HISTORIA DE LA IGLESIA 46a. sesión: Siglo XX Edad - TopicsExpress



          

HISTORIA DE LA IGLESIA 46a. sesión: Siglo XX Edad Contemporánea Primera Guerra Mundial. Revolución Rusa. Fascismo. Nazismo. Guerra Cristera en México. Ha sido un siglo de grandes avances científicos y tecnológicos, un siglo que ha visto un desarrollo económico sin igual, un siglo en que la democracia ha ido ganando terreno en todos los continentes. Pero también esta centuria ha sufrido convulsiones terribles. Baste recordar las dos guerras mundiales que han dejado millones de muertos; el comunismo que triunfó y cayó, pero sólo después de haber hundido en la miseria a países enteros; la situación de miseria en que viven millones de personas no sólo por el mal gobierno, sino también por causa de una economía de mercado que olvida la centralidad del hombre y de la familia. Ha sido el siglo en que la ONU ha publicado la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), y sin embargo muchas naciones en su legislación no respetan el derecho fundamental de todo hombre a la vida. En este siglo la Iglesia ha tenido que afrontar numerosos retos en su acción evangelizadora: seguir clarificando su doctrina en materia social, puntualizar la dimensión ética de los avances técnicos y científicos; encauzar correctamente la interpretación de la Escritura sin las exageraciones del modernismo; iluminar la actividad de los católicos en la política; cuidar la recta interpretación y aplicación de los documentos emanados por el Concilio Vaticano II; afrontar el reto de predicar a Cristo en un mundo secularizado, que relativiza toda verdad religiosa y moral, y hunde al hombre en el vacío existencial; contrarrestar el empuje de las sectas, etc. I. SUCESOS Problemas sociales La industrialización de los países capitalistas produjo graves desequilibrios sociales desde el siglo XIX. Aumentó el número de habitantes de las ciudades a donde los campesinos iban en busca de trabajo. Las urbes no pudieron cubrir todas las necesidades que representaba el aumento de la población. El trabajador no estaba protegido por las leyes. Ganaba un salario insuficiente y carecía de seguridad y prestaciones. La explotación que las industrias hicieron del trabajo de mujeres y niños fue inhumana. Lentamente fue apareciendo la solidaridad entre el proletariado y éste fue obteniendo el reconocimiento de sus derechos individuales y sociales por medio de huelgas y otros mecanismos de defensa. Estalló la primera guerra mundial (1914-1918) a) Causas: • Asesinato del archiduque Francisco Fernando: La chispa que encendió la hoguera fue el asesinato del príncipe heredero del trono austriaco en Sarajevo. Austria culpó a Servia y le declaró la guerra. A Austria se unieron Alemania, Turquía y Bulgaria. Y en el bando opuesto se alinearon Francia, Inglaterra, Rusia, Japón, Italia, Rumania, Portugal y, hacia el final, Estados Unidos. • Rivalidad económica entre los países: Pero ya antes el ambiente se había ido volviendo tenso por diversos conflictos, ligados casi siempre a intereses económicos. Cabe mencionar la crisis marroquina entre Alemania y Francia que terminó con el acuerdo de Algeciras; o la anexión de Bosnia-Erzegovina por parte de Austria-Hungría; o la guerra ítalo-turca por el territorio de Trípoli. • La carrera de armamentos. La tensión antes descrita hizo que los ejércitos estuviesen siempre en alerta e incrementase la producción de armamentos. De una manera especial los diversos países impulsaron sus marinas de guerra. • Por último, los nacionalismos serán la gota que colme el vaso. Especialmente en los Balcanes –checos, croatas, bosnios, eslovenos-, pero también en Francia, que todavía se resiente de la derrota de 1871 y en Alemania, en la que la idea del pangermanismo ha adquirido carácter agresivo. b) Consecuencias: • Económicamente la guerra causará un gran desastre en Europa. El déficit, la sangría demográfica, la recesión industrial hacen que Europa ceda definitivamente a Estados Unidos la hegemonía. Además la apretada situación para las potencias occidentales se pretende salvar con unas cargas absolutamente arbitrarias para los vencidos. • Políticamente, los nuevos estados surgidos del orden de Versalles son extremadamente débiles; las potencias se disputan los últimos jirones del imperio alemán y turco con las consiguientes rivalidades; comienza a abandonarse el liberalismo político en busca de una más decidida intervención del estado para hacer frente a la crisis política y económica; grupos nacionalistas y derechistas harán surgir más adelante los fascismos que protagonizarán la segunda guerra mundial. • Socialmente se desprestigia el sistema capitalista. Los