Fragmento de COCAÍNA. Decíme por qué, en verdad, fue - TopicsExpress



          

Fragmento de COCAÍNA. Decíme por qué, en verdad, fue crucificado Jesús. ¿Fue por eso que papá murió? ¿Fue por vos? ¿Fue por mí? ¿Acaso miré demasiada Televisión? ... Pregunta número uno: Decíme por qué, en verdad, fue crucificado Jesús. Respuesta: Jesús fue sacrificado por falopero. Creyó droga, la humanidad, la verdad que sus ojos miraban cada vez que podían levantarse para apartarse del espeso lecho crucificante que le había construido debajo de los pies toda una población. Jesús, en este 2013, sería cocainómano, de cabo a rabo. Se ensalzaría con una raya después de otra y cada raya sería cada vez más gruesa, como pérgolas agusanadas, como manzanas que alguien descarozara para su perfecta digestión. Jesús tomaría taxis para llegar seguro hasta el puntero más seguro que conociera o le presentasen, y dedicaría el resto del tiempo de dureza muscular y mental a vislumbrar, en pantallas LED, de Alta Definición, cómo entraba cada clavo en su piel, primero, en su carne, después, y seguro en alguno de sus huesos, hasta salir del otro lado, pintado de rojo globular. No curaría a ningún ciego con un toque de su mano, sino que lo conduciría, despiadado, a comprar querusa, a molerse los huesos de su propia psicología, induciendo con este acto a que se cure por sí solo. No pretendería quitarle la ceguera para darle visión regular (Jesús ya sabía que la visión regular era ceguera), pretendería enseñarle otra forma de visionar, de observar, de contemplar a sus semejantes. Seguro, sería una forma más severa, más ajustada a las vicisitudes intuidas con premura respecto de la masa popular. Arriesgaría, Jesús, todas sus creencias para seguir experimentando con la población: tan seguro estaba del marrado y obscuro objetivo que se perseguía desde el mismísimo comienzo que, a sonrisa entera, sería capaz de acompañar hasta el cadalso a la madre más justa y natural que él mismo haya podido ayudar a parir. Demostraría, si le diesen en el dosmiltrece la oportunidad de pronunciarse, aprovechando los miles de años de equívocos sentidos que el hombre ha perseguido y montado, como haciendo surf, todas las falsas grietas que adujo a la ignorancia humana. ¡Lo dejaría demostrado en un segundo! Así lo creería, ahora, si le diesen la oportunidad de actuar... en lugar de clavarlo a sangre fría contra un palo astilloso. El clavo que Jesús debía de recibir y que nunca se le ocurrió a la gran pelotuda masa humana darle, que lo puso con metales a agonizar contra un árbol talado, era: el clavo que le atravesara primero un labio y luego el otro de la boca hasta sellarla. Sólo debía de eliminar, la humanidad cobarde, su procacidad, su capacidad de ser locuaz; ¡ésa era la contaminación que el tipo ejecutaba y que hacía cagar de miedo a los cobardes de siempre! Pero la cobardía cree en la eliminación y no en la practicidad. Un sólo clavo bien puesto habría terminado con todo los temores terrenales. Pero no lo creyeron suficiente y entonces comenzaron a atravesarlo hasta verlo orgánicamente desaparecer, secarse bajo la lluvia copiosa. Luego vendría el paseo ejemplificador... y todo eso. Como a Túpac Amaru: “Así le sucederá a quien ose seguir los pasos de este pobre tipo que paseamos delante de sus ojos. Cualquiera de ustedes que se desprenda de nuestra ley e intente una interpretación del presente un poco más natural, para no decir justa, así es como se verá. ¡Pruébennos...!” Y así fue como Jesús, el gran sacrificio representativo de la humanidad, de nosotros, murió aplastado por el mismo peso de una idea que una mañana de sol sintió que lo hacía feliz en nombre de todos nosotros. Jesús... como si fuese un tirante, fue puesto contra otro tirante con clavos para generar estructura fortalecida, capaz de soportar tormentas, vientos y lluvias, sin que lo que cuidara con su manto fuese puesto en riesgo por la naturaleza. Si Jesús hubiese tomado una buena dosis de cocaína antes de sentir la gran masacre que lo masacró, seguro que se escapaba y habría salvado en medio minuto de fuga a muchas más personas de las que puso en medio de ya nadie sabe cuántas guerras con toda esa historia de la gran crucifixión. Jesús perdió el tiempo. Jesús nos ha hecho perder el tiempo como raza, como seres, en nombre de no sé cuál sacrificio que jamás vale la pena cometer. Si una muerte engendra miles de muertes, esa muerte no debía de haber ocurrido jamás... ¡Y venga alguien a discutírmelo! ¡Manga de hijos de putas moralistas! ¡Mueran todos los que engendran muerte! ¡Mueran los que matan! ¡Mueran los que paren vida con la intención única de dañarla! ¡Mueran los que no son capaces de demostrar amor con eficacia! ¡Mueran los que dan el ejemplo de que morir es una cura! ¡Mueran los que ladran sabidurías a las diez de la mañana, con megáfono en mano, megáfono