Maracaibo y la independencia de Venezuela Discurso de - TopicsExpress



          

Maracaibo y la independencia de Venezuela Discurso de incorporación de la Licenciada Marlene Nava Oquendo como Individuo Número, Sillón Nª 12, de la Academia de la Historia del Estado Zulia, en acto celebrado el domingo 26 de junio de 2011 en la Sala de Conferencias de la Biblioteca Pública del Zulia. Desde hoy me toca asumir el sillón número 12 de la Academia de la Historia, Anteriormente ocupada por un hombre que, durante años, mereció mi admiración, mi afecto y mi respeto. La primera visión que de él tuve fue detrás de una página de periódico en blanco. Era un gigante de ojos azules, cuya pequeña voz se crecía para hablarnos el lenguaje de las rotativas: picas y corondeles, tejas y galeras, mientras bordaba malabarismos en el aire con un tipómetro de metal en sus manos. Era el día inicial de la cátedra de Diseño de páginas de periódicos y revistas en la Universidad del Zulia en septiembre de 1967. El profesor, nos habían dicho, se llamaba Adalberto Toledo Silva. Su linaje de comunicador nos fue enseñado en Historia del Periodismo Zuliano. Tres generaciones de gigantes escritores le precedieron de manera sobresaliente en este oficio de denuncias y de credos. Su bisabuelo Valerio Perpetuo Toledo abrió cauce a este caudal de hombres de calle y de letras, de innovaciones y de lucha que se pasearon por la política, el periodismo y la literatura de manera hidalga y excepcional. Este Valerio Perpetuo, que fundó semanarios satíricos y periódicos formales –como El Mendigo Hablador, El Faro y el Correo de Occidente- y que instituyó el diarismo en la ciudad al hacerse pionero con la creación de El Diario de Maracaibo en 1879; creó, igualmente, Los Ecos del Zulia. Y sufrió prisiones y exilios por defender la libertad y LA AUTONOMIA DEL ZULIA. Sus pasos fueron valientemente seguidos por su hijo homónimo, nacido en la segunda mitad del siglo XIX y por su nieto Adalberto, dueño de la Tipografía Cervantes, que desarrolló su actividad en La Mañana y Panorama, desde donde salió a la cárcel cuando este diario fue cerrado en 1923. Este notable periodista fue miembro del Centro Histórico e integrante del Círculo Artístico del Zulia. También en el siglo XIX, figura Adalberto Toledo Castellano, hermano de Valerio y fundador del periódico humorístico La Tira. Y es de esta dinastía de donde surge Adalberto Toledo Silva, el profe de mis años juveniles, el hacedor de A todos nos pasa, una columna llena de picardía y erudición que nos acercaba tanto a los grandes descubrimientos del mundo como a los mágicos secretos de la tierra y de la Humanidad. Isolina, la Doña, el Junior y la Pava constituyeron personajes de nuestro cotidiano devenir. Y supimos, entonces, que su creador era el mismo que desde las páginas deportivas de Panorama se había abierto espacios propios, ocupando la Jefatura de Información, la Jefatura de Redacción y hasta la sub-dirección de ese diario. Pero que más allá estaba un hombre de fe y de lucha que honraba sus memorables ancestros y hacía historia él mismo. Su estirpe de empedraero nos fue mostrada en estas mismas calles que le vieron nacer, crecer, amar y construir un credo y una obra. Y es ciertamente un honor ocupar el sillón vacante que el profe ha dejado. E inmenso el compromiso de seguir su ejemplarizante trayectoria para marcar huella en el devenir maracaibero. Como él, que siguió los pasos de sus crecidos antepasados. Paz a sus restos y honor a su memoria. Mi trabajo se titula Maracaibo y la Independencia de Venezuela Un humanista sobresaliente me llevó a adoptar este título que se corresponde con el de una de sus más de doscientas publicaciones. Entre infinitas huellas, este pionero de la investigación histórica en Maracaibo que fue Agustín Millares Carlo, como tarea fundamental abrió caminos a futuros historiadores desde su labor de rescate, recopilación y divulgación del acervo documental zuliano. Reciba este precioso ser humano mi homenaje hoy. Y desde el centro de mi corazón dedico este acto y esta disertación a mis hijos Karla Mía y David Daniel, aquí presentes. A mi Gunther, el compañero incondicional de los últimos 35 años. Y, finalmente, a mi padre Carlos Guillermo Nava González, a quien hoy –después de 50 años- cumplo una promesa. Ese día, cuando fui anunciada para disertar ante los jóvenes del Club De Leones, el maestro de ceremonias me presentó como la hija del doctor Nava. Al finalizar, mi papá me dijo: quiero que un día no seas más la hija del doctor Nava. Quiero que seas Marlene Nava. Padre, creo que he cumplido. Dos acontecimientos acaecidos en Maracaibo le hicieron la cruz al poder español en Venezuela y amarraron su independencia para siempre. El primero de ellos ocurrió el 28 de enero de 1821 a plaza llena y con el gobernador de la Provincia en ristre: en cabildo abierto, el pueblo de Maracaibo proclama su independencia del gobierno monárquico, desde su condición -auto-decretada- de República Democrática. El segundo ocurrió el 24 de julio de 1823. En esa fecha, y precedida de una seguidilla de escaramuzas, la Batalla Naval del Lago de Maracaibo devino el último encuentro bélico entre tropas realistas y patriotas en suelo venezolano. Tras ella, la Capitulación de Morales abría definitivamente el escenario de la