sindicatos, alentados por la experiencia rusa (1917), se vuelven más agresivos, exigen y consiguen más reivindicaciones. Los estados temen. • Otra consecuencia, es el surgimiento, cada vez con más decisión, de los movimientos feministas que exigen una igualdad de derechos frente al hombre. Especialmente se dan en los países que debieron usar mano de obra femenina para hacer frente a la guerra. c) Tratado de Versalles: en enero de 1919 se reúnen en Versalles las potencias en guerra para negociar la paz. Los catorce puntos de Wilson no son respetados; toda Europa quiere el desquite y Alemania está inerme. A Alemania le imponen unas condiciones humillantes: remodelación de las fronteras, reparto de sus colonias, entrega de prisioneros y de su ejército, enormes indemnizaciones de guerra, restricciones en su flota mercante, transportes, ganado y además el reconocimiento de Hungría, Checoslovaquia, Polonia y Yugoslavia. Turquía entregó territorios a Grecia, y Francia e Inglaterra se reparten el Oriente Medio. Estados Unidos no concuerda con firmar este saqueo que a la larga generará la segunda guerra mundial. Por último se discute la situación de Rusia, que vive su revolución bolchevique. Occidente busca intervenir contra los comunistas, pero el mundo ya está cansado de guerras. Sólo se conforman con formar un cordón de nacionalidades anticomunistas alrededor de la Unión Soviética: Finlandia, Repúblicas Bálticas, Polonia y Rumania. d) Conclusión: la primera guerra mundial fue una guerra típicamente imperialista y europea. La hoz y el martillo de la revolución rusa. El suceso de mayor trascendencia, destinado a condicionar decisivamente la historia del mundo en el siglo XX, fue la revolución rusa de 1917. Terminados los años de guerra civil con la victoria bolchevique, Rusia irrumpía en el escenario mundial como el primer estado marxista de la historia, oficialmente ateo, doctrinalmente anticristiano y fundado en una concepción materialista del hombre y de la vida; la obra perfecta de satanás. Contemos un poco el desarrollo. La situación rusa era muy difícil. Los esclavos estaban abrumados por impuestos imposibles de pagar y había un gran atraso técnico. La precipitada concentración obrera provocada por la rápida industrialización había hecho surgir un proletariado joven, combativo y muy consciente de sus derechos. La dinastía zarista Romanov comienza a tambalearse cuando el movimiento de masas erige sus propias instituciones; eran los soviets o consejos de obreros. Incluso, la misma burguesía se mostraba muy crítica ante la tremenda y costosa burocracia que regía el país, y ante el ejército que había dado pruebas de ineficacia en la guerra contra el Japón. Ante el malestar social el zar cede y permite la creación de un parlamento, pero inicia una violenta represión. Finalmente, cuando introduce a su país en la primera guerra mundial, firma su propia sentencia de muerte. Por la falta de libertad no había sindicatos. En cambio surgen los partidos políticos. Desde el inicio el partido socialdemócrata, de tendencia marxista, protagonizará la escena política de Rusia. Posteriormente se escindirá en dos partidos: los mencheviques –minoritarios-: apertura al parlamentarismo; y los bolcheviques –mayoritaros-: centralización, disciplina y actividad clandestina. Los primeros esperaban una revolución burguesa, para conseguir, luego de un desarrollo capitalista más profundo, el posterior advenimiento de la revolución definitiva del proletariado. Los bolcheviques, por su parte, sostenían que éste era el momento del proletariado. El pensamiento de Lenin –líder indiscutido de los bolcheviques y partidario de la revolución armada- era que el capitalismo había entrado en crisis. Este momento crítico debía ser aprovechado a toda costa. Por otra parte, las derrotas en el frente, los campos y las industrias desorganizadas, las rebeliones en el ejército, la corrupción en la corte, los precios y los racionamientos...todo invitaba a la revolución. En 1916 surgen los primeros movimientos muy desorganizados. Son inicialmente controlados por la burguesía liberal. Logran su propósito con la formación de un gobierno provisional constitucionalista. El hombre fuerte de este gobierno será Kerensky –un liberal burgués, demócrata y parlamentario-. La dinastía zarista ha caído. Sin embargo, surge un poder paralelo: son los soviets, que dominan la calle –formados por obreros y soldados-. Estos soviets oscilan peligrosamente entre los mencheviques –apoyan al gobierno constitucional-, y los bolcheviques. El 25 de octubre de 1917 viene la insurrección bolchevique, que triunfa fácilmente en san Petersburgo y en Moscú. Se establece la abolición