Al dilecto amigo Lázaro Streiger El llamado telefónico me dijo que “Lalo” había fallecido, y rememoré que él había comenzado a transitar ese camino sin regreso mucho antes, cuando su intelecto y memoria no le permitían ya, ordenar sus pensamientos. Él mismo me lo dijo, y entendí qué significaba todo eso, como su negativa a recibir visitas, algo que lo dañaba pues no era él quien estaba en tal cuerpo con su apariencia. Allí presentí que para sí mismo se veía cual un desconocido. No olvidaré las charlas en su casona paterna, ni las tortas de Betina, una obligación junto al buen café que estaba prohibido rehusar. Su crítica por alguno de los tantos errores que no veían los correctores, pero me recriminaba a mí, por ser responsable directo. Su aprecio por mi viejo, cliente de la mueblería de su padre, entre tanto más que buscaré en mi alma sin falta. Escribí algunas cosas de su vida después de mucho insistir. Quería saber de las amistades de esa calle San Martín, y de algún lugar en especial que reunía a los Streiger, a Pedroni, Evaristo Stessens y otros de similares características humanas y sociales. Pregunto, desde mi espíritu ingenuo, donde quedan guardadas, para otra eternidad, las buenas intenciones de personas como mi querido amigo que hoy está usando su pasaporte anticipado, al cielo de la buena gente. (JLR)
Posted on: Thu, 12 Sep 2013 13:45:06 +0000
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