Reflexión cuarta del Santo Evangelio: Jn 1, 45-51. vv. 45-51. - TopicsExpress



          

Reflexión cuarta del Santo Evangelio: Jn 1, 45-51. vv. 45-51. Reacción entusiasta de Felipe. Describe a Jesús ante Na­tanael como la mera realización de lo predicho en el AT, sin darse cuenta de la novedad (45). Escepticismo de Natanael; la historia re­ciente le hace desconfiar de los mesianismos procedentes de Galilea. Fe­lipe lo invita a tener contacto personal con Jesús (cf. 1,35) (46). Jesús describe a Natanael como a modelo de israelita. La mención de la higuera alude a Os 9,10 (LXX): “Como racimo en el desierto en­contré a Israel, como en breva en la higuera me fijé en sus padres”. El profeta describía la elección del pueblo; Natanael representa precisamente al Israel elegido que ha conservado la fidelidad a Dios; Jesús re­nueva la elección (47-48). Reacción entusiasta de Natanael: Rabbí: maestro fiel a la tradición (cf. v. 45: Moisés en la Ley); Hijo de Dios: Mesías, el rey mesiánico (v. 45: los profetas), interpretado como rey de Israel el prometido sucesor de David (Sal 2,2.6s; 2 Sm 7.14; Sal 19,4s.27), que restauraría la grandeza del pueblo, no como en boca de Juan Bautista (1,33-34: el Hijo de Dios = el portador del Espíritu). La obra del Mesías no se limita a la elección de Israel (higuera). Pri­mera declaración de Jesús sobre sí mismo. Alude a la visión de Jacob en Betel (Gn 28,11-27). Promesa (51: Veréis): la comunicación permanente con Dios en Jesús (el cielo quedar abierto). El Hombre (el portador del Espíritu): el proyecto salvador de Dios no se basa en la realeza davídica (49, de Natanael), sino en la plenitud humana (51). La promesa se reali­zará en la cruz, cuando vean al que traspasaron (19,37), en quien brilla la gloria/amor (cf. 19,34: sangre y agua). Este texto que narra la llamada de Felipe y Natanael (probablemente el Bartolomé de los sinópticos), cierra la sección introductoria y anuncia la manifestación del Mesías a Israel. Se describe en este texto otro grupo de los que integran la comunidad de Jesús. Los dos nuevos discípulos que aparecen, Felipe y Natanael, no pertenecen al círculo del Bautista; Felipe es llamado directamente por Jesús y Natanael es llamado por Felipe. Este último representa la preparación a la llegada del Mesías, propia de aquellos israelitas que se habían conservado fieles a la tradición profética y esperaban el cumplimiento de las promesas. Natanael es la figura masculina que encarna este grupo. Muestra una preparación insuficiente al mensaje de Jesús por no haber salido de la antigua mentalidad. No habiendo sido discípulo de Juan, no ha recibido su bautismo ni conoce su testimonio. Concibe al Mesías como aquel que cumplirá las promesas restaurando lo antiguo en toda su pureza; no ve la novedad de su alternativa; representa para ellos la continuidad con el pasado. Su mentalidad aparece en la descripción de Jesús que Felipe hace a Natanael: muy apegada a la antigua tradición, creía que el Mesías venía a continuarla: "Al descrito por Moisés en la Ley, y por los profetas, lo hemos encontrado: es Jesús, hijo de José, el de Nazaret". A esa idea opone Jesús la suya: describe su papel de Mesías con una alusión al Antiguo Testamento, para indicar la distancia entre la concepción de ellos y su propia realidad. A la comunidad judaizante Jesús la llama y le anuncia su integración en la comunidad mesiánica, pero le avisa y le promete que también ellos han de llegar al punto donde los otros han llegado, a vivir en su alternativa, la esfera de la comunicación divina. El Mesías no es el que domina al pueblo, sino el que lleva al hombre a su plenitud. vv. 45-46. Felipe fue a buscar a Natanael y le dijo: «Al descrito por Moisés en la Ley, y por los Profetas, lo hemos encontrado: es Jesús, hijo de José, el de Nazaret». Natanael le replicó: «¿De Nazaret puede salir algo de calidad?» Felipe le contestó: «Ven a verlo». Reacción entusiasta de Felipe; no se conforma con haber conocido a Jesús, tiene que comunicarlo. Va a buscar a Natanael y le describe a Jesús como la realización de lo predicho en todo el AT, tanto por Moisés, como por los profetas. Felipe vive dentro del mundo del AT, y, como no ha escuchado el testimonio de Juan Bautista, no se da cuenta de la novedad que representa Jesús; su idea de Mesías y su perspectiva de salvación se atienen a lo expresado en la antigua Escritura (Al descrito por Moisés en la Ley, y por los profetas, lo hemos encontrado). Natanael recibe el anuncio con escepticismo: la historia re­ciente le hace desconfiar de los mesianismos procedentes de Galilea. Fe­lipe no intenta convencerlo; simplemente lo invita a tener contacto personal con Jesús (cf. 1,35). vv. 47-49. Jesús vio a Natanael, que se le acercaba, y comentó: «Mirad un israelita de veras, en quien no hay falsedad». Natanael le preguntó: «¿De qué me conoces?» Jesús le contestó: «Antes que te llamara Felipe, estando tú bajo la hi­guera, me fijé en ti». Natanael le respondió: «Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres rey de Israel». Jesús describe a Natanael como modelo de israelita. La mención de la higuera alude a Os 9,10 (LXX): “Como racimo en el desierto encontré a Israel, como en breva en la higuera me fijé en sus padres”. El profeta describía la elección del pueblo; Natanael representa precisamente al Israel elegido que ha conservado la fidelidad a Dios. Así como en otro tiempo escogió Dios a Israel, ahora Jesús escoge a Natanael, es decir, a los israelitas fieles, para formar parte de la comunidad del Mesías. También la reacción de Natanael es entusiasta. Llama a Jesús Rabbí, es decir, maestro fiel a la tradición (cf. v. 45: al descrito por Moisés en la Ley); lo reconoce como Hijo de Dios, es decir, como el Mesías (v. 45: y por los profetas), título que él mismo interpreta como rey de Israel, el prometido sucesor de David (Sal 2,2.6s; 2Sm 7,14; Sal 89,4s.27) que restauraría la grandeza del pueblo. No coincide su idea con la expuesta por Juan Bautista (1,33-34: el Hijo de Dios = el portador del Espíritu). vv. 50-51. Jesús le contestó: «¿Es porque te he dicho que me fijé en ti debajo de la higuera por lo que crees? Pues cosas más grandes verás». Y le dijo: «Sí, os lo aseguro: Veréis el cielo quedar abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar por el Hijo del hombre». Pero la obra del Mesías no se limita a renovar la elección de Israel (bajo la higuera). Jesús anuncia a Natanael una experiencia muy superior a la que acaba de tener (cosas más grandes verás), pero no centrada en el Mesías-rey de Israel, sino en el Mesías-Hijo del hombre. Sin nombrarse a sí mismo, Jesús hace la primera declaración sobre su persona. Afirma que los suyos tendrán experiencia (veréis) de la plena y permanente posibilidad de comunicación del mundo humano con el divino (el cielo quedar abierto). Alude al sueño de Jacob en Betel, en el que vio una escala o rampa apoyada en la tierra y que llegaba al cielo (Gn 28,11-27). Ahora, la comunicación permanente entre los hombres y Dios va a verificarse a través del Hijo del hombre, del Hombre-Dios (el portador del Espíritu). Nunca había existido antes una comunicación plena entre Dios y los hombres, porque nunca había existido el Hombre en su plenitud (1,14). Pero ahora el Hombre-Dios une tierra y cielo. De hecho, la presencia y actividad de Dios en el mundo está condicionada por el desarrollo del hombre. El Dios dinámico, fuente inagotable de vida que desea comunicarse, puede hacerlo del todo cuando existe la plenitud humana. Tanto más puede Dios actuar como Dios cuanto más pleno sea el hombre. Encuentra así solución el ancestral problema de la relación de los hombres con Dios y de Dios con los hombres. La dificultad para esta relación no se debía al querer de Dios, siempre dispuesto a