Amigos de Facebook y potenciales compradores de mi novel - TopicsExpress



          

Amigos de Facebook y potenciales compradores de mi novel "Prodigios de la Imaginación", estando a punto de salir a la venta, quiero ofrecerles el fragmento sobre el extravío de Epaminonda en Sevilla, siendo todavía un muñequito. Veamos Una mañana del otoñal octubre, resultó más enredada de lo que me esperaba. Salimos de nuestro piso, alejándonos de la estrecha calle Archero y, girando a la derecha, caminamos por la un poco más ancha calle de Santa María la Blanca. Siguiendo por esa calzada y tomando los desvíos naturales de esas hermosas y estrechas callejuelas sevillanas, llegamos a la nombrada –Águilas-. Prosiguiendo, dejamos atrás la pequeña plaza de -La Alfalfa- hasta no hace mucho, mercadillo de animales domésticos, la misma que en tiempos de los romanos servía como ágora de la ciudad de –Híspalis-, tal como la nombraron los nuevos dominadores. Luego, en el año 713, los árabes entraron en Sevilla y, dejando de lado la denominación romana se empezó a conocer como –Isbilia-, de donde derivó, luego de la reconquista cristiana, en 1248, el nombre actual de Sevilla. Cinco minutos más tarde ya nos encontrábamos caminando por la famosa y antigua calle –Sierpes- una de las más históricas de la capital de Andalucía. Como siempre, me senté sobre la orilla de una de las enormes macetas que adornan esa vía, mientras mi compañera se dedicaba a “vitrinear”, pues venía con la intención de comprar algo, aprovechando unas rebajas que en ese momento había. Estaba yo sentado, como ya dije, distrayendo la vista, viendo pasar a las personas en una especie de romería consumista, cuando al colocar mi mano sobre la faltriquera la noté vacía. Incrédulo, volví a palparme los lados de mi cintura y comprobé que, en efecto, Epaminonda no se encontraba allí. Desesperado, corrí hasta la esquina de la calle –Tetuán- y casi de inmediato volé hacía la -Plaza del Duque- esperanzado en encontrar a mi muñeco. ¡Pero, no! Pregunté a unos muchachos que se hallaban sentados sobre unas bancas de metal que rodean la estatua de Velásquez que adorna esa importante plazoleta, pero, ninguno de ellos supo darme una pista. Con seguridad, algunos de los presentes me mirarían con extrañeza; como si vieran en mí a un loco escapado de algún lugar de reposo, ya que era absurdo pensar que anduviera detrás de un muñeco viviente y andariego. Pero, el ritmo de vida apresurada de los tiempos que corren hace que la gente no le preste mucha atención a los locos, sino más bien que sientan envidia por esos seres que, gracias a su estado de estulticia, pueden soñar y seguir felices, alejados cada vez más de la cruda realidad. Corrí entonces en dirección a los almacenes de –Sierpes- en busca de mi mujer justo en el momento en que la vi salir de uno de ellos; venía casi corriendo y con el rostro bañado en lágrimas. -¡He perdido el monedero, he extraviado el monedero! ¡Dios mío, no puede ser, no puede ser!-repetía. .- ¿Estás segura? .- ¡Claro que sí! .- ¡Y yo he extraviado a Epaminonda! Tal vez ha sido culpa mía. Por haber estado tan distraído mirando a la gente. .- ¿Sí? ¡Lo siento mucho, pero ahora lo importante es recuperar mi cartera! ¿No te parece? .- ¡Claro! ¿Por qué no vamos hasta la tienda donde estabas? .- ¡Vamos!- me dijo- y tomándome de la mano me arrastró hacia el almacén de ropas. Le preguntamos a la expendedora que la había atendido, pero no supo darnos una pista, solo dijo que había visto rondando a un individuo mal vestido que, por su aspecto, parecía ser gitano . Decepcionados, nos dirigimos a un guardia que pasaba por el lugar y este nos aconsejó poner la denuncia ante la primera estación policial que encontráramos. Le dimos las gracias y caminamos un poco confundidos, sin saber a ciencia cierta hacia dónde debíamos encaminarnos. Estábamos llegando de nuevo a la -Plaza del Duque- cuando divisamos, sobre una de las bancas que, como ya dije, rodeaban la estatua del pintor Diego Velásquez, un grupo de personas que pugnaban por abrirse paso para observar algo, sin saber a ciencia cierta qué. Confieso que el corazón me empezó a latir fuertemente; tenía una especie de presentimiento de que algo positivo nos aguardaba. Mi mujer quiso virar hacia la izquierda buscando la calle -Alfonso X-, pero yo le insistí en que miráramos qué estaba pasando en aquella banca, por qué había tanta aglomeración allí. Con un poco de mala gana, accedió a mi petición y hacia allá nos dirigimos. Como era ya tanta la gente, empecé a abrirme paso a codazos desde la acera hasta la banca que estaría a unos pocos pasos. Por fin, pude llegar, a pesar de los murmullos de reproche de personas que pensaban, que quería colarme sin respetar el orden de arribo. Ya había venido un carro de patrulla a indagar qué era lo que sucedía, por qué había tantas personas apiñadas. Sin embargo, los policías (que eran dos) se devolvieron hacia el carro cuando vieron que la multitud empezaba a dispersarse rápidamente. .