Domingo 21 de Julio. 4o de San Mateo Compartimos una homilía - TopicsExpress



          

Domingo 21 de Julio. 4o de San Mateo Compartimos una homilía del Metropolita Pablo Yazigi de Alepo sobre el evangelio del domingo 21 de julio, sobre la curación del siervo del centurión (Mt 8:5-13), traducido del original árabe. La eficiente Palabra de Dios “Señor, no soy digno de que entres debajo de mi techado; más solamente di con la palabra, y mi siervo sanará” Jesús se quedó tan maravillado ante la fe de este centurión romano pagano que comentó ante sus discípulos y los judíos que lo seguían: “Ni aun en Israel he hallado tanta fe”. Luego, Jesús dijo al centurión: “Ve, y como creíste te sea hecho”. El centurión no se equivocó al decirle a Jesús: “Solamente di con una palabra…”. Y esto es lo que sucedió. Pues la palabra de Jesús – “Ve, y como creíste te sea hecho” - era suficiente para curar al siervo del centurión. La palabra de Dios es eficiente y lleva siempre en la Biblia el significado de la realización. En el libro del Génesis, leemos repetidamente en el primer capítulo: “Dios dijo... y fue...”, y todo el universo fue. La Palabra de Dios no se asemeja a la palabra humana. Es la palabra que obra, que conlleva todo el poder para crear y obrar. “Él dijo y fue, ordenó y se hizo”. Pero el asunto es si siempre la palabra de Dios es eficaz. La Palabra de Dios es siempre potencialmente capaz de concretarse. Ella es directamente eficiente con los objetos inanimados, la materia y todo lo creado, excepto con el ser humano, pues queda sujeta a su libertad. Es más fácil al Señor, con Su palabra, crear todo el universo que generar una actitud en el ser humano. En efecto, el ser humano está dotado del libre albedrío, y por lo tanto, puede dar la espalda a la Palabra de Dios y hacer que ella parezca ineficaz. Si bien todo fue creado por la Palabra de Dios, sin embargo, esta Palabra está sujeta a la respuesta del ser humano y depende de su voluntad. Si Dios extiende Su mano y el hombre se niega a extender la suya para tomarla, entonces la iniciativa de Dios queda trunca. En realidad, Dios es un Padre que ama y respeta la libertad del ser humano. Él lo educa con amor y cuidado, pero jamás lo obliga. Para toda la creación, la Palabra de Dios es una orden – “Él ordenó y se hizo” -, mientras que, para el ser humano, la misma es del orden del mandamiento, es decir del consejo. Lo acontecido con el siervo del centurión es inscrito dentro de una serie de acciones y milagros que sucedieron después del sermón de la montaña (las Bienaventuranzas), es decir después de que Jesús dirigió a sus discípulos las Palabras divinas y los nuevos mandamientos. Cristo no es un legislador de una nueva religión ni un maestro de ética mejor que sus predecesores... Cristo “observó y enseñó” [todos los mandamientos] (Mt 5:19). La gente creyó en Él gracias a Sus palabras y su obrar entre ellos (Cf. Jn 7:31). Él enseñó con palabras y acciones. El Dios omnipotente es mucho más que un maestro profesional. Sus palabras siempre se han de realizar. Así que cuando Jesús comenzó a “hacer señales”, siempre procuraba, antes de cada milagro, preguntar: “¿Crees?”, “¿Quieres?”. Pues no basta con solo la voluntad de Dios, si el ser humano no cree o no quiere. La voluntad del Señor es todopoderosa, pero no llega a obrar en el ser humano si este se niega. El lenguaje que utiliza Dios es responder al deseo del ser humano, y no imponer el orden divino. La aceptación humana en respuesta a la Palabra divina se refleja en la actitud de vida que llamamos “fe”. La fe es el receptor que capta la frecuencia del poder divino. Pues el obrar de Dios entre los hombres está sujeto a su fe en Él. Pero la fe en Dios tiene muchas formas y presenta una gran variedad de vivencias. Sin embargo, la fe verdadera y correcta que le encantó tanto a Jesús, era la del centurión. En ella se manifestó la condición más importante de la verdadera fe en Dios. ¿En qué su fe era tan singular - para que la Palabra de Dios obrara al instante y curara a su siervo - en comparación con la fe de la mayoría de los fieles de su época, los judíos? La característica básica es la expresión que precedió a su grito – “¡Señor, Más solamente di una palabra…!” - al decir: “No soy digno de que entres debajo de mi techo”. Esta es la verdadera actitud de fe en Dios: No somos dignos. Creemos en una verdad, la que se presenta como una “moneda” con dos caras. La primera cara es el amor de Dios y Su providencia, mientras que la segunda es nuestra contrición e indignidad. Nosotros no creemos en una divinidad que tenga derechos sobre nosotros, sino en un Dios ante quien nos arrepentimos, a quien volvemos, siendo indignos de Él. Nuestro Dios no sólo es justo, quien nos restituye nuestros derechos, sino que es el Dios que ama a la humanidad, longánimo, quien “no desea la muerte del pecador sino que vuelva y viva”. Nuestro Dios no es un “empleado”, que atiende a nuestras necesidades. Creemos en Dios, a quien hemos herido, y herimos Su amor con nuestro olvido y nuestras faltas. Por ello, nos arrepentimos ante Él y nos volvemos a Él con el sentimiento de nuestra indignidad. Y cuando llevamos esta misma fe, Él nos otorga la justificación y el perdón. Pues nuestro Dios es el Dios de la misericordia y de la gracia. Así que “humildemente” nuestra fe se dirige al amor divino. Sin esta humildad, convertimos a Dios en un servidor en lugar de ser el amo. Jesús“no halló tanta fe” entre los creyentes de Israel. Es a esta fe que nos llama este acontecimiento bíblico. Creemos en Dios, quien nos atrae a Él por Su amor, y hacia quien nos vamos con amor. Sin este amor, no tenemos ni el derecho ni la valentía de acercarnos a Él. “Señor, no soy digno”. Este es el trasfondo de la verdadera fe en nuestro Dios que ama la humanidad. Hemos de reiterar esta expresión en toda oración y petición. Ante nuestro Dios, reconocemos nuestra indignidad. Y el reconocimiento de nuestra indignidad nos conduce al conocimiento del Dios verdadero. La humildad es el umbral de la fe y su fundamento. Por ello, la Palabra de Dios obra cuando es recibida por la humildad humana, es decir cuando es recibida con gratitud y contrición. Señor, no soy digno, pero por mi fe en Su amor, exclamo: “Di solamente una palabra”. Amén.
Posted on: Sun, 21 Jul 2013 10:40:01 +0000

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