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HOLA AMIGOS Y AMIGAS DEL BUEN CINE HOY OS HABLARE DE UNA PELICULA BELICA....O ANTIBELICA CON UN SOBERBIO ROBERT RYAN DIRIGIDO POR ANTHONY MANN LA PELICULA NOS MUESTRA EL INFIERNO QUE PASARON LOS SOLDADOS AMERICANOS EN LA GUERRA DE COREA....Y LA HUMANIDAD DE UNA GENTE QUE SUFRIO LA LUCHA....ME HA SORPRENDIDO LA VERDAD LA PELICULA....AUNQUE LA CALIDAD NO ES BUENA.....CREO QUE MEJOR VERSION NO HAY PERO DIGNA DE ALABANZA.... NO OS FUSTIGO MAS ....OS DEJO VERLA....OS GUSTARA LA COLINA DE LOS DIABLOS DE ACERO DE ANTHONY MANN EN 1957 En 1957, tras la serie de espléndidos westerns interpretados por James Stewart, Anthony Mann realiza uno de sus trabajos más reconocidos, el film bélico “Men in war”. Una cinta rodada con aire documentalista que narra sin artificios las vicisitudes de un grupo de soldados norteamericanos en tierra hostil enfrentados a una situación límite. Apoyado por un guión de Philip Yordan, Mann construye un film sorprendentemente moderno, penetrante en su aspecto psicológico y enérgico en sus escenas de acción. Sin duda podemos situar “Men in war” en clara sintonía con otras grandes obras del género como “Casco de acero”, “Senderos de gloria” o “La delgada línea roja”; la crítica norteamericana de la época fue unánime:Uno de los mejores estudios psicológicos sobre la guerra jamás realizados. FICHA TÉCNICA: LA COLINA DE LOS DIABLOS DE ACERO “Men in war”. AÑO: 1957. DURACIÓN: 102 min. PAÍS: Estados Unidos. DIRECTOR: Anthony Mann. GUIÓN: Philiph Yordan, Ben Maddow. MÚSICA: Elmer Bernstein. FOTOGRAFÍA: Ernest Haller (B&W) REPARTO: Robert Ryan, Aldo Ray, Robert Keith, Philip Pine, Vic Morrow. PRODUCTORA: Security Pictures. Productor: Sidney Harmon, Anthony Mann. GÉNERO: Bélico. SINOPSIS: Durante la guerra de Corea, tras una batalla, un pelotón de quince soldados norteamericanos comandados por el teniente Benson, quedan aislados, e incomunicados, tras las líneas enemigas. Con los vehículos estropeados Benson ordena una marcha a pie de 30 millas hasta la colina 465, teóricamente ocupada por fuerzas amigas. En el camino encuentran al sargento Montana que huye en un jeep con un coronel en estado catatónico. Montana un veterano hastiado por la guerra ha decidido desertar y poner a salvo a su coronel al que quiere llevar a Virginia. El teniente Benson confisca el jeep y tanto Montana como el coronel se ven obligados a seguir al pelotón, pronto surgen tensiones y desavenencias entre teniente y sargento que complicarán aún más las dificultades de la marcha. El film que hoy nos ocupa, y con el que pretendemos cerrar con broche de oro este ciclo dedicado al cine de Anthony Mann, fue concebido como una apuesta personal del autor, que ajeno a las pautas de Hollywood dirige y produce, esta atípica película bélica de bajo presupuesto, pionera del cine independiente. El director basándose en la novela Day Without End (Combat) de Van Van Praag construye junto al escritor Philiph Yordan (guionista de “Johnny Guitar” con el que ya había colaborado en “El hombre de Laramie” y “Desierto salvaje”) un film sobrio, intenso y profundo; con el que realizan una crítica antibelicista a la política imperialista que por entonces desarrollaba su país y con la que los Estados Unidos pretendían frenar la expansión comunista en el sudeste asiático. “Men in war”, ridículamente titulada en España “La colina de los diablos de acero”, trata con realismo la odisea por la supervivencia de un grupo de soldados tras las líneas enemigas. Para apuntalar ese clima realista el director se apoya en su talento natural para la planificación y en una cruda fotografía en blanco y negro. Con minuciosos, y en muchas ocasiones alargados, primeros planos de los actores, compone un diálogo parco