EL EVANGELIO DE SAN FRANCISCO: POBREZA Y ALEGRÍA por Victoriano - TopicsExpress



          

EL EVANGELIO DE SAN FRANCISCO: POBREZA Y ALEGRÍA por Victoriano Casas García, OFM «Cuanto es el hombre delante de Dios, tanto es y no más» No guardar nada para uno mismo, no aparentar lo que uno no es, no buscar estar sobre los demás, reconocer y aceptar las propias carencias y limitaciones, todo esto es señal de una gran libertad interior. El hombre se reconoce y se acepta tal cual es sólo ante la presencia y transparencia de Dios: «Bienaventurado el siervo de Dios que no se tiene por mejor cuando es engrandecido y exaltado por los hombres, que cuando es tenido por vil, simple y despreciado, porque cuanto es el hombre delante Dios, tanto es y no más» (Adm 19,2). La libertad la vive el hombre en el amor que Dios le tiene y en la obediencia confiada con que se entrega a Él. Recibirlo todo de las manos de Dios gozosamente, soportarlo todo con paciencia es vivir en la tierra de Dios, felicidad del hombre: «El siervo de Dios no puede conocer cuánta paciencia y humildad tiene en sí, mientras todo le suceda a su satisfacción. Pero cuando venga el tiempo en que aquellos que deberían causarle satisfacción, le hagan lo contrario, cuanta paciencia y humildad tenga entonces, tanta tiene y no más» (Adm 13). El gozo lo transfigura todo, elevándose por encima de todo. Hay gozo en amar cuando se está cerca como cuando se está lejos: «Bienaventurado el siervo que ama y respeta tanto a su hermano cuando está lejos de él, como cuando está con él, y no dice nada detrás de él, que no pueda decir con caridad delante de él» (Adm 25). Hay gozo dando no sólo cosas, sino entregándose uno mismo: «Francisco estaba siempre pronto a entregarse por entero a sí mismo hasta agotarse; y daba muy gozosamente cuanto le pedían» (2 Cel 181). Francisco supo también del gozo de la creación artística, como expresión plástica de su honda y radical experiencia de Dios. El pesebre de la Navidad en Greccio fue para él la ocasión de una de las experiencias de gozo más inolvidables: Francisco estaba «derretido en inefable gozo» (1 Cel 85). La alegría se vive en la espontaneidad. Francisco soportaba con dificultad la tristeza y la melancolía. El gozo interior no tiene nada que ver con la vanidad, la fatuidad, la frivolidad, las palabras ociosas, sino con la serenidad de un corazón en paz y libre de amargura: «¡Ay de aquel religioso que se deleita en las palabras ociosas y vanas y con ellas conduce a los hombres a la risa!» (Adm 20,3). Mesura, agrado, alegría gozosa, sin alboroto, son talantes franciscanos: «Guárdense los hermanos de manifestarse externamente tristes e hipócritas sombríos; manifiéstense, por el contrario, gozosos en el Señor, y alegres y convenientemente amables» (1 R 7,16). Tanto el gozo interior como el exterior se alimentan del pan de un corazón puro (cf. LP 120). El gozo verdadero bebe su agua del manantial de la pobreza y la humildad, antídotos contra el afán de tener, acaparar y acumular: «Donde hay paciencia y humildad, allí no hay ira ni perturbación. Donde hay pobreza con alegría, allí no hay codicia ni avaricia» (Adm 27,2-3). El gozo se vive en el sufrimiento, por medio del cual el hombre es despojado de sí mismo y hecho libre para vivir en Dios como en su casa de confianza. Desde ahí la muerte no es ya nociva, sino una hermana que hay que esperar y acoger gozosamente como puerta que introduce al hombre en el encuentro definitivo: «Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal» (Cánt 12). «Bienvenida sea mi hermana muerte» (2 Cel 217).
Posted on: Sat, 20 Jul 2013 04:06:33 +0000

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