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DIVULGACIÓN DE LAS CIENCIAS SOCIALES La divulgación de la ciencia es una disciplina que acerca el conocimiento científico a la sociedad en general. En nuestro país ha sido poco comprendida, a pesar de las décadas de esfuerzo que le han dedicado los investigadores y las instituciones. Hace poco más de tres siglos los frutos de la investigación científica comenzaron a acumularse y constituyeron un cuerpo sólido de conocimientos que merecían contar con reconocimiento y apoyo social. La utilidad de los resultados y sus aplicaciones, en muchos casos de tipo económico, derivó en una imagen de la ciencia que la proyectaba como un medio para el progreso, en donde el máximo valor del conocimiento científico se limitaba a la acumulación de los logros obtenidos. La visión de que la ciencia se convalida a sí misma gracias a sus esquemas de refutabilidad o aceptación del conocimiento generado paulatinamente, la convirtió en una actividad que, aparentemente, no era competencia directa de la sociedad sino de la comunidad científica como un ente separado. De este modo se visualizó a los científicos, sus principales actores, como personajes autónomos y hasta cierto punto independientes de esa misma sociedad. Pareciera que su única responsabilidad como investigadores consistía en obtener y validar resultados científicos. Buenas y malas, las implicaciones que han tenido estas visiones sobre la ciencia y su ejercicio han derivado en un análisis que recomienda llevar a los científicos a un estado de conciencia de sí mismos, como integrantes de una sociedad que tiene obligaciones e intereses propios. Como afirma el sociólogo Robert K. Merton, estas obligaciones morales hacia la sociedad que la alberga, hacen de la ciencia una actividad intelectual que, al ser social, comprende entonces un conjunto de normas y de valores. Los primeros pasos hacia un análisis sociológico de la ciencia permitieron enfatizar una de sus virtudes principales: su carácter de universalidad. También se valoró la objetividad como una característica primordial del quehacer científico, tanto la aceptación como el rechazo de los resultados debían partir de criterios impersonales. De acuerdo con esta premisa, el avance del conocimiento científico no podía estar supeditado a la raza, nacionalidad, religión, clase o cualidades personales de los científicos. La falta de competencia es el único criterio que debe considerarse como una traba en la carrera científica y dar importancia a cualquier otra característica sólo perjudicaría el avance del conocimiento. El apoyo que científicos de diversas nacionalidades dieron a estas normas convirtió a la ciencia en una disciplina internacional, impersonal y prácticamente anónima. El carácter de universalidad es uno de los principios fundamentales de la democracia, entendida como la eliminación de las restricciones a la puesta en práctica y el desarrollo de actividades relacionadas con un cierto valor social. Sin embargo, en cuanto al acceso a la información, la universalidad del conocimiento científico se afirmaba contundentemente en la teoría pero se ignoraba en la práctica. Los científicos de los siglos xx y xxi conforman una elite que no siempre reconoce la necesidad de compartir los conocimientos generados con la sociedad en general. Desde el punto de vista intelectual, aquéllos considerados “no aptos” para comprender a la ciencia son simple y sistemáticamente excluidos de sus procesos. No existe, por lo tanto, una práctica democrática en cuanto al acceso al conocimiento científico. La subsistencia de estos vicios de exclusión no podía sino considerarse como un obstáculo en el camino de la democratización del conocimiento porque una institución que forma parte del dominio público, se reconozca ésta como tal o no, necesariamente debe comunicar sus procesos y hallazgos. La preocupación sobre la existencia de esta separación entre la comunidad científica y el resto de la sociedad tiene un punto de partida señalado en la denuncia que hace Charles Percy Snow en su libro Las dos culturas, publicado en 1959. En el libro, Snow enfatiza la necesidad urgente de reestablecer ligas entre la comunidad científica y la comunidad humanista, y reconoce a los humanistas como a los profesionales de las ciencias