Cada vez soy más incapaz de reflexionar sobre los grandes temas, - TopicsExpress



          

Cada vez soy más incapaz de reflexionar sobre los grandes temas, o sobre los temas que parecen grandes, o que nos dicen que son los temas que nos deben ocupar, y por tanto son grandes. Quizá los años me llevan con más y más insistencia a reflexionar sobre la vida cotidiana. Busco allí los temas que quiero reflexionar. No soy afecto a compartir mis reflexiones, porque no son profundas, y porque son mías (como experiencia vital, que no creo incomunicable, pero siempre será insuficientemente incomunicable) y porque además no creo que sean relevantes para otros. Hoy lo hago, sé por qué, pero me reservo mis motivos. En las transacciones cotidianas, los precios, como todo sistema de métricas, se vuelve algo caprichoso. Hay productos que su expresión monetaria del valor es equivalente a, por ejemplo, 13,50$. En los negocios no bancarizados, recibir el cambio es una odisea. No por el cambio en sí mismo, sino por las interacciones comunicacionales. Creo que el capricho de la métrica, es para que sus propietarios o dependientes gocen de una propina involuntaria. A lo mejor es el resultado de un sesudo cálculo de costos, o la decisión arbitraria de las cadenas de distribución o de un burócrata despistado. Ya no es relevante. Lo importante es la interacción comunicacional (física, verbal y psíquica) a la que nos sometemos día tras día. No lo digo en tono quejoso, ni inquietante. Gracias a esa interacción tenemos la oportunidad, si la sabemos aprovechar, de conocer y hacer amigos. Yo no hice muchos, es más creo que ninguno, pero no tendría que juzgar esa posibilidad por mis talentos y capacidades. Hoy compro un objeto. Su precio: 10,50$. Le doy un billete de 10$, y raudamente, antes que medie posibilidad de diálogo, me dispongo a buscar en mis bolsillos, y rápidamente saco los 50 centavos. La cara de la empleada, mostraba un alivio. Alivio, porque implicaba economía de palabras, ya no tenía que decir: "le puedo dar caramelos por los...." Ella contenta y yo más. Me evitaba mi frase favorita: "No quiero caramelos, gracias. Mejor me los debe" La digo siempre, como si en algún momento, volviera al mismo lugar, me atendiera la misma persona, recordara mi cara, y su deuda. Quizá lo hago, porque encuentro satisfactorio que la vida me diera una sorpresa de ese tipo. Vuelvo al momento en que tengo la moneda de 50 centavos, se la doy, y le digo: "Acá tiene la moneda falsa". No piensen que quise hacer un juego de palabras, ni invitar a mi contraparte de la transacción real a hablar del texto célebre de Boudelaire. Era un afirmación, cuya contrastación era evidente: era una de las tantas monedas falsas que se introdujeron ilegalmente en los noventa cuando su valor equivalía a 50 centavos de dólar. ¿Se acuerdan? De aquellas que pasaban directo por los teléfonos de moneda de las recientemente privatizadas, y nos impedían hablar con..... La empleada del quiosco se rió, y me dijo: "¡Si es falsa!". Y en su afirmación obtuve toda una clase magistral de economía: que importa que la moneda sea falsa, yo lo sé, ella lo sabe, usted lo sabe, pero al final es igual que si fuera verdadera, nos evita la incómoda pregunta por los caramelos. Y además, sigue siendo ese cemento de la sociedad (frase popularizada por Elster, que introdujo Hume), hace que la moneda falsa, sea moneda social, aunque más no sea para evitarnos los terribles caramelos que no siempre deseamos.
Posted on: Wed, 07 Aug 2013 03:42:48 +0000

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