A Carlitos le decían “cuidate” por NOANOTICIAS.COM • 22 - TopicsExpress



          

A Carlitos le decían “cuidate” por NOANOTICIAS.COM • 22 JULIO, 2013 Hace 37 años asesinaban en La Rioja a los sacerdotes Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville. Días después seguiría monseñor Angelelli. Julio de 1976. El ciudadano Julio Caravajal encuentra a la vera de las vías del tren los cuerpos acribillados de los sacerdotes Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville. Ambos compartían la diócesis de monseñor Enrique Ange lelli en La Rioja y eran críticos del gobierno militar y los sectores más ortodoxos de la Iglesia. Pasaron 37 años. El nombre de Murias volvió a la escena pública cuando el diario italiano La Stampa difundió la falsa noticia sobre su posible beatificación. Esto reaviva un interrogante: ¿Por qué fue asesinado o qué hizo para convertirse en el blanco de los asesinos? No buscan a Longueville. Quieren a Murias. A Longueville lo llevan porque él mismo pide acompañarlos. Murias es el objetivo esa noche porque forma parte de un plan mayor para suprimir a Angelelli, obispo de La Rioja, cuya desobediencia es una incómoda espina para la dictadura. Angelelli la llama “teoría del espiral” y acostumbra a describirla dibujando círculos concéntricos que enumeran los crímenes recientes, los detenidos recientes, los amenazados recientes y que concluyen, en el centro, con su propio nombre. “Es a mí a quien buscan –dice a sus sacerdotes de confianza un día antes de morir– Y cuando lo logren, ustedes quedarán tranquilos. Ya no pasará nada”. Los dos uniformados irrumpen en la cena en la casa de las Hermanas de la Comunidad San José en la ciudad de Chamical. Presentan credenciales de la Policía Federal. Piden por el sacerdote Carlos de Dios Murias para que declare en la sede policial por la detención de Luis Cacho Corzo, entonces intendente de Chamical. “Yo también voy”, exige el francés Gabriel Rogelio Longueville. Un auto Ford Falcon o Torino azul oscuro los espera en la calle. No tiene chapa ni logos oficiales. “Las monjas –dice Cristina Murias– son las únicas que ven esa noche el auto en que se llevan a Gabriel y a mi hermano. Era azul. Lo de Falcon lo dice el comisario Vera porque se pisa. ¿Cómo sabía Vera, si las monjas se lo cuentan después en La Rioja a monseñor Angelelli?” Los autos avanzan por la ruta provincial 79, superan el cruce de caminos y llegan a la Guarnición Aérea. Otro vehículo se suma al primero, siguen hasta la localidad de Bajo de Luca y se reúnen en un descampado de la ruta. Los rieles ferroviarios están construidos sobre un terraplén levantado a cinco metros. Lo cruzan. Es el 18 de julio. El 20 de julio, el ciudadano Julio Caravajal encuentra los cuerpos cuando vuelve a cargo de una zorra-motor de realizar tareas en las líneas ferroviarias. Da aviso a la Policía y da origen al expediente Nº 8.434 –año 1976, Letra N– del Juzgado de Instrucción en lo Criminal Nº 2 de La Rioja. El caso es archivado. El fallo por la causa “Estrella, Luis Fernando por homicidio calificado reiterado, privación ilegítima de la libertad seguida de muerte y tormentos” condena en 2012 a prisión perpetua al excomandante Luciano Benjamín Menéndez, al exvicecomodoro Luis Fernando Estrella y al exjefe de la Policía Domingo Benito Vera. No implica a los responsables materiales, el alférez de la Fuerza Aérea Argentina Ricardo Ángel Pezzeta, el capitán del Ejército Miguel Ángel Escudero y el oficial de policía Juan Carlos “el Bruja” Romero. El ciudadano Pedro Waldo Torres describe que el 18 de julio, entre las 21 y las 22 horas, ve pasar desde su casa en el paraje Bajo de Luca un vehículo a velocidad moderada. Momentos más tarde escucha varios disparos de armas de fuego. Después ve que un vehículo regresa rumbo a la ciudad de Chamical y que otro se aleja en sentido contrario, hacia Córdoba. “Eran todas declaraciones –dice Cristina– Que este dijo, que aquél escuchó. El único que vio algo es Torres, que después es asesinado. Era un muchacho que vivía en Bajo de Luca. La noche en que matan a los curitas ve luces y se sube al terraplén de la vía. Desde un puente ve dos autos, Cuatro o cinco personas. Una mujer. Escucha risas. Él ve a Vera. Yo me entero porque Torres lo comenta en Chamical y entonces Vera lo manda a llamar. Le dice: ‘Pobre de vos que digas algo’. Con Caravajal pasa lo mismo. Le hacen firmar una declaración donde dice que cuando volvía de Chañar a Chamical ve los cuerpos”. El sacerdote Antonio Puigjané describe en el juicio que una persona habla al oído a Angelelli durante la misa que celebraban el día 20. “Apenas pudo articular: ‘Los han matado’ y empezó a llorar al pie del altar. Creo que fue la única vez en la vida que lo vi