"INSTRUMENTO PARA UN FIN MAYOR", de María Yépiz No recuerdo - TopicsExpress



          

"INSTRUMENTO PARA UN FIN MAYOR", de María Yépiz No recuerdo cuándo fue la última vez que pude correr libremente junto a mis hijos por la tierra que nos vio nacer. Realmente ignoro si algún día tuvimos esa posibilidad. A estas alturas de mi vida en las que puedo decir, voy hacia el final, trato de hacer un recuento de lo que he sido, pero me duele admitir que la única palabra que se me viene a la mente es: esclavo. Desafortunadamente desde mi nacimiento entendí que mi labor en la vida se limitaría a servir a otros sin la mínima oportunidad de ser algo más o mejor. Mis padres, así como mis abuelos, hermanos y tíos corrieron con la misma suerte que yo; fue una herencia que no pude negar, aunque siempre desee hacerlo. Siento el corazón estrujarse con sólo pensar en el destino que también les depara a mis hijos. Que tampoco tuvieron la culpa de nacer, de ser como son. Me gustaría expresarles lo que siento, transmitirles tan siquiera un poco de seguridad, esa que me está faltando en este momento en el que los fríos barrotes comienzan a presionar mis costados, recordándome que en pocos minutos no seré más que un pedazo inerte de carne, piel y huesos. Pero siempre lo supe, desde el principio supongo. Ellos vinieron al mundo tal y como lo hice yo, fueron concebidos por la fuerza pero los amé desde el instante en que vi sus pequeños rostros saludar al sol. Ocho hermosos retoños que no demoraron en acercarse para que yo pudiera brindarles todo mi amor a través de lo único que se me permitía hacer en esas circunstancias, alimentarlos. El momento más feliz de mi vida (y tal vez el único), fue truncado por crueles seres que torturaron y mutilaron a mi sangre, todavía no podían ponerse de pie y algunas de sus partes ya habían sido cortadas o María Yépiz marcadas; un recordatorio que permanecería como un tatuaje en su piel. No eran suyos, no eran míos, éramos de su propiedad. Ni nuestro sentir o pensar importarían alguna vez. Poco tiempo después los separaron de mí, dejándome nuevamente en esa horrible celda, tan pequeña que apenas y podía moverme; acompañada por el llanto de otras madres que al igual que yo sufrían en soledad la pérdida, desesperación y dolor. He perdido la cuenta de las veces que quise acabar con mi vida, lo hubiera hecho de haber tenido con qué. Nuestros captores no eran tan piadosos, no nos concedían ni la misericordia de una oportunidad para acabar con el infinito pesar que nos atormentaba. Las horas se me iban entre el sueño y la vigilia, a veces gritaba pero nadie respondía. Aún en mi mente puedo experimentar el cenizo sabor del alimento que debíamos comer. No me satisfacía, pero hacía más grande mi cuerpo que fue modificado por medio de constantes experimentos, medicamentos que me introducían para que pudiera trabajar más y mejor. Para que mis próximos hijos fuesen saludables y les rindieran mejores ganancias. Era un instrumento. Ahora que veo todo en retrospectiva, intento sacar algo positivo de lo que ha sido esta vida. Nos han dicho que somos el medio para un fin mayor, que moriremos para que otros vivan. Pero ese sacrificio, como lo llaman, no es voluntario. Yo lo llamo asesinato. Estoy a oscuras en una habitación que no me es familiar. Hace sólo unos momentos me transportaron junto con otras decenas de madres y padres en un caluroso contenedor. Fueron varias horas de camino, sin saber por dónde o qué destino teníamos. Aunque muy dentro de nosotros, lo suponíamos. Ahora es el frío el que nos rodea. Trato de controlar mi miedo y el dolor, pero me es imposible. Mi ojo derecho fue lastimado con violencia. Me reusaba a caminar en la dirección que me pedían y fui obligada a retroceder con medios María Yépiz crueles. Una herida recorre mi espalda, puedo sentirla, por la sangre y el escozor. Eso sucede cuando no aceptas morir por los otros. Escucho voces y mi corazón palpita con velocidad. Me permito unos momentos de esperanza, tal vez haya algo más que no nos han contado; tal vez algo mejor. Pero lo que sigue al sonido de las voces es el silencio. Un horrible silencio que me hace pensar que el destino que me depara no es otro que el que siempre conocí. Entonces veo en fila avanzamos, entre amigos, hermanos, y madres, hacia una habitación con paredes grises. Unos extraños seres de blanco y con máscaras se encuentran del otro lado de la habitación, nos ven a través de un gran cristal. Quiero salir de ahí, quiero correr todo lo que mi pesado cuerpo pueda permitirme hasta encontrar un lugar seguro. Pero entre tanta multitud no puedo siquiera desviarme unos pocos centímetros y me veo acorralada una vez más. Ahora estamos todos dentro del cuarto. Busco una salida, pero lo único que veo es una puerta cerrada frente a nosotros. Comienzo a gritar y en pocos segundos todos los que me acompañan también lo hacen. Los hombres del traje blanco nos ignoran y veo cómo uno de ellos presiona botones y jala una palanca. Nada sucede. Tal vez no sea tan malo. Una extraña sensación de relajación comienza a invadirme, veo a los lados y mis amigos están durmiendo. También siento sueño. Posiblemente sea sólo un lugar para quedarnos este día y mañana continuar. Los párpados me pesan, así como el cuerpo. Mis pequeños hijos, cómo me gustaría jugar con ellos. Recuesto mi cabeza sobre el hombro de una de mis amigas y lentamente cierro los ojos. Lo último que alcanzo a ver es a los seres de blanco riendo. Un buen chiste supongo, espero escucharlo alguna vez.
Posted on: Mon, 22 Jul 2013 04:51:52 +0000

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