“El Zulo” Me sentía confuso y dolorido y no escuchaba nada, - TopicsExpress



          

“El Zulo” Me sentía confuso y dolorido y no escuchaba nada, salvo silencio. Un lado de mi rostro palpitaba dolorido como si el corazón se hubiese trasladado a la cara por sí solo. Abrí los ojos con lentitud por qué sabía que cualquier mínima luz me lastimaría y cuando conseguí hacerlo encontré más oscuridad. Respiré por primera vez y con la bocanada de aire recogí polvo y cerrazón. Me incorporé sin saber de qué postura lo hacía. Me quedé sentado. Tenía la sensación de estar enclaustrado en un habitáculo soterrado, una celducha. Estiré los brazos antes de levantarme y toque el techo y las paredes. Eran rugosas; hormigón armado en bruto. Vi un recuadro hecho con líneas de luz delante de mí y tras unos minutos me di cuenta de que era una puerta, una pequeña puerta. La luz penetraba por las rendijas y formaba ese cuadro de fosforescencia vaporosa. Me arrastré por el duro y rugoso suelo de hormigón hasta la línea inferior, jadeando acalorado. Seguía sin escuchar nada y me sentí apesadumbrado, con los nervios trillados y con ganas de gritar. Fue lo que hice, gritar sin pronunciar una sola palabra esperando que alguien acudiera a explicarme lo que ocurría. Estuve gritando durante diez minutos hasta que la garganta se resintió por el esfuerzo. Hacía un calor horrible o tal vez fuera sólo el esfuerzo de mis gritos. En todo caso me noté ardiendo. Me acosté de espaldas con la cabeza cerca de la abertura. Pensé lo que podía haberme llevado a ese lugar, por qué me dolía la cara y porqué estaba sólo. Me toqué la mejilla y noté una costra que pude desprenderme del rostro con las uñas sin que me doliese y a los pocos minutos sentí el bramido de la sangre saliendo de nuevo, como si ya lo hubiese experimentado antes. Me había dado un golpe y tenía una hendidura que esta vez mis dedos midieron con exactitud. Después pronuncié mi nombre como temiendo que el silencio me lo arrebatase. Pronuncié mi nombre pero no sentí nada, excepto la presión de unos tapones de goma en mis tímpanos. Después me fui quedando dormido lentamente, con una lentitud dulce. Gracias a mis sueños descubrí que estaba casado y tenía hijos. También vi una mesa llena de documentos y un cuadro sobre ella. No distinguía nada más pero sé que en el cuadro aparecía un hombre rubio con una postura insigne que miraba al frente sin esperar un trato agradable. Le conocía, estaba seguro de ello. El sueño me entregó un griterío alocado y palmas pero yo no estaba seguro de nada y decidí dejar de vadear para que mi sueño fuese lo bastante profundo como para no cerciorarme de nada y despertar en el lugar al que pertenecía. Cuando desperté debieron pasar unos treinta minutos, me sentía más cansado pero lúcido y continuaba instalado en la oscuridad. Abrí la boca al techo oscuro y me froté los ojos y la herida de la mejilla hasta sentir escozor. Una ráfaga de aire entraba de vez en cuando por la rendija de la puerta y me refrescaba el cogote. Estornudé y al estremecerme sentí dolor en el pecho, justo en el esternón. Me puse de costado y acerqué el rostro al sesgo de luz. Luego sentí horror. El horror arañando por encima de mí y por los lados. Estaba solo en aquel cubil al que me negaba a comparar con un ataúd pero que cada vez me acercaba más. No quería asustarme, quería alejar esa idea de permanecer atorado pero pesaba demasiado y el pecho se me hundía. Me llevé las manos a los pantalones intentando saber qué tipo de ropa llevaba puesta ya que tampoco me acordaba. Pantalones de pinza. Después la parte del torso. Camisa. Entonces tuve una idea y me busqué en los bolsillos pero encontré los forros fuera como si alguien me hubiese rebuscado antes. -Te enfrentas a un odio sádico –pronuncié de repente y sin saber el motivo. Los