de la gran propiedad, control obrero de las fábricas, leyes laborales y la firma de la paz con Alemania a cualquier precio. La base de poder del nuevo gobierno la constituían los soviets, enteramente controlados por los bolcheviques. Se proclama la República Federal Socialista Soviética. Comienza la guerra civil. ¿Consecuencias? Un caos en la Unión Soviética. Políticamente se endureció: concentración absoluta del poder en los bolqueviques, partido único. Económicamente: colectivizaciones, nacionalizaciones, desempleo, inflación. Posteriormente, sin embargo, Lenin condujo a Rusia a formas algo occidentalizadas de producción. Poco después muere Lenin y comienza el largo forcejeo entre Stalin y Trotsky. Este último será desterrado de la Unión Soviética en 1929. Fue Stalin quien dio forma a la primera nación comunista del mundo. Movimientos fascistas El período entre guerra es el de los fascismos o “estados capitalistas de excepción”. Fascismo italiano: Mussolini surge como el gran salvador de la patria, llamado por el rey para formar gobierno en un momento crítico de su reinado 225. Comienza el estado totalitario, propaganda, nuevas leyes, violencia... Todo es válido para regenerar y engrandecer a la patria y acaparar el poder, centrado en el Duce, responsable sólo ante el rey. Anexiona Etiopía. Adoctrina a la juventud. Combate el paro y la excesiva importación. Conjuga la propiedad privada y la estatal. Nazismo alemán: La humillación de Versalles va a crear en Alemania un nacionalismo a ultranza, especialmente agresivo frente a la vecina Francia. En este ambiente de caos surge el Partido Obrero Nacional, con un marcado carácter antisemita, nacionalista y militar. Fue dirigido desde 1920 por Adolf Hitler, inspirado en el superhombre de Nietzsche. Poco a poco se incorporan Himler, Göering, Hess, Göebbels, sus máximos dirigentes. Se declaran revolucionarios y antiparlamentarios. En 1923 intentan un golpe en Munich. Fracasan y Hitler va a la cárcel en donde escribe su libro “Mi lucha”: la necesidad de un espacio vital para Alemania, la teoría de las razas, la conspiración judía y el peligro comunista. Con la crisis de 1929 comienza su apoteosis; llega a ser canciller. Formó un estado totalitario: partido único, centralización de gobierno, Gestapo, campos de concentración, purgas y las SS. Autarquía y desarrollo de la industria bélica. “¡Viva Cristo Rey!” ¿Cómo fue la guerra cristera en México? 226 ¿Qué antecedentes tuvo? México ya había conocido las persecuciones religiosas en el siglo XIX. Benito Juárez (1855-1872) impuso, obligado por la logia masónica norteamericana de Nueva Orleáns, la constitución de 1857, de orientación liberal, y las Leyes de Reforma de 1859, una y otras abiertamente hostiles a la Iglesia. Por ellas, contra todo derecho natural, se establecía la nacionalización de los bienes eclesiásticos, la supresión de las órdenes religiosas, la secularización de cementerios, hospitales y centros benéficos. Su gobierno dio también apoyo a la creación de una iglesia mexicana, que nunca prosperó. La reforma liberal de Juárez no se caracterizó solamente por su sectarismo antirreligioso, sino también porque junto a la desamortización de los bienes de la iglesia, eliminó los ejidos comunales de los indígenas. Estas medidas no evitaron al estado un grave colapso financiero, pero enriquecieron a la clase privilegiada, aumentando el latifundismo. El período de Juárez se vio interrumpido por un breve período, en el que Maximiliano de Austria fue nombrado emperador de México con el apoyo de Napoleón III de Francia (1864-1867). Fue fusilado en Querétaro. También en estos años la Iglesia fue sujeta a leyes vejatorias, y los masones le ofrecieron al emperador la presidencia del supremo consejo de las logias, que él declinó, pero aceptó el título de protector de la orden, y nombró representantes suyos a dos individuos que inmediatamente recibieron el grado 33. Solamente los conservadores con Miguel Miramón a la cabeza se vieron fieles a la Iglesia y traicionados por Maximiliano. Maximiliano en dos ocasiones tuvo en sus manos a Juárez y lo perdonó, porque en el fondo simpatizaba con él y sus ideas liberales, pero cuando Maximiliano cayó en manos de Juárez, éste inmediatamente lo pasó por las armas en el cerro de las campanas, acompañado de Miramón y de Tomás Mejía. A Juárez le sucedió en el poder Sebastián Lerdo de Tejada (1872-1876), que acentuó la persecución religiosa, llegando a expulsar incluso a las Hermanas de la Caridad. Prohibió cualquier manifestación religiosa fuera de los templos. Todo esto provocó la guerra llamada de los religioneros (1873-1876), un alzamiento armado católico. Vino después Porfirio