Memorias de un legionario en Hispania, por Hispania aeterna Una de - TopicsExpress



          

Memorias de un legionario en Hispania, por Hispania aeterna Una de romanos en la Península Ibérica. Desembarcamos en Hispania bajo el mando de Sertorio en el año del consulado de Sila y Metelo. Dos años antes Lucio Sila había entrado triunfante en Roma tras su victoria en la guerra civil, y poco después una gran represión azotó las calles de la ciudad, mientras los miembros de la facción popular intentaban escapar de las garras de un Sila enfadado y con ansias de venganza. Y...o, que en ese momento todavía no estaba en activo en el ejército, no imaginaba lo que me iba a tocar vivir La gran represión de Sila tuvo como consecuencia la vuelta de Quinto Sertorio a Hispania. Con él tuve que exiliarme, por haber sido uno de los clientes de Mario, pero ¿qué hacíamos volviendo a esta maldita tierra tras los quebraderos de cabeza que nos había causado? ¿Huir? No, desde luego que no. Sertorio no huía de Roma, a pesar de que Sila le había condenado como proscrito. No. Volvíamos para ayudar a los lusitanos, quienes, con una delegación, vinieron a pedir ayuda a Sertorio para luchar contra Roma. O eso se decía por el campamento. Por entonces, las circunstancias ya me habían convertido en legionario, quisiese o no. Después de la reforma de Mario, el ejército pasó a ser profesional, pero el nuestro estaba formado por todos los que pudiésemos luchar. Éramos pocos, muy pocos en comparación con una legión normal, pero yo, como novato, de eso sólo sabía lo que contaban los más veteranos, y no llegaba a imaginar mayor cantidad de gente de la que éramos allí. A pesar de todo, fuimos suficientes para derrotar a Aurelio Cotta, propretor de la Ulterior, y durante ese año consular, Sertorio decidió ganarse a la población indígena. Al fin y al cabo necesitábamos su colaboración y su ayuda con urgencia, a pesar de que eran unos pobres bárbaros que necesitaban cultura y disciplina. También eran necesarios para conseguir los recursos de esta tierra, sin los cuales no tendrían armas ni oro para pagarnos. Sertorio lo consiguió y su política de acercamiento fue todo un éxito. Consiguió ganarse a los hispanos bajándoles los impuestos y quitándoles las cargas que tenían con Roma. Y, casi sin darnos cuenta, teníamos a todos los indígenas de la Ulterior bajo nuestro control, o mejor dicho, de nuestro lado. Al siguiente año, Sila, al ver que la situación se le estaba yendo de las manos, intentó detenernos enviando a la Ulterior a su amigo Cecilio Metelo, que acudió con dos legiones. Desde que nos enteramos de la llegada de Metelo, por mi agilidad y conocimiento del territorio, me fue encomendada una tarea: encontrarme cada luna nueva con Turro, hijo de Turro, a quien sus informadores le habían ido transmitiendo las posiciones de las legiones romanas. A pesar de eso nunca me fié del todo, y jamás le perdía de vista en nuestros encuentros. De este modo, poco a poco, me fui introduciendo en la vida de los altos mandos del campamento, siempre de un modo pasivo, y lo que escucharía y vería me sería muy útil para el rumbo que iba a tomar mi vida más adelante. Gracias a esta colaboración con los indígenas, durante dos años conseguimos tener controlada a “la vieja” y anticiparnos a sus movimientos. Y para más alegrías, no solo logramos que el amigo de Sila tuviera que buscar refugio en Corduba, sino que gracias a Hirtuleyo, lugarteniente y mano derecha de Sertorio, Metelo no pudo conseguir ayuda de las guarniciones romanas de la Citerior. Un éxito. Por aquel entonces todo eran risas en el campamento. Lo estábamos consiguiendo, nos estábamos oponiendo al poder de Sila y estábamos salvando el auténtico espíritu de Roma. Y con fuerzas renovadas y un gran espíritu de compañerismo, en el año del consulado de Bruto y Lépido, Sertorio consiguió por fin lo que hacía mucho tiempo que estaba esperando. Unificó a los indígenas de la Citerior y la Ulterior bajo su liderazgo. Además, procedentes de Sardinia, se nos unieron tropas de refuerzo al mando de Perpenna. Y así, con las dos provincias de Hispania unidas bajo una misma mano, y por una vez, con los indígenas sin oponer resistencia, Sertorio decidió que, ya puestos a oponernos a Sila, íbamos a hacerlo bien. Organizó las dos provincias con instituciones y formó un senado, plagado de exiliados romanos que habían huido de la madre patria, y realizó una elección de magistrados. Incluso llegó a fundar en Osca una escuela destinada a la formación de los hijos de la aristocracia indígena, aunque se sabía que todo era un montaje para mantener el control sobre esta población, para que siguieran apoyándonos. Pero, a partir de aquí, todo fue de mal en peor. Al año siguiente, el día anterior a las nonas de Marte, llegó a nuestros oídos la noticia de que el Senado de Roma iba a mandar nuevas tropas para combatirnos, y efectivamente, dos lunas después, llegó a Hispania Cneo Pompeyo, y con él, sólo trajo desgracias para nosotros. Logró tomar Valentia y unirse al ejército de Metelo. De lo que pasó a partir de ese momento no fui muy consciente, ya que mi