Conociendo nuestras deformaciones Dios habla hoy viernes, 15 de - TopicsExpress



          

Conociendo nuestras deformaciones Dios habla hoy viernes, 15 de junio 2012 Con este fin les escribí, para ponerlos a prueba y ver si son obedientes en todo. 2 Corintios 2:9 Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis inquietudes. Salmos 139:23 Se requiere una conciencia muy lúcida de las fuerzas desconocidas que continuamente pugnan dentro de nosotros. El subconsciente humano es un mar sin fondo. De él salen muchas de las acciones que afectan nuestra vida, muchas veces sin que nosotros logremos darnos cuenta. Tenemos que pedirle al Espíritu Santo una capacidad muy profunda e incisiva para discernir esas fallas estructurales, esos “tendones de Aquiles” de nuestro carácter que, como grietas invisibles corriendo a lo largo de un muro, ponen en peligro nuestra estabilidad y permanencia. Todos tenemos esas fallas. En muchos casos no las podremos eliminar enteramente, y sólo lograremos controlarlas y mantenerlas bajo disciplina a lo largo de nuestra vida. Los defectos y deformaciones emocionales que nos lega la vida frecuentemente son poderosos y persistentes. La realidad es que, muchas veces lo máximo a lo cual podremos aspirar es sujetarlos diariamente a la palabra de Dios, impidiendo que nos lleven a un comportamiento auto-destructivo, administrándonos una dosis de humildad, prudencia y dominio propio cada día. Como gente con una condición de salud persistente, deberemos mantener en vista nuestra “enfermedad”, y tomar medidas adecuadas para mantenerla bajo control. Esto en ninguna manera niega el poder o la realidad de Dios. Tampoco niega su capacidad para cambiarnos eventualmente si nos entregamos de corazón a su gracia transformadora. UN AGUIJON BENEVOLO Uno de los más grandes filósofos griegos ha declarado: “La vida no examinada no merece ser vivida”. Muchos de los problemas y neurosis de nuestra personalidad se deben a la falta de conocimiento e introspección acerca de nosotros mismos. El salmista ora: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos. Y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Sal 139:23 y 24). La realidad es que muchas veces hay trabas invisibles en nuestra psiquis, deformaciones sutiles en nuestro carácter de las cuales no estamos plenamente conscientes. Estas energías negativas se mueven clandestinamente en las zonas no reconocidas o exploradas de nuestra personalidad. Esa falta de discernimiento de nuestra parte frecuentemente permite que los defectos de nuestro carácter continúen manifestándose y deformando nuestro comportamiento. En muchas ocasiones, tendremos que luchar con esas deformaciones internas durante largo tiempo, explorándolas y examinándolas pacientemente a la luz de la Palabra, reduciendo gradualmente su poder compulsivo sobre nosotros, hasta que finalmente logremos desterrarlas por medio de la confesión, la oración y el sometimiento activo a Dios. Más misterioso aun, habrá veces en que Dios soberanamente decidirá mantener viva esa agónica lucha interna dentro de nosotros hasta que algún misterioso propósito que sólo Él conoce haya sido consumado. En estos casos, nuestra lucha interior, la conciencia de nuestra propia debilidad espiritual, vendrá a ser como un benévolo contrincante, un misterioso entrenador que Dios ha de usar para acercarnos a Él, mantenernos más humildes y hacernos más dependientes de su gracia. De nuevo, el famoso aguijón del apóstol Pablo resulta iluminador en este caso. Después de recibir gloriosas revelaciones, Pablo tuvo que soportar una humillante y persistente lucha interior de la cual no se nos dan muchos detalles, pero que evidentemente le causaba gran agonía y sentido de culpabilidad (ver 2 Corintios 12:7 y 8). Después de pedirle al Señor tres veces que lo librara de esa penosa condición espiritual, y recibir la misma negativa acompañada de un llamado a simplemente abandonarse a su gracia, Pablo entendió que Dios permitía esa aparente debilidad para su propio bien, y que esta cumplía un misterioso propósito santificador y fortalecedor. Su “aguijón” lo mantenía humilde. Le recordaba que, a pesar de sus privilegiadas experiencias, seguía siendo un mero reo de la gracia de Dios, perpetuamente necesitado de su misericordia. Esa forzosa humildad lo protegía. Constituía una especie de disciplina preventiva. Lo mantenía a salvo de los inevitables estragos de la soberbia espiritual a la cual hubiera sucumbido dada las exaltadas revelaciones que había recibido. De ahí las hermosas palabras de 2 Corintios 12:9 y 10, las cuales hacemos bien en acatar nosotros mismos: 9 Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. 