EL GOZO DE LA ESPERANZA Capítulo III 3) El sacerdote, buen - TopicsExpress



          

EL GOZO DE LA ESPERANZA Capítulo III 3) El sacerdote, buen pastor El obispo es el buen pastor, como el sacerdote. Por tanto, es padre de su pueblo en el signo de Cristo pastor, y también imagen viva del Padre de Jesús. Esto vale también para el presbítero. Al obispo y al presbítero los hombres les piden lo mismo que pidieron a Jesús: . Esta petición se la hacen todos los sacerdotes y fieles al obispo, y los fieles al sacerdote. Ostende nobis Patrem, et nos sufficit. Basta con que nos muestres a tú eres el Padre. No un artista, un profesor o un técnico, sino el Padre. En la parroquia no se necesita un técnico o un artista, sino un padre. El pastor tiene que responder a los fieles con temor y temblor, pero también con mucha fe, lo que Jesús respondió a Felipe: (Jn14, 9-11). Así pues, yo he de poder decir: quien me ve a mí, ve al Padre. La paternidad del obispo –como del presbítero-- ha de ser, en la cotidianidad de su estilo de vida, en sus palabras y en sus gestos, la revelación del amor del Padre celestial, que Jesús hizo accesible y quiso ofrecer por medio de sus discípulos a toda criatura. Para que esto suceda, el ministro ordenado ha de reconocer y hacer que se reconozca siempre su verdadera riqueza y su verdadera pobreza. Si Dios es su riqueza, ningún bien de este mundo ha de interponerse para oscurecer este tesoro, aunque lo llevemos en vasijas de barro. Además, la pobreza es el estilo de vida de quien quiere ser rico sólo de Dios. El buen pastor es pobre de todo para ser transparencia de la perla preciosa, del tesoro escondido que vale más que todo y que se ha de amar por encima de todo. En esta pobreza, el obispo, como el presbítero, se ofrece como verdadero padre, totalmente entregado a su pueblo, disponible en todo, para todos, hasta el sacrificio de su vida, en una radicalidad que incluso puede asustar. ¿Quién podrá ser padre así? ¿Quién podrá darlo todo, realmente todo? Nos conforta la garantía y la promesa de Jesús: (Jn 16, 27). Si es Él el que nos ama, el que nos ama a todos, el que hace posible el de otro modo imposible amor, entonces todo ministro ordenado sabe que puede ser padre con el corazón de Dios, sabe que puede amar a Aquel que ama a todos, que no excluye a nadie. Durante la guerra étnica, habéis oído hablar de grandes campos de concentración en África. ¡Es terrible! Pero también hay ejemplos de valentía, de santidad. Quisiera contaros el ejemplo de un sacerdote de Ruanda: Cuando la iglesia está llena de gente, es vigilada por los guardias. Este sacerdote, vestido con sus ornamentos litúrgicos, se presenta a la puerta de la iglesia, ante los guardias. Éstos le preguntan: . Si responde: salvará su vida, no habrá problema, pero si dice: lo matarán. Les pide a los guardias que dejen marchar a casa a sus fieles. . Y los guardias dispararon. Ciertamente, cayó un mártir del amor, un confesor de la fe. Racias a estos sacerdotes que ofrecen su vida por el pueblo podemos tener buenos seminaristas, como este sacerdote. En Burundi los guardias fueron a un seminario, llamaron a todos los seminaristas y les preguntaron: . Los seminaristas respondieron: . Los mataron a todos. Fueron mártires de la caridad porque no hacían diferencias, no sentían hostilidad en aquel ambiente de odio y de venganza étnica. Pero hay que tener sacerdotes que sean auténticos padres y pastores. Para vivir hasta el fondo este misterio de amor, el Señor quiso darnos una Madre que con su fe sirviera de modelo y de invitación y que con su mediación materna nos ayudase. Todo discípulo se reconoce en el discípulo amado al pie de la cruz, y de modo particular se reconoce en él el ministro ordenado, pastor y padre. A él le llega la palabra de Jesús, que, viendo a su madre allí cerca, le dice: , y al discípulo: (Jn 19, 26). El obispo, lo mismo que el presbítero, se encomienda a María como hijo humildísimo y confiado, poniéndola en lo profundo de su corazón y en lo profundo de su Iglesia. Y María, a su vez, lo acoge y lo une en su corazón a su Hijo divino, para que el obispo o el sacerdote sea imagen transparente y fiel de Él. En brazos de la Madre el buen pastor hace bellos a sus pastores, y Aquel que es imagen del Padre los hace imágenes vivas y luminosas de la caridad inagotable de su Padre celestial. Y así María nos ayuda a ser padres y pastores. Cerca del corazón de María podemos ser, como Jesús, padres y pastores. ¡Alabado sea Jesucristo!
Posted on: Wed, 31 Jul 2013 20:25:16 +0000

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