No sé nada de restoranes, pero supe desde siempre que son lugares donde te dan de comer, y que por eso te cobran, lo que es una contradicción. El amor no se compra ni se vende. La perversión de los dueños de restoranes es tal, que no te dan ni un miserable piquito. Te cojen y listo. Cuando menos parece un restorán, más te violan brutalmente. Si en lugar de mozos hay princesas senegalesas, si parece una galería de arte, si es cálido, si es original, si no entendés el nombre, si dice la tan temida palabra “fusión”, rajá, si no es que ya te cerraron la puerta con llave. Si te sentaste, y sobre los platos hay servilletas de punta, sos cadáver. Cuando voy a comer a uno, a cualquier restorán, me siento en un lugar desde el cual pueda ver la puerta de entrada. Entra ella y detrás entra él. Ella avanza, camina como una reina, está más bella, más atractiva, más orgullosa que nunca, y está diciendo: “Soy tan deseada que me trajeron acá”. En el trayecto de la puerta hasta la mesa, será gato aunque no lo sepa. El tipo será siempre Chiche Gelblung. Hoy voy a ir a uno, se llama “El Nuevo Castels”, y queda en Entre Ríos y EEUU, pero no en la esquina, a mitad de cuadra, sobre Entre Ríos. Me lo recomendó Julian, el novio de mi hija, muy buen muchacho, muy gente. Los chicos me cuentan que los mozos son mayores y obesos, hay muchos banderines de fútbol y conviene ir temprano porque siempre está lleno. O sea: algo muy parecido a la felicidad. Veremos.
Posted on: Tue, 02 Jul 2013 20:36:03 +0000
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