distractor... detractor! ¡Mueran los que exponen a los ignorantes a batallas incomprensibles! ¡Mueran los que desean morir para dar el ejemplo! ¡Y mueran, ¡sobre todo y más que nunca!, ¡mueran!, los que no logran preservar la vida de sus seguidores! ... Pregunta número dos: ¿Fue por eso que papá murió? Respuesta: Sí. ... Cada padre que muere por perseguir a un pelotón que dirige, menta y orienta una fuerza injustificada excepto desde la creencia ciega y obtusa, cada vez que un padre cree que entregar su vida podría engendrar una vida mejor, más sana, más ecuánime, cada vez que un padre abandona a su/s cría/s para entregarse en cuerpo pero no en alma a una batalla que individualmente no le pertenece, sino que seguro corresponde más a un concepto falso de patria, cada vez que un padre comete ese pecado ignorante, ese padre muere por los designios y los ejemplos de Jesús. ... Pregunta número tres: ¿Fue por vos? Respuesta: Sí. Pero tenés que saber ahora que todo fue una gran excusa para poder ir a morir: un sublime egoísmo. De esa manera supo que podría dar rienda suelta a la perdurabilidad de su propia e individual creencia. En el camino intuyó, bien erróneamente, que eso sería una lección para vos: que de grande serías capaz de comprenderlo y que con todo ese crucigrama estirado en el tiempo vos sabrías hacer de su infundada decisión de abandonarte para ir a morir una gran respuesta que te orientara a seguirle los pasos. ¡Ojo!, seguirle los pasos no significa que hicieras lo que él hizo (aunque en su neurona más ególatra seguro lo deseó) sino que juntando los retazos de las ideas que te dejó, vos serías apto en conseguir cierta información que hiciese de guía y no te desconcertara de un supuesto camino que él te dejó iluminado como con líneas de luciérnagas... Lo que no tuvo tiempo de comprender, por apresurado en salir corriendo a matar a otros al grito de: “te mato para que otro viva”, fue que las luciérnagas son organismos y que los organismos, por suerte, tienen un final orgánico: cuando el organismo no puede cumplirse a sí mismo con los pasos de alimentación, procreación y sostenimiento de la construcción que lo precede, ahí, justo ahí, en ese punto, ese organismo se murió, espichó, y todos los proyectos o funciones que la naturaleza le había obligado a llevar a cabo mueren con él. Tu padre dejó un camino iluminado, pero la vida de esa iluminación duraba menos de lo que iba a durar tu vida. Así que fue tu padre quien te dejó en tinieblas, con la hermosa intención de mostrarte una forma de destino que para él era propicia. ¿Que si fue por vos?... jejeje... ¡Claro que sí!... ¡Todo fue por vos! Y encima te ha dejado (sin haberlo podido sospechar jamás) la culpa. Buena suerte... ... Pregunta número cuatro: ¿Fue por mí? Respuesta: Sí. ... Pregunta número cinco: ¿Acaso miré demasiada Televisión? Respuesta: Sí. Cada miligramo de luz de televisor que absorbés, cada mínimo haz de flecha de luz que se ve irradiado contra tus ojos, lo que hace es meterse por el estrecho camino de tu cerebro e iluminar con falsedades todas tus dicotomías diarias. De las posibilidades de división que un sólo día natural te propone, viene la tele a eliminar una de esas dos opciones fuertes que se generan al vivir. Y, evidentemente, te deja una sola. La opción televisiva, te deja. Te quita de prepo la mirada perdida y creativa cuando no se está mirando nada puntual sino que se lo está mirando todo. Uno lo mira todo, todo el día. ¡Por eso!, ¡por eso!, ¡sólo por eso!, uno no debe de mirar nada que se oponga a su propia visión. Sería un escalandrum, ese ejercicio. Nos dejaría tan afuera de nuestras seguridades, que un harakiri sería la forma más honesta de resarcirnos. Una televisión es una luz puesta tan cerca de la luz de nuestros ojos que un eclipse sería lo menos que ocurriría al producirse ese choque. Ni siquiera engendraría sombra una luz puesta contra una luz. Una luz contra un objeto sí que la produciría: pero pensar en eso es como pensar en que nuestra visión (nuestra luz ocular) es un objeto que proyecta, por eclipsar (principio de la sombra) una obscuridad sobre el terreno más próximo a nuestros pies, a nuestro punto de equilibrio. A mí me dejan, por favor, sólo con los eclipses que se consagran al friccionar las luces propagantes del sol y de la luna. Por mí, que el resto de los sometimientos lumínicos sean parte de un libro enciclopédico. Me quedo con lo comprendido: con lo que puedo deglutir. Quiero comidas livianas y reconocibles cada vez que me encuentro perfectamente muerto de hambre. Ahí, en mi inmortalidad de desear un buen alimento, no deseo más que una ensalada liviana, algo que haga entrar en calor a mi organismo. Al rato, y vas a escucharlo, voy a querer una buena pieza de carne roja, cruda, proteica, grasosa. Con el estómago puesto en ignición desde su punto más frío, vas a ver el más inhumano show que un