Haciendo retrospectiva, recuerdo que en mí calaban perfectamente - TopicsExpress



          

Haciendo retrospectiva, recuerdo que en mí calaban perfectamente los sentimientos de resentimiento (perdón la redundancia) social. Se me hacía difícil aceptar las diferencias entre ricos y pobres y me caían mal los ricos. Con los años creo que ese sentimiento si bien no ha desaparecido por completo, se ha moderado, hasta llegar a otra comprensión. No me parece sensato descalificar lo que dice una persona por cuánto gana o por si tiene carro o no, o por si tiene casa o no. Creo que ese es un esencialismo peligroso, dependiendo desde dónde y con qué intención política se use. Porque claro, ahora la gente del gobierno (paradójicamente, gente que no luce tan pobre como las personas a las que dice representar) te dice que porque te bañas en agua caliente, o porque utilizas transporte con gasolina subsidiada, no tienes derecho a hablar, peor a oponerte francamente a la explotación del Yasuní. Ese reduccionismo y esa polarización son completamente macabros. Pero de otra parte, también hay que tener cuidado: no descalificar lo que una persona dice por cómo viste o por lo que tiene, tampoco significa crear un imaginario de homogeneidad social donde los discursos dan igual, vengan de donde vengan. Es imprescindible un ejercicio de honradez política que comienza por reconocer también los propios privilegios. Generalmente hablamos desde nuestras insatisfacciones y carencias y creamos enemigos imaginarios para victimizarnos pero no reconocemos esos privilegios que son, científicamente comprobado, casi invisibles, porque invisibilizarlos conviene. Siempre me ha molestado (porque talvez soy de las personas que creen en las luchas reales, pero también mucho en las luchas simbólicas) que este gobierno utilice a su favor una serie de clichés revolucionarios que tenían un sentido reivindicativo profundo en otros tiempos, en otros lugares y en otras voces, para darle una vendible careta de supuesta lucha social a un proyecto que a las organizaciones sociales que no ha cooptado, pretende desaparecerlas. A un gobierno que penaliza y reprime la lucha social bajo la supuesta figura de terrorismo. A un presidente que canta, a voz en cuello además, los cantos de quienes, si hoy vivirían aquí y ahora, tildaría de infantiles, malcriados o delincuentes. Asumirse como adalid (además en primera persona) de luchas absolutamente legítimas, pero desde el poder y desde los privilegios que da el poder, resulta grosero y mentiroso. Utilizar consignas de otros y otras para justificar lo injustificable y mandar a “comer mierda” no suena a la hermosa metáfora de reivindicación social y revolucionaria de la canción de Quilapayún; sino a insulto a la verdadera pobreza, esa que no se pregona sino se vive.
Posted on: Tue, 08 Oct 2013 05:11:20 +0000

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