La destructiva fe del ateo A menudo se quiere dar la impresión - TopicsExpress



          

La destructiva fe del ateo A menudo se quiere dar la impresión de que el cristianismo bíblico descansa enteramente sobre la fe, mientras que el ateísmo y la evolución descansan sobre la ciencia y la razón. Pero ese no es el caso. Nadie puede probar científicamente ni el ateísmo ni la evolución y, por lo tanto, ambas cosas descansan en la fe. La teoría de la evolución es un engendro del naturalismo, una postura filosófica que afirma que todo cuanto existe tiene que ser explicado únicamente en términos de procesos naturales. En el naturalismo no hay lugar para la intervención de Dios ni de ningún otro agente sobrenatural. Fuera de la naturaleza, dicen ellos, no hay nada que buscar; la materia es la única realidad. El famoso (y fenecido) astrónomo norteamericano Carl Sagan, lo explica con estas palabras: “El cosmos es todo lo que ha habido, todo lo que hay y todo lo que habrá”. Pero ¿cómo pueden los científicos saber eso con certeza? De ninguna manera. Es imposible probar científicamente que el universo es todo lo que ha habido, todo lo que hay y todo lo que habrá; esta es una postura filosófica, no científica, algo que el naturalista tiene que aceptar por fe. Y una de las consecuencias inevitables de esa fe es el sin sentido de todo cuanto existe. Si la naturaleza es todo lo que ha habido, todo lo que hay y todo lo que habrá, entonces tendríamos que concluir que el universo es un afortunado accidente, el resultado de un proceso que ningún ser inteligente inició ni guió con ningún propósito. Consecuentemente, la tendencia que ha tenido el hombre a través de los siglos a buscarle un significado a la existencia humana sería una labor inútil, porque no habría ningún significado que buscar. Si un niño tropieza con un bote de pintura y ésta se derrama indiscriminadamente sobre el tapiz, sería muy tonto tratar de encontrarle un significado oculto a la mancha. Puede que se vea bonito, pero fue algo accidental, no planificado. Según el ateo, este universo maravilloso que manifiesta orden, diseño y propósito en todas sus partes, no posee en realidad ningún diseño inteligente detrás; es la mancha hermosa que quedó en el espacio infinito luego que la materia + tiempo + casualidad tropezaran con el bote de pintura. Por eso alguien dijo una vez que “el momento más embarazoso para el ateo es cuando se siente profundamente agradecido por algo, pero no puede pensar en nadie a quien darle las gracias”. La fe del ateo deja al hombre sumido en una existencia sin sentido. Pocos lo han expresado tan claramente como Sartre en La Nausea: “Yo existo como una piedra, una planta, un microbio… Aquí estamos todos nosotros, comiendo y bebiendo para preservar nuestra preciosa existencia y sin embargo no hay nada, nada, absolutamente ninguna razón para existir”. El ateo no sólo niega la existencia de Dios, sino que también atenta contra la humanidad del hombre. En defensa de nuestra fe En su primera carta, el apóstol Pedro nos presenta el reto de estar siempre preparados para presentar una apología de nuestra fe, ante todo aquel que nos demande una explicación racional de la esperanza que hay en nosotros (1P. 3:15). El apóstol Pedro presupone que si un cristiano vive en una forma coherente con la fe que profesa, el mundo incrédulo a su alrededor hará preguntas. Y cuando esas preguntas se levanten, debemos saber qué responder y cómo. Pero para poder hacer eso en una forma efectiva, no sólo es necesario que conozcamos el mensaje que estamos tratando de comunicar, sino también la idiosincrasia de la persona a quienes tratamos de comunicar ese mensaje, sobre todo cuando tenemos que lidiar con una persona que es abiertamente antagónica al evangelio. Y eso es precisamente lo que quisiera considerar en una breve serie de artículos. Y mi propósito con esta serie es doble. Por un lado intento equipar a los creyentes para comunicar más eficazmente el mensaje del evangelio, aún cuando tengan que enfrentar el reto de comunicarse con aquellos que se oponen abiertamente al evangelio de Cristo. Pero por el otro lado, deseo también que los incrédulos sean capaces de hacer un diagnóstico certero de la condición real en que se encuentran delante de Dios y sean movidos a buscar el remedio que sus almas necesitan. Me adelanto a decir, que no es mi propósito en absoluto ofender a nadie con mis argumentos o con mi forma de presentación. Pero al mismo tiempo estoy consciente