Loa a mis humildes primeros. Por Carlos Benavides. Ayer estaba - TopicsExpress



          

Loa a mis humildes primeros. Por Carlos Benavides. Ayer estaba conversando con Charles Donohue, durante un momento libre que compartimos luego de finalizar con la preparación previa a la hora de la cena, en el restaurante Armando’s, y tocamos el tema de los descubrimientos casuales, de los ignotos próceres que se arriesgaron por primera vez a degustar una comida sin apariencia apetitosa, lo cual nosotros, los cocineros, agradecemos porque fueron eslabones en la cadena de evolución de la gastronomía, profesión que pone pan sobre nuestras mesas. El gringo creyó agarrar la onda y dijo que” por ejemplo aquel que comió por primera vez un lagarto, o un búfalo o una llama”, pero tuve que interrumpirlo porque estaba tomando para la loma de los pepinos. El ser humano es carnívoro por excelencia y ninguno de estos ejemplos daba la talla de rareza. Así que me retraje a mi mundo íntimo y me di a la tarea de traer a la luz estas monografías como humilde reconocimientos a desconocidos que merecen ser descubiertos. Diariamente, ya sea en televisión, diarios, revistas o internet, me topo con homenajes a gente que poco ha hecho por mejorar mi vida y la de los míos (sin afán de posesión). Tipos y minas que si bien se han esforzado, distan de ser trascendentes para el andar de la humanidad, en los momentos más acuciantes, cuando las papas queman. Y a pesar de que reconozco el derecho del semejante a honrar a quien le plazca, yo, en vez de descalificarlos, los cotejaré con mis propios reconocidos. Alguien dijo alguna vez que se debería premiar a los locos que comieron por primera vez una ostra o una almeja, y después de investigar minuciosamente sobre la identidad de estos seres anónimos, mis investigaciones y desvelos apenas los sacó del anonimato. Pero quizás como premio consuelo a mi tesón, he encontrado algunos personajes heroicos dignos de mencionar. Por ejemplo Dimitri Alexandria, un humilde pescador chipriota que luchó contra las vicisitudes de los mares del siglo 18; su extraordinario olfato lo llevó a tratar por cualquier medio de abrir el caparazón protector del equinodermo conocido como erizo de mar, para ser el primer ser humano en saborear las delicadas gónadas anaranjadas; pero sus esfuerzos no fueron recompensados sin antes lastimar sus manos con las púas venenosas de alguna especie puntual. La amputación de su mano izquierda siguió a la tardía atención de sus infectadas heridas y hete aquí que por esto le llegaría el renombre, pues fue el primero en eligir un garfio como prótesis reemplazante de la mano, lo cual inspiró a muchos escritores de novelas de piratas y filibusteros. O José Benito Ovidio Bianquet, ‘El Cachafaz”, un genial bailarín de tango que reinara como el mejor hacia finales del siglo 19 y el despertar del siglo 20. Si bien ya era eximio en su arte sin par, un hecho fortuito lo marcó como vanguardista de un género chapado a la antigua. Pocos saben que el Cachafaz tuvo un estigma que lo preocupó hasta límites de locura; por alguna razón incomprensible, lo perseguían las hormigas, a tal punto que tuvo problemas sicológicos por su temor a encontrar la muerte provocada por estos viles seres laboriosos. Se le metían en la comida y en la bebida e interrumpían su descanso tan necesario por su condición de noctámbulo invadiendo su cama en fila india e intenciones non santas. Inclusive algunas veces, mientras hacía el amor con alguna de sus compañeras de baile circunstanciales, se introducían silenciosamente en su ano, para darle a su vaivén una endemoniada intensidad. Una noche que estaba danzando en frente a unos norteamericanos que pretendían llevárselo a Hollywood, el Cachafaz fue atacado con furor por las vespoideas sádicas que eligieron su culo y sus valiosos pies para consumar su ataque cotidiano. Como no podía interrumpir la exhibición por motivo alguno, y menos por uno tan difícil de explicar, el Cachafaz trató de alivianar el sufrimiento dando unas pataditas defensivas y cambiando su caminar de dirección súbitamente para luego sentar a su compañera en sus rodillas mientras inspeccionaba sus zapatos, todos lances tan elegantemente ejecutados y seguidos con increíble sincronización por su partenaire que los gringos quedaron impresionados por la destreza del bien nominado bailarín y lo contrataron con la condición de que repitiera el numero tal cual lo habían presenciado. Y este es el punto de partida del modo de bailar tango moderno, totalmente circunstancial. Aristóteles Onassis, en su estadía en la Argentina, fue el primero en comer ñoquis los 29 de cada mes para