¿Cuánto vive el hombre, por fin? ¿Vive mil años o uno solo? - TopicsExpress



          

¿Cuánto vive el hombre, por fin? ¿Vive mil años o uno solo? ¿Vive una semana o varios siglos? ¿Por cuánto tiempo muere el hombre? ¿Qué quiere decir para siempre? En este día entero de otoño Limeño,cargado de una silenciosa niebla, en la que las nubes se cernían como espadas opresoras de pecho.Pasaba yo por lo que fue la casa de Gaia, para llegar a ella debía cruzar a través de una extensión singularmente monótona de fábricas y a medida que las sombras de la noche se extendían, era al fin la casa de ella. A la primera vista sobre los jardines secos, sentí una insufrible tristeza que penetró en mi espíritu.Digo esto puesto que aquel sentimiento no estaba mitigado por esa emoción agridulce,esa sensación que acoge el ánimo hasta la severidad de las naturales imágenes del terror o el abandono. Ante mí contemplación estaba la simple casa, el simple paisaje característico en ese uniforme insano de casa tras casa , el arco de triunfo que jamás floreció, las ventanas que parecían cuencas vacías de un cráneo, algunas cercos que se alineaban al resto y unos cuantos troncos moribundos, con una completa depresión de alma que no puede encajar apropiadamente en un concepto dado por las sensaciones humanas, esa sensación después de caerse mientras se sueña en un ahogo infinito, la atroz caída le dicen. Era una sensación glacial, un abatimiento, una náusea visceral, una irremediable tristeza de pensamiento que ninguna oportunidad de estímulo a lo sublime era capaz de impulsar. ¿Qué era esa sensación que me desalentaba a acercarme más? Dentro de mí no podía luchar contra las sombrías visiones que se amontonaban sobre mí mientras reflexionaba en ello. De este modo llegué a la paupérrima conclusión de que existen combinaciones de objetos naturales muy simples que tienen el poder de afectarnos de este modo, aunque el análisis de ese poder se base sobre conjeturas mías.Era posible, pensé,que una simple diferencia en la disposición de los detalles de la decoración del cuadro macabro, sea suficiente para modificar, para eliminar quizá, esa capacidad de impresión dolorosa.Miré con fijeza hacia abajo—pero con un estremecimiento más aterrador aún que antes— las imágenes recompuestas e invertidas de los cercos roídos y de los lívidos troncos que atravesaban las ventanas como lágrimas de ojos vacíos. Empezaré con los tiempos difíciles,Gaia vino a Lima. Tenía entonces alrededor de veinticinco años, pero parecía que le quedaba poca vida por delante para labrarse un futuro y tener la posición que deseaba. Trabajaba como un animal y las pocas veces que se sentaba para descansar sus tenaces huesos, sentía que estaba perdiendo momentos preciosos y que cada minuto de ocio era un siglo más lejos de sus sueños. Vivía en una casucha de tablas con techos de tejas, se notaba que quería recordar el lugar donde veía el cielo más azul. Era una sola pieza cuadrada donde acomodó sus pertenencias, con unos cuadros de ganados en cada pared, razón suficiente para que circulara alguna conversación en su glacial soledad. Todo su mobiliario consistía en una silla, un catre, una mesa rústica, una máquina de escribir y una pesada caja fuerte que tuvo que traer a lomo de mula a través de la accidentada carretera de la sierra peruana,dentro de la caja guardaba los jornales de los mineros, algunos documentos y una bolsita donde brillaban los pequeños trozos de esperanza que representaban el fruto de tanto esfuerzo. Nunca se había bañado en agua caliente y los recuerdos que tenía de su niñez –los cuales me encargó hoy- eran de frío, soledad y un eterno vacío en el estómago.Allí comía, dormía y escribía durante dos años, sin más distracción que unos cuantos libros muchas veces leídos, tenía una accidentada obsesión por los periódicos atrasados, además de poseer una caja con llave donde guardaba la correspondencia que mantenía con su familia.Una vez le pregunté cómo pudo vivir tanto tiempo sola y tan lejos de la civilización.La explicación está puesto que no fue una persona sociable, no era enamoradiza, nunca lo ha sido, soy de naturaleza fiel me dijo, a pesar de que me bastaba la sombra de un brazo para que me vengan ideas a la cabeza aún hoy, cuando ya estoy tan vieja que al verme en el espejo no me reconozco. Parezco un árbol torcido. En mi generación hacíamos una segregación entre las mujeres decentes y las que no y también dividíamos a las decentes entre propias y ajenas. No había pensado en el amor antes de conocerlo y el romanticismo me parecía un arma peligrosa e inútil y si alguna vez me gustó algún jovencito, no me atreví a acercarme a él por temor a ser rechazada y al ridículo. He sido muy orgullosa y por mi orgullo he sufrido más que otros. Ha pasado mucho más de medio siglo, pero aún tengo grabado en la memoria el momento preciso en que él, entró en mi vida, como un ángel distraído que al pasar me robó el alma (...)
Posted on: Tue, 13 Aug 2013 20:35:22 +0000

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