- ¡Aquí está Epaminonda! ¡Dios mío, por fin apareció!-gritaba loco de alegría. Mi compañera se quedó como paralizada y un poco más distante, mientras veía como yo acariciaba mi monigote a la vez que le reclamaba el haberse escapado. .- ¡Lo hice por pura necesidad!-me expresó .- ¿Cómo necesidad? ¡No te entiendo! .-Muy sencillo. Cuando tú estabas sentado sobre la maceta, mirando pasar, sobre todo a las mujeres, yo me dediqué a observar los movimientos de tu mujer dentro de la tienda de ropas. Fue entonces cuando noté que alguien se acercaba al mostrador. Se trataba de un hombre mal vestido que desde hacía rato merodeaba... Mi mujer, apenas oyó parte del relato corrió a sentarse al lado izquierdo de la banca, mientras que yo estaba a la derecha custodiando a Epaminonda quien se hallaba en el centro... .- Entonces me salí por un hueco de la faltriquera saltando desde la altura de tu cintura sin que te dieras por enterado. Corrí hacia el almacén y cuando el hombre tomó el monedero que tu mujer había dejado sobre el mostrador, me paré frente a él y le propiné una patada en su pantorrilla, y el hombre al verme se asustó y salió corriendo dejando caer la cartera. Me la guardé y salí a dar una vuelta, no quería que tu mujer se molestara conmigo pensando que era yo quien se la había robado. .- ¿Y dónde está el monedero? .- ¡Aquí lo tienes!-me dijo, al tiempo que me lo entregaba. Al ver esto, María se emocionó y alzando a Epaminonda le abrazó y llenó de besos. Estaba realmente enternecida y agradecida con él. Lo ocurrido sirvió para que ella aceptara la presencia del pequeño Epaminonda en casa. Ya no sería necesario que le escondiera. Era libre de salir y caminar por el piso. Eso sí, desde un comienzo le enseñé que no le sería permitido entrar a los cuartos ni al baño sin antes avisar. Muy conforme, se pasaba parte de mañana acostado sobre la mesa. Claro que, como crecía de una forma un tanto vertiginosa, muchas veces se acostaba de medio lado y con los pies encogidos. Era ese el momento que aprovechaba para conversarle. Al principio no eran verdaderos diálogos, ya que era yo quien más hablaba, mientras que él, se limitaba a interrumpirme cuando quería algún tipo de aclaración. Esta situación y la tranquilidad que se respiraba en el ambiente me permitió, poco a poco, ponerlo al día de la realidad exterior, pero sin profundizar mucho, ya que nuestra situación ficticia era la que más nos motivaba, en la que más a gusto estábamos. Sin embargo, como Epaminonda apenas conocía nuestro mundo, hube de impartirle algunos conocimientos generales de historia contemporánea; con preferencia de la historia de Barranquilla, mencionándole a personas que habían existido en distintas épocas, desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX. Otro aspecto importante fue el espiritual en lo que a mí concierne. Me sentía verdaderamente feliz y tranquillo, ya no vivía la angustiosa sensación de soledad, ya que tenía, aparte de mi compañera, alguien más con quien conversar. Mi esposa seguía con su rutina diaria y haciendo las mismas preguntas: -¿ya cerraste la puerta de la calle?-; -¿Apagaste el calentador de agua?; -¡No te olvides de apagar la luz de la sala cuando vengas a dormir!- y otras del mismo estilo; pero todas referidas a las actividades más simples y cotidianas dentro de cualquier hogar. Claro que estas, sus advertencias, eran innecesarias, todos los días daba los mismos pasos en esa dirección, no permitiendo así que, por ejemplo, me olvidara de apagar la luz de la sala; de apagar el calentador de agua y, lógicamente, de cerrar la puerta de la calle. Y eso que ya no tenía que sacar a pasear a Lobo, ya que, nuestro bordón, se lo había llevado a vivir con él. Epaminonda seguía creciendo rápidamente, a tal punto que ya no podía dormir en el cajón del mueble que sostenía al computador. Lo ubicamos entonces, de mutuo acuerdo, en la habitación que dejara nuestro hijo Jorge, cosa que fue muy acertada, de esa manera podía dormir hasta más tarde, lo mismo que él. Pasaron algunas semanas y apenas casi nos veíamos con mi mujer, ya que se me dio por enseñarle la ciudad a mi compañero. Tomábamos cualquier bus que nos llevara a un lugar indeterminado o de lo contrario recorríamos a pie gran parte del “casco histórico” de la acogedora ciudad hispalense. Al principio nos perdíamos y teníamos que preguntar para regresar a la calle Archero, pero, con el tiempo nos volvimos expertos conocedores de las estrechas callejuelas