LA BUENA CULPA Joan Garriga En la pareja no hay culpables ni - TopicsExpress



          

LA BUENA CULPA Joan Garriga En la pareja no hay culpables ni inocentes, sino bailes compartidos, engranajes sistémicos que nos llevan a tomar ciertas posiciones o conductas. No hay justos e injustos, sólo lealtades a nuestros anteriores que nos inducen a repetir patrones. Muchas personas, en su relación de pareja, sufren por el hecho de tomar a su cargo la culpa y los errores, mientras salvan la cara de su partenaire, que respira aliviado por su inocencia y no tiene que enfrentarse a sí mismo. Y, al revés, personas que culpan desesperadamente al otro para salvar su dignidad y se explayan en su enojo haciendo recaer sobre su pareja todos los males. Nada de eso sirve, ni entonar el mea culpa ni tampoco el tua culpa. Ni culparse ni culpar. Lo que sí ayuda es entender nuestra coparticipación en los resultados que tenemos y responsabilizarse de ellos, y a ser posible flexibilizarnos y desarrollar opciones nuevas que puedan hacer cambiar el statu quo de la pareja. No obstante, el sentimiento de culpa, tiene demasiada mala prensa, está desprestigiado, como sí fuera un error propio de estúpidos o pusilánimes, como sí no tuviera que existir o hubiera que derrotarlo a cualquier precio. Es cierto que una gran parte de la culpa que sentimos acentúa nuestra angustia interior y es la respuesta a voces interiores tragadas de la sociedad o de la religión, que reflejan un universo loco y dividido entre bondad y maldad. Pero, como tiendo a pensar que la naturaleza no fábrica desechos sino utilidades, creo que también la culpa es, en muchas ocasiones, un sentimiento útil, biológico, que cumple ciertas funciones. Y puesto que con toda seguridad alguna vez nos sentimos culpables, vale la pena interrogarse sobre su función. Y utilidad. La primera función importante es la de avisarnos de que estamos poniendo en peligro nuestras lealtades y nuestra pertenencia hacia aquellos que queremos, y muy especialmente hacia nuestra familia de origen. Cada grupo, cada familia, está surcada por un conjunto de reglas y normas, implícitas o explícitas, cuyo cumplimiento asegura nuestra pertenencia al grupo y nuestra buena conciencia. En la terapia Gestalt llamamos introyectos al conjunto de mandatos de los padres y de la familia que nos hemos tragado, asimilandolos sin previa digestión. El proceso de crecimiento e individuación se produce al cuestionar estos mandatos y rechazarlos, o asumirlos como propios después de una buena masticación que nos indica que nos convienen y que podemos elegirlos. Sin embargo, cuando vamos más allá de los introyectos y de las reglas enmarcadas en el cuadro de nuestros grupos, o de nuestra familia, crecemos y nos exponemos a una mayor soledad interior, y experimentamos culpa. Se trata de una culpa buena, una culpa de crecimiento, de desarrollo, una culpa por perfilar nuestro propio camino y nuestros propios valores a nuestra propia manera. Se trata de la culpa por ser felices, o más felices, cuando otros no lo fueron tanto, una culpa por estar bien cuando otros no lo estuvieron, una culpa por vivir cuando otros murieron pronto, una culpa por hacer las cosas a nuestro modo en lugar de la modo familiar, etc. El camino de la pareja feliz también es un camino de culpa, de una culpa buena que debemos soportar y sostener, en lugar de erradicarla, y que se origina porque no va bien, porque somos felices y estamos en sintonía con nuestro propio movimiento interior. Imaginemos el caso de una mujer cuyas generaciones anteriores se han sentido desdichadas, o controladores, o rígidas, o víctimas, y ella logra otra nota, otro sabor de vida, y vive gozosa, respetuosa y relajadamente su relación de pareja. Seguro que tiene que enfrentarse a la picazón de la culpa y asumirla, desarrollando mucho amor hacia la vida de sus antepasados y hacia la suya propia. Otra función que cumple la culpa es la de pellizcarnos para que tomemos clara conciencia de que hemos hecho daño: a nosotros mismos (faltando a la verdad de nuestro corazón en alguna elección, por ejemplo, casándonos a sabiendas de que no lo hacemos de verdad, o interrumpiendo una relación que nos llegaba a tocar en demasía,lastimando nuestro amor), a los demás o a la vida. Y también experimentamos culpa cuando no cumplimos con nuestros compromisos o no saldamos nuestras deudas, en muchos niveles. Hay que asumir que todos tenemos la capacidad de dañar, y de hecho lo hacemos de muchas maneras. Me parece crucial que las personas logremos ir más allá de la prevención de ser inocentes y nos reconozcamos como potencialmente perpetradores, es decir, que nos asumamos como personas reales que a veces hacemos daño y no como personas ficticias, o por lo menos con la ficción de la inocencia radical, lo que no deja de ser un delirio infantil. De hecho, dañar en un sentido extremó