Cecilio Francisco ( Kiko) Mendive Por: Ángel - TopicsExpress



          

Cecilio Francisco ( Kiko) Mendive Por: Ángel Bello Conversábamos. Él sentado frente a mí, parecía esperar pacientemente como el humo del cigarrillo flotaba, creaba figuras en el aire y se disolvía lentamente. Tan pausadamente como su vida lo había llevado hasta allí. Bajaba y subía la cabeza, rápidamente, ensayando reflexiones. Posiblemente, para ajustar algún recuerdo de la sincopa de un mambo o cuadrar el verso de alguna guaracha que daba vueltas en su cabeza, desde que era un desgarbado sujeto e intentaba cantar en cualquier parte de la Habana. En otros tiempos de miseria artística y oportunidad para la adulación. Vestía un pantalón marrón sostenido por elásticas negras, sus zapatos puntiagudos con tacón cubano - aún hoy - le permitían adornar su andar por la vida con un tumbao que le consentía, arrastrar rítmicamente, al caminar, suficiente pasado dentro de su memoria. Quizás, su camisa floreada, de colores vivos, y cerrada al cuello le obligaba a suponer alguna que otra primavera. Mulato, pelo planchado. Muy esquelético, con esa dentadura que le abarcaba casi toda la cara cuando reía. Ojos saltones, y debajo de su nariz aquel bigote extendido y atenuado. Me lo imaginaba como se vería con un par de maracas inmensas en sus manos; moviéndolas sincrónicamente a la altura de su barbilla. Y esa delgada cintura, que insinuaba junto a sus canillas la peripecia de desbaratarse, entre el signo de la clave y la incesante obsesión en las manos de un bongosero, que despedaza sus dedos argumentando arritmias, antes del ritual de levantar la campana e inaugurar la prontitud del coro y el soneo. Su voz nasal de cantante de punto cubano, goajira o guaguancó se multiplicó ante la necesidad de no parecerse a un cómico bailador de danzón en un cabaret. Esos antros que brotaban en cualquier film mejicano de los años cincuenta, siempre plenos de pachucos o sufridas rumberas que venden su cuerpo, y viven cantando diálogos de castidad e inexperto decoro desperdiciado- presuntamente- en una noche de amor en Acapulco. O consumando religiosamente en una barra, ante una medallita de la virgen de Guadalupe, expiaciones con ritmo de bolero el resto de la película. Y es que él, había existido improvisando su vida- gloriosamente- entre orquestas, casinos e historias de cine mejicano en las que se aparecía, inusitadamente fantasiosa: Ninón Sevilla. Arrastrando y bamboleando un plumaje tras de sí. O salpicando, voluptuosamente, de canutillos brillantes, la mirada de un público que lo ignoraba a él, detrás de las ampulosas caderas de esa y otras contorsionistas de la rumba, todas blancas y aventureras, en cualquier película de Orol o Cabaret del Distrito Federal. Estuvo, y nos comenta, tan cerca de María Antonieta Pons cuando esta ensayaba- aleteando sus pestañas- miradas sentimentales de pecadora pesarosa. Dramatizando y danzando -ahí mismo- un sufrimiento piadosamente exótico. Rodeada siempre de prietos que cargaban tumbadoras de cartón e imitaban con sus manos caricias amaneradas sobre el cuerpo de la Pons, en el mismo instante en que Pérez Prado sacudía su garganta con un sonido de foca que bordaba lo sublime del mambo. Vivió su historia tantas veces en el arrabal del celuloide, compartiendo siempre el contraste de la tristeza del guión con la alegría que inspiraban sus cantos y gestos de bailarín circense. Obligado a ser adorado, más allá de una sonrisa olvidadiza a la salida del cine. El haber nacido en Los Sitios (Barrio Habanero) a lo mejor le dio el sentido de la vida en todos los lugares. Arrastró al mambo tras de sí. El mismísimo Acerina le aceró el acompañamiento. Y sintió los dolores de Luis Arcaraz en Viajera, una apología necesaria que alimentaba y sostenía la fantasía de sus palabras y aventuras, en un amor liado de pecados en lugares iluminados por bombillos pintados de rojo. Vivió adornado también, por venturosos y forzados apegos, que le daban sensaciones de tormento inagotable a sus recuerdos. Era, su palabra la que contaba en esta conversación entre desconocidos. Llegó al país, cuando se construía todo o casi todo y el CHA CHA CHA le comenzaba a desbordar la imaginación. Fue Adela quien le dijo que volviera a Méjico por un tiempo, pero algo le habló de agotamientos, nuevas tierras y nuevos sones. Y se le conoció aquí como cantante o comediante durante largo tiempo. El Coney Island de los Palos Grandes lo vio subirse risueño y bajarse contento con su vida. Sadel, en ese momento, era terriblemente abrumador; nos dijo, con el acierto, la sabiduría de su edad y su virtud de histrión guapachoso inalterable. Saume, lo presentó en blanco y negro durante el almuerzo; cuando pocos tenían televisión. Mientras tanto el humo del cigarrillo le continuaba bailando esa danza insospechada de compases. Ahora, decía, solo debo hacer reír. Todo lo que hice se abrevia en hacer reír. Son como fantasmas los personajes de esta rochela, aparecen y desaparecen; no olvidan la morisqueta simplemente no recuerdan quien la hizo. Cada semana es una angustia, una exageración. Salir de la pantalla es la aproximación al convencimiento del desamor y el olvido. Por eso me sanan ahora los recuerdos, porque los puedo reinventar y prometerme sueños e ilusiones; que es de lo que siempre he vivido. …a lo mejor no te pagaron lo suficiente por ellos KIKO. Cecilio Francisco Mendive Pereira muere, con la misma humildad que lo vi en el cine y la TV, en el Hospital Universitario de Caracas, el día 5 de Abril de 2000. Al menos en internet se pueden leer, todavía, algunas tristezas por ti. Cuento breve a partir de una conversación casual entre desconocidos (Kiko y Yo) sostenida en el cafetín de Radio Caracas Televisión en el año 1986.
Posted on: Thu, 01 Aug 2013 01:27:53 +0000

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