían sido salvas. Este es un excelente modelo para nosotros. Esperamos que Dios obtenga más hijos que lleven un registro de sus oraciones. Espero que usted anote uno por uno los asuntos por los que ora, así como los que Dios contesta; cualquier cosa que usted haya anotado en el libro y no haya recibido respuesta, debe ser presentada al Señor con perseverancia. Usted sólo debe dejar de orar en el caso en que Dios le dé a conocer que aquello no concuerda con Su voluntad. De lo contrario, persista hasta que reciba respuesta. Usted no puede ser negligente por ningún motivo. Debe aprender desde el principio a ser estricto en este asunto y debe ser serio ante Dios. Una vez que comience, no se detenga hasta que obtenga la respuesta.
Posted on: Thu, 26 Sep 2013 23:42:16 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015