posición como legionario no me dejaba ver más allá de lo que los mandos del ejército querían contarnos. Pero aun así se oían cosas. Todos sabíamos que los apoyos de Sertorio cada vez eran menos, y conjuras y conspiraciones fueron surgiendo a medida que pasaba el tiempo. Un día, con la caída del sol, nos enteramos de nuestro líder había sido asesinado, y con su muerte, nuestras esperanzas de seguir luchando se fueron con él. Que Pompeyo nos detuviera era algo inminente. Gracias a Marte, Pompeyo el Magno nos perdonó a todos y asimiló nuestros puestos y años de servicio. Los indígenas no corrieron la misma suerte y fueron perseguidos como animales por enemigos de Roma. Veinte años pasaron desde ese momento. Tras el perdón de Pompeyo, terminé mi servicio y me instalé en un pequeño terreno que me otorgaron en la Citerior. Pronto formé una familia y gracias al padre de Olivia, mi esposa, pude tomar contacto con las letras ya que era un liberto griego que ejerció de profesor en una familia adinerada de Tarraco. Además, conservé mis amistades indígenas que nunca me consideraron un traidor, y terminé viendo a Turro, hombre en quien no confiaba, como una persona honorable. Tras años de paz, empezaron a llegar desde Roma noticias inquietantes que hablaban sobre una nueva guerra civil, esta vez entre Pompeyo y César. Yo ya era una persona mayor, y no quería involucrarme de nuevo en estos asuntos, pero mi voluntad no iba a ser escuchada por los dioses. Con Marcelo y Léntulo como cónsules, Julio César volvió a Hispania como dictador para derrotar a Petreyo y Afranio, lugartenientes de Pompeyo, pues quería destruir todo rastro de la presencia de su enemigo antes de ir a Oriente. Un día, estando en mi hogar, vino a verme un enviado de César, quien había oído hablar de mis relaciones con los indígenas. Me ofreció colaborar con él a cambio de una importante cantidad de oro. La otra opción era negarme, pero las consecuencias podrían ser desastrosas para mi familia. No tenía elección. En el mes de Marte, tras la festividad de las liberalias, cogí mis pertenencias, me uní al ejército de César y marchamos a Ilerda, donde tuvimos muchos problemas de abastecimiento debido a que las fuertes lluvias destruyeron dos puentes del río Segre. Antes de solucionar este problema, y para quitarse a Petreyo y Afranio de encima, César intentó una treta para vencerles, pero fracasó y su imagen frente al Senado de Roma decayó estrepitosamente, haciendo que algunos senadores tomaran parte por Pompeyo. Después de esto, llegó mi turno de actuar. Me mandaron a entablar contacto con algunas poblaciones indígenas como Osca y Tarraco, en las cuales ya tenía personas conocidas, por tanto no me resultó difícil convencerlos de que su mejor opción era luchar con el bando de César, aunque en estos lugares todavía se tenía en la memoria los enfrentamientos entre Sertorio y Pompeyo, por lo que el nombre de este último todavía era temido por la población. Ya cerca del campamento enemigo, me ordenaron establecer contacto con algunas cohortes indígenas que creíamos poco leales a Pompeyo, por lo que establecí un enlace a través de un mercader de la zona, que acordó un encuentro con ellos. Nos vimos al alba, a varias millas de su campamento, y logre convencerlos de que se uniesen a nosotros. Dos días después, casi medio millar de hombres huyeron de su campamento al abrigo de la noche. Poco después, logramos someter a un duro asedio a nuestro enemigo, que no pudo hacerse con agua ni víveres por lo que Afranio decidió capitular. Además, las generosas condiciones ofrecidas por nuestro general facilitaron mucho la rendición de los pompeyanos. Esta victoria tuvo un sabor amargo para mí, pues César ordenó que los soldados rendidos que vivieran en esta tierra o tuvieran posesiones en ella fueran licenciados, pero a mí no se incluyó, aún se me necesitaba para hacer frente a Varrón, que aguardaba en la Ulterior. ¡Ay de mí! La edad ya hacía mella en mi maltrecho ánimo, ¡no podía más! Pero debía terminar mi cometido, por mi familia y por mí… Varrón no era un militar, era un intelectual sin amor a las armas, como tantos a los que he conocido y aún así nos estaba esperando con la provincia en pie de guerra, pero como no tenía un plan fijado, el muy cobarde se retiró a Gades, que tenía fama de ser prácticamente inexpugnable. Pero César era famoso por su rapidez por lo que ordenó que todas las ciudades de la Ulterior mandaran representantes a Corduba para hablar con él y se puso en camino. Enseguida, las ciudades comenzaron a ponerse de su lado, una de las dos legiones de Varrón desertó y, al final, el mismo legado, se rindió. Tras esto, Julio César recompensó a sus partidarios y concedió a Gades la categoría de municipio romano y la plena ciudadanía, algo con lo que no todos estábamos de acuerdo. Yo también fui recompensado, generosamente, pero el mejor premio fue poder volver a mi hogar con los míos. Espero que los dioses sean benévolos conmigo. Marco Vespasiano. PAGINA FUENTE: hispaniaeterna.wordpress/
Posted on: Sat, 31 Aug 2013 19:50:21 +0000

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