en palabras pero rico en emociones, en el que se nos muestra el miedo sostenido de los soldados, que en ocasiones se torna en pánico, provocado por la presencia de un enemigo que no conoce la piedad, sigiloso y al acecho. Dentro del grupo de soldados, el teniente Benson (Robert Ryan) y el Sargento Montana (Aldo Ray) se convierten en portavoces de la reflexión sobre la futilidad de la guerra y el “peso” del deber que realiza Mann en esta obra. El personaje de Ryan se nos muestra como una nueva encarnación del héroe manniano atrapado en un conflicto entre su naturaleza humanista y su sentido del deber como soldado. El personaje trata de conciliar esta dualidad en todo momento, pese a ser plenamente consciente del absurdo de la guerra y de la pérdida de las vidas de sus hombres en una lucha tan ajena, trata de sublimar la confusión que estas ideas le producen centrándose en velar por la seguridad de sus soldados y tratando de llevarlos de nuevo a sus líneas. Su mando prudente, sus prejuicios morales y su capacidad para exponerse a los mayores peligros para preservar a sus hombres, le harán chocar diametralmente con el sargento Montana (Aldo Ray). Éste encarna también a un soldado veterano, mucho más cínico y adaptado a esa guerra cruel. El sargento es otro personaje complejo que hastiado de la guerra y con afán de proteger a su coronel (Robert Keith) ha decidido desertar. Al contrario que el teniente no tiene ningún prejuicio moral a la hora de combatir, dispara el primero distinguiendo por “instinto” a los amigos de los enemigos y matando a éstos últimos con saña y sin piedad. Nuevamente el director retrata la complejidad psicológica del ser humano en uno de sus personajes, dotando al aparentemente deshumanizado Montana de una relación de amor filio-paternal con el coronel traumatizado a su cargo, al que cuida tiernamente y protege en todo momento. Con mano maestra Mann nos guía a través de las reacciones naturales de estos hombres, haciéndonos testigos de sus momentos más bajos en los que priman el cansancio y la extenuación. Así como de sus crisis de angustia en las que el aturdimiento y la incomprensión, por la sinrazón de la guerra, hacen mella en sus esperanzas de supervivencia. Tanto a los soldados del pelotón como a los espectadores, no se nos escapa que los dos protagonistas (Benson y Montana) en continua pugna por su disparidad de talante y su forma de afrontar la lucha se complementan estupendamente (aunque a regañadientes) a la hora de asegurar la supervivencia del grupo. Gracias a la estupenda fotografía en blanco y negro de Ernest Haller, capaz de radiografiar los rostros de los personajes con una dura luz diurna, se afianza ese tono, a caballo entre el documental y el reportaje, ya enunciado por la planificación. Retratando unos rostros en los que los sufrimientos de cuerpo y alma quedan impresos de una forma tan veraz como fascinante. A su vez la música de Elmer Bernstein suma aires heroicos, tonos dramáticos, compases militares y melodías de inspiración popular coreana que se alternan de una manera harto eficaz con duros y significativos silencios. Y para cerrar tanto la presentación del film como este ciclo dedicado a la obra de Anthony Mann, me gustaría manifestar el carácter paradigmático de “La colina de los diablos de acero”. Una película en la que el autor reflexiona en torno a sus habituales preocupaciones intelectuales y sociológicas: La psicológia y la capacidad de respuesta del ser humano expuesto a situaciones duras y complejas. Y a los efectos de la violencia, aquí en su forma más terrible y devastadora, la guerra. Violencia que Mann condena en su forma más depredadora, cuando se utiliza para satisfacer la ambición ya sea de personas o naciones, pero que justifica a nivel