sociales y de las artes. Los postulados de Snow abogan por una visión más amplia tanto de la ciencia como de la cultura, en la que la definición de ciencia incluya a las humanidades y la definición de cultura incluya a la ciencia. Tras décadas de escisión entre las ciencias y las humanidades, se considera que el primer paso hacia la promoción de igualdad de oportunidades es permitir el acceso al conocimiento a todo el público no especializado o público lego. Dada la complejidad del conocimiento científico, el acceso no consiste simplemente en abrir los archivos y esperar a que en un vago intento por comprender, el público se acerque a las instituciones que hacen ciencia. Es necesario contar con puentes y estrategias institucionales que faciliten este acercamiento. A partir de este reconocimiento es que comienza el trabajo de la divulgación de la ciencia. Socializar la ciencia Sobran los discursos con tintes políticos que anuncian la imperiosa necesidad de abatir el llamado analfabetismo científico. Sin embargo, para mejorar el apropiamiento social de la ciencia en México se requiere de esfuerzos desde múltiples fronteras como la educación, la información masiva que anuncie diversos aspectos sobre la ciencia que se hace en nuestro país, el fomento de la vocación científica en los jóvenes estudiantes y la apertura de espacios de comunicación que traten temáticas científicas con un lenguaje claro y comprensible para un público lego. La lucha contra el analfabetismo científico no es, por tanto, responsabilidad exclusiva de la comunidad científica. Aunque muchos son los países del mundo que resaltan la necesidad de implementar puentes que conecten al saber científico con el acervo intelectual de un ciudadano, esta tarea cobra mayor importancia en un país como México en donde se calcula que existe apenas un científico por cada 8 000 habitantes. La brecha entre la comunidad científica y la sociedad, que resulta de la poca comprensión que se tiene sobre el quehacer científico, no sólo se ve reflejada en la mínima cantidad de profesionales dedicados a la ciencia, sino también se manifiesta en el desconocimiento y el desinterés por la ciencia nacional. México desarrolla importantes líneas de investigación científica y muchas de ellas brindan aplicaciones directas para el bienestar de la población. Incluso aquéllas que en un principio parecen alejadas de nuestra vida cotidiana constituyen un cuerpo de conocimientos que debería integrarse a la cultura general de la ciudadanía. Si consideramos el concepto de cultura como el conjunto de prácticas sociales e intelectuales sujetas a normas y valores, así como a sus productos, el término cultura científica consta de tres puntos principales: 1) Lo que la gente sabe de la ciencia, o prácticas intelectuales basadas en elementos objetivos. 2) Las ideas preconcebidas que tiene sobre la ciencia, o prácticas intelectuales basadas en elementos subjetivos. 3) Las actitudes tanto positivas como negativas que la población adopta hacia la ciencia, o prácticas sociales. Bajo la perspectiva de Robert K. Merton, la universalidad y la objetividad del conocimiento científico favorecen que la sociedad incorpore un razonamiento crítico hacia las estrategias para la resolución de problemas o de toma y evaluación de decisiones en una nación. De aquí se desprende la importancia que tiene la promoción de una cultura científica en la población de cualquier país del mundo. La responsabilidad del primer punto, lo que la gente sabe de ciencia, recae en la instrucción pública y la enseñanza formal de las ciencias. Entendemos a la enseñanza formal como aquélla que está escolarizada y tiene un sistema jerárquico entre los participantes por ejemplo, el maestro y sus alumnos. Sin embargo, la divulgación de la ciencia tiene entrada en éste y en todos los ámbitos anteriormente señalados pues su acción no se restringe a los años escolares de un individuo, su campo es mucho más amplio en cuanto a rangos de edad, metodologías y medios para la transmisión del conocimiento. La divulgación de la ciencia se anuncia como uno de los promotores fundamentales para incrementar la cultura científica de un país. Esta disciplina tiene a su favor una plasticidad que le permite adaptarse a los tiempos y a los distintos grupos sociales que forman parte de esa