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PARA ROSARIO SALINAS, QUE NO SABE SI LEYÓ ESTA NOTA. Y PARA LOS DEMÁS, FELIZMENTE PROVOCADOS POR FRANCISCO ABELENDA ¡ÚLTIMO TESTAMENTO: DIOS ES MESSI! El Señor había ensayado con Diego Maradona en México ’86, prestándole la Mano para uno de sus goles contra los ingleses, como si re-ensayara un Nuevo Testamento después del Antiguo, tan lleno de Ira de Sí. Impúdico, también oscuramente justiciero, acuciado por la prensa del mundo ahíta de bienes y comida (escandalizada por estas minucias de los hombres), Maradona reveló: fue la Mano de Dios. Sin embargo, cierto regusto amargo inundó la boca del Señor: había dado la felicidad a un país y a casi todo un continente, seguramente a más de uno –la felicidad merecida, después de tanto atropello rubio y pirata-, pero en otros lugares tocados por la injusticia cuando les toca a ellos, su Intervención se había antojado desleal y curiosamente partidaria. Acaso, Su mítica prescindencia no lo toleró. Y Se llamó a silencio por décadas. Habrá que aceptar, entonces y aunque sea por un rato, que Dios es bueno, como reza –qué otra palabra- el merchandising de la curia vaticana. Que cuida de nosotros cuando cruzamos la calle, se ocupa de nuestros seres queridos y nos protegerá en nuestra hora de la enfermedad y tránsito hacia quién sabe dónde. Ya es lugar común –hasta los cronistas deportivos lo dicen, tal vez lo impulsaron- que Messi es como Dios. Es menos claro al revés: Dios es Messi. No sólo está en todas partes (¡Dios sea loado! ¡Gracias a Messi! ¡Bendito sea el Señor!) sino que, por una vez, Messi construye Felicidad sin banderías. Los hay quienes se santiguan, y están los que levantan las manos para volcarlas hacia el suelo, doblándose: al menos dos religiones monoteístas admiten su Poder, y ya no tienen que luchar por el Nombre ni el Libro. Es Messi, el Mesías que esperaba la tercera religión, y ya estamos todos: en otras latitudes, ojos rasgados se agrandan frente al Asombro, tan relegado después de la profana occidentalización. En la Catedral del Camp Nou, y en las iglesias y conventos y capillas de barrio de todo el mundo, se oficia La Misa de Messi, anhelada y nunca antes concretada. El pueblo unido, la grey en la misma nave. Felicidad. Messi, por una vez sin prohibición alguna impuesta por togados con ropas de viejas damas y capelinas y zapatitos ridículos, auto-representantes de Su mandato, es bueno para la salud, sin contraindicaciones en el formulario atemorizador de la farmacopea. Y también es imprescindible para los niños ya que inculca confianza y solidaridad, no recetados en colegios ni hogares. Hasta sus oficiantes, monaguillos y acompañantes legítimos –sus compañeros, de ordinario competidores entre iguales- se rinden y saludan y ríen. Son Creyentes como niños, y si ustedes no creen vean el vídeo de Su primer gol frente al Atlético de Madrid el último sábado: festejan el gol, esa repetición de belleza siempre nueva, pero sobre todo la Alegría de ser, cada uno, Uno con Él. Nada de lo que parece, es, y Es lo que nadie esperaba. Sienten que los milagros –el Milagro- suceden, y ellos están ahí, a su lado, y todos son Uno sólo. Comunión se llamaba esto, cuando las palabras tenían algún sentido. En las tribunas, y en los bares y en las casas y en las chozas sobre piedras y sobre el mar de arena, y hasta en los burdeles y en los hospitales, la gente, la sociedad, el pueblo –como elijan, como prefieran-, vive el mismo momento, el de la compartida Felicidad, que no le prodigan crápulas mentirosos, sindicatos inútiles y banqueros de piel blanca, cuello blanco y espíritu hediondo (“Conozco esas caras canallas recién afeitadas”, dice una bella canción de mi país. “Apuesto al Quijote aunque ande rengo”, continúa), felicidad que la gente ya ni se prodiga a sí misma en los días. Urbi et Orbi, Messi hace su Aparición en Sábados de Gloria o Domingos de Resurrección, y en ocasiones un día entre semanas (alegra los Miércoles de Ceniza). Sabe de la necesidad de dosificación: hace siglos que en nuestra mesa no se come el pan de la Buenaventura, sino el pan de la locura: bolsas que suben y bajan, mentiras que sólo suben, y todos los permisos de los poderosos para idiotizarse. Messi, en cambio, exige, y su exigencia está devaluada por los mercaderes. Predisposición de ánimo, confianza en el desconocido de al lado en la grada -¡y hasta en la casa y en la mesa familiar!-, humildad para juzgar al torpe, el aliento templado y la risa pronta, la sabiduría del corazón. Acaso, llegará el tiempo en que Messi salga a Jugar para nosotros y entre nosotros todos los días -y no a los dados con nosotros, como acostumbraba su Antecesor- y será el Día en que otro gallo cantará. Intuyo la voz en coro de las multitudes, ¡Messi mío, no me lo creo!, y hasta intuyo el lema/refrán que nos acompañará: Al que madruga Messi ayuda, y al que trasnocha también. ROBERTO PAGÉS
Posted on: Wed, 27 Nov 2013 22:01:25 +0000

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