Como explican admirablemente (y con su punto de enjundia) autores - TopicsExpress



          

Como explican admirablemente (y con su punto de enjundia) autores como el psicólogo Gary Marcus en Kluge o el neurólogo David Linden en El cerebro accidental, nuestro cerebro es una chapuza, un amontonamiento de parches que asombra no por su armonía sino porque parecen funcionar lo suficientemente bien como para mantenernos vivos. Y es que nuestro cerebro es propenso a las ilusiones visuales, auditivas y hasta cognitivas (que quedan en evidencia en las falacias que cometemos a diario: os recomiendo ¿Se creen que somos tontos? de Julian Baggini para descubrir algunas). Lo peor de todo, no obstante, es que ni siquiera somos conscientes de lo imperfecta que es nuestra manera de pensar y lo fácilmente que nos engañan los sentidos (o nos autoengañamos, verbigracia el efecto anclaje). Somos racionales por los pelos. De hecho, la mayoría del tiempo, somos más estúpidos que racionales. A todo ello sumemos que tendemos a invertarnos explicaciones para llenar nuestras lagunas de conocimiento, aunque esas explicaciones sean incoherentes, tal y como lo hicieron los seguidores de los cultos Cargo: estas tribus observaban aviones de la Segunda Guerra Mundial que aterrizaban llenos de regalos tecnológicos, pero, lejos de admitir que ignoraban lo que estaban presenciando, lejos de ponerse a estudiarlo sistemáticamente, se limitaban a seguir complejos rituales religiosos para que los aviones regresaran (vamos, que inventaron dioses, mitos, sombras que ocultaran sus propias sombras cognitivas). Para mantener un poco (solo un poco) a raya nuestra estupidez de serie, hace muy poco tiempo (poquísimo, si lo ponemos en perspectiva con los miles de años que hace que corremos por este planeta), un grupo de personas articuló el método científico. Algo así como un juez que arbitra, cuestiona y censura las veleidades de nuestro cerebro propenso a los errores, a la opinión, al sé perfectamente lo que pasa, al se sienten, coño, y todo lo demás. El método científico no sólo pone en entredicho lo que opina el personal sino que se pone continuamente en entredicho a sí mismo: todo lo que aprueba es temporal y está sujeto a corrección. Pueden existir científicos dogmáticos, al igual que hay personas dogmáticas, pero nunca sus ideas podrán ser dogmáticas frente al escrutinio del método científico: lo que importa aquí son las ideas, no las personas (así, de paso, echamos por tierra otra falacia muy propia de nuestra mente imperfecta: la falacia de autoridad). Las ideas, pues, no se respetan. Si la ciencia respetara las ideas dejaría de ser ciencia y se convertiría en religión. La ciencia dinamita las ideas para construir ideas mejores. Pero el método científico sigue confinado en laboratorios y otros ambientes estrictamente académicos. Fuera de ellos es un rara avis, una mutación intelectual todavía muy nueva y minoritaria. Esgrimir el método científico en la vida cotidiana es una empresa casi quijotesca, habida cuenta de que, en cuanto nacemos, somos sometidos ya a ritos mágicos de aspersión de agua sagrada. Cuando adquirimos cierta lucidez mental y nos formulamos preguntas medianamente serias, recibimos de padres y maestros respuestas idiotas sobre el origen del mundo, la moral, los sentimientos y otras cosas importantes. Si no tenemos la suerte de cursar estudios en los que se enseñe qué es el método científico en profundidad, qué engaños hay en el relativismo, por qué la ciencia no es una cosa de laboratorios sino una manera de pensar, entonces acabaremos despilfarrando días y años en aprender de memoria doctrinas religiosas, literarias y filosóficas que existen totalmente desvinculadas de la ciencia, como si aún viviéramos en la Edad Media. Mitos y supersticiones, por cuestiones económicas y de indigencia intelectual, se enseñan incluso en Universidades; en farmacias se venderán productos que no superan ensayos clínicos (pero a mí me funciona, qué más da); en el entretenimiento de masas el héroe será siempre el que crea sin pruebas, el que conecte con su yo infantil o el que intente perpetuar la Navidad; seguiremos ad infinitum con la cantinela de que tú no lo crees porque no lo has visto, cuando una de las primeras prevenciones del método científico es que, aunque ante ti se aparezca el fantasma de Alejandro Magno afirmando ser el fantasma de Alejandro Magno, tú no puedes empezar a creer en fantasmas por esa razón tan endeble. Pero creerémos, porque las raíces de nuestros pensamientos, tanto pedestres como elevados, siguen conectados con la parte más primitiva nuestro cerebro. Porque no se dispone a la gente de unas buenas tijeras intelectuales para cortar de raíz.
Posted on: Tue, 08 Oct 2013 01:53:45 +0000

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