difusa masa llamada “público no especializado”. Dicha plasticidad se manifiesta en la multiplicidad de objetivos que tiene la divulgación científica, pues mientras algunos autores señalan que su tarea fundamental es el apoyo a la enseñanza de las ciencias, otros anuncian que la misión principal es el incremento de vocación científica mediante mensajes atractivos derivados de la ciencia. Algunos autores mencionan que no se puede despreciar el objetivo de favorecer una sana diversión contextualizando los procesos que componen a la ciencia, para que la población aprecie esta actividad como un ejercicio humano, social e incluso divertido. Por otro lado, también encontramos autores que argumentan que la divulgación científica tiene como función principal la democratización del conocimiento para favorecer la existencia de un ciudadano con la capacidad de expresar opiniones fundamentadas en la comprensión pública de la ciencia y la tecnología inherentes a las sociedades contemporáneas. Para lograr esta aparente utopía socializadora que favorece la democratización del conocimiento científico, el divulgador enfrenta de manera inmediata dos problemas. El primero es que se ve enfrentado a los altos niveles de abstracción y a la complejidad de los términos que forman parte del lenguaje de la ciencia. El segundo problema consiste en que, a pesar de valiosos esfuerzos, la población evade al conocimiento científico por considerarlo aburrido, inútil o complicado de entender. La sociedad en su conjunto no considera que el conocimiento científico deba formar parte de su cultura general y, al mismo tiempo, son pocos los científicos interesados en integrar la ciencia a la cultura. Favorecer que la sociedad se apropie del conocimiento científico es una labor que demanda tiempo, ejercicio intelectual y esfuerzos que desafortunadamente no se remuneran adecuadamente dentro del complicado sistema de la política científica nacional. De aquí se desprende un escaso interés por parte de la comunidad científica para ejercer la divulgación eficiente y permanentemente. Entonces, ¿cómo integrar o reintegrar el conocimiento científico a la sociedad? Es aquí cuando aparece la figura del divulgador de la ciencia. Con anterioridad se ha discutido a quién le corresponde ocupar el puesto del divulgador, ¿al investigador científico, que es quien genera la materia prima a partir de la cual se hace la divulgación?, ¿al maestro de ciencias, que es quien tiene al público cautivo en la figura del estudiantado?, ¿al periodista, que tiene al alcance un medio masivo de comunicación y es quien realiza la entrevista al científico? Éste es el foro para hacer un llamado a la acción, pues la importancia no radica en quién haga la divulgación de la ciencia, sino en que se haga y se haga bien. Como resultado de la difusa caracterización del personaje conocido como divulgador de la ciencia, la propia Academia Mexicana de Ciencias (amc) propone líneas de acción que cubren diferentes objetivos de la divulgación e invitan a distintos sectores profesionales para cumplirlos. Así, cuando se trata de enfatizar la importancia que tiene la investigación científica en la sociedad mexicana, la revista Ciencia, publicada por la academia invita exclusivamente a los científicos reconocidos para compartir “en un tono sencillo, pero no coloquial” los frutos de su investigación. En cambio, cuando el objetivo central estriba en apoyar la enseñanza de las ciencias, la amc ha diseñado un diplomado titulado “La ciencia en tu escuela” que pretende la actualización en materia del conocimiento científico de los profesores de nivel primaria y de nivel secundaria. Para inicios del año 2007, este diplomado había actualizado a 3 500 profesores. Si se trata de transmitir mensajes científicos a través de los medios masivos de comunicación, la academia cuenta desde el año 2004 con los Seminarios de Periodismo Científico en los que se pretende capacitar al investigador en técnicas de comunicación y al comunicador en materia de ciencia. La Academia Mexicana de Ciencias tiene una Coordinación de Comunicación y Divulgación que aloja diversos proyectos que pretenden fomentar el acercamiento de la comunidad científica con la sociedad mexicana, como el proyecto Domingos en la ciencia originado en 1982,y que a la fecha ha brindado