individual y puesta en manos de esos personajes tan reales que él maneja, cuando se enfrentan a situaciones límite. Anthony Mann dirigió en 1957 está película que se desarrolla durante la Guerra de Corea. Este conflicto había acabado en tablas en 1953, y las sensaciones que había dejado en EEUU eran bastante contradictorias. Los americanos tras una primera parte de la guerra muy favorable tuvieron que recular ante la participación pro-norcoreana de China y ante la posibilidad de de una confrontación nuclear, se decidió poner fin a la contienda con la creación de una nueva frontera a lo largo del Paralelo 36. En esta película un pelotón de los EEUU, bajo el mando de un teniente interpretado por Robert Ryan, se encuentra tras las líneas enemigas. Los soldados intentarán cruzarlas y regresar al campamento del regimiento que se encuentra en una colina en mitad de la nada. Además se encontrarán con un sargento que transporta en un jeep a un coronel afectado psicológicamente por la guerra. El duelo entre el teniente y el sargento será continuo a lo largo del film. La tensión y la soledad en terreno enemigo, son los grandes protagonistas de esta cinta con marcado carácter anti-belicista. El pelotón pasa por situaciones que ponen a prueba sus miedos y nervios frente al enemigo, al que se ve pocas veces, ya que actúa en emboscadas y casi continuamente escondido. Esta situación acentúa todavía más la sensación de opresión sobre los soldados, que en algunos momentos pierden los nervios, manifestándolo de diferentes maneras. No es una película bélica típica de la época. Se parece más a las cintas dedicadas a la guerra de Vietnam que a la anterior 2ª guerra mundial. El componente perdedor aparece a lo largo del metraje. La sensación de abatimiento y de no ver el sentido de la guerra, aunque no se dan de forma evidente, si que se dejan intuir en las conversaciones de los protagonistas. El ritmo pausado y la tensión generada por los largos silencios y los extensos planos de las escenas hacen que nos encontremos con una cinta de género psicológico más que bélico. Al final de la película, se homenajea a los caídos en el combate final, lo que no deja de ser una metáfora extensible como recuerdo a los muertos en la Guerra de Corea. Ficha Técnica: Titulo original: Men in War. Año: 1957 País: Estados Unidos . Duración: 104 minutos. Director: Anthony Mann. Guión: Philip Yordan, basado en la novela “Day without End” (Combat), de Van Van Praag. Producción: Sidney Harmon. Fotografía: Ernest Haller. Música: Elmer Bernstein. Montaje: Richard C. Meyer. Diseño de producción: Lewis Jacobs . Reparto: Robert Ryan, Aldo Ray, Robert Keith, Vic Morrow, James Edwards, L.Q. Jones, Philip Pine, Scott Marlowe, Nehemiah Persoff . Sinopsis: Corea, 6 de Septiembre de 1950. Un grupo de soldados norteamericanos ha quedado aislado del resto de su unidad tras un feroz combate con el enemigo. Fracasados todos sus intentos de volver a establecer de nuevo contacto por radio, se verán obligados a cruzar millas y millas de terreno hostil para regresar a sus líneas, supuestamente situadas en la cota 465. Al mando del teniente Benson (Robert Ryan) y hostilizados por un enemigo casi invisible, traicionero e implacable, se encuentran por el camino con una extraña pareja huyendo en un “jeep”: la que forman el sargento “Montana” (Aldo Ray) y su coronel en estado catatónico (Robert Keith). Sobrevivir es su única misión, pero antes de que acabe el día tendrán todavía ocasión de convertirse en héroes a su pesar... Crítica: Nos hallamos, sin lugar a dudas, ante una de las cumbres del cine bélico, una magnífica película que forma en un apretado pelotón de obras maestras, codo con codo junto a títulos de la envergadura de “Objetivo: Birmania” (Objective Burma!, Raoul