Los antiguos creían que la nota correspondiente a cada cuerda equivalía al sonido que emitía un determinado planeta, en aquello que los griegos conocieron como armonía de las esferas, esa melodía que vibraba en los oídos pitagóricos (...) Cada sonido correspondía a un estado de ánimo, a una musa, a una divinidad. El cielo estaba sustentado, y de este modo lo pensaron, por un equilibrio que tenía su cimiento en la música. Kepler exploró en muchas páginas de Mysterium cosmographicum y Harmonices mundi estas relaciones celestes que, de romperse, avisaba, lo humano equivocaría su compás en la tierra. Una cuerda rota significaba perder contacto con una parte del cielo. Ramón Andrés, El luthier de Delft.
Posted on: Sun, 20 Oct 2013 18:59:47 +0000
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