libertad para la República. Ciertamente, hay autores que refieren múltiples sucesos relacionados con movimientos independentistas previos en Maracaibo. Algunos de ellos, por cierto, son recogidos precisamente por Agustín Millares Carlo en su Maracaibo y la Independencia de Venezuela: “tres, que sepamos, dice, fueron los intentos que a favor de la Independencia tuvieron por escenario la ciudad de Maracaibo en los años 1810, 1811 y 1812.” Su afirmación se fundamenta en pruebas documentales de esas fechas. Al azar, recogemos varias de ellas. Una que “corresponde a la prisión de tres sospechosos de tratar de reunir gente para la toma del cuartel el sábado 12 de mayo de 1810”. Otra, que se refiere al “proceso contra don Juan de Mesa, don José Félix Soto, don Juan Evangelista González y don Lucas Baralt”, fechado en octubre de 1811. Y, finalmente, ciertas “diligencias hechas los días 20 y 21 de febrero de 1812 sobre el movimiento subversivo del 14 del mismo mes”. Ligia Berbesí de Salazar en El Gobierno Provisional de Maracaibo en la gestación de la Primera República, registra como, en 1808, ante la aparición de un pasquín en la esquina de la Administración de Correos en contra del gobierno que incitaba a levantarse en armas –suscrito por Los Hijos de Maracaibo-, el Ayuntamiento celebró un cabildo extraordinario a petición del gobernador con el fin de “aplicar los correctivos necesarios”. Igualmente reseña esta investigadora que, tras los hechos del 5 de julio de 1811 en Caracas, la custodia militar fue reforzada en Maracaibo. Pero algunos moradores citadinos “continuaban reuniéndose en diversas casas de familia”. A éstos califica de “hombres muy ilustres”. Y entre ellos, menciona el Canónigo de Mérida, Luis Ignacio Mendoza; el Vicario, doctor Bartolomé Monsant; Francisco Yánez; los Regidores José Félix Soto, Juan Evangelista González, José María Ríos; muchos de los cuales hacían vida pública y comprometida. Ellos decidieron apoyar la causa patriota; pero al ser conocida su intención, el gobierno toma medidas extremas como apresar a Juan Evangelista González e incomunicarlo. Sin embargo, los rebeldes locales logaron aviarse con varias proclamas del 5 de julio y las distribuyeron de contrabando. También varios estudiosos de la historia regional, entre ellos Vinicio Nava Urribarrí, se refieren a un movimiento conocido como la Escuela de Cristo, nacida al calor de hogares maracuchos y de la persistencia de casi todos los mismos personajes de otras rebeliones. Idearon estos conspiradores una acción subversiva que se proponía la toma del cuartel de artillería, el apresamiento del gobernador y la adhesión al gobierno de Caracas. Tomó este nombre porque sus miembros hacían la pantomima de profesar devoción al Cristo yacente que reposaba en la iglesia de Santa Ana de Maracaibo. Y mientras, a puerta cerrada, algunos se ocupaban de preces, penitencias y plegarias; el resto se reunía tras los altares. Antes de la fecha prevista para el golpe, el 26 de marzo de 1812 –que era jueves santo- éste fue abortado por una infidencia. Luego, en 1814, exactamente el 2 de mayo, la historia registra que a poco de haberse marchado el gobernador Fernando Miyares y haber sido sustituido por su yerno Ramón Correa, comenzaron los rumores de que estaba en marcha un plan para asesinar al comandante y a 350 españoles, derrocar el gobierno y proclamar la República, de acuerdo con versión del historiador Adolfo Romero Luengo. Finalmente, un nuevo intento revolucionario se fragua para el 1 de marzo de 1817. Reinaba el gobernador Pedro González Villa, un siniestro personaje a quien apodaban El Tuerto. En la asonada estaban comprometidos el cuartel de artillería, la Guardia de la Marina y los esclavos negros. Se proyectaba hacer volar el almacén de pólvora contiguo al llamado Cuartel de Veteranos, corazón militar de la ciudad. El fracaso de esta revuelta también se debió a una delación y varios de sus promotores terminaron en prisión. Estos muchos y variados intentos de separación desde 1799 –en los que se repiten algunos de sus protagonistas- demuestran –a juicio de Romero Luengo- que sí había un grupo idealista que luchaba en la clandestinidad por su incorporación a las causas republicanas. No obstante, el grueso de los historiadores zulianos sustenta el criterio de que Maracaibo estuvo realmente ausente de la zafra independentista republicana hasta 1821. Y sospechan que “la participación de estas individualidades obedeció más a intereses personales que a la convicción de estar representando el sentir de las mayorías de su Provincia”, como establece Belín Vázquez de Ferrer en análisis citado por Germán Cardozo en su Maracaibo y su Región Histórica. Fernando Guerrero Matheus, cronista de Maracaibo por largos años, dejó sentado en su obra En la ciudad y el tiempo que “mientras que la mayor parte del país se había convertido en campo y teatro de una espantosa y sangrienta lucha y sus mejores reservas humanas, sociales y económicas se entregaban al sacrificio en aras de aquellos ideales, en la Provincia de Maracaibo el remansado ritmo de la vida pública y privada daba la impresión de habitarse en otro mundo de distante destino y silenciado ámbito.” Y es que por siglos, Maracaibo llevó una hermética existencia, arropada por tres cadenas montañosas –al sur, al este