Walsh, 1945), “Fuego en la Nieve” (Battleground, William A. Wellman, 1949), “Casco de Acero” (The Steel Helmet, Samuel Fuller, 1951), “El puente sobre el Río Kwai” (The Bridge on The River Kwai, David Lean, 1957), “La Chaqueta Metálica” (Full Metal Jacket, Stanley Kubrick, 1987), “Stalingrado” (Stalingrad, Joseph Vilsmaier, 1993) o “Salvar al soldado Ryan” (Saving Rivate Ryan, Steven Spielberg, 1998). Su factura es la de la Serie “B”, sin grandes estrellas, filmada en blanco y negro y con un modesto presupuesto, fue realizada por un gran especialista en westerns, pero la suma de talentos que confluyeron en ella la sitúan a la cabeza de un género que ha dado excelentes films a la historia del cine. “Contadme la historia de un soldado raso, y os contaré la historia de todas las guerras” Así comienza esta película, que en realidad no trata de la Guerra de Corea, aun muy cercana en el tiempo en el momento de su realización, sino que pretende reflejar con el mayor realismo posible la psicología de un puñado de hombres atrapados en medio de un conflicto bélico, de cualquier conflicto a lo largo del azaroso devenir de la Humanidad, de ahí su título original, que podría traducirse literalmente al castellano como “Hombres en guerra”. Corea es un mero escenario, un telón de fondo para la prosaica epopeya de un grupo de soldados que lucha por sobrevivir, una escena que ha sucedido miles de veces, en cualquier tiempo y en cualquier lugar, desde que en plena Antigüedad el historiador griego Jenofonte nos describiera otra retirada en su inmortal “Anábasis”. De ahí ese aliento intemporal, telúrico incluso, que confiere a “La Colina de los Diablos de Acero” esa atmósfera tan especial, esa estilización brutal y descarnada, desprovista de cualquier tipo de anclajes ideológicos o sentimentales, pues ni es deliberadamente un vehículo antibelicista o antimilitarista – aunque sus imágenes no nos dejen precisamente indiferentes -, ni tampoco pretende erigirse en portavoz propagandístico de una u otra postura política. Sin artificios ni concesiones de ninguna clase, lo único que existe en ella son los hombres que desean a toda costa mantenerse con vida, ese despiadado enemigo norcoreano a modo de némesis, y el viento del páramo desolado donde transcurre la totalidad de la acción, un viento que suena insistentemente, como si fuera un personaje más en la tragedia de los soldados del segundo pelotón de la compañía “D”. No hay atisbos de población civil, ni tampoco un solo vestigio de un lugar habitable. Tan sólo un marco geográfico seco, áspero y desierto, dónde los hombres se matan en nombre de unos principios que ya han olvidado, inmersos en la más vieja aventura del género humano sobre la Tierra: Sobrevivir. A diferencia de otros films bélicos, en este se nos ahorran los habituales toques sensibleros (A excepción de un par de retratos familiares: la foto que lleva consigo un coreano muerto, y la que el teniente Benson guarda en el interior de su casco de acero ). Los soldados no cuentan su vida, no dicen de dónde son, ni tampoco especulan acerca de lo que se van a dedicar si consiguen salvar el pellejo. De ellos sabemos únicamente sus nombres – Riordan, Killian, Lewis, Maslow, Zwickley, Ackerman…- y que tienen miedo, mucho miedo. La psicología del combatiente de primera línea, aquel que es consciente de que dentro de sólo un minuto puede estar muerto, aparece perfectamente reflejada, como pocas veces la hemos visto en el cine. Y también el cansancio, tanto la fatiga física como la mental. Así como la minuciosidad de las tareas propias del campo de batalla: cargar con la pesada impedimenta, marchar por un terreno hostil y desconocido, preparar las armas para una acción inminente… Tres personalidades descuellan entre