“AQUEL LIBRO EN EL ALTILLO” CAPITULO 3 POR QUÉ NO TUVIMOS - TopicsExpress



          

“AQUEL LIBRO EN EL ALTILLO” CAPITULO 3 POR QUÉ NO TUVIMOS BIBLIAS Mi hermano Leonhard y yo disfrutamos mucho aquel invierno yendo a la escuela. En la primavera, papá y mamá salieron de viaje por varios días para visitar a unos parientes. Durante esta visita, papá conoció a un ministro, al que le tomó gran cariño. -Tengo dos hijos que debieran ser confirmados –le dijo mi papá. -¡Bien! Envíamelos y los confirmare junto con los muchachos y chicas de mi iglesia-respondió el ministro. Papá y mamá estaban contentos con la idea. Inmediatamente hicieron los arreglos para que Lonhard y yo pudiéramos permanecer en casa de nuestros parientes durante seis semanas. Nos tomó casi recorrer los treinta y cinco kilómetros hasta la casa del tío John. Papá se quedó a pernoctar; para dejar que los caballos descansasen, porque estaban realmente agotados. Y nosotros nos alegramos de que se quedase, porque todo nos resultaba extraño; era la primera vez que estábamos tan lejos de nuestro hogar y comenzábamos a sentir nostalgia. Al día siguiente, antes del amanecer, papá emprendió el regreso. A las nueve de la mañana, el repiqueteo de la campana de la iglesia llamó a todos los alumnos de la escuela de confirmación a la capilla. Éramos veintitrés en total. Comenzamos nuestra labor ese primer día aprendiendo algunas canciones y repitiendo el Padrenuestro; luego tuvimos que leer algunos capítulos de la Biblia. El segundo día memorizamos Juan 3: 16, junto con otros textos y un poema sobre corazones limpios y manos limpias. EL tercer día introdujeron el Catecismo. De sus páginas tuvimos que memorizar citas de los padres de la iglesia, los Diez Mandamientos como han sido registrados en el Catecismo y algunos otros pasajes. Todo anduvo bien hasta que un día se dijo algo acerca del alma. Recordaba muy bien cómo mi mente había quedado tan confundida respecto a este tema después de la muerte de mi hermanito y que papá me había dicho que lo entendería mejor cuando creciese. Algunos años habían pasado, y yo pensaba que podía comprender cualquier cosa ahora; seguramente no estaría fuera de lugar pedir al ministro una explicación para la desconcertante pregunta. Con toda sinceridad, pregunté cortésmente: -Por favor, ¿podrí usted decirnos qué es el alma? Volviéndose hacia mí , interrogo: -¿Por qué haces esa pregunta? Porque no entiendo, y quisiera que me explicara- replique. -¡Hablaremos después de clases!-fue su única respuesta. Algunos de los estudiantes se rieron. Yo pensé que, sin duda, él deseaba explicármelo a solas, así que quede satisfecha con sus palabras. A las cuatro en punto terminaron las clases. Yo permanecí allí hasta que todos se hubieran ido. El ministro me llamo al frente y me dio una silla cerca de su escritorio. Me senté. Todo estuvo en calma por un momento; luego siguieron las palabras: - ¿Por qué hiciste esa pregunta en clase? – Porque no comprendo qué es el alma, y estoy ansiosa por tener una explicación – le dije nuevamente. Me contesto que no intentaría explicar tales preguntas, y que de allí en adelanten yo debería guardar mis inquietudes para mí misma. Con esto me despidió. Yo estaba avergonzada hasta las lágrimas. Tome mis libros y mi sombrero y salí para irme. Cuando llegué a la puerta la mayoría de los alumnos estaban en la entrada esperando para burlarse de mí por haber tenido que quedarme después de la hora. Yo estaba muy disgustada. Fui directamente a mi cuarto y no quise cenar. Tarde esa noche, intenté explicarme qué pudo haber estado mal en mi pregunta y por qué el ministro tomó esa actitud. Pero no encontré la solución. Desee poder tratar el problema con mis padres; pero ellos estaban a treinta y cinco kilómetros de distancia, y no había nadie. Trate de que mis tíos no notaran que se estaba librando una terrible batalla en mi mente y en mi corazón. Leonhard sabía que me sentía herida, pero no dijo ni una palabra hasta después del desayuno, cuando ya íbamos camino a la escuela. -Te sientes mal porque tuviste que quedarte después de clases, ¿verdad, Helen? -Sí-le dije- Mi hermano era comprensivo, e intentó consolarme en mi confusión. El día pasó en calma, salvo por los comentarios poco amables que algunos de mis compañeros hicieron durante el recreo. Una mañana, el ministro nos dijo que solo quedaba una semana antes de la confirmación. Además, dijo que cada uno de nosotros que pudiera asegurar que estaba convertido antes del sábado de noche, podría recibir una hermosa