y al oeste-; y oxigenada por una vía expedita al mar –la barra del lago- que sirvió de puente infinito con puertos de España, de América y de todo el mundo. A lo ancho de los años y al amparo de su lago y de sus cientos de ríos y afluentes, se tejió una urdimbre de familias, relaciones y negocios que le otorgaron unicidad a su paisaje y a sus intereses. Y que ha llevado a los estudiosos de hoy a reconocerla como región histórica. De acuerdo con el análisis de los nuevos historiadores, la región histórica marabina deriva de circunstancias sobresalientes: durante casi cuatro siglos, su vida cabalgó solitaria sobre la inmensidad de la hoya hidrográfica del Lago de Coquivacoa, escoltada por las escarpadas cumbres andinas y a enormes distancias -subida, bajada y brinco- para alcanzar los principales centros administrativos, Bogotá y Caracas. Amén de que el colonialismo y el capitalismo europeos le sembraron una economía agro-exportadora, fuertemente atada -a través de un enroque comercial- a los mercados internacionales. De este modo, el occidente de la actual Venezuela nace región mediterránea, espacio de dinámica distinta, de diferentes modos de hacer, de vivir y de creer. Belín Vázquez de Ferrer llega a planteamientos concluyentes cuando, al referir los oportunos enlaces matrimoniales que emparentaron al sector dirigente de Maracaibo –comerciantes en su mayoría- con la “minoría notable de los Andes y parte nororiental neogranadina”, señala que se generó “una red familiar que se correspondía con la mercantil, reforzándola; lo que aportó gradualmente mayor cohesión histórica a la región”. Sin embargo, la integración de estas geografías al occidente del país tiene sus raíces en pasados más lejanos. Estudios realizados por Mario Sanoja e Iraida Vargas –citados por Cardozo- señalan la existencia de “una relativa unidad de las primeras sociedades indígenas de los Andes venezolanos con aquellos del ramal colombiano sobre una región en la que las antiguas rutas y nexos inter-tribales constituirían la matriz histórica que sirvió de base al circuito agro-exportador”. Coincide con estas premisas el pensamiento de Mariano Picón Salas que, en su obra Comprensión de Venezuela, al referirse a Maracaibo señala “su gran lago les daba a los habitantes de nuestra segunda ciudad un como imperio acuático que exaltaban con celoso regionalismo”. De manera que Maracaibo secularmente se “sintió” ajena a Caracas. Desde su curiosa obra Maracaibo representada en todos sus ramos por el diputado a las Cortes de Cádiz José Domingo Rus, publicada en Madrid en 1814, en la que disecciona paisajes, fauna, flora, episodios, petitorios y solicitudes. hasta la molécula referencial, este excepcional personaje rogaba, literalmente suplicaba, que se separaran los destinos de su matria de aquellas rutas que eran propias de Caracas. Era el año 1812. Y con insistencia aragonesa, varios capítulos y documentos consagra el diputado zuliano a solicitar del Rey la independencia de Maracaibo respecto a la actual capital venezolana. “Es preciso confesar, dice, que Maracaibo ni por un momento debe depender de Caracas”. Es más, el 10 de julio de 1812, apoyado por la élite maracaibera, se lanza a solicitar la creación de la Capitanía General de Maracaibo. Y el mismo año, en comunicación a las Cortes del 30 de agosto, remacha su petición: “Maracaibo y Riohacha con sus comarcas deben formar la Capitanía General de Maracaibo, independiente de cualquier ciudad…”. Señalando ese como el momento de segregarla “por imperativo histórico”.. Es tanta la insistencia del empeñoso representante marabino que la Regencia de España llega a coquetear con esta posibilidad. Y por Real Orden del 2 de octubre de 1812 determina que, mientras se continúa el análisis acerca de la propuesta planteada, “esta provincia quedaba separada de la Capitanía General de Venezuela sin dependencia de ella y sujeta a la Real Audiencia”, de acuerdo con el planteamiento de Gustavo Ocando Yamarte en cita de Juan Carlos Morales Manzur en Perspectiva Histórica de la Independencia Maracaibera. Rus seguirá insistiendo sobre la necesidad de divorciar los destinos de ambas entidades, pero al regreso de Fernando VII al trono español, el Rey desconoce los acuerdos de Cádiz y se revierte el compromiso con Maracaibo. Ya en la época pre-independentista, exactamente en 1777, los notables maracaiberos manifestaban su inconformidad de haber sido incorporados a la Capitanía General de Venezuela. Según Germán Cardozo, esta reacción respondía “a la imperiosa necesidad de consolidar el espacio que controlaban”. Mientras que Vázquez de Ferrer sostiene que esta oposición a estas medidas del gobierno borbónico ponía de manifiesto, una vez más, la unidad de la región histórica marabina. Para estas fechas, en la conciencia de sus habitantes germinaban verdades sembradas por los hechos y las experiencias. Desde que el primer pie hispano hizo huella en esta orilla, el Lago les fue la matriz de su cotidiano. Y bien pronto se descubren dueños de un espacio cuya situación geográfica privilegiada lo hará mira estratégica codiciada, con un valor político singular. Paralelamente, también reconocen que cuando Venezuela trata de consolidar su independencia en 1811, se propone establecer una forma de gobierno en el que las provincias deciden