10 Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. El Dios que nos justifica Dios habla hoy martes, 19 de junio 2012 ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. Romanos 8:33 Como un padre se compadece de sus hijos, Así se compadece el SEÑOR de los que Le temen. Salmos 103:13 La santificación no es para cobardes. Es agónica, y es el esfuerzo de toda una vida. No se trata de un asunto blanco y negro, todo o nada. Al recordar los accidentes y peripecias de nuestra propia jornada de crecimiento, podemos identificarnos con los que luchan con adicciones, deformaciones emocionales y ataduras de diversos tipos. Cuando reconocemos lo complejo, arduo y sutil que es el proceso de la santificación del creyente, esto nos permite ser más entendidos y pacientes con aquellos que experimentan caídas y fallas en su propio peregrinaje espiritual. La contradicción y la inconsistencia son parte inevitable de la experiencia cristiana. La formación de un hijo o hija de Dios inevitablemente involucrará caídas penosas e inconsistencias que han de contradecir las aspiraciones más nobles del alma. Esto no es necesariamente indicio de una perversidad personal, sino producto de nuestra condición genética de seres caídos e imperfectos. No cabe la menor duda de que personajes bíblicos como Josafat, Abraham, David y Pedro, amaban apasionadamente a Dios. A través de toda su vida, dieron muestras de que estaban dispuestos a tomar grandes riesgos y confrontar grandes peligros para defender los intereses del Reino de Dios. Sin embargo, su condición de hombres caídos, propensos al pecado y a la desobediencia a pesar de sus mejores intenciones, los llevaron a pecar y errar en más de una ocasión. Al detenerse a enfocar los momentos bajos de la biografía de estos personajes, la Palabra los humaniza. Los saca de la estratósfera espiritual y los hace descender a nuestro nivel. Les permite trascender su época, alcanzar a través de los siglos y hablarle a nuestra propia experiencia moderna. Nos provee la oportunidad de ver cómo gente que amaba tan profundamente a Dios podía también fallar en maneras tan dramáticas. Al analizar el alma tan compleja y matizada de estos hombres y mujeres de Dios, podemos entender mejor los resortes que mueven nuestra propia experiencia, y tener una comprensión más cabal de los principios que rigen el proceso de la santificación del creyente. El salmista declara en el Salmo 103:13 y 14: 13 Como el padre se compadece de los hijos, Se compadece Jehová de los que le temen. 14 Porque él conoce nuestra condición; Se acuerda de que somos polvo. Dios se compadece y es paciente con nosotros precisamente porque El sabe que nuestra naturaleza misma nos conduce inexorablemente al pecado. Por más que queramos, habrá momentos en que nuestra condición biológica misma nos hará tropezar y pecar contra el Dios que tanto amamos y queremos agradar. Por eso también el escritor de Eclesiastés declara: “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra que haga el bien y nunca peque” (Eclesiastés 7:20). Ese entendimiento sobrio y complejo de la condición de todo ser humano nos debe llevar, entonces, a una actitud de profunda misericordia y paciencia para con los demás. A la misma vez que nos alentamos entusiastamente hacia la santidad y la perfección a la cual nos llama la Palabra, debemos hacer provisión para los momentos de inconsistencia que inevitablemente vendrán. Esa actitud tolerante no sólo nos permitirá perdonar a otros cuando nos fallen, sino que también nos permitirá perdonarnos a nosotros mismos cuando le fallemos a Dios. Paradójicamente, cuando asumimos esa postura iluminada, quedamos libres para agradar a Dios y hacer su voluntad. Al rehusarnos a condenarnos a nosotros mismos o a los demás, liberamos energías que podemos entonces canalizar hacia la verdadera batalla de sujetar nuestra carne a los principios de la Palabra de Dios. ¿Guerra espiritual o carnal? Dios habla hoy jueves, 14 de junio 2012 Porque en El fueron creadas todas las cosas, tanto en los cielos como en la tierra, visibles e invisibles; ya sean tronos o dominios o poderes o autoridades; todo ha sido creado por medio de El y para El. Colosenses 1:16 ¿Y no he de apiadarme Yo de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de 120,000 personas que no saben distinguir entre su derecha y su izquierda, y también muchos animales?" Jonás 4:11 Hace unos días recibí un correo al cual por razones de discreción le he omitido algunos detalles, pero que creí necesario compartirlo pues sé que es una situación a la cual nos hemos visto expuestos de alguna forma en algún momento. El correo en cuestión decía lo siguiente: "Tengo un problema, mi hija está casada con un babalao y desde allí mi vida y la de mi familia se volvió un caos, me gustaría Ud. me pueda explicar con conocimiento ante que me estoy enfrentando y que debo hacer." En verdad esta persona tiene un problema porque está lidiando con alguien que no conoce a Cristo, simplemente ha hecho un pacto con Satanás porque no conoce nada mejor. Generalmente en estos casos intentamos luchar con nuestras fuerzas, lo cual traería problemas en el seno familiar y el distanciamiento con su hija. Debemos recordar que la palabra dice que seamos “mansos como palomas, pero astutos como serpientes” y eso es lo que vamos a hacer en casos como este. Usted no va a presentarle a Cristo a la persona, usted no la va a rechazar, usted no va a formar una tragedia. Usted va a presentarle la persona a Dios, va a comenzar a orar y si Dios se lo pone en su corazón, ayunar por esa persona presentándolo al Señor de forma que Él prepare su corazón para recibir el Evangelio de Salvación. No podemos desfallecer. Hasta ahora, es posible que hayamos estado