de que si algún incrédulo lee uno de estos artículos es muy posible que se sienta molesto u ofendido. No es agradable para un médico comunicarle al paciente que padece de una enfermedad mortal, sobre todo cuando el paciente quiere convencerse a sí mismo de que no hay nada malo en él. Y ese es precisamente el problema que ha de enfrentar el cristiano, en la generalidad de los casos, cuando desea compartir el evangelio con una persona que profesa abiertamente ser un incrédulo. El incrédulo no se ve a sí mismo como una persona que tenga algún problema, todo lo contrario; su incredulidad es para él un síntoma de salud, no de enfermedad. ¿Cómo se ve a sí misma una persona que confiesa ser incrédula? Porque hay muchos incrédulos que no profesan serlo. Lamentablemente mucha gente cree que cree, cuando en realidad no cree. Pero ¿qué de las personas que abiertamente se identifican como ateos o agnósticos? El ateo es aquel que dice estar convencido de que Dios no existe; el agnóstico es el que dice que nadie puede llegar a saber con certeza si Dios existe o no. Pero tanto en un caso como en el otro lo que tenemos es incredulidad. La pregunta es, ¿cómo se ven ellos a sí mismos? Bueno, en la generalidad de los casos los incrédulos se ven a sí mismos como personas inteligentes. Ellos creen que no creen porque son lo suficientemente racionales como para no creer. Y ciertamente, hay ocasiones en que es de sabios ser incrédulo. Una de las características del hombre simple, según Pr. 14:15, es que todo lo cree, “mas el avisado, dice Salomón – el hombre sabio y entendido – mira bien sus pasos”. Nosotros no podemos creer todo lo que nos dicen, porque en el mundo abundan los engañadores y mentirosos. Sin embargo, en muchas ocasiones la incredulidad no es otra cosa que un prejuicio que lleva a ciertas personas a ir en contra de toda evidencia, simplemente porque no les agrada la verdad que esas evidencias revelan. En tal caso, la incredulidad deja de ser inteligente para convertirse en una necedad. Pero los incrédulos no sólo se ven a sí mismos como personas racionales e inteligentes, sino también como personas valientes y arrojadas. Muchos incrédulos presuponen que la razón por la que los creyentes creen en Dios es porque no se atreven a enfrentar la vida desprovistos del cuidado de un Ser superior. Ellos, en cambio, tienen el coraje de encarar la vida dependiendo de sí mismos, sin tener que ampararse en una ilusión supersticiosa que no puede ser probada con argumentos racionales. He ahí lo que el incrédulo piensa de sí mismo. Pero ¿cuál es el diagnóstico que la Biblia da de los incrédulos? Sea que se trate de una incredulidad abierta o encubierta. ¿Es la incredulidad un síntoma de salud intelectual y de coraje, o se trata más bien de un problema moral que afecta seriamente el intelecto, la personalidad humana y nuestro destino eterno? Eso es lo que quiero que veamos en mi próxima entrada, a la luz de uno de los pasajes del NT que presenta más claramente un análisis clínico del hombre caído (Rom. 1:18-25). El juicio de Dios contra el mundo incrédulo: LA ACUSACIÓN La carta de Pablo a los Romanos es una presentación del evangelio que toma como punto de partida la necesidad que el hombre tiene de la salvación que el evangelio anuncia. El evangelio es la buena noticia de que Dios ha provisto salvación a los hombres a través de la Persona y la obra de Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Pero para que ese mensaje tenga sentido y sea relevante, lo primero que debemos conocer es el peligro del cual el hombre necesita ser salvado. Hablarle de salvación a un individuo que cree no tener ningún problema ni correr ningún peligro, es como querer vender a muy buen precio un tratamiento de quimioterapia, 100% efectivo, a una persona que no sabe que tiene cáncer. Y eso es precisamente lo que Pablo nos explica en los primeros 3 capítulos de Romanos: ¿Cuál es el problema humano que ameritó un plan de salvación tan costoso como el que Dios diseñó a través de la encarnación y muerte de la Segunda Persona de la Trinidad, nuestro Señor Jesucristo? Pablo responde en Rom. 1:18: La ira de Dios: “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén” (Rom. 1:18-25). Necesitamos ser salvados porque tenemos serios problemas con la justicia de Dios. Si bien es cierto que nuestro Dios es bueno y que para siempre es Su misericordia, la Biblia también revela que Él es perfectamente santo y perfectamente justo, y que por causa de Su justicia Él no