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Maestro (por Néstor Sappietro) Decía Julio Cortázar que “las palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse como se cansan y se enferman los hombres o los caballos. Hay palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse. Entonces, empezamos a sentirlas como monedas gastadas, a perderlas cada vez más como signos vivos y a servirnos de ellas como pañuelos de bolsillo, como zapatos usados...”. Esto sucede con el uso de algunas expresiones que todos conocemos. Por ejemplo: “justicia”, “honradez”, “hasta las últimas consecuencias”... a las que utilizamos más de una vez sintiendo que estamos cayendo en el abismo del lugar común, donde un eco extraño las repite con distintas voces que las han vaciado de contenido en tantos años de mentira y desencanto. Esta degradación no alcanza, afortunadamente, a la palabra maestro. Todavía, el desfalco que ha sufrido nuestro idioma, no ha podido con lo que significa para la gente llamar a alguien: “maestro”. Es uno de los códigos en común que trasciende las edades, y es un rango que no se otorga a cualquiera. Si hablamos de música, para toda una generación, Osvaldo Pugliese fue “el maestro”, y además de su arte, esa calificación tenía que ver con sus principios. Muchas veces, la orquesta tocaba sin la presencia de don Osvaldo porque estaba preso, colocando un clavel rojo sobre el piano, aunque el no estuviera allí, sobre el piano estaba el clavel... Solía contar Lidia, la compañera de Pugliese que, “... la presión del pueblo fue la que puso el clavel rojo sobre el piano, apoyándolo permanentemente”. Cuando él estaba detenido, en las canchas de fútbol soltaban globos con una leyenda que decía: “El tango está preso”. Fue el apoyo popular lo que hizo posible la continuidad de la orquesta. Los comisarios que lo “encanaban” por declararse comunista trataban de persuadirlo: “...Don Osvaldo ¿Para qué se mete en esto?”. A lo que “el maestro” respondía: “...Cada uno tiene sus ideas...”. Podríamos mencionar unos cuantos apellidos que llegaron a la categoría de maestro en el deporte, la ciencia, la cultura... Es el título máximo que otorga la voz de la gente: Favaloro, Zitarrosa, Fioravanti, Sábato, Quinquela, Gardel, Borges, Maradona, Leguisamo... Los jóvenes la usan para darle la más alta jerarquía a sus ídolos: “Es un maestro”, dicen, cuando se refieren a Charly García, “el indio” Solari, Luca Prodan, “el flaco” Spinetta, León Gieco... No existe una distinción mayor, ni más entrañable. Si convocara desde lo más íntimo a los que me han marcado algún camino de coherencia y de integridad, nombraría entonces a Rodolfo Walsh, Roberto Arlt, Juan Gelman, Osvaldo Soriano, “el mono” Ardizzone... Si debiera citarlos de algún modo que los califique, nada mejor se me ocurre que decirles maestros... Así lo llamábamos, también, a don Héctor, el director técnico del equipo de fútbol de “Los once de Azcuénaga”, que nos enseñó con mucha paciencia y sabiduría todos los secretos de la belleza del juego, y además, se daba tiempo para develarnos algunos misterios urgentes de la adolescencia. Algo debe suceder, entonces, para que en medio de tanta palabra devaluada, de tantos contenidos vaciados por la desilusión; uno diga “maestro” y sienta que hace un homenaje a la virtud. Una virtud que abarca desde el corazón que restauró Favaloro, hasta la seño de la escuela marginal que le entrega al pibito de ojos oscuros un manojo de oraciones, una suma y una resta, que le sirvan para poder pelear la porción de dignidad que le corresponde.
Posted on: Wed, 11 Sep 2013 15:36:51 +0000

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