Desagravio a Belgrano El acto por el Día de la Bandera - TopicsExpress



          

Desagravio a Belgrano El acto por el Día de la Bandera (Rosario, 20 de junio), celebrado al pie del Monumento a la Bandera, sirvió de escenario al oficialismo para montar una parodia de homenaje. En realidad, se levantó una barricada política en la que la presidenta Cristina Fernández autoelogió su gobierno, al igual que el de su marido, y volvió a denostar, esta vez con más fiereza, al Poder Judicial. Con el lenguaje propio de los autócratas --exultante, gritón e intolerante-- y proclive a desdorar a quienes no piensan igual, se utilizó una fecha patria --nada menos que la conmemoración del fallecimiento del creador del símbolo máximo de la argentinidad-- para agraviar a los jueces que cometieron el incalificable atrevimiento de juzgar a favor de las instituciones republicanas. Por amplísima mayoría de sus miembros, la Corte Suprema dictaminó en consonancia con la sentencia de la doctora Servini de Cubría; esto es, falló por la vigencia de la Carta Magna y no por la avariciosa apetencia de poder del gobierno. De nada bastaron ni las baladronadas oficialistas publicitadas ad infinitum en la corporación mediática gubernamental, ni la torpe amenaza de un individuo, confeso militante de La Cámpora, contra un miembro del máximo tribunal. A los jueces dignos, los que no aceptan ningún tipo de domesticación, no se los doblega con taimadas provocaciones. La oradora principal del acto, desconocedora u olvidada de la pristina pureza del idioma cervantino, el mismo al que le rindiera encendido homenaje Lope de Vega, no habla, vocifera. No propone, impone. No tolera, arremete. Todo ello salpicado con vulgares chocarrerías como sus menciones a los "giles" (sic) y a la "guita" (sic). Y mientras la crispación de la disertante seguía creciendo, un conjunto de seguidores y acólitos, no pocos de ellos acarreados cual bucólica hacienda en vehículos oficiales, clamoreaba las humoradas presidenciales con estridente vocinglería. La concurrencia celebraba y brincaba ante cada "ocurrencia" presidencial. Reía, aplaudía, festejaba. Si hasta parecía la escenificación de un difundido tango argentino grabado hacia fines de los años veinte y entonado, entre otros, por Carlos Gardel, Azucena Maizani e Ignacio Corsini. "Aquellas marionetas saltaban y bailaban. ............. Y aquel titiritero de voz aguardentosa les daba la función". (1) Un acto de pretendida honra a la enseña patria que hubiese merecido un homenaje serio, no necesariamente solemne pero sí respetuoso, fue convertido por obra y gracia de faramalleros armadores de los espectáculos oficiales, en circenses carnavaladas. Unas carnestolendas asperjadas de cursilerías, más armadas para deleite de bufones que para ciudadanos ansiosos de respetar, como se debe, a la señera figura de Belgrano. Bastardeando la figura del prócer, la señora presidenta de la Nación afirmó que Belgrano, de vivir en estas épocas, apoyaría el modelo kirchnerista. En un salto de doscientos años, Cristina Fernández se permite transpolar a aquel, del siglo XVIII al siglo XXI y asociarlo con el proclamado modelo (¿modelo?) "nacional, popular y progresista". Aun a riesgo de caer en el vicio del anacronismo, no puede imaginarse la personalidad del prócer secundando la ideología sostenida por el gobierno. Ni mucho menos alternar con el entorno que lo sustenta, ni menos aún avalar procedimientos que, de seguro, repudiaría. Cuando Belgrano murió en la más extrema pobreza, su hermana Juana hizo recortar un trozo de mármol de la cómoda de sus padres para poder hacer confeccionar una muy modesta lápida con una inscripción que sencillamente decía: "Aquí yace el general Manuel Belgrano". Y se vendió un reloj para poder afrontar los gastos médicos. No trepido en afirmar que, de habérsele ofrecido en vida la construcción de un majestuoso mausoleo para hacer reposar en él sus restos mortales, no sólo lo hubiese rechazado de plano, sino que se hubiese ofendido con quien se lo propusiera. Claro que tal gesto de sobriedad y humildad, una virtud propia de los grandes (recordemos a Sócrates), nos lleva, por contraposición, a recordar al napoleónico mausoleo levantado en homenaje al expresidente Kirchner, un imponente panteón, con marmórea escalera incluida en su interior, de 15 metros de ancho por once de alto. Un enorme y costoso monumento mortuorio que, es sabido, ha sido donado a la familia por el publicitado multimillonario y empresario, y amigo del expresidente, Lázaro Báez. Como también hubiese repudiado que su nombre fuese insertado en calles y avenidas, parques y escuelas, hospitales y facultades. Algo propio de los regímenes personalistas, y en los cuales no es inhabitual que el poder coseche un manojo de personajes rastreros con probada vocación para practicar el vasallaje de la obsecuencia. La misma obsecuencia que obliga, a quienes la practican, a transitar bajo las horcas caudinas ( furculae caudinae) que la moral reserva a los que visten el ropaje de los indignos. He escrito estas líneas acuciado por la necesidad, amén del deber moral, de honrar a un hombre de bien. Y también a desagraviarlo. Ante su nombre es necesario ponerse de pie, un acto que se impone como respetuosa pleitesía que se rinde a los dignos. Porque, tal como señalara Séneca, Ego illos veneror, et tantis nominibus semper assurgo (2). Notas: (1) Marionetas, edición 1927; letra de Armando José Tagini y música de Juan José Guichandut. (2) "Yo venero estos grandes hombres y siempre me pongo de pie ante sus nombres". Séneca: Epístolas; 64. Leónidas Colapinto, abogado, reside en Bahía Blanca.
Posted on: Fri, 05 Jul 2013 21:42:40 +0000

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