puede ser indiferente al pecado del hombre. Sobre todo tomando en consideración que el hombre no peca en ignorancia, sino con conocimiento (vers. 18). Esa palabra “detener” da la idea de contrarrestar una fuerza que nos impulsa hacia el otro lado. Hay una verdad que Dios ha dado a conocer al hombre, pero a la que el hombre le pone resistencia, se resisten al conocimiento que Dios les imparte. Y ¿qué conocimiento es ese? No se trata de la verdad que ha sido revelada a través de Cristo y de Su Palabra, sino más bien la revelación general de Dios que está disponible para todos los hombres por igual, como veremos en un momento. Lo que Pablo está diciendo aquí es que Dios ha revelado lo suficiente de Sí mismo, como para dejar sin excusa, aún a aquellos que no tienen en sus manos Su Palabra. Por supuesto, si tales personas son culpables, ¡cuánto más culpable no serán aquellos que sí poseen ese conocimiento! Por eso es que Pablo dirá más adelante que tanto lo judíos (que conocían las Escrituras) como los gentiles (que en sentido general no la conocían), todos están bajo pecado, todos son igualmente responsables, porque no es por falta de información que son incrédulos, ni porque esa información sea deficiente o poco convincente. No. Es por eso que un razonamiento intelectual por sí solo nunca podrá traer a un incrédulo a la salvación. No importa qué tan buena pueda ser una argumentación, ni cuán lógicos y racionales podamos ser en nuestra presentación del evangelio, eso por sí sólo no resuelve el problema, porque no es un problema intelectual. Pedro nos dice en 1P. 2:8 que los incrédulos tropiezan en la palabra siendo desobedientes – y la palabra que usa allí es un verbo compuesto que significa: “No permitirse a uno mismo ser persuadido”. No es por falta de argumentos que son incrédulos, es por la deshonestidad con la que manejan la evidencia; en otras palabras, ellos no creen porque no quieren creer. ¿Quiere decir esto que argumentar con un incrédulo es completamente inútil? No, no es eso lo que quiero decir. Como hemos visto ya, Pedro nos manda a estar siempre preparados para presentar defensa, con mansedumbre y reverencia, ante todo el que demande razón de la esperanza que hay en nosotros. Lo que quiero resaltar es que el problema no es intelectual sino moral y espiritual y, por lo tanto, no se resuelve meramente con argumentos intelectuales. El problema del incrédulo es mucho más profundo. Él aborrece a Dios y aborrece Su ley, y no desea sopesar los argumentos con honestidad. Él necesita la gracia de Dios obrando en Su corazón. Sin embargo, la gracia de Dios no actúa anulando el razonamiento humano, sino más bien restaurándolo; y uno de los medios que Dios usa para hacer eso es una presentación del evangelio que pueda derribar la fortaleza seudo intelectual en la que el pecador se esconde de Dios, convencerle de pecado y llevarle a buscar en Cristo el perdón y la reconciliación con Dios. Dios en Su gracia puede usar argumentos y evidencias presentados con el poder del Espíritu Santo, para traer convicción de pecado (“estoy siendo deshonesto delante de Dios y sosteniendo una posición absurda”), y puede que eso lo mueva a venir a Cristo en arrepentimiento y fe. He ahí, entonces, la acusación que Pablo formula contra el mundo incrédulo: en su impiedad e injusticia los hombres han detenido con injusticia la verdad. El juicio de Dios sobre el mundo incrédulo: LA EVIDENCIA Luego de presentar su acusación contra el mundo incrédulo, Pablo presenta la evidencia: “porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios” (Rom. 1:19-22). El argumento de Pablo es que hay un conocimiento de Sí mismo que Dios ha puesto al alcance de todos los hombres, tanto fuera como dentro de cada ser humano. Juan Calvino dice al respecto: “Sin discusión alguna afirmamos que los hombres tienen un cierto sentimiento de la divinidad en sí mismos; y esto, por un instinto natural” (Institución; Libro I; cap. III.1). No importa qué tan primitiva sea una sociedad, en ella encontraremos que los hombres llevan consigo ese sentido de lo divino. Decía Cicerón que “no hay pueblo tan bárbaro, [ni] gente tan brutal y salvaje, que no tenga arraigada en sí la convicción de que hay Dios” (cit. por Calvino; Ibíd.). Y Cicerón mismo era un pagano. Ese conocimiento puede estar distorsionado por causa del pecado, pero está allí. Como dijo alguien una vez: “El hombre es un religioso incurable”. Si no adora al verdadero Dios, buscará otra cosa que adorar. La idolatría