como empequeñecerse”. Murias tiene 30 años cuando los uniformados tocan a la puerta. Es cordobés. Hijo del político radical y agente inmobiliario Carlos María Murias y de la docente Eve Ángela Grosso. Tiene tres hermanas, María Cristina, Elisabet y Marta Elena. Va al Liceo Militar en La Falda y luego al seminario en Córdoba. El propio Angelelli lo ordena sacerdote. La afinidad es evidente. Comparten el principio inspirador del Concilio Vaticano II convocado por Juan XXIII y de la Iglesia latinoamericana en Medellín: la opción por los pobres. “Mi mamá lo aceptó con resignación y mi papá, que yo pensaba que no lo haría porque era muy autoritario, lo aceptó porque admiraba a monseñor Angelelli. Yo le decía: ‘¿No te gustaría ir de misionero a África? Sería algo más emocionante que estar en La Rioja’. Él me respondía: ‘Hay que misionar más entre la clase media argentina’”. Angelelli viaja en 1968 a La Rioja para asumir desde el obispado una actitud inesperadamente crítica hacia las políticas de gobierno vinculadas a la tierra, los sindicatos y el abandono de las clases menos favorecidas. A los sucesivos presidentes militares y democráticos previos a 1976 les molesta la creciente popularidad del obispo. “Unos miran a la Iglesia esperan zados… Otros la miran con desconfianza o la rechazan, la quieren descomprometida con la suerte de nuestro pueblo y solamente guardiana del templo”, dice Angelelli durante la misa en julio de 1969. Las ideas que propone lo aíslan en un punto equidistante de los bandos que dividen al país. No es capitalista ni socialista. Coincide con la visión global de los sacerdotes para el Tercer Mundo, pero niega su opción por la violencia de abajo contra el poder de arriba. La cadena de muertos que lo asedia concluye el 4 de agosto de 1976 cuando un Peugeot 404 cierra en la ruta el paso de su camioneta Fiat multicarga y lo hace derrapar. Angelelli es asesi­nado a culatazos en la nuca y acomodado de cara al cielo con los brazos abiertos, según indica al dictamen del juez Aldo Fermín Morales, del 19 de junio de 1986. El obispo, acompañado del sacerdote Arturo Pinto, volvía de Chamical de presidir el novenario por las muertes de Gabriel Longueville y Carlos Murias. –¿Había hablado antes con él? –Por teléfono. Le digo: “Carlitos, venite”. Los conventuales en Córdoba lo habían tratado de llevar y él les había dicho: “No, yo me quedo hasta septiembre”. Había acordado ir a La Rioja con monseñor Angelelli por una suplencia. –¿Carlos sabía? ¿Había miedo en su voz? –Había enojo. Pero era consciente. Un esbirro lo cruza a mi marido y le dice: “Digalé a su cuñado que se calle”. Yo lo llamo desde el teléfono de mi mamá. Era junio. Le digo: “Mirá Carlitos cuidate, porque acá dicen que te van a dar una patada”. Me dice: “¿De dónde me hablás?”, “De lo de mami”. “Ya te dije que no hablés de lo de mami porque los teléfonos deben estar in tervenidos”. –¿Cuándo se enteran? –Nos avisan el miércoles. El martes los descubren. –¿Habló con Angelelli? –Sí, la noche del velorio. Me dijo que no iba a dejar a nadie en la iglesia donde estaban los cajones. Que iba a cerrar todo con llave porque había visto gente y coches extraños circulando por el pueblo. Me dice: “No quiero que pase ninguna desgracia”. Después yo lo escucho hablar con un cura capuchino. Dice el nombre Gordon. Yo pensé que se trataba de otro cura. Mucho tiempo después me entero de que se refería al Aníbal Gordon, de la Triple A. –¿Angelelli va a la escena del crimen? –No. Yo le pregunto: ¿Cómo estaba Carlitos? Y él me responde: Lo habían acribillado. Tenía heridas en todo el cuerpo y había perdido un ojo por el tiro de gracia que le habían dado en la nuca. –¿Gordon vive en el anonimato? –Durante el juicio sí. Lo reconoce por casualidad un herrero que ya murió. Cuando muere Aníbal Gordon, encerrado en el ’87, yo le digo a mi marido que teníamos que ir a ver a Patricio Kelly, porque Gordon lo había secuestrado. Cuando por fin nos encontramos Kelly, nos dice: ‘Si usted quiere saber si Aníbal Gordon intervino en la muerte de su hermano, sí intervino e intervino en la muerte de Angelelli’. –¿Lo nombró como autor inte lectual? –No. Material. Pertenecía a los grupos de tareas. Esto no hubiera durado 37 años si la gente hubiera hablado. –¿Para usted el miedo no es razón para callar? –Hay que vencerlo. Todos lo tenemos. A Carlitos le decían: “Cuidate”. Hubo una Iglesia y un gobierno co rruptos. Yo me fui alejando de la gente que me hablaba de mi hermano como un santo porque me desdibujaban la idea que tenía de él. Me molesta que usen la imagen de mi hermano para otros fines. Él no era así. Él era un enamorado.
Posted on: Mon, 22 Jul 2013 14:46:06 +0000

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