Díaz, que fue reelegido ocho veces en una farsa de elecciones (1877 y 1910). En ese largo tiempo ejerció una dictadura de orden y progreso, muy favorable para los inversores extranjeros –petróleo, redes ferroviarias-, sobre todo norteamericanos, y para los estratos nacionales más privilegiados. También en su tiempo aumentó el latifundismo, y se mantuvieron injusticias sociales muy graves. Porfirio fue más tolerante con la iglesia, sin embargo, dejó vigentes las leyes persecutorias de la reforma, aunque él no las aplicaba. No obstante mantuvo en su gobierno, especialmente en la educación preparatoria y universitaria, el espíritu laicista y antirreligioso. Más tarde vinieron las persecuciones contra la iglesia de Carranza y Obregón (1916-1920; 1920-1924). ¡Fueron durísimas! Incendios de templos, robos y violaciones, atropellos a sacerdotes y religiosas, leyes tiránicas y absurdas. En 1917 se promulgó la constitución de orientación anticristiana 227 . La persecución del general Plutarco Elías Calles (1924-1929) fue la más terrible: expulsa a los sacerdotes extranjeros, sanciona con multas y prisiones a quienes den enseñanza religiosa o establezcan escuelas primarias o vistan como clérigo o religioso, o se reúnan de nuevo habiendo sido exclaustrados, o induzcan a la vida religiosa o realicen actos de culto fuera de los templos. Los obispos mexicanos, en una enérgica carta pastoral del 27 de julio de 1926 protestan unánimes, manifestando su decisión de trabajar para que los decretos y los artículos antirreligiosos de la constitución sean reformados. En ese entonces, el 97 % de los mexicanos éramos católicos y a pesar de todos los esfuerzos, Plutarco no hace caso. A los pocos días, el 31 de julio y previa consulta a la Santa Sede, el episcopado ordena la suspensión del culto público en toda la República. Inmediatamente, una docena de obispos, entre ellos el arzobispo de México, son sacados bruscamente de sus sedes, y sin juicio previo expulsados del país. Hasta aquí los antecedentes. ¿Cómo reaccionó el pueblo cristiano mexicano, privado de la eucaristía y de los demás sacramentos, al ver los altares sin manteles y los sagrarios vacíos? 228 Y es aquí cuando realmente comienza la guerra cristera. A mediados de agosto de 1926, como consecuencia del asesinato del cura de Chalchihuites y de tres seglares católicos con él, se alza en Zacatecas el primer foco de movimiento armado. Y en seguida en Jalisco, en Huejuquilla, donde el 29 de agosto el pueblo alzado da el grito de la fidelidad: ¡Viva Cristo Rey!... Entre agosto y diciembre de 1926 se produjeron 64 levantamientos armados, espontáneos, aislados, la mayor parte en Jalisco, Guanajuato, Guerrero, Michoacán y Zacatecas. Estos cristianos valientes, a quienes el gobierno por burla llamaba cristeros, no tenían armas a los comienzos, como no fuesen machetes o en el mejor caso una escopeta. Pronto fueron consiguiendo armas de los soldados federales, en las guerrillas y ataques por sorpresa. El aprovisionamiento de armas y municiones fue siempre el problema de los cristeros; en realidad, “no tenían otra fuente de municiones que el ejército, al cual se las tomaban o se las compraban” –dice Jean Meyer. Al frente del movimiento, para darle unidad de plan y de acción, se puso la Liga Nacional defensora de la libertad religiosa, fundada en marzo de 1925, con el objetivo que su nombre expresa y que se había extendido en poco tiempo por toda la república. ¡Pueblo valiente, pueblo con enorme fe! Este pueblo cristiano mexicano no vio que el gobierno tenía muchísimos soldados y armamento y dinero para hacerle guerra. Lo único que vio fue defender a su Dios, a su religión, a su madre que es la Santa Iglesia; eso es lo que vio este pueblo. A estos hombres no les importó dejar sus casas, sus padres, sus hijos, sus esposas y lo que tenían; se fueron a los campos de batalla a buscar a Dios nuestro Señor y entregar sus vidas. He aquí el testimonio de un cristero, Francisco Campos, de Santiago de Bayacora, en Durango: “Los arroyos, las montañas, los montes, las colinas, son testigos de que aquellos hombres le hablaron a Dios nuestro Señor con el Santo Nombre de VIVA CRISTO REY, VIVA LA SANTÍSIMA VIRGEN DE GUADALUPE, VIVA MÉXICO. Los mismos lugares son testigos de que aquellos hombres regaron el suelo con su sangre y, no contentos con eso, dieron sus mismas vidas por que Dios nuestro Señor volviera otra vez a México y fuera tratado con respeto. Y viendo Dios nuestro Señor que aquellos hombres de veras lo buscaban, se dignó venir otra vez a sus templos, a sus altares, a los hogares de los católicos, como lo estamos viendo ahorita, y encargó a los jóvenes de ahora que si en lo futuro