poco más de 5 000 conferencias; los programas Biotecnología y sociedad, Ciencia y género, y la publicación de la revista Ciencia. ¿Quién es el divulgador de la ciencia? A pesar de que el divulgador parece un personaje elusivo, se debe reconocer que la divulgación de la ciencia es en sí misma una disciplina con una estructura definida y que requiere de ciertas habilidades por parte del que hace la divulgación, ya que se utiliza al conocimiento científico como materia prima y a partir de éste, se recrea, es decir, se vuelve a crear la información para facilitar la transmisión de un mensaje derivado de la ciencia hacia un público no especializado. Esta transición no es una simple traducción ni una simplificación burda de la terminología científica. Es, en cambio, una demostración de habilidades intelectuales que invitan a un sector de la sociedad con interés escaso o nulo en la ciencia, para que adquiera mediante la divulgación elementos que incrementen su cultura y, en casos ideales, favorezcan en el público no especializado una necesaria apreciación de la actividad científica. Para fomentar la anunciada “universalidad del conocimiento científico” cada nación recurre a diferentes estrategias educativas para abatir el analfabetismo de la población con respecto a la ciencia. De aquí se desprende que cada país tiene objetivos y planes de acción distintos en materia de comunicación científica. En el caso de México existe una comunidad de divulgadores comprometidos que, desde hace décadas trabajan en instituciones civiles o educativas con los criterios brindados por Ana María Sánchez que define este quehacer como sigue: “La divulgación de la ciencia es una labor multidisciplinaria cuyo objetivo es comunicar el conocimiento científico a diversos públicos voluntarios, recreando ese conocimiento científico con fidelidad y contextualizándolo para hacerlo accesible y para lograrlo utiliza una diversidad de medios”. El divulgador de la ciencia enfrenta un camino difícil con un amplísimo campo de acción, tan amplio como las numerosas ramas de la ciencia. Así, es común que el divulgador se vea en la necesidad de seleccionar el área de la ciencia sobre la que va a trabajar, del mismo modo que un científico tiende a especializarse en alguna rama del conocimiento. Es competencia del divulgador el manejo de estrategias para transmitir la información científica a través de distintos medios de comunicación, de preferencia masivos: la radio, la prensa, la televisión, las exhibiciones en museos de ciencia, las publicaciones como boletines y revistas. La figura denominada divulgador de la ciencia, debe reunir en sí misma un acervo de conocimiento científico importante y un conjunto de habilidades para nutrir de manera eficiente los procesos de comunicación de dicho acervo. Sobre el proceso de comunicación de la ciencia Se había aclarado el perfil de los divulgadores como enlace entre la comunidad científica y la sociedad, pero aún faltaba establecer cómo debía llevarse a cabo esta labor. La primera estrategia que se utilizó en este proceso de socialización de la ciencia fue la propuesta teórica que Bruce Lewenstein llamó “modelo de déficit”. La premisa básica de esta propuesta, es que la población tiene carencia de conocimientos científicos y es tarea del divulgador ofrecerle la información necesaria para que adquiera todo lo que “tiene que saber” para no ser excluido de la ciencia. En este modelo, de manera implícita, la ciencia es considerada superior a cualquier otra forma de conocimiento por ser la única representación válida del mundo y su divulgación se restringe principalmente a la comunicación de sus resultados. La simple curiosidad o las necesidades de conocimiento del público suelen no ser consideradas, así que el mensaje llega desprovisto de un contexto y, por lo tanto, en muchos casos carece de significado. El modelo de déficit tampoco contempla un proceso de retroalimentación que permita medir el impacto de la labor de divulgación. Así, el público recibe la información y no tiene la opción de preguntar o cuestionar lo que se le hace llegar. Un segundo modelo es el llamado modelo contextual, que en cierta medida subsana estas deficiencias. La divulgación que se hace con este enfoque, toma en consideración el contexto social y las experiencias previas