festín de incorporación de alimentos rudos pueda ofrecer. Si te acercás al espectáculo con tus hijos, de la mano, tené cuidado de ellos porque si te veo girar la cabeza me acerco y me los como de un sólo bocado. ¡Quiero carne joven! ¡Deseo lo más cerca de nonatos que se crucen delante de mis dientes! La televisión me da hambre falsa. Hace que coma más de lo que necesito y en menor calidad; no por las publicidades... Lo hace porque para tragar todo lo que la televisión propone uno debe tener un organismo tan cargado de falsas energías como para trepar la montaña más nevada, más resbaladiza, más peligrosa, menos real, en fin, que se nos haya presentado alguna vez. La televisión nos propone una mentira y también nos dice lo que hace falta para surcar esa mentira. “Tomá esta agüita que te aconsejo bebas si lo que querés es que tus tetas lleguen a ser como condimento perfecto que se utiliza en el canal de cocina más usufructuado de esta tira de canales que lo que te proponen es ver la nada, la irrealidad misma. “¡Quiero!”, digo, “quiero el agua que me decís necesito... ¡Y no vengas con retrasos, eh, porque sé que necesito beberla ahora!” A realidades falsas, falsas bebidas, falsos alimentos, falsos amores, falsas instituciones, falsas ternuras con que afrontarlas. Dame falso y necesitaré, evidentemente, falso. Dame real y no intentes engañarme porque me daré cuenta en un segundo y te clavaré el puñal más largo que tenga en la cocina de mi casa en el medio del cogote. ¡Sin más! Y sin, también, atisbos de culpa alguna. Voy a beber la falsa sangre que desangrará a tu cuerpo desde tu cuello y al terminar pediré una buena copa de champán para bajarla de mi garganta. Dame falso y, evidentemente, necesitaré falso. Dame real y, evidentemente, necesitaré real. Dame amor y, evidentemente, sabré que el amor no puede salir nunca de un televisor. Dame lo que quieras darme a través de un televisor y yo sabré que lo contrario a tu propuesta es mi camino. Dame noticas a las siete de la mañana y yo voy a clavarme una buena paja que tribute las tragedias que intentan cagarme el día. Dame una buena noticia por la televisión en la hora más feliz de mi día y yo sentiré una depresión tan Pay Per View que no tendré más destino que juntar un tropel de dinero al pedo. Dame todo lo que puedas darme a través de la televisión y al rato yo voy a decirte lo efímeros que son cada uno de los latidos que tu corazón ha mascullado y golpeteado dentro de tu pecho desde un principio. Dame tele y yo te daré metal contra tu pecho: metal tan afilado, pero tan afilado, que te traspasará sin que tu vida se vea modificada mínimamente. Atravesaré todo tu ser programado y pautado tan rápido que no caerás en la cuenta de todo el espíritu que se necesita para escapar de esa farsa con la que soñás desde los doce años de edad, edad en la que descubriste que no poseías ningún talento duradero. Y lo más parecido a talento que tu cuerpo podrá asestar será la televisión. ¡Ni te hablo del genio! ¡Al genio no podés ni imaginarlo! ¡Ya no podemos hablar de falta o exceso de genio! ¡No te alcanza siquiera para que nos enfrentemos a discutir! ¡No cubrís la apuesta de inicio! ¡Ni creo que sepas qué es el genio!... Tan pobre ha sido siempre tu proyección... y tan terrenal... que la televisión vino a salvarte. Camino por las veredas de mi barrio, y escucho a la misma hora el mismo barullo del mismo canalla que hace desde hace muchos años el mismo programa. Todo lo que hay en él brilla. Su suerte, brilla. Su muerte, brilla. Sus hijas e hijos, brillan. Sus autos, brillan. Su madre, brilla. Sus zapatos, brillan más que el oro: ¡más que sus hijos! Nada está ni cerca de ser opaco. Existe una brillantez tan encandilante que ni él sabe que el brillo es perecedero. Quizá anhele recordar y contar cada historia superficial e insignificante como anécdota. Quizá eso sea lo que pretende: hablar de lo que hizo y encontrar en esa oratoria una forma de pervivir a su evidente vejez. Puede. Todo puede. Pero lo que no podrá, y es lo más real que un día le tocará masticar lo más de prepo que el tipo haya conocido alguna vez, será dejar de sentir que en cada segundo de su vida exitosa se estaba traicionando. Llegará el momento en que los pinchazos que le extenderá la falsedad que siempre practicó se le clavarán tanto, tan profundo, tan fríos y tan de metal... y tan lejos de los de Jesús... que va a desear cambiar toda esa superficialidad por un sólo instante de sensación de real crucifixión. Todos, tarde o temprano, todos los que han falseado una forma de vivir, a sabiendas de las vidas que iban sacrificando mientras se extendía la perdurabilidad de la propia vida, todos, tarde o temprano, van a desear las convicciones que enclavaran a Jesús. Y así, allí, conocerán el absurdo.
Posted on: Mon, 21 Oct 2013 19:31:05 +0000

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