—Ya sé lo que pensáis ella y tú —contestó Louis. Por fin - TopicsExpress



          

—Ya sé lo que pensáis ella y tú —contestó Louis. Por fin alzó la vista y se sentó con cuidado en la butaca. Por primera vez observé en su camisa una mancha oscura. La herida seguía sangrando. Eso no me gustó. No me gustó verlo manchado de sangre, como tampoco me gustó ver a Merrick manchada de sangre. En aquellos momentos comprendí lo mucho que los amaba a ambos. — Los dos pensáis que el espíritu se aprovechó de mis temores — dijo con calma—. Antes de que comenzáramos, ya supuse que dirías eso. Pero ten en cuenta que yo también la recuerdo con claridad. Conozco su acento francés, sus cadencias, su forma de expresarse. Era Claudia, que había surgido de las tinieblas tal como afirmó, de un lugar atroz en el que no ha hallado la paz. —Ya conoces mis argumentos —repuse meneando la cabeza —. ¿Qué vas a hacer ahora? Sea cual sea tu plan, no puedes seguir adelante con él sin revelarme de qué se trata. — Ya lo sé, mon ami, lo sé de sobra —respondió Louis — . Quiero que sepas que no permaneceré mucho tiempo junto a ti. — Louis, te suplico... — Estoy cansado, David, estoy dispuesto a cambiar un dolor por otro. Ella dijo algo que no puedo olvidar. Me preguntó si estaría dispuesto a renunciar a mis comodidades por ella, ¿lo recuerdas? — No, mi viejo amigo, te equivocas. Ella te preguntó si estabas dispuesto a renunciar a tus comodidades a cambio de la muerte, pero no te prometió que estaría contigo. De eso se trata. Ella no estará contigo. He perdido la cuenta de los años que pasé estudiando en Talamasca la historia de apariciones y sus mensajes, los años que dediqué a estudiar los relatos en primera persona de aquellos que habían tenido tratos con fantasmas y habían anotado sus palabras. Piensa lo que quieras sobre el más allá. No tiene mayor importancia. Pero si eliges la muerte, Louis, no podrás volver a elegir la vida. Ahí terminan tus convicciones. No hagas esa elección, te lo imploro. Quédate por mí, si no quieres hacerlo por otra razón. Quédate por mí, porque te necesito, y quédate por Lestat, porque también él te necesita. Por supuesto, mis palabras no le sorprendieron. Se llevó la mano izquierda al pecho y oprimió la herida ligeramente al tiempo que un rictus de dolor desfiguraba su rostro durante unos instantes. Luego meneó la cabeza — Por ti y por Lestat, sí, he pensado en ello. Pero ¿y ella? ¿Y nuestra hermosa Merrick? ¿Qué necesita también de mí? Me pareció que tenía mucho más que decir al respecto, pero de pronto calló, frunció el ceño y volvió la cabeza. Tenía un aspecto juvenil e increíblemente inocente. — ¿Lo has oído, David? —preguntó Louis con creciente nerviosismo — . ¡Escucha! Sólo oí los ruidos de la ciudad. — ¿Pero qué te pasa? —le pregunté. — Escucha, David. Está a nuestro alrededor. —Se levantó sin dejar de oprimir con la mano izquierda la herida del pecho—. Es Claudia, la música, el clavicémbalo, David. La oigo en todas partes. Claudia me está llamando. Lo sé. Me levanté apresuradamente y le sujeté con fuerza. — No vas a hacerlo, amigo mío, no puedes hacerlo sin despedirte de Merrick, sin despedirte de Lestat, y no quedan suficientes horas esta noche para que te despidas de ellos. Louis tenía los ojos fijos en el infinito, como ausente y reconfortado a la vez, y su rostro reflejaba una expresión dulce y sumisa. — Conozco esa sonata, la recuerdo. Sí, a ella le encantaba porque Mozart la compuso de niño. ¿No la oyes? Pero en cierta ocasión la oíste, ¿te acuerdas? Es preciosa, y con qué rapidez la toca mi Claudia. Louis soltó una carcajada entrecortada. Las lágrimas anegaban sus ojos, nublados por la sangre. — Oigo cantar a los pájaros. Escucha. Los oigo cantar en su jaula. Los otros, los de nuestra especie que han oído hablar de ella, la consideran cruel, pero no lo es. Sabía cosas que yo no llegué a aprender hasta al cabo de varias décadas después. Conocía secretos que uno sólo aprende con el sufrimiento... No terminó la frase. Se liberó con delicadeza de mi abrazo, se encaminó hacia el centro de la habitación y se volvió, como si la música sonara realmente a su alrededor. — ¿No comprendes que me ha hecho un favor? —murmuró —. La música sigue sonando cada vez más rápida, David. Te escucho, Claudia. —Louis se detuvo y se volvió de nuevo, recorriéndolo todo con la vista pero sin ver nada — . No tardaré en reunirme contigo, Claudia. — Está a punto de amanecer, Louis —dije — . Ven conmigo. Louis permaneció inmóvil, cabizbajo, con las manos reposando a cada lado del cuerpo. Parecía infinitamente triste y derrotado.
Posted on: Wed, 25 Sep 2013 06:10:34 +0000

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