significa faltar al amor, hacia uno mismo, hacia los demás o hacia la vida en general, y yo diría que, en alguna medida, todos estamos afectados por ello. Así como sólo debemos sostener y soportar la culpa buena que produce crecimiento, la culpa por daños o incumplimientos es más peligrosa, porque sí no la asumimos, integramos o compensamos en caso de ser posible, puede ser que la expiemos o paguemos un precio inadecuado por ella, bajo la premisa loca y cuestionable de que un daño causado se paga infringiendo se otro daño, lo cual no es compensación sino pura e inútil expiación. Los daños causados se compensan haciendo algo bueno por el otro, el perjudicado, y no algo malo en contra de nosotros mismos. Una vez trabajé con una mujer que, ante la. Las a pregunta ¿de qué se trata?, me dijo de la culpa. Y me dijo: Aborté a unos gemelos y, además, he descubierto que mi hija mayor no es en realidad hija de mi esposo. En un caso así, muchos terapeutas tratarían de mitigar la culpa, de dar consuelo. Dirían: No hay para tanto, todo tiene su justificación. Pero esto no sirve, porque la persona siente contacto con una culpa muy real y muy profunda, la cual en sí mismo ya es un paso. A menudo se reprime la culpa en el plano consciente, pero la expiación se desarrolla inconscientemente, por ejemplo, a través del cuerpo y de la enfermedad. Cuando hemos hecho daño, lo que nos ayuda es sentir y llevar la culpa y reparar lo que se pueda, sí se puede. Hay que albergar en nuestro pecho los sentimientos y consecuencias de lo que hicimos, en lugar de esconder la cabeza bajo la arena. Aquella mujer pudo poco a poco, ir mirando su culpa y aceptarla. Y decir: Sí, estoy de acuerdo, te llevo conmigo y te asumo. Y mirar a los niños abortados y decirles: Os veo, y os sacrifiqué porque quise, en beneficio mío, y os agradezco y os reconozco y os doy un lugar en mi corazón. Son frases muy rotundas, lo sé, pero la realidad es que uno hace la mayoría de las cosas porque lo elige, aunque no escaseen los argumentos que lo apoyan, pero a la vez tiene que enfrentarse al hecho de que hizo una elección. Aquella mujer pudo finalmente asumir con mucho dolor su culpa y sobrellevarla, y eso le hizo bien, pues las culpas que no asumimos nos debilitan y nos alejan de nuestro centro. Por otro lado, poco a poco empezó a predominar en ella un sentimiento de amor hacia los hijos abortados y hacia ella misma. Quién esté libre de culpa que tire la primera piedra, pues. No creo que se trate de una actitud moral ni que nadie tenga derechos a enjuiciar a los demás, ni que tengamos que pasar examen ante el tribunal de lo correctos nada de eso, tanto la culpa buena como la culpa por daños, en mi opinión, son culpas biológicas y necesarias, y nos enfrentamos a ambas en un momento u otro de nuestras vidas. La primera, la buena culpa, suele salirnos al paso cuando logramos avanzar a nuestra felicidad incluso a pesar de sus zarpazos, que tratan de asegurar la lealtad hacia nuestros seres queridos, y la segunda, la culpa por daños, nos lleva a asumir nuestro potencial dañador, y dejamos de pretendernos inocentes, dándonos cuenta de cómo, en ocasiones, traicionamos el amor. En ese caso, cuando hemos lastimado a otros o a nosotros, reconocemos a las víctimas (nosotros,, los demás, la vida, etc.) , agrandamos nuestro pecho y logramos seguir armándonos con ello, y sí podemos, compensamos los daños de una manera constructiva, renunciando a explicaciones inútiles. Hay otra culpa, verdaderamente estúpida e inútil, que viene del exceso de importancia personal. Consiste en creer, gracias al pensamiento mágico de que todo gira a nuestro alrededor, que muchas cosas no ocurren por su propia voluntad, sino que nos incumben. Un hombre africano que vino a vivir a Europa se quedo muy sorprendido por la cantidad de culpa que sentían los europeos, y llego a la conclusión de que eso era así porque los europeos se sienten muy importantes y autorreferenciales. Si lo llevamos al ámbito de la pareja conviene comprender que al otro le pasan cosas por su propia cuenta, que no todo lo que vive es por nuestra concurrencia, que sí se accidenta, o se desenamorandose, o se queda o se va, puede que suceda incluso con independencia de nuestro comportamiento. En un sentido absoluto, no existen las culpas, y aunque sea conveniente e inevitable asumir y desarrollar nuestra responsabilidad por lo que hacemos y elegimos, en otro orden de cosas quizá todo sea dirigido por un hacedor que así quiere que sean los hechos de la vida, tal como son y se manifiestan; y en algún nivel estamos en sus manos, también por lo que respecta a sus designios sobre la pareja y nuestra vida en compañía de alguien amado. En esta dirección, culpa y perdón no serían sino modos de arrogancia frente a lo divino y su voluntad.
Posted on: Thu, 31 Oct 2013 01:29:18 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015