confederarse para establecer el sistema por el que se regiría la nueva unión. De manera que uno de los postulados del proyecto era el respeto a la autonomía de las provincias, manifiesto en la Constitución de ese año. Pero, como argumenta Morales Manzur, Maracaibo percibe que el proceso político venezolano del siglo XIX estaría caracterizado por una contradicción determinante: la versión soñada y la real; ya que –según Rutlio Ortega, citado por Morales Manzur- “ésta se constituyó en la armazón jurídica, la cobertura y el pretexto con que las clases dirigentes, la intelectualidad y los caudillos caraqueños –vendiendo la idea de una patria sola, unida y fuerte- intentaron canalizar y manipular para beneficio propio los esfuerzos, las riquezas y el trabajo creador de las diferentes provincias”. La antigua Provincia de Maracaibo, analiza aún Ortega, fue -dentro del conjunto de la unión venezolana- la que mayor conciencia tuvo de su ser regional, de su diferenciación. De manera que frente a todos estos hechos, por más de diez años, los maracaiberos escogieron ser leales a la Corona frente a la opción de formar parte de una unidad, liderada por Caracas, con la que no se sentían identificados. Finalmente, los muchos desencuentros y contradicciones con el sector dirigente caraqueño, el interés por conservar y aumentar el control sobre la actividad agro-exportadora y manifiestas tendencias y pretensiones autonómicas hicieron que Maracaibo no suscribiera el proyecto emancipador y jugara, hasta el último momento, la carta de un posible triunfo de la monarquía. De hecho, no sólo está ausente de los sucesos de Caracas el 19 de abril de 1810, sino que evidencia abiertamente su apoyo irrestricto a la Corona. La invasión francesa a España a principios del siglo XIX sirvió a Venezuela para dinamizar la rebelión contra la Corona y fue la oportunidad propicia para dar el primer paso hacia su independencia. Comenzó este proceso desde mediados de 1808. Fernando VII fue apresado y, en su lugar, fue designado José Bonaparte. En España surgen grupos de resistencia que, finalmente, conforman una Junta Suprema en Sevilla, para unificar un gobierno en las zonas aún no invadidas y prevenir más ocupaciones francesas. Esta junta solicitó de las provincias de Indias la constitución de Juntas Defensoras de los Derechos de Fernando VII. Pero la invasión de Napoleón a España también significó la guerra. Particularmente porque Inglaterra se cuadró con la monarquía española. Y estos graves sucesos ciertamente repercuten en Caracas: los criollos, que vienen preparando el camino de la revolución, saben que esta es su oportunidad. El evento del 19 de abril no es más que el producto de un proceso ideológico y político muy complejo en el que ser revuelven las realidades locales –el enfrentamiento de los mantuanos aviados de las riquezas y los peninsulares amarrados al poder político- y las ajenas, como las intestinas zancadillas entre las coronas europeas. Los blancos criollos, enemigos de la ocupación española en Venezuela, venían en efecto fraguando una conspiración que encontró la gran oportunidad en esta coyuntura. Varios miembros del Cabildo, entre ellos Martín Tovar Ponte, Feliciano Palacios Blanco, Lino de Clemente, Nicolás Anzola y Dionisio Palacios, iniciaron las reuniones revolucionarias y, en ellas, concibieron el 19 de abril como el episodio ideal para conseguir el apoyo popular: era Jueves Santo y el Capitán General, Emparan, presidiría las ceremonias religiosas. La revuelta se inicia cuando se impide el paso del Capitán General al recinto de la Catedral, donde tendrían lugar los Santos Oficios propios de la Semana Mayor. Y concluye cuando se consulta al pueblo, que –por indicaciones del padre Madariaga- niega su apoyo a la autoridad. El 19 de abril marca un hito en la historia de independencia venezolana. Pero aún no para Maracaibo. Ya en mayo de ese año, el Gobernador Miyares propone a los capitulares de la ciudad la formación de una “junta superior” para el mejor gobierno local. Esta junta estaría integrada por individuos de probidad, suficiencia y buena opinión pública. En busca de un apoyo unánime; Miyares advierte “sólo que no se llamaría junta porque podría despertar en los pueblos la idea de que Maracaibo seguía el sistema político iniciado en Caracas”. Eso registra Ligia Berbesí de Salazar en obra ya citada. Es tenaz la lucha del Gobernador por preservar la salud del poder español en suelo maracaibero: el 31 de agosto de 1808 había lanzado una arenga a “los soldados y vecinos” que, bajo el españolísimo y regio nombre de Proclama, resulta una manifestación de mucha confianza de su parte, un espaldarazo a la población y a la milicia. Pero –en verdad- es una convocatoria a mantener en alto el espíritu de lealtad al Rey. Miyares nunca baja la guardia. No ceja en su empeño de sembrar la hispanidad entre sus coterráneos: al conocer la derrota de los franceses frente a Fernando VII, manda a decir un Te Deum en la Iglesia Matriz de Maracaibo. Y, al cursar invitación a los vecinos, les ordena que por la noche de ese día y el siguiente “pongan luminarias en sus casas”, como una manifestación de júbilo colectivo. Para entonces, Fernando Vicente Antonio Miyares se había construido un entramado familiar y económico con la sociedad marabina que le daba