Biblia el domingo de mañana cuando tuviera lugar la confirmación. Yo deseaba preguntarle qué quería decir la palabra “conversión”, porque no tenía idea de que significaba; pero no me atreví, por miedo de que pudiera causarme nuevos problemas. La semana pasó rápidamente porque trabajamos con diligencia estudiando de memoria para estar seguros de que no comentaríamos errores el día en que nuestros padres, amigos y mucha otra gente estuvieran en la iglesia para ver nuestra confirmación. Durante la semana, los estudiantes se prepararon uno por uno, y dijeron con lágrimas en los ojos: -Estoy convertido. En la tarde del viernes, cuando volvíamos a casa desde la escuela, mi hermano me preguntó: -Helen, ¿te has convertido ya? -No te parece-respondí. -Bueno-dijo Leonhard-, en el recreo les pregunté a algunos de los muchachos que habían dicho que estaban convertidos como llegaron a estarlo, y me contestaron que ellos solo habían llorando y orando hasta que vieron a Jesús en la cruz o a un ángel o una gran luz. Me dijeron que ese era el signo que ese era el signo de que uno esta convertido. Ni Leonhard ni yo habíamos tenido semejante experiencia, pero deseábamos mucho tener las Biblias. Pensábamos que sería maravilloso tener Biblias que fueran completamente nuestras. En nuestro hogar, sólo papá tenía una. -¿Qué puede traer esa experiencia a nuestras vidas? –nos preguntábamos uno al otro. Pero no podíamos encontrar la respuesta; nunca habíamos orado nosotros mismos, salvo la sencilla oración que mamá nos había enseñado y que hacíamos antes de irnos a dormir. Yo tenía trece años de edad y Leonhard no tenia doce. Decidimos ir al cuarto de mi hermano después de cenar y llorar y orar hasta que viéramos algo similar lo que otros decían haber visto. No nos atrevíamos a hacer mucho ruido, por temor a que alguno nos pudiese oírnos. Ambos intentamos orar y llorar; pero, por alguna razón, no llegamos a ninguna parte. ¡No pudimos derramar ni una sola lágrima sincera! Nos sentíamos bastante avergonzados de nosotros mismos cuando miramos uno al otro. Pronto nos cansamos y nos fuimos a estudiar. Así fue que la mañana siguiente, en la escuela, la pregunta continuaba pendiente. Por la tarde, cuando volvíamos a casa, nuevamente tratamos el tema. Decidimos que no diríamos que estamos convertidos si no teníamos esa experiencia que algunos de los estudiantes aseguraban haber tenido. Preferíamos perder las más codiciadas Biblias antes de mentir y conseguirlas deshonestamente. Esa tarde fue muy ajetreada. Ensayamos y ensayamos hasta comprobar que nuestro programa del domingo de mañana sería perfectamente presentado. Nos despidieron a la hora de cenar. Después de comer, nos bañamos y lavamos nuestros cabellos. Estábamos muy ansiosos de que llegaba la mañana siguiente, porque nuestros padres y algunos de nuestros padres y algunos de nuestros hermanos y hermanos vendrían. También debían traernos la ropa nueva que debíamos usar en la gran ocasión. Nuestra familia no llegó hasta las nueve de la mañana, el domingo, aunque habían salido de nuestra casa más temprano. Uno de los caballos se había enfermado por el camino. Cuando finalmente llegaron, nos vestirnos rápidamente y corrimos hacia la iglesia. No habíamos tenido tiempo para contarles a nuestros padres que no recibiríamos las Biblias con losa demás, ni la razón por la que no las tendríamos. Yo estaba muy feliz con mi elegante vestido blanco nuevo. Tenía muchos pliegues y volados, encajes y una faja de seda. El nuevo traje marrón oscuro de mi hermano combinaba exactamente con sus hermosos ojos. Tenía un pimpollo de rosa en su solapa, y yo llevaba tres pequeñas rosas rosadas en el cabello. Llegamos a la iglesia justo a tiempo y repasamos las partes más difíciles una vez más antes que la congregación comenzase a reunirse. Muy pronto las puertas se abrieron, y la gente comenzó a llenar cada lugar disponible. A la hora señalada, el organista comenzó a tocar, y nosotros marchamos hacia nuestros lugares. El ministro entró y se paró detrás del pulpito. Luego, todos nos sentamos al mismo tiempo. El programa avanzó muy bien hasta que el ministro distribuyó las Biblias. No nos atrevimos a manifestar nuestros sentimientos, porque estábamos delante de toda la gente. Nuestros padres, por supuesto, no comprenderían de qué se trataba. Luego que la reunión terminara, rápidamente juntamos nuestras pertenencias y nos pusimos en marcha hacia nuestro hogar. Tuvimos que andar lentamente por el caballo enfermo. Durante los primeros kilómetros se hablo muy poco. Nuestros padres eran siempre muy cuidadosos de no hacer comentarios que pudieran menoscabar nuestra confianza en alguien, y especialmente en un ministro o un maestro; por eso pensaron largamente antes de hablar acerca de los sucesos de ese día. -Bien hijos, ¿por qué ustedes no recibieron Biblias hoy?