no es más que ese afán del hombre de llenar el vacío que queda cuando se resiste a adorar al Dios verdadero. Pero esa idolatría, como bien señala Calvino, “da suficiente testimonio” de ese conocimiento innato que Dios ha colocado en todo hombre. Ese es un sentimiento que viene esculpido en el alma por naturaleza y que no puede ser destruido. Nadie nace siendo ateo o agnóstico. El ateo viene a ser ateo rechazando ese sentimiento de la divinidad que trajo de fábrica. Pero ese conocimiento de Dios no es interno únicamente: “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (vers. 20). El mundo está hecho de tal manera que hace visible al Dios que lo hizo, aunque Él en esencia es invisible para el ojo humano. El poder y la deidad de Dios se hacen claramente visibles, siendo entendidas, o percibidas por la mente humana, por medio de las cosas hechas. Como un artista que desea ser conocido, Dios ha puesto Su firma en todo el universo que creó y le dio al hombre la capacidad de entender esa evidencia. Esa es la verdad que el hombre ha detenido con injusticia. Eso no quiere decir que la creación nos revela todo lo que necesitamos conocer acerca de Dios, pero sí lo suficiente como para saber que Él existe, que Él es poderoso y que posee las propiedades que normalmente asociaríamos con la Deidad. Y no olvidemos que cuando Pablo dijo eso todavía no se había inventado el microscopio o el telescopio y muchos secretos del universo permanecían ocultos para el hombre; pero aún así Pablo dice que el conocimiento que se tenía en esa época era suficiente como para llegar a la conclusión de que este universo no pudo hacerse sólo, ni ser el resultado de un afortunado accidente. Supongamos que dejo encendida mi computadora en casa y cierro la puerta con llave, dejando dentro únicamente a un gato. Cuando llego a casa unas horas más tarde, me encuentro en la pantalla una nota que dice: “Prepárate para morir esta noche; hoy te llegó tu hora”. ¿Qué sería lo primero que pasaría por mi cabeza? Que alguien entró en casa y dejó esa nota allí con un propósito. Puede ser un chiste de mal gusto o puede ser una amenaza escalofriante, pero la posibilidad de que el gato haya caminado por el teclado y haya escrito un mensaje así por accidente es prácticamente nula. En ese caso la causa no es suficiente para explicar el efecto; necesariamente tengo que seguir investigando. Ahora, nota algo interesante. El hombre está hecho de tal manera que es incapaz de encontrarse con algo así y no reaccionar y tratar de buscar una explicación. Y no sólo en un caso como este en que su vida puede estar en peligro. El hombre razona, piensa lógicamente, se hace preguntas. Por eso es que las novelas y películas de detectives son tan populares. Hay una curiosidad natural en el hombre que lo mueve a atar cabos y sopesar la evidencia para saber finalmente qué fue lo que pasó. Y no ha habido nunca película o novela que haya presentado un caso tan fascinante como la existencia del universo y nuestra vida en él. Si hay algo que ningún hombre puede evadir es el hecho de que existe y de que alrededor de él hay un universo maravilloso repleto de cosas sin número que demandan una explicación. Y por más vuelta que busquemos, sólo tenemos dos opciones posibles para explicar esa realidad: O el mundo fue hecho con propósito por un Ser racional e inteligente (esa es la posición teísta), o es el resultado de fuerzas ciegas e impersonales que produjeron por accidente todo cuanto existe (esa es la posición del naturalista). Un origen personal e inteligente o una fuerza ciega e impersonal, no existe otra opción. O el mundo fue creado con un propósito por un Ser inteligente y todopoderoso o surgió por sí sólo cuando la materia comenzó a evolucionar y a producir por accidente todo cuanto existe. Y lo que Pablo dice en el capítulo 1 de Romanos es que el universo revela por todas sus partes las manos de un Creador personal inteligente que hizo todas las cosas con un propósito. Eso es tan claro, dice Pablo, que el hombre que no se postra ante Dios y le adora queda sin excusa; literalmente, sin apología para defender su caso cuando tenga que presentarse ante Él para dar cuenta de sí en el día del juicio. Y a medida que la ciencia ha ido avanzando ha ido descubriendo cosas cada vez más sorprendentes que apoyan la posición de que el universo fue creado con propósito por un Ser personal inteligente: El ajuste fino del universo para que pueda funcionar y para que la vida pueda ser posible en