LA SECTA DEL IDIOTA-Thomas Ligotti-I PARTE «El primer caos, - TopicsExpress



          

LA SECTA DEL IDIOTA-Thomas Ligotti-I PARTE «El primer caos, señor supremo, el dios ciego e idiota: Azathoth» El Necronomicón Lo insólito es una competencia del alma solitaria. Una vez se pierde de vista la multitud, queda dentro de los grandes huecos de los sueños, un lugar infinitamente aislado que se prepara para tu llegada, y para la mía. Una alegría asombrosa, un dolor increíble, los terribles polos del mundo lo superan y lo amenazan. Es un infierno milagroso hacia el que uno camina sin saberlo. Y su puerta, en mi caso, fue un viejo pueblo cuya lealtad a lo irreal infundió en mi alma una locura sagrada mucho antes de que mi cuerpo hubiese llegado a morar en aquel lugar incomparable.Poco después de llegar a aquella localidad (cuya identidad debe permanecer en secreto, así como la mía), me instalé en una habitación alta con vistas al ideal de mis sueños a través de cristales de diamante. ¿Cuántas veces me había quedado ya delante de esas ventanas producto de mi imaginación, a través de las que ahora miraba de verdad la vieja aldea? Después de deambular absorto por las calles, finalmente pude verme envuelto por sus visiones sensuales.Descubrí una calma infinita en las mañanas nebulosas, milagros de silencio en las tardes indolentes y el retablo extrañamente parpadeante de noches interminables. Cualquier aspecto de aquel pueblo me transmitía la sensación de un lugar tranquilo. Había balcones, porches vallados, tiendas y casas en pisos superiores que creaban arcadas intermitentes sobre las aceras. Unos tejados colosales sobresalían por encima de todas las calles y las transformaban en pasillos de una única estructura que contenían una asombrosa multitud de habitaciones. Y los tejados menores de más abajo recordaban a fantásticos remates que caían sobre las ventanas como párpados medio cerrados y convertían cada entrada angosta en el armario de un mago que escondiera un fondo engañoso de sombras.Por lo que es difícil explicar cómo aquel viejo pueblo también transmitía la sensación de no acabar nunca, de proliferar dimensiones ocultas, al mismo tiempo que servía de imagen perfecta para la pesadilla de un claustrofóbico. Incluso las noches infinitas sobre los grandes tejados del pueblo parecían simplemente el nivel más alto de un estado prosaico, a lo sumo un viejo desván con olor a humedad donde las estrellas eran reliquias inútiles y la luna un baúl de sueños cubierto de polvo. Y esta paradoja es justo el origen del encanto de esta población. Me imaginaba los cielos en lo esencial como parte de un decorado interior. De día, montones de nubes como bolas de polvo flotaban por las habitaciones vacías del cielo. Por la noche, había pintado un mapa fluorescente del cosmos sobre un gran techo negro.Cómo deseaba vivir para siempre en esos dominios de otoños medievales e inviernos mudos, cumpliendo mi sentencia de cadena perpetua entre todas las maravillas visibles e invisibles con las que solo había soñado desde muy lejos.Pero no hay vida, por utópica que sea, sin pruebas ni trampas. Tan solo después de llevar unos días en el pueblo me empecé a preocupar por lo apartado que estaba aquel lugar, por la soledad que lo invadía y lo poco comunicado que estaba. Un día, a última hora de la tarde, mientras me relajaba sentado en una silla al lado de aquellas ventanas caleidoscópicas, llamaron a la puerta. Fue un ruido apenas perceptible, pero este hecho elemental fue tan inesperado, y tan desarrollada estaba mi susceptibilidad, que parecía un trastorno inusitado de las fuerzas atmosféricas, una especie de cataclismo de espacio vacío, un terremoto en lo invisible. Vacilante, atravesé la habitación y me paré delante de la puerta, que era una simple tabla marrón sin molduras alrededor del marco. La abrí. —Ah —dijo el hombrecillo que esperaba fuera, en el pasillo.Tenía el pelo bien peinado, canoso, y unos ojos tan claros que llamaban la atención. —¡Qué vergüenza! Me han dado otra dirección. La caligrafía de