se llega a ofrecer otra vez que no olviden el ejemplo que nos dejaron nuestros antepasados” (Jean Meyer, I, 93). ¿Cuál fue la actitud de la jerarquía eclesiástica ante este movimiento cristero? El Papa Pío XI publica su encíclica Iniquis afflictisque , en la que denuncia los atropellos sufridos por la Iglesia en México y alaba el heroísmo de los católicos mexicanos. Los dirigentes de la Liga Nacional, antes de asumir a fondo la dirección del movimiento cristero, quisieron asegurarse del apoyo del episcopado, y para ello dirigieron a los obispos un memorial en el que solicitaban que no condenaran el movimiento, que sostuvieran la unidad de acción por la conformidad de un mismo plan y un mismo caudillo, que formaran la conciencia colectiva, en el sentido de que se trata de una acción lícita, laudable, meritoria, de legítima defensa armada, que habilitaran canónicamente vicarios castrenses y que contribuyeran en esta acción suministrando fondos de los ricos católicos para destinarlos a esta lucha. Los obispos aprobaron todo menos las dos últimas propuestas. El gobierno protestó contra los obispos. Y éstos dijeron que hay circunstancias en la vida de los pueblos en que es lícito a los ciudadanos defender por las armas los derechos legítimos que en vano han procurado poner a salvo por medios pacíficos. La defensa armada era el único camino que les quedaba a los católicos mexicanos para no tener que sujetarse a la tiranía antirreligiosa. Por tanto, la misma comisión de obispos mexicanos apoya este movimiento, considerándolo como un derecho y un deber natural e inalienable de legítima defensa. Con el pasar de los meses, comenzaron las reservas de la iglesia sobre el movimiento cristero, incluso de Roma. Recordemos que la doctrina tradicional de la iglesia reconoce la licitud de la rebelión armada contra las autoridades civiles con ciertas condiciones: (1) causa gravísima; (2) agotamiento de todos los medios pacíficos; (3) que la violencia empleada no produzca mayores males que los que pretende remediar; (4) que haya probabilidad de éxito. En esta persecución de Plutarco Elías Calles se daban claramente las dos primeras condiciones. Pero algunos obispos tenían dudas sobre si se daba la tercera, pues pasaba largo tiempo en el que el pueblo se veía sin sacramentos ni sacerdotes, y la guerra producía más y más muertes y violencias. Y aún eran más numerosos los que creían muy improbable la victoria de los cristeros. No faltaron incluso algunos pocos obispos que llegaron a amenazar con la excomunión a quienes se fueran con los cristeros o los ayudaran 229. El Papa, finalmente, mandó a los obispos no sólo abstenerse de apoyar la acción armada, sino también debían permanecer fuera de todo partido. Esta disposición fue dada el 18 de enero de 1928. El valor de las mujeres también fue heroico. Repartían propaganda, llevaban avisos, acogían prófugos, cuidaban heridos, ayudaban clandestinamente al aprovisionamiento de alimentos y armas. Tratemos de resumir el curso de la guerra cristera siguiendo a Jean Meyer: • Incubación, de julio a diciembre de 1926. • Explosión del alzamiento armado, desde enero de 1927. • Consolidación de las posiciones, de julio 1927 a julio de 1928; es decir, desde que el general Gorostieta asume la guía de los cristeros hasta la muerte de Obregón. • Prolongación del conflicto, de agosto 1928 a febrero de 1929, tiempo en que el gobierno comienza a entender que no podrá vencer militarmente a los cristeros. • Apogeo del movimiento cristero, de marzo a junio de 1929. • Licenciamiento de los cristeros, en junio de 1929, cuando se producen los mal llamados arreglos entre la iglesia y el estado. Hagamos un balance de la guerra cristera. A mediados de 1928 los cristeros, unos 25.000 hombres en armas, “no podían ya ser vencidos, dice Meyer, lo cual constituía una gran victoria; pero el gobierno, sostenido por la fuerza norteamericana, no parecía a punto de caer” 230 . En realidad, la posición de los cristeros era a mediados de 1929 mejor que la de los federales, pues, combatiendo por una causa absoluta, tenían mejor moral y disciplina, y operando en pequeños grupos que golpeaban y huían, sufrían muchas menos bajas que los soldados de Calles. Después de tres años de guerra, se calcula que en ella murieron 25.000 ó 30.000 cristeros y uno 60.000 soldados federales. A mediados de 1929 se veía ya claramente que, al menos a corto plazo, ni unos ni otros podían vencer. Sin embargo, en este empate había una gran diferencia: en tanto que los cristeros estaban dispuestos a seguir luchando el tiempo que fuera necesario hasta obtener la derogación de las leyes que perseguían a la iglesia, el gobierno, por el