este planeta, incluyendo la vida humana; todas las muestras de diseño que vemos en la creación y que presuponen lógicamente un diseñador; la enorme cantidad de información contenida en la materia viva. Siempre que se habla de información, se presupone algún ser inteligente que origina y transmite la información. En una novela de Carl Sagan que luego fue llevada a la pantalla de cine, titulada “Contacto”, un grupo de astrónomos detectan la existencia de vida extraterrestre inteligente. Estudiando millones de señales de radio procedentes del espacio descubren que algo está emitiendo la secuencia de los números primos comprendidos entre el 2 y el 101. Un número primo es aquel que sólo se puede dividir por sí mismo y la unidad: el 2, el 3, el 5, el 7, el 11, el 13, el 17 y así sucesivamente. Y eso es precisamente lo que escuchan estos astrónomos a través de pulsos y pausas. Por ejemplo, el número 2 eran dos pulsos y pausa; luego 3 pulsos y pausa; luego 5 y pausa; y así con los demás hasta llegar a una secuencia 1126 pulsos y pausas comprendiendo todos los números primos del 2 al 101. La probabilidad de que esas señales secuenciales se hayan producido en el espacio por pura casualidad, son prácticamente nulas. Eso es lo que lleva a estos astrónomos de la novela de Sagan a la conclusión de que debía ser algún tipo de comunicación de parte de seres inteligentes de otros planetas. El problema con el que se enfrentan los naturalistas es que, al estudiar la materia viva, la ciencia ha podido constatar que está llena de información. Por ejemplo, el ADN del núcleo de la célula contiene toda la información necesaria para construir las proteínas, que es lo que hace que un organismo sea funcional. “Cada uno de los 10 billones de células del cuerpo humano contiene una base de datos mayor que la Enciclopedia Británica” (Lennox; pg. 75). Como si se tratara de un alfabeto donde las letras tienen que estar en una secuencia específica para formar palabras y las palabras a su vez en una secuencia específica para formar oraciones que transmitan información, así también la secuencia de bases de la cadena ADN contiene un mensaje preciso, “escrito en un alfabeto formado por las 4 letras A, C, G, T. Un gen es una larga cadena de estas letras que codifica la información correspondiente a una proteína, y un genoma es el conjunto completo de genes de un individuo” (Ibíd.). Por ejemplo, “el ADN de la bacteria Escherichia coli tiene unos 4 millones de letras y ocuparía mil páginas de un libro; el genoma humano tiene más de 3 mil millones de letras y ocuparía toda una biblioteca” (Ibíd.). Por eso Bill Gates comparó el ADN como un programa informático, “pero mucho más avanzado que cualquier software que hayamos podido crear hasta ahora”, dice él (cit. por Lennox; pg. 78). La pregunta es: ¿Por qué ante tanta evidencia muchos hombres de ciencia descartan la idea de un Ser inteligente que creó todas las cosas con un propósito? ¿Por qué empecinarse en decir que todo fue el producto de un accidente casual, aún cuando eso está en contra de todo sentido común? Pablo responde en el vers. 21: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido”. He ahí el problema. El hombre no quiere humillarse ante Dios y darle el honor debido, no quiere reconocer el hecho de que no es dueño de su existencia y que debe someterse a la voluntad de un Ser superior. Un evolucionista dijo claramente: “Me niego a creer en Dios, entonces ¿qué otra alternativa me queda aparte de la evolución?” (cit. por MarActhur; La Batalla por el Comienzo; pg. 113). No es que la evidencia científica le llevó a dejar de creer en Dios y a favorecer la evolución, es que de antemano le repugna la idea de que exista Dios y entonces no tiene otra alternativa que hacerse evolucionista. Esa es precisamente la acusación de Pablo en Romanos 1:18: “Detienen con injusticia la verdad”. En una serie para la PBS titulada “Evolución”, el naturalista Daniel Dennett informa a la audiencia que uno de los grandes logros de Darwin fue el de reducir el diseño del universo a “una materia en movimiento sin propósito ni significado.” Aparte de que esa es una declaración filosófica que los naturalistas aceptan por fe, porque no puede ser probada científicamente, lo interesante es que ellos no pueden funcionar en el mundo en una forma coherente con esa filosofía. Permítanme explicar a qué me refiero. Si todo el universo se reduce a materia en movimiento sin propósito ni significado, eso quiere decir que el hombre