esta nota es desastrosa —se quejó mientras miraba el trozo de papel arrugado que tenía en la mano—. Bueno, no importa, volveré y lo comprobaré.Sin embargo, el hombre no dejó enseguida la escena que lo incomodaba, sino que se puso de puntillas sobre sus pequeños zapatos, se asomó por encima de mi hombro y miró fijamente mi habitación. Todo su cuerpo compacto, como lo era también en estatura, parecía estar en un estado de agitación concentrada. Por fin dijo: —Bonitas vistas tiene su habitación —Y esbozó una sonrisita muy falsa. —Sí —contesté y miré hacia la habitación sin saber muy bien qué pensar. Cuando me di la vuelta, el hombre ya se había ido.Durante unos instantes de desconcierto no me moví. Luego salí y me quedé mirando a ambos lados del oscuro pasillo. No era muy ancho ni se extendía una gran distancia antes de llegar a un rincón sin ventana. Todas las puertas del resto de las habitaciones estaban cerradas, y no salía ni el más mínimo ruido de ninguna de ellas. Al final oí lo que parecían unos pasos que bajaban las escaleras de los pisos inferiores; apenas resonaban en el silencio, y hablaban el tranquilo lenguaje de las viejas pensiones. Me sentí aliviado y volví a mi cuarto. El resto del día no pasó nada interesante, aunque de alguna manera estaba influido por toda una gama de imaginaciones. Aquella noche tuve un sueño muy extraño que parecía la culminación de mi vida de sueños, así como una estancia ideal en el viejo pueblo. De hecho,la perspectiva que tenía de aquella localidad cambió a partir de entonces de forma radical. Y sin embargo, a pesar de la naturaleza del sueño, la transformación no fue inmediatamente a peor.En el sueño ocupaba un cuarto oscuro, una habitación en un piso alto cuyas ventanas daban a un laberinto de calles que se desenmarañaba bajo un abismo de estrellas. Pero aunque las estrellas se esparcían por toda una gran oscuridad de fácil acceso, las calles estaban bañadas de una rancia penumbra gris que no sugería ni noche ni día, ni ninguna fase natural entre ellas. Mientras miraba a través de la ventana, sentí que se estaban llevando a cabo enigmáticos procedimientos en rincones apartados de esa escena, prácticas imprecisas sin ninguna clase de realidad en ellas. Parecía que tenía un motivo especial para preocuparme por determinadas cosas que estaban ocurriendo en otra de las habitaciones situadas en pisos altos de la ciudad, en una en particular cuya situación, sin embargo, no conocía. Tenía la impresión de que existía una peculiar correspondencia entre lo que ocurría en aquella habitación y mi propia vida, pero al mismo tiempo me sentía muy lejos de todo aquello: lo que sucedía en la otra pieza no tenía nada que ver con mi destino personal, no obstante de alguna forma lo afectaría profundamente. Yo era como una mota oculta, perdida en las circunvoluciones de extraños esquemas. Y esa misma lejanía de los diseños de mi universo onírico, esa sensación de falta de hogar en medio de un inmenso orden foráneo, era la fuente de unos miedos innombrables. No era más que una parte irrelevante de un tejido viviente atrapado en un lugar donde no debería estar, amenazada con ser atrapada en una gran red de drenaje de perdición, un trozo de carne accidental arrancado de su elemento de luz y arrastrado a una oscuridad glacial. En el sueño nada justificaba mi existencia, lo que me dio la impresión de que en cualquier momento podría alterarse de forma horrible o simplemente... acabar. En el sentido más profundo de la expresión, mi vida no importaba. Pero aun así no podía evitar mantener la atención alejada del otro cuarto, no podía evitar darme cuenta de las maquinaciones minuciosas que allí se estaban llevando acabo. Creí ver unas figuras borrosas que ocupaban aquella espaciosa cámara, un lugar amueblado solo con un par de sillas de un diseño sumamente raro y con unas vistas vertiginosas de la negrura estrellada. La gran luna redonda del sueño iluminaba lo suficiente para el propósito de la noche y pintaba las paredes de la misteriosa estancia de un intenso azul