Desde siempre, desde que tengo uso de razón, he tenido la certeza - TopicsExpress



          

Desde siempre, desde que tengo uso de razón, he tenido la certeza de que antes o después acabaría por escribir. Nunca era el momento adecuado, unas veces por exceso de trabajo, otras veces por la familia, y muchas otras por la propia vida, fueron alternando sus disculpas para retrasar algo que fluye de manera espontánea en mí. Escribo porque me gusta hacerlo, y no tengo que rendir cuentas a nadie de lo que hago, además me ocurre una cosa un tanto peculiar, no sé si es algo normal, o por el contrario es que soy un tanto raro, y me gustaría recavar la opinión de quienes se dedican al noble arte de la escritura. Cuando me concentro para escribir, una sensación se apodera de mi cuerpo, es una sensación agradable, placentera, que me desconecta del momento presente y para cuando me quiero dar cuenta, tengo la piel de gallina y erizados todos los pelos del cuerpo. ¿Os ocurre a vosotros algo parecido?,…. Bueno, no pretendo resultar cargante, y para remediarlo os dejo con los últimos párrafos que acabo de escribir… “Miles de gotas de agua arremetieron con fuerza contra las ventanillas del taxi donde tenía apoyada la cabeza, y pude distinguir, ente entre el vaho que se fue adhiriendo al cristal por culpa del calor de mi respiración, y la densa niebla del exterior, como buena parte de la ciudad trascurrió ante mis ojos en una mañana que se presumía húmeda y fría. En mi interior se fue engendrando un profundo sentimiento de melancolía, era el final de una etapa, el ocaso de una vida, y se amplificaba sobre mi juicio la incertidumbre de hacia donde el destino me iba a derivar. Sobre mi cabeza revolotearon multitud de recuerdos discordantes, infinidad de emociones contrapuestas que ocasionaron serios deterioros sobre mi apocada conducta, e incluso, por culpa de la anárquica reiteración de la añoranza sobre mi memoria, provocó la aparición alguna que otra frivolidad, producto sin duda de la perspicacia de una laboriosa imaginación. Hasta que apareciste tú, Padre, que siempre acudías a socorrerme con solo implorar tu nombre, o cuando sabedor de mis carencias afectivas, me intuías en mística soledad. Tu recuerdo ocupó una buena parte del trayecto, relajando la angustia reinante sobre mi maltrecho corazón, hasta que pasado un rato, el taxi se detuvo sin ni siquiera apercibirme de que habíamos llegado al final. El conductor abrió la puerta de su lado e inclinándose para salir por ella comentó en viva voz, -“señor, hemos llegado”-. Escuchar a los demás pronunciar la palabra “señor” refiriéndose a mí persona, me causaba un profundo desazón, aun a sabiendas que se trataba de una mera formalidad, -“¿me verán tan mayor?”-, me pregunté con incógnito carácter dubitativo, y sin esperar respuesta alguna del más allá y tras abonar el importe de la carrera, me apeé del vehiculo economizando el ímpetu por hacer audible el rigor de mis pensamientos. El desangelado trayecto había llegado a su fin….”
Posted on: Tue, 02 Jul 2013 09:16:44 +0000

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