oídos seguían entaponados pero me hizo bien hablarme aunque no entendiese lo que decía. Redujo la presión de la goma inyectada en mis oídos. -Te enfrentas a un odio sádico –repetí otra vez. Me holgué el cuello de la camisa aunque estaba desabotonado y carraspeé. Tragué saliva y asumí que estaba encerrado, sosteniendo el peso del mundo. Me habían secuestrado y tenían pensado matarme. Yo ya había películas de ese tipo. Los secuestradores son terroristas, yonquis o simples oportunistas. La policía encontraba los cuerpos de los rehenes días después en las afueras de las ciudades, envueltos en bolsas de basura o sujetos con cables a un árbol de corteza frágil. Los cuerpos se quedan con la cabeza sobre el pecho y los pájaros se les cagan encima. Por un momento me asustó todo eso pero no por la muerte o el asco de ser el cagadero de los pájaros, sino por la policía. La policía es tremendamente inútil, incluso cuando se toman en serio su trabajo. Yo no me fiaba de ellos salvo cuando tenía que fiarme. Los jueces también me dieron miedo por qué son vendibles, quiero decir que se les puede comprar, que se ofertan como mendigos en las bocas de los metros. Yo tenía muchos amigos jueces, entendiéndose por amigos a aquellas personas que pueden sacarte de un apuro cuando más lo necesitas sin preguntarte nada que te comprometiera. Mi familia, esa esposa e hijos que de algún modo sabía que tenía, no me inquietaban por qué ellos si me querían de verdad. Ella acostumbraba a decírmelo cuando me veía en peores condiciones, me traía las zapatillas y preparaba café. Y yo me sentía protegido, me sentía como uno de esos pájaros después de haberse cagado en las espaldas de un cadáver atado a un árbol. Escuché unos pasos y pegué la nariz a la línea de luz. Los pasos venían directos a mí. Vi las sombras atenuantes de sus pies o sus botas y me asusté. Se pararon ante la puerta para abrir los cerrojos, yo retrocedí y quién quiera que fuera se detuvo a escuchar. Pregunté quién era pero no hubo respuesta. Me arrinconé en la pared del fondo, dónde la oscuridad era más un estado que parte del habitáculo y esperé. La puerta se abrió hacia afuera y vi la silueta de cintura para abajo. Se acuclilló y me enfocó con una linterna. Hube de proteger mis ojos por qué el fogonazo me hería y fue así como recordé que uso gafas, pero no las llevaba encima. Escuché como respiraba pero no se movió. Creo que sonrió. Yo volvía a preguntar quién era y tampoco esta vez obtuve respuesta. Entonces llegó una segunda silueta que se arrodilló a su lado. Se hablaron al oído. No entendía las palabras pero percibí los murmullos como un tren de juguete deslizándose por las vías de una maqueta. Estaban de acuerdo en lo que hacían, como camaradas de guerra en aras de un botín comprometido. Tiraron un plato dentro del cubil y dejaron un objeto alargado cerca. Cerraron la puerta, corrieron los cerrojos y se marcharon. Al momento me arrepentí de no haber prestado atención al exterior porque ello podía haberme concedido una pista del lugar en dónde me encontraba. La idea me pareció estúpida de repente. Olí a comida, a queso tal vez, y a fruta. El estómago me rugió y me arrastre a gatas hasta los objetos. Era queso, era fruta y el objeto alargado una botella de agua, caliente. No sé porqué pero mientras comía me sentí culpable, como si fuese yo el responsable de verme privado de la libertad. -Te enfrentas a un odio sádico… ¿Por qué me repetía de ese modo? Ni si quiera sabía que quería decir ¿O sí? Sí, tenía un vago presentimiento de lo que quería decir pero el mensaje no tenía fuerza suficiente para mí. Comí con la mano derecha y toque el techo con la izquierda para saber qué posición podía adoptar en caso de levantarme llegando a la conclusión de que, como poco, tendría que flexionar las rodillas para caminar, lo cual