La Fadista lisboeta. (RELATO) Sucedió en Lisboa y estaba claro - TopicsExpress



          

La Fadista lisboeta. (RELATO) Sucedió en Lisboa y estaba claro que en ese lugar tenía que ser. No hay otro sitio en el mundo que reúna tanta magia como ese: alma bohemia, espíritu de fado y carne dulce- salada regada por los brazos de agua que la protegen. A pesar de que su cercanía era más que evidente, la conoció tarde aunque quedo rápidamente prendido de sus encantos. La Alfama, Belem o el Barrio Alto fueron sus confidentes cuándo más lo necesitaba desde el mismo momento en el que la hizo suya para siempre tras aquel fantástico viaje académico hace años. Desde entonces siempre que podía se escapaba a “la ciudad de las sombras” como él la llamaba. A veces elegía el recorrido del sur para llegar hasta ella utilizando su propio coche con el que atravesaba un mar de encinas y alcornoques: Elvas le despedía y el ponte 25 de abril lo recibía con sus enormes apéndices metálicos extendidos dándole la bienvenida. En otras ocasiones lo hacía por tren ahora desde el norte siguiendo la estela del serpenteante recorrido del río Tejo, que en algunos tramos pareciera ser tragado por la tierra y expulsado un poco más lejos con toda la fuerza del mundo por sus entrañas como si de un alimento indigesto se tratase. Estar en Lisboa suponía para él encontrar la inspiración necesaria para seguir escribiendo. En aquel lugar se respira una esencia que es única en la que los aromas del gran azul embriagan las calles escarpadas de las que sobresalen los adoquines imposibles. Tierra de aventureros, de gente de mar en el que el propio Conrad hubiera elegido como retiro dorado, el balcón de la vieja Europa le permitía adentrarse en sí mismo para extraer el argumento de sus historias siempre con origen en alguna situación cotidiana o lugar recóndito que el autor descubría en cada viaje. No era de extrañar pues que sus estancias en la capital lisboeta transcurriesen vagabundeando de allá para acá con un viejo cuaderno de notas como único compañero de viaje. Aunque conocía hasta el último rincón de aquel lugar, buscaba siempre algún detalle que se le hubiese escapado y que fuera la inspiración de su obra definitiva, aquella que le permitiese dejar de sufrir. Y es que el escribir para él no era grato e incluso le producía bastante angustia. El tiempo en el que estaba inmerso en algún trabajo era un período muy convulso en el que no disfrutaba de nada ni de nadie. Empezaba a cansarse. El lo había definido como una lucha interior en la que su parte más creativa e idealista se enfrentaba a la más realista y perfeccionista. Hasta la fecha su primer yo siempre había ganado aunque fuese por la mínima pero poco a poco el espíritu crítico le había comido terreno a la parte que le generaba inspiración. Cada vez se sentía más exhausto y en más de alguna ocasión se había planteado el dejar de escribir. No obstante, siempre había encontrado algún motivo para continuar. Su último argumento pasaba por esta idea, la de la caza de una historia tan digna que le permitiese entender que ya no valía la pena seguir escribiendo. Estaba seguro que en Lisboa encontraría los cimientos de ese anhelado trabajo aunque paradójicamente fue en la ciudad del agua en dónde perdió todo su interés por la escritura tal y como él mismo me confesó. Aunque todos los días recorría un distrito diferente, al atardecer siempre le gustaba pasear por los aledaños del palacio de Sao Bento en el Barrio Alto ya que en esta zona se encontraba su lugar favorito: Un magnífico y típico restaurante en dónde se sabía hacer como en ningún otro lado el maridaje entre la buena cocina y el ambiente más cuidado. Cada noche degustaba alguna variedad de bacalhau diferente al que acompañaba con un buen vino preto. Mientras daba servicio al sentido del gusto y al olfato con algún suculento manjar, entre bocado y bocado hacía lo propio con el de la vista disfrutando de un lugar tan acogedor y simple en dónde las paredes pareciesen contar la historia de un país apasionante en boca de las porcelanas, y también al oído ya que en ese restaurante se podía disfrutar de buena música tradicional portuguesa. De hecho era un centro fadista de referencia y se decía que a él iban todas aquellos que algo tenían que decir en ese sentimiento tan profundo hecho melodía. No solía prestar mucha atención a la actuación diaria: simplemente entendía su música como una parte más del ambiente y como tal le asignaba el mismo valor que a todo lo demás. Sin embargo, aquella noche su percepción cambio con la melodía de las primeras notas. El sonido de las cuerdas acariciadas sensualmente ya encendió su luz interior desde el principio. Dejó de cenar al instante y sus ojos se quedaron petrificados en el rincón desde dónde la banda interpretaba su repertorio. Estaba situado en un lugar privilegiado porque aunque el lugar era pequeño había zonas donde era imposible visualizar correctamente bien el espectáculo. Desde allí podía ver muy buen a la banda compuesta por dos únicos instrumentos (guitarra y viola) y la fadista, que empezaba a entonar las primeras estrofas. Desprendía una belleza sobrenatural que iba más allá del aspecto físico, que ya de por si engrandecía su figura. La dulzura de su miraba le cautivó así como el pleno dominio del lenguaje corporal, en dónde sobresalían los movimientos de sus brazos extendidos como si quisieran acariciar las ondas que se desprendían de sus cuerdas vocales con la intención de hacerlas llegar a todos los rincones del local. Durante toda la actuación no paró de contemplarla ensimismado. Ella rápidamente se dio cuenta y respondía cómplicemente con alguna sonrisa de vez en cuando. No pudo volver a probar bocado. Algo especial había nacido en su interior que le impedía hacer nada más que admirar las dotes y la figura de aquella delicada mulher, a la que estuvo esperando varias horas después de su actuación en la puerta del restaurante. A su salida se le acercó dubitativo porque no sabía que decirle. Ella lo vio venir y en ningún momento dejo de sonreírle. Le propuso tomar algo y disfrutar de la noche lisboeta y ella accedió para su sorpresa. Estuvieron paseando por los alrededores del muelle bastante tiempo, quizás hasta el alba aunque realmente no lo recordaba bien ya que su embriaguez distorsionaba sus recuerdos por lo que contaba. La última imagen que decía guardar en su retina era en la plaza del comercio. Ahí la besó de forma apasionada aunque de lo único que da cuentas es de la ternura de sus labios y el olor a su perfume que incluso al día siguiente desprendían sus mejillas. Regresó apenado a los pocos días pero ya no volvió a ser el mismo. Dejó de escribir porque le era imposible trazar ningún pensamiento en el que no estuviese presente la fadista sin rostro. No tardó en volver a la ciudad dónde iba a buscar la inspiración y un buen día se la arrebataron pero esta vez no retornó. No he vuelto a saber de él aunque corre el rumor de que es posible verlo en la noche lisboeta por aquellos sitios dónde suena la música que más se acerca al alma, completamente ido y rogando a la fadista de turno un único beso que le ayude a encontrar el sentido de su vida. A mi fadista particular, Maribel.
Posted on: Sat, 27 Jul 2013 18:25:23 +0000

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