contrario, viéndose en bancarrota tanto en economía como en prestigio ante las naciones, tenía extremada urgencia de terminar el conflicto cuanto antes. Eran, pues, éstas unas favorables condiciones para negociar el reconocimiento de los derechos de la iglesia. ¿Qué pasó con los “mal llamados Arreglos”? La historia de los Arreglos alcanzados en junio de 1929 es triste. Llegaron desde los Estados Unidos, acompañados por el embajador norteamericano Dwight Whitney Morrow que era masón, Monseñor Ruiz y Flores, delegado apostólico, y Monseñor Pascual Díaz y Barreto. Y los mantuvieron incomunicados. Por eso, puede afirmarse que estos dos obispos, al negociar con Portes Gil, no siguieron las indicaciones de Pío XI, ya que no tuvieron en cuenta el juicio de los demás obispos mexicanos ni el de los cristeros. Tampoco consiguieron, ni de lejos, la derogación de las leyes persecutorias de la iglesia; y menos aún obtuvieron garantías escritas que protegieran la suerte de los cristeros, una vez depuestas las armas. Solamente consiguieron del presidente unas palabras de conciliación y buena voluntad, y unas declaraciones escritas en las que, sin derogar ley alguna, se afirmaba el propósito de aplicarlas sin tendencia sectaria y sin perjuicio alguno. Así las cosas, los dos obispos, convencidos por el embajador norteamericano Morrow de que no era posible conseguir del presidente más que tales declaraciones, y aconsejados por Cruchaga y el padre Walsh, que las creían suficientes, aceptaron este documento redactado personalmente en inglés por el mismo Morrow: “El Obispo Díaz y yo hemos tenido varias conferencias con el Presidente de la República...Me satisface manifestar que todas las conversaciones se han significado por un espíritu de mutua buena voluntad y respeto. Como consecuencia de dichas Declaraciones hechas por el Presidente, el clero mexicano reanudará los servicios religiosos de acuerdo con las leyes vigentes. Yo abrigo la esperanza de que la reanudación de los servicios religiosos pueda conducir al Pueblo mexicano, animado por el espíritu de buena voluntad, a cooperar en todos los esfuerzos morales que se hagan para beneficio de todos los de la tierra de nuestros mayores. México, D.F. junio 21 de 1929.- Leopoldo Ruiz, Arzobispo de Morelia y Delegado Apostólico”. ¿Qué frutos podemos enumerar de la Cristiada? Quiero citar aquí el prólogo de E. Mendoza, en su Testimonio: “Los cristeros demostraron al gobierno con sus sacrificios, sus esfuerzos y sus vidas, que en México no se puede atacar impunemente a la religión católica, ni a la Iglesia, porque eso no lo permite la Santísima Virgen de Guadalupe...Y todo esto se demostró en forma tan convincente a los tiranos, que los obligó no sólo a desistir de la persecución religiosa, sino los ha obligado también a respetar la religión y la práctica y el desarrollo de la misma, a pesar de todas las disposiciones de la Constitución de 1917, que se oponen a ello, y que no se cumplen, porque no se pueden cumplir, porque el pueblo las rechaza. Los frutos de la Cristiada se han recogido y se siguen recogiendo sesenta años después de su lucha y seguramente culminarán a su tiempo en la realización plena por la que lucharon quienes dieron ese testimonio”. Los frutos más espléndidos de la Cristiada son, sin duda, el ejemplo heroico de obediencia y de fe de esos cristeros, que por Cristo Rey y por la Virgen de Guadalupe hicieron todo lo indecible para proteger y defender la fe del pueblo mexicano, obedeciendo al papa y a los obispos. Esa sangre derramada por los cristeros no ha sido inútil; al contrario, ha fortalecido la fe mexicana. El gobierno no fue fiel a esos arreglos, pues comenzó a través de siniestros agentes “el asesinato sistemático y premeditado” de los cristeros que habían depuesto sus armas, “con el fin de impedir cualquier reanudación del movimiento...La caza del hombre fue eficaz y seria, ya que se puede aventurar, apoyándose en pruebas, la cifra de 1.500 víctimas, de las cuales 500 jefes, desde el grado de teniente al de general” (Meyer I, 344-346). Esto supuso una larga y durísima prueba para la fe de los cristeros, que sin embargo se mantuvieron fieles a la Iglesia con la ayuda sobre todo de los mismos sacerdotes que durante la guerra les habían asistido. Los dos obispos de los arreglos fueron burlados y engañados, y sufrieron mucho en los años posteriores, y por parte de algunos sectores, padecieron un verdadero linchamiento moral. El fruto más suculento de la Cristiada fueron, pues, los mártires. La fe les daba la fuerza para ser valientes 231 . ¿Qué mártires sobresalieron en la Cristiada? Uno de ellos se llamaba Anacleto González Flores, que organizó la Unión