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28 June 2006 @ 12:16 am ENTRADA 94 Los primeros seres ya habían llegado a la altura del GL, estacionado de cualquier manera contra la línea de bloques de hormigón. Solté un juramento. Cuando bajé a Víctor del todoterreno, tenía los brazos tan ocupados que me olvidé por completo de cerrar la puerta del acompañante. Ahora un par de esos seres, un hombre delgado y alto con la espalda abierta y un chico joven, de no más de quince años, al que le faltaba el gemelo de la pierna derecha, se habían colado a rastras dentro del vehículo, posiblemente atraídos por los rastros de olor que hubiésemos podido dejar en él. Era cuestión de tiempo que aquella masa rodease por completo nuestro transporte, volviéndolo totalmente inaccesible. Y tan solo les llevaría un rato mas descubrir cual era la vía de acceso al interior del Hospital. La posibilidad de abrirse paso a tiros hasta el todoterreno para huir de allí estaba más allá de cualquier posibilidad de discusión. Sería un autentico suicidio. Aun suponiendo que consiguiésemos atinar a la primera todos los disparos que hiciésemos, (posibilidad mas que dudosa en mi caso) la distancia era demasiado grande como para que Prit y yo pudiésemos mantener la suficiente disciplina de fuego y mantener cubiertos todos los flancos simultáneamente. Simplemente, eran demasiados. Comprendí la sensación de terror puro que debieron sentir en su día los defensores de los puntos seguros cuando se vieron enfrentados a una marea de esos seres, pero de una magnitud mucho mayor. Tratar de acabar con ellos es como pretender evitar que las hormigas suban a tu mantel en un picnic de verano. Puedes matar a docenas de ellas a pisotones, pero continuamente vendrán más. Y más. Son jodidamente imparables. Esos seres son angustiosos. Su número abrumador y el hecho incontestable de que ya están muertos les convierten en un enemigo formidable. No dudan, no duermen, no descansan, no tiene miedo, nada les para. Solo tienen un deseo, hasta donde yo se, y es el de capturar a todos aquellos que no son como ellos. Noté un peso enorme en el corazón. Traté de tragar saliva pero tenía la boca tan seca como un trozo de esparto. Era incapaz de emitir ningún sonido, de respirar normalmente, de pensar con claridad. En ningún momento hasta entonces había sido tan consciente de mi condición de presa. En ningún momento hasta entonces había sido consciente de lo desesperado de nuestra situación. El mundo ya no es nuestro. Es de ellos. Y no se hasta cuando durará esta situación. Un ligero tintineo a mi izquierda me sacó del estado de trance y me devolvió a la realidad. Pegado al muro, con una mano apoyada contra la pared, avanzaba un chico joven de unos veintipocos años, de pelo largo y con unos pantalones exageradamente flojos y caídos. Una larga cadena plateada, de la que pendía un fajo de llaves, le colgaba del bolsillo derecho, donde normalmente debería haber estado. Ahora, las llevaba literalmente a rastras, y el llavero, ya inútil, le golpeaba contra las piernas al avanzar, produciendo aquel sonido apagado que me había alertado. Como todos esos seres, el chico tenía la piel de un color cerúleo transparente y una miríada de pequeñas venas reventadas, dibujando un grotesco mapa en su piel. El brazo izquierdo le colgaba inerte a lo largo del cuerpo, con un horrible desgarrón en el bíceps producto de un mordisco. En el pecho, sobre una camiseta sucia y acartonada, podía ver claramente tres o cuatro agujeros de bala. Eran inconfundibles. Me quedé pasmado, contemplando las heridas. Uno de los proyectiles había entrado justo sobre el corazón y las otras balas estaban en la zona baja del estómago. Eran heridas mortales de necesidad. Me sentí mareado. Aquel ser ya se había enfrentado con anterioridad con un superviviente, el cual, evidentemente, se había defendido a tiros. Sin embargo aquel No Muerto aún seguía moviéndose, lo que me llevaba a ser muy pesimista con respecto a la suerte corrida por el autor de los disparos. Y ahora lo tenía acercándose a mí. Me había visto. En vez de llegar por la carretera de acceso al Hospital, como la mayoría de aquellos cadáveres ambulantes, él lo había hecho por un lateral del edifico, saliendo de sabe dios donde. Mientras la multitud aún estaba arremolinada al otro lado de la línea de sacos de arena, tratando de encontrar un paso, el ya estaba dentro del perímetro, y me había localizado. Un gemido sordo salió de su garganta (¿Cómo demonios emiten sonido? ¿Es que tienen aire en los pulmones? ¿Respiran?) al tiempo que aumentaba el ritmo de sus zancadas para precipitarse sobre mi. En esta ocasión, me lo tomé con más calma. Cuando aún estaba a quince metros de mi, descolgué el arpón de mi hombro y revisé el virote y la goma elástica. A continuación le eché un vistazo a la pistola por si algo salía mal, y seguidamente me apoyé en una papelera rebosante y maloliente para afinar el tiro. Cuando estuvo a tan solo tres metros de mi, apreté el gatillo. El virote entró justo sobre su labio superior, a poco más de un milímetro de su pómulo, mientras la punta salía a través de su occipital. El crujido que produjo el hueso sonó como una rama seca al partirse. El engendro se frenó de golpe. Un borbotón de sangre putrefacta empezó a manar de la herida, mientras el chico vacilaba. Parte del virote quedaba dentro de su ángulo de visión e instintivamente trató de echarle mano. Sin embargo, su coordinación, como la del resto de los No Muertos, parecía dejar bastante que desear. Daba manotazos al aire a mas de medio metro del extremo del virote, mientras el chorro de sangre, negra y maloliente, era cada vez de mayor calibre. Pronto toda la parte inferior de su cara y el torso estuvieron teñidas de un intenso púrpura oscuro, al tiempo que sus movimientos se hacían cada vez mas lentos y erráticos. Finalmente, con un curioso gorgoteo, extendió su brazo sano hacia el frente y se desplomó. Si no hubiese sido una escena tan sumamente escabrosa, me hubiese dado la risa lo estrambótico de la caída. Pero no estaba la situación para coñas. Me abalancé de un salto hacia el cuerpo para recuperar el virote ensangrentado. Justo cuando iba a agarrarlo me quedé paralizado por el pánico. Acababa de recordar que tenía un pequeño corte en un dedo, y no llevaba guantes. Contemplé impotente el proyectil que sobresalía como el mástil de una bandera de la parte posterior de la cabeza del chico. Tan cerca, y sin embargo, inalcanzable. Vacilé de nuevo. Tan solo me quedaban tres saetas en la funda que llevaba adosada a una pierna, así que abandonar aquel virote era una perdida considerable. Valoré la posibilidad de buscar unos guantes de látex en el interior del Hospital y volver a por el virote, pero una breve mirada hacia la multitud me convenció de que ya no había tiempo. Al menos treinta o cuarenta No Muertos se las habían ingeniado para atravesar la línea defensiva y ahora se dirigían hacía mi figura, que se recortaba con nitidez contra el fondo blanco de la pared del Hospital. Tenía que salir de allí a toda leche.....
Posted on: Wed, 31 Jul 2013 05:53:13 +0000

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