sólo me permitía estar completamente erguido mientras estuviera acostado. Bebí la mitad de la botella de agua y mastiqué la fruta. Sin darme cuenta me encontré masticando un pedazo de pegatina, la que determina la marca de la fruta. Esas pegatinas redondas en las que figura el dibujo de una campesina con una cesta de fruta cargada en la cabeza. Pero la oscuridad me impedía certificar ni el color de mis calcetines. Caí en la cuenta de que no llevaba zapatos y me sorprendí de no haberme dado cuenta antes. La comida me sació. Después comencé a gatear por la celda palpando en todos los rincones. Encontré una llave suelta y un zapato… Han pasado varios días. Estoy seguro de ello. He medido los días por las comidas y desde que masticase la pegatina se han sucedido seis comidas. Pueden ser tres días pero estar seguro es imposible, ya no estoy seguro de nada. Cuando llegan con la comida es siempre el mismo ritual. Abren la puerta, dejan el plato y la botella en el suelo y se marchan. Yo les hablo pero no responden y eso es peor que estar encerrado. Me gustaría que me escuchasen. Al menos tendría la certeza de no sentirme tan sólo, tan mártir. Está mañana, o lo que presumo como eso, me sacaron del zulo. Tiraron de mi brazo para sacarme del agujero y me colocaron boca abajo en el suelo para vendarme los ojos. Yo temblaba sospechando mi final. No vi nada del exterior por culpa de mi ceguera. -Vamos a asearlo ¿Lo ha entendido? –dijeron por fin. -Sí, lo he entendido –dije con alegría a pesar de los tapones de goma. -Le quitaremos la ropa ¿Lo entiende? -Sí, la ropa –dije y los tímpanos aliviaron el cerco gomoso. -No traté de hacer nada que no se le ordené ¿Lo entiende? -Sí, entiendo pero… -Guarde silencio. Vamos a levantarlo. Me desnudaron y me hicieron caminar descalzo y en pelotas por un suelo de azulejos fríos. Me empujaban con un objeto de goma dura y sospeché que se trataba de una porra. Eran al menos tres individuos. Estaba asustado y por eso temblaba. Ellos debieron darse cuenta pero no hicieron comentario alguno. Caminar a ciegas es angustioso aún cuándo te guían, por qué crees que pueden engañarte en cualquier momento y te harán estrellarte contra una columna o una pared. Debía estar ridículo caminando presuroso y desnudo al ritmo que me señalaba la porra. Me imaginé como uno de esos reclusos de los campos de concentración nazi, dirigiéndose hasta las duchas de gas como si me precipitase a abrazar las columnas del paraíso de los judíos desnudos, de los futuros candidatos a la muerte redentora. Uno de ellos esnifó el aire que despedía mi cuerpo y le escuché un respingo de asco. Hasta aquel instante no me percaté de lo mal que olía y me sentí avergonzado. No veía nada aunque recibía claridad a través de la venda y eso fue gratificante. Me detuvieron en un lugar frío y escuché cómo giraban un grifo que debía tener cincuenta años a juzgar por el crujido del cerruje y después sentí el chuponazo de las tuberías al enviar el agua, como si alguien golpease el cobre en algún lugar de los sótanos. El agua me cayó encima, sin presión pero con fuerza por el peso de la caída. Me estremecí. Seguía con los ojos tapados y la venda pegada a los ojos por la fricción del agua, pero disponía de las manos libres para frotarme. Pedí jabón pero no contestaron. Me mantuvieron bajo la ducha durante lo que creo fueron cinco minutos. Alguien cerró el grifo y me tiró una toalla a la cara. Me asusté. En realidad esperaba que en cualquier momento uno de ellos o quizás los tres me molieran a golpes y patadas hasta hartarse. No podía entender por qué me daba la impresión de que quisieran golpearme pero sentía que estaban en todo su derecho, que de algún modo era lícito recibir una paliza. Me sequé y me llevaron de vuelta al zulo. Una vez dentro me dieron un paquete mullido y cerraron