batallando contra esa persona, pero debemos tener muy claro lo que dice Efesios 6.12 "Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” y más adelante aclara en 1 Pedro 3.22 “quien habiendo subido al cielo está a la diestra de Dios; y a Él están sujetos ángeles, autoridades y potestades” Puesto que todas las potestades están sujetas a Él, es a Él a quien debemos acudir, pues cuando nos enfrentamos directamente al demonio, él nos hace caer y no damos testimonio de quienes somos. ¿Alguna vez se han preguntado si algún impío fue puesto en nuestro camino para que a través de nuestro testimonio pudiera conocer a Cristo? A veces Dios nos pone pruebas como estas para probar nuestra fe y si estamos conscientes que nada bajo el cielo escapa de su control, entonces debemos confiar en que Él tiene un propósito con todas las cosas y debemos obedecer y someternos. Muchos, hace tiempo, andábamos perdidos precisamente en esos caminos y si hoy somos siervos del Dios altísimo y somos instrumentos de bendición en sus manos, es porque otros fueron testimonio para nosotros y nos mostraron que había un camino mejor que llevaba a la vida eterna. Por eso, hermanos, niéguense a si mismos, tomen su cruz y arrebaten esas vidas al demonio, pero mostrando al Cristo incomparable en amor y misericordia, recordemos quienes éramos antes de que Él tocase a la puerta de nuestro corazón y más aún, cuanta paciencia tuvo esperando que decidiéramos abrir. Recuerden “Si no somos parte de la solución, entonces somos parte del problema” El Dios de toda Consolación Dios habla hoy martes, 12 de junio 2012 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación. 2 Corintios 1:3 Él sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas. Salmos 147:3 Los que hemos experimentado la bondad de Dios, de seguro tendremos pruebas suficientes de su misericordia infinita. ¿Quién no ha tenido pruebas que lo han derribado temporalmente acompañadas de una avalancha de dolor y de tragedias que desgarran el alma hasta desfallecer? ¿Acaso estamos los cristianos exentos de pasar por tribulaciones y tiempos de angustia? Nos engañamos si decimos que no. Vivir una vida victoriosa en Cristo no nos libra en ocasiones de los ataques despiadados del príncipe de las tinieblas. Pero…bueno es saber que tenemos un Padre de misericordias que nos consuela. La Biblia nos habla de un Dios que no escatimó nunca el estar al lado de los quebrantados de corazón, de los que sufren, de los que padecen transitando por un desierto aparentemente sin oasis a la redonda, de los que lloran sin consuelo sumergidos en los padecimientos de la carne. La gracia sobrenatural de Dios en estos casos, no solamente se manifiesta para curar las heridas de las batallas de la vida, sino para traer también el consuelo que restaura la esperanza para seguir andando por su misericordia. ¡Sólo tenemos que llamarlo y esperar pacientemente! Uno de las más piadosas, pero también más difíciles tareas del cuerpo de Cristo es ministrar consolación a los hermanos que padecen temporalmente de una pena grave, que puede ir desde la pérdida de un empleo hasta la de un ser querido, pero sucede que si el que consuela no ha transitado por el mismo dolor del que sufre la pena, ninguna palabra rebuscada para consolar, ni versículo bíblico para la ocasión, ni abrazos sentidos, ni ojos humedecidos por la solidaridad, bastan (a veces) para menguar el padecimiento; ese horrible tormento que te desarraiga de la vida y te convierte sin quererlo en un perfecto miserable. Pero Él, sí es un Padre de misericordias y un Dios de consolación. A Él debes acudir. Su sanidad sobrenatural, su gracia desbordada como ungüento de la mejor elaboración, en nada se compara con lo que nosotros, con la mejor intención cristiana, podríamos hacer. El consuelo que emerge de la acción sobrenatural de Dios es el que cura verdaderamente. Cuando uno se sabe consolado por el mismo Dios y llega a experimentar el consuelo sanador, comienza a estar apto para consolar a otros. Pablo lo dice con acierto: “(Dios)… quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren”. (2 Corintios 1:4) Quienes hemos sentido esa sanidad divina reparadora de un alma partida en dos por el dolor, (yo el primero de todos) se sabe haber sido depósito e instrumento de un grande milagro de Dios. Cuando todo parecía desmoronarse a nuestro alrededor, un clamor desesperado obró la presencia del Consolador en Espíritu y devoró suavemente las amarguras que nos mataban poniendo paz sobreabundante y sanidad del corazón. Damos gracias a Dios por los muchos hermanos a los que Dios ha dado el don de la ministración para los tiempos de quebrantos. Yo mismo he sentido ese amor solidario de los que se deshacen en amor para aliviarnos. Estoy seguro que la mayoría de ellos también un día presentaron a Dios sus llagas producidas por el dolor. Aun teniéndoles cerca, sabiendo que están ahí, dispuestos a servirnos por amor, es nuestra búsqueda de la divina providencia, del poder de la gracia incomparable de nuestro Señor, las que nos dan la mejor medicina y la más preciosa consolación. ¡Dios te bendiga!
Posted on: Sun, 21 Jul 2013 05:47:01 +0000

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