Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en El cree, no se pierda, más tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El. El que en El cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Juan 3:16-18 ¿Te has puesto a pensar alguna vez en lo mucho que te ha dolido cuando has hecho algo por alguien y esa persona no lo agradece? ¿Cuándo has sembrado tus semillas de oración por el llamado a la salvación de una persona y esta la tira por la borda? Imagínate como se sentirá nuestro Padre Celestial cuando no agradecemos lo que El ha hecho por nosotros. Pero nuestro Dios, dio a su único Hijo a morir en la cruz por la humanidad. Cada latigazo, cada humillación, la vivió por ti y por mí. El pudo no haberlo hecho, pudo haber dejado que la humanidad se perdiera. Pudo haberte dejado hundir y morir en tu pecado cuando no le conocías. Pero, Dios en su infinita misericordia, envió a su Hijo para rescatarte del camino a la perdición. ¿Puedes entender que El pudo haberte dejado allí y no lo hizo? Pero el sacrificio que hizo su Hijo es muy valioso para dejar perder esa oportunidad de aceptarlo como su único salvador. El tiene misericordia de nosotros y nos perdona una y otra vez. Sin embargo, los seres humanos muchas veces lo tomamos livianamente y creemos que lo merecemos todo. Por eso, es que la ingratitud es una desgracia, porque nos lleva a un estado de egoísmo tal, que no entendemos que Dios no tiene porque perdonarnos. El lo hace porque le place, porque nos ama, porque nos escogió. Todo lo que somos y tenemos es por su gracia y misericordia, no porque lo merecemos. Amén
Posted on: Fri, 18 Oct 2013 17:50:46 +0000