la puerta. La oscuridad me abría los brazos de nuevo, igual que a los judíos desnudos. Me quité la venda de los ojos, todavía empapada y palpé el bulto en la oscuridad. Habían dejado comida y una botella de agua. El bulto era ropa. Estoy cansado. Quiero morir. Desde mi ducha he recibido ocho comidas ¿Cuatro días? Hasta ayer mismo estaba preocupado por mi familia pero hoy me cansé de estarlo. No me han golpeado todavía y supongo que si no lo han hecho ya, no lo harán nunca y a veces lo deseo… Desearía que me partiesen un brazo para tener contacto. Me vigilan constantemente, eso es cierto. Se preocupan por mi estado o tal vez sólo quieran asegurarse de que no me suicide o me haga daño. En todo caso no sé que esperan. El silencio me está volviendo loco. La oscuridad me arrebata el equilibrio y la sensación de ahogo se ha vuelto tan común que sin ella es aún peor. Si no estuviera ahogado estaría muerto. Recuerdo haber estudiado. Y recuerdo a algunos amigos. Recuerdo grandes celebraciones y eventos. Creo que recupero la memoria aunque marcha lenta, es una barca de plomo navegando por un río de gelatina. A veces siento como esos amigos me aprietan el hombro y me animan a seguir pese a todo, pero desconozco a que se refieren concretamente, si a mi encierro o a algún momento de mi pasado. Hay algo en sus ánimos que me desconcierta, es como si estuvieran esperando que cayese, que algo malo me ocurriese para saltar encima. Entonces me siento tan solo que al regresar a la oscura realidad del zulo me encuentro a salvo. Mi mujer decía que había que confiar, que habíamos caminado mucho para llegar hasta aquí y que debía cumplir, yo, mis obligaciones. -Te enfrentas a un odio sádico… ¿Qué odio sádico es ese? ¿Está fuera de la celda ese odio o es producto de tantas horas encerrado? Tal vez esté sufriendo las consecuencias de algo que hice mal o tal vez alguno de mis amigos se ha vengado de mí. Eso me convence más porqué nadie parece buscarme y eso quiere decir que mis amigos, o lo que sea, se han encargado de mentir sobre mi desaparición. Pero es extraño que mi mujer no busque, no se esfuerce por encontrar a… ¿Un muerto? Ellos creen que he muerto y eso es terrible porque no estoy muerto. Yo debería ser su prioridad. Debería serlo porque no tienen ni idea de lo que es vivir en esta oscuridad. Aquí sólo tengo una llave y un zapato, y esa botella de agua, y la ropa y nada más… Pronuncio mi nombre de nuevo y me llega un dibujo flotando en la negrura de mi cerebro, una negrura que ha penetrado en la cabeza desde fuera, absorbiendo la oscuridad del zulo y alojándola en mis sesos. Ese dibujo es una trama a mi alrededor y huelo el perfume de muchos de mis amigos. Y mi mujer me aconseja abandonar porque saben que no soy lo que creo que soy y yo me siento asustado y me abrazo a mi mujer pero nada sirve de mucho. Se burlan de mí sin saber lo duro que es tomar una decisión, viviendo en esta oscuridad. Necesito agua y una ducha. Deberían venir mis secuestradores y sacarme de la celda. Me pondría la venda yo mismo y lo entendería todo. No estoy muerto, sólo fracasado. He tenido que venderlos a todos por qué… Espera, espera ¿Qué has dicho? ¿Qué has tenido que venderlos a todos? ¿A quienes has tenido que vender? He sido yo quién lo ha dicho y no el silencio. Quisiera ponerme de píe y caminar pero no, no te distraigas, piensa en tus palabras ¿A quién has vendido? -Te enfrentas a un odio sádico… Escucho los pasos de nuevo y me alegra saber que más allá de la puerta hay vida aunque no hablen, aunque me hagan sentir tan sólo. Es un infierno y nadie merece pasar por algo así sin que le digan el porqué. Si he cometido algún error quiero saberlo y negociar el castigo, no, asumirlo sin más, sea el que sea… -Acérquese –dijo la silueta. Yo gateé hasta el umbral con la luz estampa en mis