acuático; las estrellas, innecesarias yornamentales, presidían como lámparas menores esta reunión y sus intervenciones nocturnas.Mientras observaba esa escena —aunque no «de cuerpo presente», como ocurre en los sueños— llegué a convencerme de que ciertas habitaciones ofrecían una soledad maravillosa para tales funciones o celebraciones. Su atmósfera, esa cualidad intangible que existe aparte de los elementos que componen la forma y el matiz, tenía un tinte de ensueño, un estado en el que el tiempo y el espacio se habían trastornado: unos instantes podrían considerarse siglos y milenios, y el hueco más diminuto podía abarcar un universo. Sin embargo, al mismo tiempo esa atmósfera no parecía ser muy diferente de la que existía en las habitaciones de siempre, las altas y solitarias estancias que había conocido en mi vida cuando estaba despierto, aunque aquella sala pareciera limitar con los vacíos de la astronomía y las ventanas se abrieran al infinito exterior. Y me encontré especulando que, si la habitación en sí no pertenecía a una única especie,quizá eran sus ocupantes los que habían introducido el elemento extraño.Aunque cada uno de ellos estaba totalmente cubierto por una enorme capa, la manera en la que la tela caía al suelo en extraños pliegues y la estructura inusual de las sillas en las que esas criaturas estaban sentadas revelaba una singularidad que motivaba mi curiosidad y me infundía terror. No podía evitar preguntarme qué ocultaban aquellas vestiduras. ¿Quiénes eran aquellos seres con esas formas tan antinaturales? Con sus sillas altas y angulosas colocadas en círculo parecían estar inclinados en todas direcciones, como monolitos inestables. Era como si estuvieran adoptando posturas misteriosamente simbólicas, encerrándose en hábitos hostiles a un análisis convencional. Del mismo modo,inclinaban la cabeza de forma sesgada en relación con el resto de sus formas majestuosas, y saludaban de un modo herético para su anatomía terrestre. Susurraban casi sin cesar, pues no se me ocurre una palabra más exacta para describir el suave murmullo que parecía ser su forma de hablar. ¿O era la suspensión de este sonido lo que transmitía de uno a otro sus mensajes desconocidos, aquellos silencios escasos pero notables que me aterrorizaban mucho más que el extraño susurro?Pero el sueño presentaba otro detalle que tal vez estuviera relacionado con el modo de comunicación de aquellas figuras susurrantes que se sentaban bajo la luz estancada de la luna. De las mangas anchas que colgaban a ambos lados de cada figura sobresalían unos delicados y delgados apéndices que parecían estar atrofiados, unas zarpas encogidas con numerosas garras que se reducían a tentáculos flácidos, unos dedos fibrosos que parecían trabajar juntos con brío y una agitación incesante.La primera vez que vi aquellos gestos horripilantes sentí que casi me despertaba, que me llevaba al mundo la sensación de una espantosa explicación sin un significado acertado, o una posibilidad de expresión en ninguna lengua excepto los votos susurrados de aquella secta misteriosa. Pero permanecí más tiempo en aquel sueño, mucho más tiempo de lo normal. Presencié el nerviosismo insectil de aquellas pinzas arrugadas, la excitación crispada de aquellos miembros que parecían revelar un conocimiento intolerable, una manifestación máxima sobre el orden de las cosas.Tales movimientos sugerían un despliegue de analogías horrorosas: las hiladas patas de las arañas, la fricción ansiosa delas largas y flacas extremidades de una mosca, la ondulación de la lengua de un lagarto o el movimiento que hace su cola. Pero la sensación acumulativa que tenía en el sueño solo estaba en parte relacionada con lo que yo llamaría «e ltriunfo de lo grotesco»; puesto que mucho mayor era una percepción bastante diferente, la que iba acompañada de una euforia extraña contaminada de náuseas. Esta revelación —de acuerdo con el estilo de ciertos sueños— era complicada
Posted on: Mon, 11 Nov 2013 04:36:26 +0000

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