del público, y reconoce que todas estas variables juegan un papel importante en el proceso de interpretación del mensaje. Si bien estas consideraciones representan herramientas útiles en la construcción de un discurso divulgativo más significativo, este modelo no es más que una versión modificada del modelo de déficit que toma en cuenta el contexto del público, pero éste sigue sin ocupar el lugar de un verdadero interlocutor y su aceptación de la ciencia continúa siendo pasiva. Divulgar el conocimiento científico en una sociedad que se pretenda participativa y democrática implica el establecimiento de un sistema de comunicación tripartita, que incluya la generación de información desde la comunidad científica, primer emisor; la participación del divulgador de la ciencia, segundo emisor o interfaz dentro del sistema; y la intervención final del público no especializado en la rama de la ciencia que se pretende divulgar, receptor del mensaje. En un modelo de divulgación de la ciencia que se pretenda dinámico se necesita implementar una serie de estrategias que favorezcan una comunicación de dos vías. Así, el divulgador emite información que el público recibe, primera vía, para que una vez recibido el mensaje toque el turno a la sociedad ser la emisora de una opinión, segunda vía. Se establece así lo que Lourdes Berruecos denomina el contrato de la divulgación. En este contrato se establece que el divulgador es el emisor del mensaje sobre ciencia, siempre y cuando conozca más sobre ésta que su interlocutor. La divulgación se hace en cascada, es decir, en una transmisión vertical y no horizontal de la información. El receptor de la información es un sector poblacional que no está especializado en la materia científica sobre la que el divulgador trabaja, pues de otro modo los objetivos de la divulgación, como el incremento de la cultura científica o el fomento de vocaciones, no se cumplirían. En oposición al modelo vertical de comunicación de la ciencia, Lewenstein propone un tercer modelo en el que se abandona la visión positivista de la ciencia y se promueve una divulgación desde una perspectiva más horizontal, el modelo de participación pública. El objetivo de la divulgación a partir de este modelo, es que la ciencia se democratice por medio de diversas estrategias como los foros de discusión, los cuestionarios, las asambleas de consenso y los juicios ciudadanos. Este modelo tiene una visión más completa y actualizada de la ciencia, pero no carece de puntos débiles ya que está más enfocado al proceso de construcción de la ciencia que a la generación del conocimiento científico per se. Para la divulgación de la ciencia, los procesos científicos no están sujetos a opiniones subjetivas. No compete a la divulgación analizar el quehacer de la investigación científica, en todo caso, sería una tarea para el filósofo de la ciencia. Sí es importante para el divulgador, en cambio, conocer qué opina el público sobre aquello que se divulga. Cada medio de comunicación tiene competencias y plasticidades distintas para favorecer un modelo dinámico de divulgación; de aquí se desprende, por ejemplo, que las estrategias más socorridas en las revistas de divulgación para conocer las inquietudes del público son las secciones de foros abiertos que funcionan mediante cartas o correos electrónicos; en los programas de radio se favorece la interacción directa con el público mediante las llamadas telefónicas; las conferencias de divulgación ofrecen espacios para preguntas y respuestas, mientras que en los museos de ciencia es común recurrir a los cuestionarios que permiten evaluar qué tanto comprendió el público de los mensajes que allí se exhiben. El término “público” se refiere a la ciudadanía en general, que incluye a los funcionarios públicos y a los empresarios. En una sociedad democrática impregnada de ciencia y tecnología, todos ellos son actores que sancionan positiva o negativamente el gasto público para la ciencia y su divulgación. Sobra decir que los apoyos para la divulgación de la ciencia son muy escasos en este país, y no es de extrañar, que en México es la propia comunidad científica la que pugna por obtener mejores apoyos económicos y valoración social.
Posted on: Mon, 11 Nov 2013 11:58:05 +0000

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