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PERDÓN, AMADA MÍA Hubo un punto de mi vida de casado, en que mi mujer se elevó más de lo que yo estaba preparado para tolerar. Se internó un fin de semana en un taller intensivo de energía personal, al que yo asistí tiempo después, y volvió en otra sintonía, en otra frecuencia. Lucía radiante, encendida. Parecía moverse a cinco centímetros del suelo. En lugar de caminar, se deslizaba. En lugar de hablar, cantaba. En lugar de sonreír, se iluminaba. Yo me había quedado a cargo de nuestros tres hijos el fin de semana, lo cual me había resultado divertido pero nada sencillo, y le hice un detallado recuento de mis dificultades cuando regresó. Mis reproches eran una mezcla de envidia, por la maravillosa experiencia que había vivido ella mientras yo regañaba con los niños, y ego herido, por sentir que para mí era imposible vibrar en la misma nota que ella. A los pocos días, mis quejas y reproches devolvieron a mi mujer a su estado previo al taller. Tiempo después, cuando llegó mi turno de asistir al curso, comprendí la terrible dimensión de mis actos. Había hecho descender a mi mujer a mi nivel, en lugar de decirle, amorosamente: "Quédate ahí arriba. Mantente a esa altura. Desde este lugar no puedo sintonizar contigo, pero espérame donde estás... yo haré lo posible por alcanzarte". de Gustavo Fillol
Posted on: Mon, 24 Jun 2013 21:16:43 +0000

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