un peso específico propio. De manera que, como parte integrante de la oligarquía local “formaba parte del juego de intereses y lealtades construidas según las pretensiones de poder, por lo cual sus prácticas políticas señalan el camino que recorrer”. Esto asegura Morales Manzur. Militar de carrera, veterano con décadas de servicio en América, Caballero de la Real Orden de Carlos III en respuesta a sus méritos y servicios, Miyares llegó a Maracaibo, cargado de pompa y honor, en 1798. El afecto y la ascendencia sobre la élite se lo ganó con el tiempo: “al captar –dice Berbesí- la complejidad que rodeaba el juego político-administrativo provincial, logró asirse de la amistad y la confianza de distintos sectores, lo que facilitó su gobierno”. Y le aseguró el protagonismo en los acontecimientos de estas fechas. En la obra citada de Berbesí de Barboza se establece que una vez avencidado en esta provincia, Miyares crea “en ella cierto sentimiento de pertenencia a la misma. Directa o indirectamente se involucra en una serie de relaciones cuya imbricación estuvo favorecida por el sistema de lealtades y reciprocidades característico de la época”. En una inteligente jugada, Miyares combina las relaciones societales y familiares y amarra su pertenencia a la élite maracaibera. De hecho, se emparenta –a través del matrimonio de todos sus hijos- con “figuras prominentes del mundo político y económico”, en el caso de las mujeres; y con respecto a los varones se dedicaron a los negocios y a la política local, pero fundamentalmente a la carrera militar, actividades sustentadas en la herencia, el prestigio familiar y la dote aportada “por sus distinguidas esposas al momento de contraer nupcias”. Es así como Miyares logra capitalizar el consenso contra la avanzada patriota del 19 de abril. Y cuando la Junta Suprema de Caracas lo invita a sumarse al movimiento, considerándolo uno de los más probos jefes de la zona, en él privó el honor, la lealtad y la fidelidad que simbolizaba su alta magistratura, así como el respeto a la voluntad popular representada en el Cabildo. Los capitulares del ayuntamiento resolvieron también otorgar poder amplio y general a Don Lorenzo Román Martínez Cayón, residente en la ciudad de Cádiz, para que “-en nombre y representación de la provincia de Maracaibo- pueda satisfacer el juramento de fidelidad y obediencia a Don Fernando VII, como legítimo Rey y Señor natural”. Para Berbesí, “interesa destacar que entre los miembros del Cabildo marabino de entonces se encuentran hombres dedicados no sólo a la política sino que, a su vez, representan importantes intereses económicos, bien como comerciantes y/o propietarios de tierras, bienes e inmuebles, lo que les permite privilegios y prerrogativas, siempre en beneficio propio y los de su entorno. En consecuencia se les considera hombres notables, influyentes, de buena opinión pública. De ahí el significado de su actitud pro-monárquica, en correspondencia con la del gobernador Miyares; quien, por cierto, pasa a sustituir a Emparan en el cargo de Capitán General de Venezuela por decisión de la Regencia, prestando juramento ante el Ayuntamiento de Maracaibo el 23 de julio de 1810. También frente a los sucesos del 19 de abril, el Gobernador había arengado al pueblo de Maracaibo para poner sus habitantes al tanto de los acontecimientos y de su disposición para defender el legítimo gobierno. Entre otras medidas, anunció la vigilancia permanente sobre las entradas y salidas de buques extranjeros; prohibición a los vecinos de dar posada sin avisar al gobierno; y la entrega de premios a los delatores de sospechosos. Después del 19 de abril, la Junta Suprema de Caracas envió a Maracaibo una comisión formada por Diego José Jugo, Vicente Tejera y Andrés Moreno para obtener la adhesión; pero apenas llegaron a tierras zulianas fueron apresados por las autoridades realistas para que no cundiera la “peste política”. Esta lealtad al Rey fue propia de esta Provincia. En 1808, ante los enfrentamientos bélicos de España, el Gobernador Miyares junto con los Capitulares del Cabildo local, acuerdan remitir a España “toda clase de frutos y dineros donados por comerciantes, labradores y vecinos a fin de atender las urgencias de la guerra”. Para tal propósito se creó un registro de donantes…Lealtad, por cierto, cuyo premio se prolongó en los siglos: el Escudo de Armas de la ciudad fue otorgado por el Rey de España Felipe IV como símbolo de honor y señorío mediante Real Cédula del 20 de junio de 1634. El texto "muy noble y leal" de la banda que posee el escudo, es el título otorgado a la ciudad de Maracaibo el 21 de marzo de 1813 por la Corte General y Extraordinaria de España en virtud de que la ciudad no se plegó al movimiento independentista iniciado en el año 1810. Idéntica conducta asumió la Provincia frente al 5 de julio de 1811. Mientras la élite caraqueña proclamaba la independencia, Maracaibo nombraba a José Domingo Rus como su representante ante las Cortes de Cádiz. Y en 1812, cuando las fuerzas independentistas de Miranda capitulaban, la Constitución de Cádiz, promulgada por las Cortes Generales de España el 19 de marzo de ese año, era jurada en Maracaibo el 24 de septiembre. No obstante, los variopintos malabarismos históricos de la Provincia de Maracaibo rematan en un suceso