retinas, sin posibilidad de vislumbrar nada. -Quieren hablar con usted ¿Lo entiende? -Sí, lo entiendo. -Bien, póngase la venda. La venda me calló en una mano. Yo obedecí al instante y me puse la venda. Después esperé. -Si trata de hacer un movimiento extraño será reducido al momento ¿Entiende lo que le digo? -Sí, no trataré de escapar. -Perfecto, venga hasta aquí, despacio. Me encontraba sentado. Era una silla que cojeaba de un lado pero se estaba cómodo aunque la posición me provocaba dolor en el lumbago. Alguien se sentó frente a mí arrastrando una silla. Esta vez la venda me concedía la libertad de distinguir la silueta sentada frente a mí, acomodada con las manos cruzadas al pecho. Fumaba. Pude oler el tabaco. -¿Cómo se encuentra? -Creo que bien. -¿Sabe que hace aquí? -No, lo desconozco por completo. -Entiendo. Necesitará saber algunas cosas así que puede preguntar. Yo dudé un momento. Obviamente no me fiaba. Me fallaron las cuerdas vocales pero finalmente articulé las palabras. -¿Van a matarme? -Sí –respondió como si mi pregunta fuera parte de un protocolo esperado. -¿Cuánto tiempo llevo aquí? -Más del que le hubiera gustado. Le están buscando si es lo que quiere saber. -¿Por qué van a matarme? -Porqué usted no es dueño de sí mismo y eso es un problema. -¿No soy dueño de mi mismo? –pregunté yo. Pero aquellas palabras no hicieron sino confirmarme una certeza que yo todavía no había sido capaz de materializar, tanto que, me dieron calma. -¿Cómo lleva el aislamiento? ¿El secuestro? -Es angustioso, me siento... Acojonado, sobre todo por lo que puedo o no puedo hacer. Es como si no me fiase de mí. Me tengo miedo -Es un secuestro moral, sólo eso. -Pero ha dicho que me matarán. -Claro ¿De qué sirve alguien que no es dueño de su propia persona? -¿Puedo arreglarlo? -No, ya no. -¿Es demasiado tarde? -Sí, para ustedes siempre lo es. Para “ustedes” siempre lo es. Aquel hombre respondía con suma agilidad, apenas dejaba transcurrir unos segundos, puede que ni eso. Estuvimos un lapso sin decir nada mientras pasaba el tiempo entre nosotros, en el espacio que nos separaba y dividía. Fue un espacio vacío pero no nulo porqué había energía rellenando el paisaje delimitado por nuestros cuerpos. Parecía el entramado existente entre un psiquiatra y su paciente y en realidad yo me sentía en la misma tesitura, confidente de mi incomprensible puerilidad. “Ustedes”. Nosotros. Quienes. A la oscuridad se me añadía más oscuridad y yo debía vivir con ella, alimentarme de la oscuridad, exento de otra materia, de otra opción. Una oscuridad que podía masticar con los dientes. -¿Cuándo me mataran? -Ya lo estamos haciendo. Se trata de un proceso de compensación. -No entiendo. -Pero lo hará, igual que va entendiendo todo sin que nadie le diga una palabra. Es la transformación y para eso nunca es demasiado tarde. -¿Qué pasará cuando haya muerto? -Cuando haya muerto las cosas seguirán su curso. -¿Y cuál es ese curso? -El curso natural. -Ya, entiendo –dije sin mucha convicción -. ¿Qué es lo que reclaman por mí? -Nada –dijo la silueta sin si quiera moverse o gestualizar vocalmente. -¿Nada? –inquirí mirando la nada tras la venda. -Sí, eso es. Volvemos a lo mismo ¿Cómo reclamar algo a quién no posee voluntad propia? -¿No quieren dinero? -El dinero no es una razón, sólo el medio actual de la sociedad y los medios son modificables. La idea es otra. -¿Cuál? -La concienciación. -¿Quieren que me conciencie? -Sí. -¿Encerrado en un zulo? ¿Sumido en la oscuridad? -En igualdad de condiciones, sí, eso es. -Un momento… Se trata de una lección. -¿Ha recordado ya su nombre? El golpe en la cabeza le hizo perder la memoria ¿No es así? -Creo que sí y creo que voy recordando. -A todos les ocurre lo mismo. A partir de ahí empieza la transformación. Seguirá recordando a medida que pasé el tiempo y obtendrá