Popular en Jalisco, impulsó la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, y se distinguió como profesor, orador y escritor católico. El Maestro Cleto, como solían decirle con respeto y afecto, era un cristiano muy piadoso 232 . El 1 de abril de 1927 fue apresado con tres muchachos colaboradores suyos, los hermanos Vargas, Ramón, Jorge y Florentino. “Si me buscan, dijo, aquí estoy; pero dejen en paz a los demás”. Fue inútil su petición, y los cuatro, con Luis Padilla Gómez, presidente local de la A.C.J.M, fueron internados en un cuartel de Guadalajara. Allá interrogaron sobre todo al Maestro Cleto, pidiéndole nombres y datos de la liga y de los cristeros, así como el lugar donde se escondía el valiente arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez. Como nada obtenían de él, lo desnudaron, lo suspendieron de los dedos pulgares, lo flagelaron y le sangraron los pies y el cuerpo con hojas de afeitar. Él les dijo: “Una sola cosa diré y es que he trabajado con todo desinterés por defender la causa de Jesucristo y de su Iglesia. Ustedes me matarán, pero sepan que conmigo no morirá la causa. Muchos están detrás de mí dispuestos a defenderla hasta el martirio. Me voy, pero con la seguridad de que veré pronto, desde el Cielo, el triunfo de la Religión y de mi Patria”. Atormentaron entonces frente a él a los hermanos Vargas, y el protestó: “¡No se ensañen con niños; si quieren sangre de hombre aquí estoy yo!”. Y a Luis Padilla, que pedía confesión, le dijo: “No, hermano, ya no es tiempo de confesarse, sino de pedir perdón y perdonar. Es un Padre, no un juez, el que nos espera. Tu misma sangre te purificará”. Le atravesaron entonces el costado de un bayonetazo, y como sangraba mucho, el general que mandaba dispuso la ejecución, pero los soldados elegidos se negaban a disparar, y hubo que formar otro pelotón. Antes de recibir catorce balas, aún alcanzó don Anacleto a decir: “¡Yo muero, pero Dios no muere! ¡Viva Cristo Rey!”. Y en seguida fusilaron a Padilla y los hermanos Vargas. Varios sacerdotes murieron también martirizados 233 . El 22 de noviembre de 1992, Juan Pablo II beatificó a veintidós de estos sacerdotes diocesanos, destacando que “su entrega al Señor y a la Iglesia era tan firme que, aun teniendo la posibilidad de ausentarse de sus comunidades durante el conflicto armado, decidieron, a ejemplo del Buen Pastor, permanecer entre los suyos para no privarles de la Eucaristía, de la Palabra de Dios y del cuidado pastoral. Lejos de todos ellos encender o avivar sentimientos que enfrentaron a hermanos contra hermanos. Al contrario, en la medida de sus posibilidades procuraron ser agentes de perdón y reconciliación”. Pongo fin a la guerra cristera con otro pensamiento. Los cristeros tenían de esta guerra y de la persecución que la causó, una idea mucho más teológica que política. Conocían bien, en primer lugar, el deber moral de obedecer a las autoridades civiles, pues “toda autoridad procede de Dios”, pero también sabían que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”, cuando éstos hacen la guerra a Dios. Veían claramente en la persecución del gobierno una acción poderosa del Maligno. En este sentido, los cristeros estaban indeciblemente más cerca del Apocalipsis del apóstol Juan que de la teología de la liberación moderna. La espiritualidad de los cristeros es bíblica, mientras que la de algunos de los teólogos de la liberación es de inspiración marxista. El pueblo mexicano estaba bien instruido en la fe y en la doctrina católica. No eran gente inculta. Tenían bien asimilados el catecismo y la Biblia. Cristo era el centro de la fe de los cristeros. Y María Santísima, el camino más rápido para llegar a Cristo, y el consuelo en los momentos de dolor. Y los sacramentos, la fuerza para luchar por Cristo y por la Iglesia. Y la Iglesia católica, su madre, por la que luchaban hasta el martirio. Y el cielo, el deseo más profundo y ardiente de sus corazones. Esta espiritualidad bíblica hacía que el martirio lo asumiesen incluso con humor. Espiguemos algunas frases de mártires: “¡Qué fácil está el cielo ahorita, mamá!”, decía el joven Honorio Lamas que fue ejecutado con su padre. “Hay que ganar el cielo ahora que está barato”, decía otro. Norberto López, que rechazó el perdón que le ofrecían si se alistaba con los federales, antes de ser fusilado, dijo: “Desde que tomé las armas hice el propósito de dar la vida por Cristo. No voy a perder el ayuno al cuarto para las doce”. Así fue probada la fe de nuestro pueblo mexicano. Pero nunca decayó. Al contrario, se hizo más fuerte. Por eso, el papa desde que pisó tierra mexicana en enero de 1979 exclamó con gozo: “¡México, siempre fiel!”