que, finalmente, desemboca -más que en la adhesión a la causa patriota- en una especie de resignada e inevitable ruptura con el poder español, bajo una velada decepción: el 28 de enero de 1821. Francisco Delgado -gobernador español- codo a codo con el ayuntamiento y en cabildo abierto proclaman su decisión de romper los lazos de poder con España y, en actitud autonómica, anuncia su adhesión a la causa patriota, mediante decreto a la fecha. Básicamente, esta vez los notables maracaiberos resentían las ataduras económicas con el régimen impositivo de la Corona, que tocaban sus intereses grupales y societarios, así como los impedimentos legales para ampliar sus actividades mercantiles con otros países. El decreto, recogido por Carlos Medina Chirinos en su obra Por los surcos de antaño, está firmado por el Presidente, Bernardo de Echeverría; los Regidores: Manuel Benítez, Bruno Ortega, José Ignacio González Acuña, Ignacio Palenzuela, Miguel Vera, Manuel Ramírez; el Síndico Primero, Juan Ignacio Suárez; y el Procurador, Mariano Troconis. Em su texto, el ciudadano Francisco Delgado, Gobernador Político, intendente y Comandante Militar, provisionalmente a nombre del pueblo, hace saber al público que “ell Muy Ilustre Ayuntamiento de esta ciudad de Maracaibo, a 28 de enero de 1821, reunido en Cabildo abierto, decidió “poner y restituir al pueblo en el uso y goce de su libertad soberana, para darse el gobierno que le sea más grato y conveniente; y declarar como declara el pueblo de Maracaibo, libre e independiente del gobierno español, cualquiera que sea su forma desde este momento en adelante y, en virtud de su soberana libertad se constituye en República Democrática y se une por los vínculos del pacto social a todos los pueblos vecinos y continentales que bajo la denominación de República de Colombia defienden su libertad en independencia bajo las leyes imprescriptibles de la naturaleza,” Los historiadores modernos han interpretado estos hechos bajo ciertas consideraciones: además de la incorporación oficial de la provincia a Venezuela esta decisión revela el espíritu de autonomía y adscripción del Zulia respecto al proceso de construcción histórica del país nacional. Esta declaración rebasa los límites de una ruptura con España, ya que implica la decisión de integrarse a la unión gran-colombiana en igualdad de condiciones a los otros pueblos que la formaban, o sea Nueva Granada, Venezuela y Ecuador; y ella representa la voluntad definitiva del Zulia de integrarse a Venezuela. En Presencia Vital de Urdaneta en la emancipación y el gobierno de Colombia la Grande, Adolfo Romero Luengo deja claro que para la época, Bolívar mostraba interés por la captura de la Plaza de Maracaibo en manos de los españoles. (Esto porque la salida al mar desde Maracaibo permitía que los realistas establecidos en Cuba apertrecharan con facilidad sus ejércitos en Venezuela). Y que este interés se manifiesta en los movimientos militares que precedieron el armisticio suscrito con Morillo para establecer una tregua en el conflicto. Urdaneta y Sucre son testigos de primera fila de este interés. Al cartearse comentarios relacionados con los acontecimientos, dejan testimonio del mismo. El 10 de enero de 1821, según cita de Romero Luengo, Sucre le comentaba a Urdaneta –vía correo- que “si las relaciones con Maracaibo no produjesen los efectos que ha propuesto el Libertador, se previene al señor Coronel Montilla que, para fines de mayo, el batallón de Rifles, constante por lo menos de 1.500 plazas, marche contra Maracaibo para ocuparlo en los últimos días de este mes…” Urdaneta, a su vez, le deja saber que “la operación de Maracaibo presenta buen aspecto y no dudo que se conseguirá la ocupación de aquella plaza. Estoy, confiesa, en relaciones con varios sujetos de allí y he enviado otros patriotas de confianza a organizar el plan y a concretar cuando debe hacerse…” Bolívar mismo vuelve jaculatoria su interés por Maracaibo. En carta al General Mariano Montilla, fechada en Bogotá el 24 de noviembre de 1816: “no debemos perder un momento sobre Maracaibo, porque es lo único que nos es realmente de necesidad…” Un lejano recuerdo puede haber sido la matriz de su convicción sobre el valor estratégico de esta zona: en 1799, al escribir desde Veracruz una carta a su tío don Pedro de Palacios y Sojo, le cuenta que ese día le han sucedido tres cosas que le han complacido. La primera de ellas era saber que “salía un barco para Maracaibo y que por esa vía podía comunicarse con él…” A partir de allí, Maracaibo y su posesión para la causa patriota son un código cifrado que le hace repetirlo y repetirlo y repetirlo; según registro de Adolfo Romero Luengo en Simón Bolívar en el Zulia. En el Manifiesto de Cartagena, por ejemplo, explica como el uso de a Maracaibo como enlace con los rebeldes de Valencia había contribuido a la caída de la república. En el mismo documento, deja ver que la ocupación de Venezuela por España representa un peligro para la Nueva Granada y alude a la facilidad para “sacar de ella hombres y municiones de guerra y con jefes experimentados penetrar desde las provincias de Barinas y Maracaibo hasta corazón de la América Meridional”. En la campaña para reconquistar a Venezuela, Bolívar insiste en la necesidad de tomar a Maracaibo. En Santafé de Bogotá el 24 de