respuestas. -¿Quiere decir que no me liberarán y que he de regresar al zulo? -Sí, así es. -¡Pero es injusto! Ni si quiera sé por qué estoy siendo castigado de este modo… -Lamento tener que despedirme de usted pero tengo otros asuntos pendientes. -Pero… -Llévenselo, por favor. Yo grité. Me revolví con desesperación en cuanto escuché que tenía que volver a aquel ataúd y me negué pero me sujetaron de los brazos y me arrastraron. La silueta se puso en píe y me contempló impertérrita, sin inmutarse por mis gritos ni la resistencia que oponía. Me vine abajo y lloré. Lloré y pedí clemencia. También les amenacé pero duró poco y volví a suplicar. Me llevaron a rastras. Una llave y un zapato era lo único que me esperaba en el zulo y a medida que me acercaba sentía todo el pánico del mundo haciendo estragos en mi corazón. Ni si quiera me sirvió saber que en algún lugar mí mujer y mis hijos tal vez estuvieran sufriendo por mi desaparición. Mis hijos… A ellos no podía recordarlos pero a Elvira ¿He dicho Elvira? Sí, he vuelto a hacerlo, he vuelto a vomitar una secuencia de mi vida, por qué estoy seguro que es eso. Elvira, es el nombre de mi mujer pero yo no la llamo así. No. Yo la llamo de otro modo en la intimidad… Los guardianes me arrastran mientras por mi cara resbalan unas lágrimas pegajosas que se quedan retenidas en mi barba, una barba más larga y sucia de lo normal. La barba… Entonces escucho otros cerrojos. Tengo la sensación de que el espacio por dónde me conducen es enorme porqué los ecos de las pisadas son impresionantes, igual que sacudidas secas perfectamente audibles. Y los cerrojos se corren y descorren. Son otras puertas. No estoy sólo, nunca lo estuve pero no veo nada. Me sujetan de las manos pero creo que puedo desasirme de la venda. Tengo el rostro apoyado sobre el brazo o el hombro de un guardia y si me restriego en el podré quitarme la venda y contemplar, por fin. Es lo que hago. La venda se me queda en la frente y mis captores no parecen darse cuenta. Al principio la luz me ciega pero veo el suelo, se esclarece despacio. Tengo que recuperar la visión antes de que vuelvan a introducirme en el zulo. Quiero pronunciar mi nombre pero los esfuerzos me parecen en vano y hasta duelen. Comienzo a recuperar la vista. Veo el suelo de baldosas. Parece el suelo de una antigua cárcel franquista. Sí, es algo similar y también veo un espacio amplio, un pabellón sucio, deshabitado, como si estuviera abandonado desde hacía años… Entonces sé que es el momento de levantar la cabeza y observar a mi alrededor. Los guardias me llevan en volandas pero no saben que me he liberado de la venda. Quiero pronunciar mi nombre porque tal vez así sepa qué hago en este lugar pues hay relación. Es tremendo. Ahora sé que no tendría que haberme despojado de la venda, que debí seguir sumido en la oscuridad y seguir viviendo en la oscuridad y seguir creyendo que la oscuridad era mi mejor protección… Contra mi mismo… Es demasiado tarde. Había millares de zulos. Como nichos excavados en las paredes, unos sobre otros y alcanzando alturas imposibles. Tal vez una treintena de ellos, colocados a lo largo pero había muchos más por todas las paredes. Pequeñas puertas de hierro forjado, negras y oxidadas, todas sepultando el silencio. Y lo peor de todo eran las inscripciones… Cada puerta poseía la suya y todos eran nombres. Nombres que yo conocía bien. Los nombres de mis amigos, de esos a quienes yo recordaba como traidores. Nombres de personajes importantes, líderes mundiales, jefes del mundo, gurús de los sistemas y vi el nombre de Elvira, “Viri”, así la llamo yo… Y en mi puerta… En mi puerta leí mi nombre y entonces supe de que me hablaba la silueta… “Rajoy Brey”. Después me desmayé.
Posted on: Mon, 23 Sep 2013 11:00:53 +0000

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