sevillanas, aprendiéndonos sus nombres. De manera que: Sierpes, Tetuán, Alfonso X, Águila, Avenida Menéndez Pelayo, Plaza del Duque, etc., nos eran ya familiares. El caso es que caminaba alegremente al lado de mi compañerito. Sabía, a ciencia cierta, que él era visto por los peatones que se nos cruzaban, a pesar que Epaminonda era un producto de mi imaginación y no un ser nacido como todos nosotros. Y es que había sido tal la fuerza de mi mente al crearlo, que era casi una persona real, con una vida poco más o menos propia y, debo confesarlo, me empezó a preocupar que así fuera, ya que esto podría, en un futuro, llegar a significar que se saliera de mi autoridad y tomara “las de Villadiego”, pese a que minutos más tarde ya estaba pensando lo contrario, es decir: que mi personaje jamás podría desprenderse de mi tutela; que estaría para siempre ligado a mí; al fin y al cabo, era producto de mi mente; lo había creado para no sentirme tan solo; para tener un compañero con quien conversar, con quien compartir ideas. Pasaron los días, las semanas y los meses. Todo lo juzgaba muy normal. A veces me parecía que Epaminonda era un ser de carne y hueso, al que solo le faltaría ser dotado de un alma para ser completamente humano. Se lo comenté, vía Internet, a un amigo de la infancia, muy loco por cierto, y en una ocasión me escribió en Hotmail:-“Si quieres te consigo alguien que sabe de eso.- Es una mujer muy conocedora de las cosas ocultas de este incomprensible mundo en el que vivimos”.- No estarás refiriéndote a la Diva Zahibi”- le contesté en broma, ya que sabía que la Zahibi era una mentalista mexicana que vivió y actuó en Barranquilla allá por los años 30 del pasado siglo XX. Pero mi amigo se tomó muy en serio mi interés y en otro correo me prometió, sin pedírselo, que haría todas las gestiones en ese sentido. El caso es que, unos meses más adelante, estando sentado en el parque de “Murillo” ya mencionado, se me acercó una señora delgada, de unos 50 años, con cara de buena gente, de tez blanca, de pelo corto y pintado de un rojo, un tanto exagerado para mi gusto. Se sentó a mi lado y de sopetón me preguntó: .- ¿Es usted el señor Prieto, el creador de Epaminonda? .- Sí, le contesté bastante sorprendido y hasta un poco asustado, pero viendo su cara amable, le estreché la mano en señal de amistad. .- ¿Cómo se llama?- le pregunté, con el ánimo de entablar una conversación. Pero ella me contestó: .- Mi nombre no es importante, se lo diré más adelante. Ahora, solamente quiero decirle que estoy en capacidad de dotar a Epaminonda de un alma. .- ¡¿Qué qué?!-le pregunté alarmado.- No es una broma. ¿Verdad? .- Mire señor Prieto, no estoy para chistes; soy una persona muy seria y le exijo un poco de respeto. Yo solo quiero cumplir con el encargo de su amigo Manuel. .- ¿Manuel? ¿Y cómo es que usted le conoce? .- Somos miembros de una hermandad, de una comunidad de carácter oculto... .- ¡Ocultista, querrá usted decir! ¿No tienen ustedes nada que ver con el culto a Satán? La mujer se paró de la banca de una forma, que parecía que un bicho la había picado y, acercándome la cara hasta casi rozar mi nariz, me expresó muy enojada: .- ¡Déjese de payasadas! No estoy aquí para escuchar sus sandeces, sino para ayudarle a conseguir que su muñeco tenga en verdad vida, que posea un alma como todos los humanos; pero con una diferencia... .- ¿Cuál? .- Luego, cuando muera.... .- ¿Cuándo muera? ¿Pero está usted loca? ¿Cómo habría de morir si es una invención mía? .-Entonces morirá cuando usted mismo muera-me contestó. .- ¡No la entiendo, la verdad es que no alcanzo a comprender lo que quiere usted decirme! .-Muy sencillo: si usted muere, Epaminonda desaparecerá también. ¿Es tan difícil de entender? Claro-continuó-que si dotamos a Epaminonda de un alma, obtendrá una vida propia; será una persona independiente de usted; continuará viviendo con la aparente edad que ya tiene, pero envejecerá como cualquier mortal y al final morirá. .- ¿Y? .- Muy simple, cuando esto ocurra, su alma nos pertenecerá, la entregaremos al ángel de las tinieblas, al mismísimo Satanás. Me di vuelta y la miré a los ojos pudiendo observar que los tenía muy rojos. Me asusté tanto que me paré de la banca y le dije que se marchara; que no quería seguir conversando con ella. En aquel momento, la señora se levantó. Fue entonces cuando pude ver su estampa completa y al mirar en dirección a sus pies observé aterrorizado, que andaba sin zapatos y, lo peor, en lugar de pies humanos, tenía unas horrorosas patas de cabra: -¡El Diablo! ¡Ave María purísima! ¡Es usted el mismísimo diablo!-le grité, pero ya la mujer había desaparecido... •••
Posted on: Fri, 30 Aug 2013 05:37:28 +0000

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