diciembre de ese mismo año, en correspondencia dirigida a don Custodio García Rovira, encargado del Poder Ejecutivo de las Provincias Unidas de Nueva Granada, Bolívar le confiesa…”crea usted, amigo, que si deseo el que se me autorice de un modo amplio en lo relativo a la guerra es porque estoy determinado a tomar Santa Marta, Maracaibo, Coro… El 11 de enero de 1820 desde San Juan de Payara escribe a Santander ”mucho hemos hecho, pero más nos queda por hacer. Desde luego, voy a activar la toma de Maracaibo por las tropas inglesas y las de Urdaneta…” Cuando se refiere a la campaña para reconquistar el territorio venezolano …”la naturaleza de la presente operación nos proporciona la ventaja de aproximarnos a Maracaibo por Santa Marta”. Y al pronunciarse el pueblo maracaibero a favor de la República reseña como…”las tropas patriotas estaban en disponibilidad de actuar –movilizada como había sido una partida al mando del Coronel Justo Briceño- para obrar en la costa de Maracaibo, desde Moporo hasta Gibraltar”, siempre según Romero Luengo. Hasta en su tercer documento político trascendente, la Carta de Jamaica, Bolívar pone de relieve la importancia que –desde su pasión y su intelecto- le otorga a esta ciudad: “la Nueva Granada se unirá con Venezuela, si llegan a convertirse en una república central, cuya capital sea Maracaibo…” La primera gestión del Gobernador Delgado –ahora republicano-, al día siguiente del manifiesto maracaibero fue solicitar el auxilio de las tropas patriotas manifestando a Urdaneta “lo interesante que se hace la presencia de su persona en este pueblo”. El día 1 de febrero, Urdaneta comunica a Bolívar: “Tengo la satisfacción de ofrecer a V.E. la importante Plaza de Maracaibo, que jurado la independencia al amanecer del 28 último y se ha acogido bajo la protección del gobierno”. Así convencido, el Libertador, después de más de un año de angustias, había pedido al Bajo Apure mil fusileros de la mejor tropa para reemplazar la que se había enviado a esta ciudad… Y es precisamente esta acción la que adelanta los acontecimientos relacionados con el enfrentamiento de las tropas republicanas y españolas en Carabobo: el jefe realista La Torre considera que el armisticio se ha violado, basándose en que Maracaibo estaba dentro de los límites del territorio que les correspondía según el tratado. Sin embargo, la astucia militar de Bolívar –con la mira puesta en Maracaibo- había trazado una estrategia para mantener ventajas en la comunicación con esta zona y logró colar entre las estipulaciones del armisticio, signada con el número 9, la siguiente: La ciudad y puerto de Maracaibo queda libre y expedita para las comunicaciones con los pueblos del interior, tanto para la subsistencia como para las relaciones mercantiles,,,Podrán, además, tocar en ella, salir y entrar por el puerto los agentes o comisionados que el Gobierno de Colombia despache para España o para los países extranjeros (sic); y los que reciba. Es cita de Romero Luengo sobre Documentos para la historia de la vida pública de El Libertador de Blanco y Azpúrua. De manera que, después de un breve cruce de comunicaciones entre La Torre y Urdaneta, éste recibe órdenes de Briceño Méndez –de parte de Bolívar- según las cuales desde el 2 de marzo “queda ampliamente autorizado para establecer su Cuartel General en Maracaibo y tomar las medidas necesarias para la organización de la provincia en todos los departamentos de gobierno”. Asi que, al no llegar a un acuerdo sobre Maracaibo, ambos bandos acordaron el reinicio de las hostilidades el 28 de abril. El Tratado de Armisticio y Regularización de la Guerra constituyó la base para dos acuerdos firmados entre la República de Colombia (Gran Colombia) y el Reino de España. Fue suscrito por los jefes militares de ambos bandos, Pablo Morillo y Simón Bolívar el 25 y el 26 de noviembre de 1820 en el pueblo de Santa Ana de Trujillo. Mediante estos tratados queda oficialmente derogada la guerra a muerte, se acuerda una tregua de seis meses en la guerra; y, además, representa de facto un reconocimiento del Estado colombiano por parte de España. En la misma fecha se firma el Armisticio entre la República de Colombia y España, el cual suspende todas las operaciones militares en mar y tierra en Venezuela y confina los ejércitos de ambos bandos a las posiciones que sostenían el día de la firma. Al reanudarse las acciones bélicas, como consecuencia de los sucesos de Maracaibo, se inicia la campaña de Carabobo. En este momento, se le hace la participación a Urdaneta para que se prepare para el 1 de mayo porque, según lo acordado en el armisticio, la parte que decidiera suspender el acuerdo debía comunicarlo al otro bando con 40 días de anticipación. Y es justamente a partir de Maracaibo desde donde emprende la marcha hacia Coro para dirigirse hacia Barquisimeto y tomar el occidente venezolano. Secularmente, Carabobo se ha considerado la batalla final de la Independencia venezolana. No obstante, un año después Francisco Tomas Morales estaba entrando nuevamente a la ciudad de Maracaibo, tomándola bajo su mando una vez más. En efecto, el 7 de septiembre de 1822 el jefe realista entra en la ciudad de Maracaibo y siembra nuevamente el asiento del gobierno español en su calidad de Capitán General de Venezuela, al serle entregado el