OFRENDA Y HALLOWEEN Ver en las noches de estas calles poblanas - TopicsExpress



          

OFRENDA Y HALLOWEEN Ver en las noches de estas calles poblanas a niños disfrazados bajo la influencia la cultura norteamericana pidiendo, en lugar de dulce o truco, para su calaverita, en un claro sincretismo del halloween con el día de muertos, irremediablemente evocaciones de la infancia llegan a mi mente. Entonces en el vocabulario popular no existía la palabra halloween y su influencia se reducía a la noche de brujas del 31 de octubre, una fiesta de disfraces solamente ajena a la celebración de los muertos. Los niños entonces nos divertíamos en esas fiestas de la noche de brujas sin pedir dulce o truco y era velada divertida y ya. Si acaso, lo que hacíamos era espantar a los que no caían bien y ya. La calaverita, otro lado, la pedían los niños pobres en una caja de zapatos calada, pero no era una actividad para todo niño, sólo para aquéllos que caracían de lo básico. Pedir para la calaverita nace como la cooperación para ayudar a la gente de escasos recursos a completar su ofrenda y recibir a sus muertos con respeto y dignidad. Esos niños se ponían afuera de la panadería de mi barrio y muchos de ellos eran mis vecinos de la cuadra. En algunos de esos años infantiles, en claro desafío a la autoridad materna, en secreto mi hermano y yo cortamos con el cuchillo de la cocina un par triángulos y un rectángulo en sendas cajas de zapatos para representar una cara, practicábamos un orificio en la parte superior para las monedas y le instalamos una vela en el interior para convertirlas en calaveritas. Nos vestíamos con la peor ropa y, junto con los niños de mi vecindad, nos instalábamos a la salida de la panadería del barrio. No coopera para mi calaverita decíamos a cada señora que salía con su bolsa de papel destraza llena de hojaldras. La pena me invadía y parecía escuchar a mi mamá regañándos por pedir dinero invocando a la caridad, cosa que la familia era casi un pecado. Así que casi no hablaba, me escondía y por supuesto, al contabilizar las ganancias de esas jornadas duramente ascendían a un peso de aquél entonces. Mi hermano, que sin pudor alguno abordaba a todo cliente de la panadería, era el mejor recaudador de nosotros, y llegó a juntar cinco pesos, mucho dinero para un niño de ocho años. Al final, todos juntábamos las ganancias, nos comprábamos chocolates y dulces que disfrutábamos esa temporada. Todos por igual. Eso significaba para nosotros esta temporada, una noche divertida que, aunque sin disfraces ni halloween, no dista mucho de lo que hacen los niños de hoy. Pues ser niño es ser futuro, sin pasado aún que cargar, sin muertos que esperar. En la medida que la muerte llega a nuestras vidas y las personas que amamos se van con ella, es que estos días cobran otro sentido. Ahora ponemos una ofrenda con brillantes flores de cempazúchitl, calaveritas de azúcar, hojaldras, fruta, vasos con agua, cosas personales y las imágenes de papá, de mamá, de los abuelos y de los amigos añorados que, iluminados por la luz de una veladora, los recibirmos con mucho cariño y con esperanza de sentirlos nuevamente. Es gracias a esta hermosa tradición, única en el mundo, que en esta semana, la muerte y la vida se fusionan para convivir gracias a la unión que el amor y la memoria generan. En cada rincón de cada casa mexicana, donde una la luz de una veladora ilumina un ofrenda que guía la visita de nuestros queridos muertos, significa que ellos no han muerto del todo, pues su recuerdo y su legado los trae de vuelta. La muerte, después de todo, no ha triunfado... ni ha perdido. Al ver a niños en las calles poblanas disfrazados de halloween pidiendo para su calaverita no significa el triunfo de la imposición cultural de los gringos, tal como ya pasó con la navidad. Significa, simplemente, que esos niños aún no tienen muertos que esperar. Ixbalanqué
Posted on: Sat, 02 Nov 2013 07:23:28 +0000

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