el pelotón de soldados norteamericanos perdidos y errabundos: el teniente Benson, el sargento “Montana” (Joseph R. Willomet) , y “El Coronel” así, a secas. Benson y Montana representan caracteres antitéticos, puntos de vista muy opuestos acerca de la guerra y cómo comportarse en ella. Para Benson, aun hay lugar para una cierta humanidad, con algunas reglas que es preciso respetar, “delgadas líneas rojas” que no deben traspasarse, so pena de caer en la barbarie. Al fin y al cabo es un oficial, y también probablemente una persona con cierta cultura y posición social. Montana, por el contrario, es un ser desarraigado, alguien que ha tenido que buscarse la vida, luchar con uñas y dientes para lograr un lugar al sol. Es un pesimista antropológico, un luchador nato, primitivo y desconfiado, y su filosofía es muy sencilla: disparar primero y preguntar después. Él mismo lo reconoce: se mueve por pura intuición. Su relación con “El Coronel” va más allá de la que se espera de un subordinado hacia su superior jerárquico. Hay en ella mucho agradecimiento hacia la que es probablemente la única persona que le ha tratado con cariño, como un ser humano, que le ha llamado incluso “Hijo”. Y la catatonia del Coronel, su incapacidad física, es evidentemente simbólica. Representa la ruptura de la cadena de mando, el desamparo, la indiferencia del mundo exterior, que no sabe nada de lo que ocurre allí, dejando a los hombres a su propio albedrío, aunque finalmente – nobleza obliga – terminará haciendo gala del valor que el código militar le supone. Cuando se cubra el objetivo – carente de cualquier interés estratégico -, y el enemigo sea desalojado de la colina (o mejor dicho aniquilado, al igual que casi todos los asaltantes), unas medallas arrojadas al vacío, en honor a los caídos, subrayaran la sinrazón y la inutilidad de la guerra, de todas las guerras. Anthony Mann (1906-1967) comenzó dirigiendo thrillers en la segunda mitad de los años 40, pero obtuvo la mayor parte de su prestigio crítico en la siguiente década, gracias a una brillantísima serie de westerns, protagonizados muchos de ellos por James Stewart, y el resto por estrellas tan legendarias como Robert Taylor, Henry Fonda o Gary Cooper. En los años 60, tras dirigir un fallido Super-Western (“Cimarrón”, 1960), se embarcó en algunos proyectos megalómanos cocinados por el productor Samuel Bronston y rodados en territorio español (“El Cid”, en 1961, y “La Caída del imperio Romano”, en 1964). “La Colina de los Diablos de Acero” supuso su bautismo en el género bélico, pero superó la asignatura con Matrícula de Honor. Claro que no estuvo solo en el empeño…Philip Yordan (1914-2003), uno de los grandes guionistas del Hollywood Clásico, le suministró un estupendo material, al que el estupendo Elmer Bernstein (1922-2004), antes de convertirse en uno de los compositores cinematográficos más celebrados, le puso una de sus primeras grandes bandas sonoras. Y en los tres papeles principales contó con intérpretes del calibre de Robert Ryan (1909-1973), responsable de algunos de los mejores villanos del cine norteamericano de mediados del siglo XX, pero también capaz de bordar personajes muy diferentes, ricos en matices, el rocoso Aldo Ray (1926-1991), un habitual del cine bélico de aquellos años, y el veterano Robert Keith (1898-1966), padre del también actor Brian Keith, así como con un puñado de sólidos secundarios, entre los que destacan Vic Morrow, James Edwards o Nehemiah Persoff. Todos ellos colaboraron con lo mejor de su trabajo para lograr que “La Colina de los Diablos de Acero” haya logrado el envidiado y envidiable status de obra maestra. filmaffinity/es/film286715.html
Posted on: Thu, 14 Nov 2013 16:12:59 +0000

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