mando en Puerto Cabello de manos del General Miguel de La Torre, que salía con destino a Puerto Rico. El 24 de agosto de este año, Morales sale de Puerto Cabello a bordo de una escuadra de catorce buques, con 1.200 hombres, con destino a La Guajira; desde donde desembarca su ejército y, en un operativo de camuflaje, inicia la invasión desde Sinamaica. Un error táctico de las fuerzas patriotas, al salir a enfrentar el enemigo desde la Barra del Lago, les hace perder territorio en un encuentro bélico en la zona de Salina Rica. Al perderse esta batalla, se pierde también la Plaza de Maracaibo. Las tropas republicanas se retiran a Gibraltar. Morales reina nuevamente en la ciudad. Rafael María Baralt lo reseña: “Apenas se vio dueño de Maracaibo, expidió un decreto imponiendo pena de muerte y confiscación a los extranjeros que se consiguiesen con armas en la mano…” Cuenta el doctor Orlando Arrieta que éstos fueron días de barbarie: Morales persiguió, encarceló, torturó, fusiló, asesinó sin misericordia. Los jóvenes zulianos Pedro Hernández, Francisco Ariza y otros fueron hechos prisioneros y asesinados en Las Playitas; el coronel Francisco Delgado, su hermano Juan Nepomuceno, Tiburcio Echeverría y otros más sucumben ante una muerte cruel; la caballería realista mata sin piedad a muchos vecinos en La Arreaga y la Cañada; y –según él- azota bárbaramente a la heroína Ana María Campos en la Plaza Principal. De paso, edita el diario El Posta Español de Venezuela, última publicación que defiende a España en tierra venezolana. Ante el peligro que esta presencia representaba para la causa patriota, los jefes republicanos deciden una cayapa que se conoció como el bloqueo de Maracaibo: el General Mariano Montilla por el río Magdalena, el Capitán de Navío José Prudencio Padilla, Comandante de la Escuadra, por el Golfo de Venezuela; y el General Manuel Manrique, Intendente de la zona, se situó en el sureste. Varios pequeños combates precedieron la gran batalla del 24 de julio: en El Tablazo, Punta de Palma y Punta de Piedra. Y una intentona de Manrique, el 15 de junio, que lo lleva a apoderarse de Maracaibo de manera temporal, en una lucha que le toma enfrentamientos “calle por calle”, en versión de Arrieta. Los vencidos huyeron cobijados por la lluvia y por la noche, mientras Manrique apresaba las autoridades y se retiraba a su Cuartel General en Los Puertos. Los jefes realistas no se daban por vencidos. El Almirante Ángel Laborde y Navarro, segundo Jefe de las Fuerzas Navales Españolas destinadas a Tierra Firme y Comandante del apostadero de Puerto Cabello, que había llegado a Maracaibo el 4 de julio, propone a José Prudencio Padilla que firme su capitulación “para evitar derramamientos de sangre”. Desde el buque Independencia, el 21 del mismo mes, este jefe patriota, condecorado con la Estrella de los Libertadores de Venezuela en febrero de 1824; dictó una proclama incitando a la victoria. Morir o ser libres fue su consigna. Finalmente, logró uno de sus objetivos: ofrendar el triunfo como regalo de cumpleaños a Bolívar. Tras la batalla, el General Francisco Tomás Morales firma el acta de la capitulación en la casa de gobierno, frente a la actual plaza Bolívar, el 3 de agosto de ese año. La victoria del Lago de Maracaibo y la capitulación del ejército español, que fue consiguiente, produjeron en Colombia un júbilo universal. De hecho, se celebró en todas las provincias con fiestas y regocijos públicos, como uno de los más faustos acontecimientos…Esto sostiene Orlando Arrieta. El 9 de octubre de 1823 se entera El Libertador del triunfo obtenido por la escuadra patriota. En correspondencia del día siguiente a Santander le dice: …”Ayer recibí correspondencia de Bogotá y Panamá por lo que sé del combate marítimo del 24 de julio, la capitulación propuesta por Morales y la ocupación de Maracaibo por Manrique el 5 de agosto. Doy a usted enhorabuena como principal interesado en estos sucesos”. Y fue precisamente en el Lago de Maracaibo, espacio en el que ciertamente se selló la independencia de Venezuela, donde el Libertador bautizó la carta del Tirano Aguirre a “la Sacra Real Majestad de Felipe II”, en 1560, como el Acta Primera de la Independencia de América. Tan convencido, que cuentan que leyó en voz alta algunos de sus párrafos y ordenó su publicación en El Correo Nacional, periódico oficialista local. Al texto, ella señala: Avísote, Rey y Señor, lo que cumple a toda justicia y rectitud para tan buenos vasallos como en esta tierra tienes, aunque yo, por no poder sufrir más las crueldades que usan estos tus Oidores, Virreyes y Gobernadores, he salido de hecho con mis compañeros de tu obediencia, y desnaturalizados de nuestras tierras, que es España, y hacerte en estas partes la más cruel guerra que nuestra gente pudiera sustentar…Mira, mira, Rey español, no seas ingrato a tus vasallos, pues estando tu padre el Emperador en los reinos de Castilla sin ninguna zozobra, le han dado, a costa de su sangre, tantos reinos y señoríos en estas partes; y, mira Señor, que no puedes llevar con honra el título de Rey justo, sin ningún interés de estas partes, donde no aventuraste nada, sin que primero los que en ellas trabajaron sean gratificados…” Señores
Posted on: Sun, 01 Sep 2013 06:14:54 +0000

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