- finalmente preguntó papá. Una vez que le contamos la razón, nos dijo: -Estoy contento de que ustedes hayan sido honestos y no hayan mentido para conseguir las Biblias. Prefiero que hayan sido desairados en presencia de toda esa congregación que tener tal pecado señalado contra ustedes en los libros del cielo, y que tendrían que enfrentar en el día del juicio. Mamá se hizo eco de sus palabras, agregando: - Sí estamos orgullosos de ustedes, niños, porque fueron fieles. Los ángeles lo han escrito en el libro en el que todas las buenas acciones están registradas. Leonhard y yo habíamos sido compañeros desde pequeños. Cada uno era feliz de la compañía del otro. El terrible accidente que sufrió mi hermano durante el verano nos hizo aun mas unidos, ya que estuve junto a su cama la mayor parte del tiempo para consolarlo y alegrarlo. Al comienzo de la cosecha papá prometió que si todos nosotros trabajamos duro hasta que todo el grano estuviese cortado, nos daría un poco de dinero a cada uno. Esta promesa nos entusiasmo, porque rara vez, salíamos de paseo o teníamos dinero; y bananas, naranjas y dulces solo se veían en nuestro hogar en días de fiesta, tales como Pascuas, Navidad y el 4 de julio.( Día de la Independencia De los Estados Unidos). Una mañana papá, Henry y Leonhard viajaron poco más de cinco kilómetros para ayudar a un vecino a trillar. Se habían ido por varios días. Una noche llovió, así que a la mañana siguiente no pudieron salir a trabajar. Mientras los hombres conversaban sentados, Leonhard y el hijo de nuestro vecino, que tenían su edad, jugaban juntos en el galpón donde guardaban el heno. Alli encontraron un viejo rifle. Accidentalmente, el arma se disparo e hirió a Leonhard en la cara. Papá se apresuro a llevarlo al doctor, pero sus parparos se habían vuelto morados y estaban tan hinchados que era imposible examinarlos. Entonces, lo llevaron a casa. Temíamos que muriera antes de la mañana, pero vivió. Una mañana, cuando todos estuvieron fuera de la habitación, puse mi rostro cerca de su oído y le dije: -Te quiero hermano; siento mucho que tengas que sufrir tanto. El levanto su mano y toco mi cara. Entonces, comenzó a llorar. Quería decir algo, pero su lengua estaba todavía terriblemente hinchada, así que no pudo hablar. En otra ocasión, fue mi privilegio poder estar nuevamente con el. Mientras le decía todas las cosas agradables que se me ocurrían, pude ver vestigios de sonrisas en torno a su boca en algunos momentos. Esto me alegro grandemente, porque ahora me sentía segura de que se pondría bien. -Hermano, estoy tan feliz de que Dios haya protegido tu vida- le dije-. Cuando estés lo sufrientemente bien como para salir de la cama y arrodillarte, intentaremos orar, así nos convertimos. ¿Quieres? . Él asintió con la cabeza. El doctor trato cada día los parpados de Leonhard para reducir la inflamación, así podría abrirlos lo suficiente como para dejar entrar la luz. Finalmente, llego el día en que pudo revisar el ojo derecho. Para nuestra alegría, mi hermano podía ver, aunque había perdido el ojo izquierdo. A menudo, Leonhard decía: -¡Estoy tan agradecido de que mi vida haya sido preservada y de que todavía me quede un ojo! Su rostro no se veía igual después del accidente, pero yo lo amaba aun mas al ver que algunos de sus amiguitos lo dejaban de lado porque su cara estaba desfigurada. No habíamos perdido nuestro deseo de convertirnos. Un domingo, cuando nuestros padres y los otros niños habían ido a la iglesia invitados por un vecino, Leonhard dijo: -Esta es nuestra oportunidad de orar mientras estamos solos. Veamos si podemos convertirnos. Oramos y oramos, pero no pedimos perdón por nuestros pecados. Pedíamos solamente ver algo. No habíamos llegado al punto de sentir nuestra necesidad de un Salvador. No sabíamos que lo necesitábamos, pero deseábamos experimentar algo. Finalmente, nos cansamos de orar, así que mi hermano dijo: -Trae el libro grande y léeme de él. Había estado leyendo apenas por un rato cuando escuchamos que nuestros padres regresaban; así que rápidamente escondimos el libro.
Posted on: Wed, 26 Jun 2013 02:35:32 +0000

Trending Topics



�NH NGỮ TIẾNG ANH : PART 2 40 Walls have ears Tai

Recently Viewed Topics




© 2015