. En el próximo capitulo veremos: la Guerra civil española (1936-1939) ------------------------------------------------------ 225. Las grandes deudas contraídas con los aliados, la industria, el paro, la agitación obrera y campesina, etc 226. Para este apartado me he inspirado en el libro “Hechos de los apóstoles de América” del P. José María Iraburu, Fundación Gratis Date. Pamplona, 1999, pp. 505-526 227. Establecía la educación laica obligatoria, prohibía los votos y el establecimiento de las órdenes religiosas, así como todo acto de culto fuera de los templos o de las casas particulares. Y no sólo perpetuaba la confiscación de los bienes de la Iglesia, sino que prohibía la existencia de colegios de inspiración religiosa, conventos, seminarios, obispados y casas curales. 228. Así lo cuenta el cristero Cecilio Valtierra: “Se cerró el templo, el sagrario quedó desierto, quedó vacío, ya no está Dios ahí, se fue a ser huésped de quien gustaba darle posada ya temiendo ser perjudicado por el gobierno; ya no se oyó el tañir de las campanas que llaman al pecador a que vaya a hacer oración. Sólo nos quedaba un consuelo: que estaba la puerta del templo abierta y los fieles por la tarde iban a rezar el rosario y a llorar sus culpas. El pueblo estaba de luto, se acabó la alegría, ya no había bienestar ni tranquilidad, el corazón se sentía oprimido y, para completar todo esto, prohibió el gobierno la reunión en la calle como suele suceder que se para una persona con otra, pues esto era un delito grave” (Jean Meyer, La Cristiada, I, 96). 229. Aprobaron la rebelión armada los obispos Manríquez y Zárate, González y Valencia, Lara y Torres, Mora y del Río; y estuvieron muy cerca de los cristeros el obispo de Colima, Velasco, y el arzobispo de Guadalajara, Orozco y Jiménez, quienes, con grave riesgo, permanecieron ocultos en sus diócesis, asistiendo a su pueblo. La reprobaron en mayor o menor medida otros tantos, entre los cuales Ruiz y Flores y Pascual Díaz, que siempre vio la cristiada como un sacrificio estéril, condenada al fracaso. Y los más permanecieron indecisos. Pues bien, siendo discutibles las condiciones tercera y cuarta, ha de evitarse todo juicio histórico cruel, que reparta entre aquellos obispos los calificativos de fieles o infieles, valientes o cobardes. En todo caso, es evidente que la falta de un apoyo más claro de sus obispos fue siempre para los cristeros el mayor sufrimiento. 230. Jean Meyer, La Cristiada, I, 248 231. Un ejemplo maravilloso: En cierta ocasión en que los cristeros habían sufrido varias bajas y estaban tristes, el general Degollado les hizo rezar el rosario, tras lo cual los arengó: “Porque Cristo Rey se llevó a los nuestros ya ustedes se acobardaron, ¿ya se les olvidó que al enlistarse en las filas de Su ejército le ofrecieron sus servicios y sus vidas?...Dios, sin necesidad de usar de combates, dispone de nuestras vidas cuando a Él le place...Dejen sus armas al pie del altar, que yo nunca seré jefe de cobardes”. Las tropas lloraban y gritaban: “¡No, mi general! Seguiremos siendo los valientes de Cristo Rey, y si no, pónganos a prueba” (Meyer I, 232). 232. Así lo demuestra el siguiente dato: “Al final del rosario, los cristeros de Jalisco añadían esta oración compuesta por Anacleto González Flores: “Jesús misericordioso! Mis pecados son más que las gotas de sangre que derramaste por mí. No merezco pertenecer al ejército que defiende los derechos de tu Iglesia y que lucha por ti. Quisiera nunca haber pecado para que mi vida fuera una ofrenda agradable a tus ojos. Lávame de mis iniquidades y límpiame de mis pecados. Por tu santa Cruz, por mi Madre Santísima de Guadalupe, perdóname, no he sabido hacer penitencia de mis pecados; por eso quiero recibir la muerte como un castigo merecido por ellos. No quiero pelear, ni vivir ni morir, sino por ti y por tu Iglesia. ¡Madre Santa de Guadalupe!, acompaña en su agonía a este pobre pecador. Concédeme que mi último grito en la tierra y mi primer cántico en el cielo sea ¡Viva Cristo Rey!” (Meyer III, 280). 233. Mención especial merece el padre Miguel Agustín Pro Juárez, beatificado por el Papa Juan Pablo II el 25 de septiembre de 1988. Estaba en la ciudad de México, por orden de sus superiores, dedicándose ocultamente al apostolado. Con ocasión de un atentado contra el presidente Obregón, fueron apresados y ejecutados los autores del golpe, y con ellos fueron también eliminados el padre Pro y su hermano Humberto, que eran inocentes. Esto fue el 23 de noviembre de 1927. Murió diciendo con los brazos en cruz, expresando su último deseo: “¡Viva Cristo Rey!”.
Posted on: Thu, 22 Aug 2013 20:09:34 +0000

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