no es más que una máquina y nada más, como una computadora o un carro, solo que mucho más compleja. Para que el hombre fuese una persona, tendría que haber sido creado por un Ser personal, porque entonces el efecto sería mayor que la causa. Como el naturalista niega esa posibilidad no puede hacer otra cosa que declarar que somos una máquina; el problema es que esa máquina tiene una conciencia de sí misma como si fuera una persona y no simplemente una cosa; y para colmo de males para el naturalista, esa máquina piensa, razona, recuerda cosas, se imagina cosas. ¿Cómo explican esto los naturalistas? Una de las explicaciones es que todo eso que tú crees que piensas y razonas no es más que una ilusión causada por tus neuronas cerebrales. Ese es uno de los postulados de Francis Crick, que obtuvo el premio Nóbel de fisiología y medicina por ser uno de los descubridores de la estructura del ADN. Según él todos nuestros gozos y nuestras penas, nuestras memorias y ambiciones, nuestro sentido de identidad personal y nuestro libre albedrío “en verdad no son más que el comportamiento de un vasto ensamblaje de células y sus moléculas asociadas” (cit. por J. Byl; The Divine Challenge; pg. 102). En otras palabras: “Tú crees que piensas, porque crees que eres una persona y no una máquina, pero eso no es más que un impulso neurológico de tu mecanismo material”. El problema es que eso destruye las mismas posiciones naturalistas. C. S. Lewis dio en el clavo cuando dijo que si todas nuestras creencias son ilusiones causadas por los genes, eso se aplica también a la creencia misma de que todas nuestras creencias son ilusiones causadas por los genes (Byl; pg. 106). Como alguien ha dicho: Los naturalistas han cortado la rama en la que están sentados. El problema es que n ingún naturalista puede ser consistente con una creencia como esta. Cuando un naturalista se enferma y el médico le receta un antibiótico que debe tomar cada 8 horas, ¿acaso no confía en su memoria cuando ve en su reloj que han pasado las 8 horas desde la última vez que se tomó el medicamento? ¿O piensa que se trata tal vez de una ilusión causada por sus neuronas? Para poder vivir en este mundo tal como este mundo ha sido hecho, todos los seres humanos, creyentes y no creyentes, teístas, naturalistas, ateos y agnósticos, tienen que tomar prestado algunas de las presuposiciones fundamentales del cristianismo bíblico, incluyendo la realidad de que este es un mundo que funciona lógicamente y donde las cosas fueron creadas con un propósito; un mundo que podemos conocer y comprender porque fuimos creados por un Dios personal que nos hizo a Su imagen y semejanza con la capacidad de razonar y pensar. Dios ha hecho las cosas de tal manera que no podemos escapar a Su diseño de ninguna manera. Él es la pieza clave que da sentido y propósito a todo cuanto existe. Es por eso que cuando Dios es puesto a un lado el corazón humano queda entenebrecido: perdió la clave (vers. 21-22). He ahí la explicación de todas estas teorías absurdas. Negar a Dios en un mundo creado por Él obligatoriamente lleva al hombre a plantear alternativas con las que nadie puede vivir coherentemente y que entorpecen el razonamiento humano. Sólo así podemos entender cómo es posible que personas inteligentes caigan en contradicciones tan evidentes. Un científico ateo nos dice que él no puede creer nada que no sea probado científicamente; pero eso no es verdad. Todo hombre, incluyendo el científico, parte de presuposiciones que él acepta por fe, incluyendo esa misma declaración la cual no puede ser probada científicamente. Cuando un agnóstico dice que nadie puede saber con certeza si Dios existe o no, está negando la posibilidad de obtener un conocimiento esencial. Pero al mismo tiempo está presuponiendo poseer un conocimiento increíblemente vasto que le permite llegar a semejante conclusión. ¿Qué dirías de un hombre a quien le ponen delante un problema matemático de gran complejidad y luego de examinarlo te dice que ese problema no tiene solución? ¿Pensarías que está negando la posibilidad del conocimiento matemático o que él cree que su conocimiento es tan vasto en esa rama que se siente capaz de declararlo insoluble? ¿Para qué escribe un libro o hace investigaciones un individuo que cree que sus pensamientos y creencias son una ilusión creada por sus genes? “Profesando ser sabios, se hicieron necios”. por sugel michelen
Posted on: Fri, 01 Nov 2013 01:33:23 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015