multiplicar su dinero, lo que a la vista de los extraordinarios resultados, fue imitado por miles de atorrantes que nunca llegaban a fin de mes o por simple amantes de la exquisita pasta italiana que no necesitaban mucha excusa. No es ningún descubrimiento que el llamado gol olímpico fue nombrado así por el tanto logrado por Cesáreo Onzari el 2 de octubre de 1924, en tiro directo desde el lanzamiento de esquina, a la selección de Uruguay, los flamantes campeones olímpicos de Paris 1924. Los reglamentos no tomaban como valido este tipo de gol, tal es así que los uruguayos convirtieron uno contra la Argentina en 1924 y no fue convalidado, por lo que, al protestar los uruguayos ante el organismo rector del futbol internacional, la regla fue modificada, siendo Billy Alston, en el campeonato de segunda división en Escocia, quien en realidad logra el primer gol olímpico. Todo esto es historia sabida, pero en ese mismo partido, Onzari, fungiendo de defensor para ayudar a su equipo ante el constante ataque uruguayo, rechazó un balón sin mirar hacia donde lo dirigía y su misil a la apurada impactó en la cabeza de Bartolo Comenunca, el aguatero de la selección argentina que estaba distraído levantando unas apuestas, derribándolo en toda su extensión sobre el costado del campo de juego, siendo este el primer tiro a la bartola, como se lo conoce ahora al lance, quizás el menos elegante de muchos. En 1939, Julius Breadmaker, un famoso artista de varieté de la raza afroamericana de los Estados Unidos, fue fotografiado en un club nocturno de Nueva Orleans saludando con un beso en la mejilla a Gladys Sinclair, una aviadora estadounidense famosa por ser una de las primeras que fumó en público y por su airada vida social. Si bien esto puede ser tomado como una nimiedad en la sociedad actual, era impensable que sucediera en la sociedad americana de entonces, y la foto fue atesorada por los integrantes de la comunidad afro americana, quienes la fueron pasando a futuras generaciones clandestinamente como un hito de la lucha por los derechos civiles y que desde entonces es conocida como “El beso negro”. Lamentablemente esta hazaña fue desvirtuada con el pasar de los años y hoy en día no tiene el mismo valor histórico y revolucionario, siendo el significado actual infinitamente menos mencionable. Herbert Spitz, un ingeniero desocupado nativo de Austria, inventó la escupidera portátil, o bacinilla móvil, que intentó implantar como moda en los años 1100, pero su visión no fue del todo compartida por sus contemporáneos, que salvo por la inicial adhesión de músicos de la sección vientos de la orquesta imperial de Viena, pasó desapercibida y relegada a una utilidad mas privada. En 1961, en Camden, New Jersey, Rolando Bustos Topeka obtuvo puntaje perfecto en el apartado ‘Pectorales” del Campeonato Panamericano de Físico Culturismo allí celebrado, hazaña nunca antes lograda por deportista alguno. A pesar de que su exuberante cuerpo era un verdadero dechado de portento, algunos cronistas de la época comentan con un dejo de suspicacia que los jurados se dejaron influenciar por los pezones de Rolando Topeka, que al mas mínimo estimulo tomaban el tamaño de un chupón de biberón, y porque Topeka les guiñara el ojo en una actitud cómplice y vulgar. El premio fue otorgado en efectivo, ya que no podían emitir cheques pues el único banco de la ciudad había cerrado sus puertas por falta de liquidez. A fines del siglo XIX, en la China, tuvo lugar la invención del paracaídas, para frenar la velocidad de caída de objetos lanzados de un aerostato, y no se sabe a ciencia cierta el nombre del inventor, pero si se sabe el nombre del primer ser humano en probar su efectividad, Tsin Chu Chong, un soldado raso del ejército chino, quien parece ser fue llevado en el importante vuelo por producto de engaños y que fuera compensado con una medalla de oro al valor y un uniforme nuevo, que incluía nuevos calzones. Todos estos ejemplos son mi contribución a la lucha por un reparto más equitativo de los honores y para honrar a quienes les alegran la vida con sus hallazgos e invenciones, esas primeras personas que osaron desafiar al status quo y las cerradas sociedades privilegiadas con actos que, adrede o de casualidad nos regalan una sonrisa. Yo también soy poseedor de un secreto fundamental, y que quizás es insignificante para muchos. He descubierto que el corazón de mi amada guarda los secretos enunciados de la más trascendental de las sabidurías, la que corresponde a mi persona. Les puedo asegurar de que ¡No es poco! 09-03-13
Posted on: Wed, 04 Sep 2013 00:58:39 +0000

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