ella, sino a la calidad del hombre. El problema queda resuelto porque existe "el Hijo del hombre", el Hombre-Dios. Aunque aún no se menciona la cruz, es en ella donde se reali­zará el anuncio de Jesús, pues entonces culminará la condición divina del Hijo del hombre (19,30). Según esto, el proyecto salvador de Dios no se basa, como pensaba Natanael (v. 49), en la realeza davídica, sino en la plenitud humana, que es la verdadera realeza. El grupo representado por Natanael tendrá que superar la concepción del Mesías-rey de Israel, para ver en Jesús el Mesías-Hijo del hombre, modelo para toda la humanidad: universalidad frente a particularismo. Jesús deja de lado las categorías judías para subrayar lo que afecta a todo ser humano, porque el Mesías inaugura un nuevo modo de ser hombre, una humanidad nueva. Este cambio de perspectiva hace ver que la salvación de Israel no es exclusiva ni prioritaria, sino que se integra en la de la humanidad. Lo que Dios quiere ante todo es que exista una humanidad en plena unión con él, donde él pueda desplegar su acción sin barreras, con la que él pueda colaborar para que cada uno y el género humano lleguen a su plenitud. Del apóstol Bartolomé no sabemos casi nada, noticias legendarias dicen que evangelizó la región de Armenia, entre el Cáucaso y el mar Caspio, y que allí murió mártir luego de haber convertido a la fe cristiana al rey de los armenios. La de Armenia sigue siendo hasta hoy una importante iglesia cristiana del Cercano Oriente. Otras tradiciones nos presentan a san Bartolomé evangelizando en la India. Aparece en las listas apostólicas (Mt 10,3; Mc 3,18; Lc 6,14; Hch 1,13) en tres casos después del nombre de Felipe. Es la razón por la que se llegó a identificarlo con el Natanael del evangelio de san Juan (1,45; 21,2), presentado a Jesús por Felipe y natural de Caná de Galilea. La 1ª lectura corresponde a la visión final del libro del Apocalipsis: la visión de la Jerusalén futura, escatológica, ciudad-virgen-esposa, que baja del cielo para celebrar sus bodas divinas con el Cordero. Después de las terribles visiones de las plagas con que la cólera divina juzga la tierra, y de las luchas titánicas de la Bestia y el Dragón contra los ejércitos celestiales, la visión de la Jerusalén celeste es un anticipo de la victoria definitiva de Cristo, resucitado y glorioso, sobre todas las potencias del mal. Esta Jerusalén transfigurada, presentada con las imágenes de una hermosa utopía, es la misma Iglesia de Jesucristo llevada a su plenitud. Las doce puertas en la muralla, los doce nombres sobre ellas, los doce basamentos de la muralla, los doce nombres de los basamentos, nos están hablando del pueblo de Israel, por una parte, y del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia de Cristo, edificada "sobre el cimiento de los apóstoles". La ciudad era una institución cultural y política en la época del NT. Los habitantes del Imperio Romano vivían de buena gana en las grandes y hermosas ciudades esparcidas a todo lo largo y ancho del territorio. Para el pueblo judío, Jerusalén con su templo era el paradigma de la santidad. En ella estaba asegurada la presencia protectora de Dios sobre su pueblo. Esta es la razón de que una ciudad celestial se convierta en el símbolo más perfecto de la Iglesia, fundada por la predicación de los apóstoles. Si leemos todo el capítulo 21 del Apocalipsis, al que pertenece nuestro texto, encontramos las maravillosas características de esta ciudad divina, parábola de lo que como cristianos esperamos de Dios para el futuro definitivo: en ella no habrá llanto, ni enfermedad alguna, ni muerte, ni dolor. Porque Dios habrá renovado el mundo. Tampoco habrá pecado alguno en la ciudad celestial, porque Dios mismo asegura su santidad excluyendo de ella a los que obran el mal. Un elemento fundamental de las antiguas ciudades grecorromanas, y de la misma Jerusalén, eran los templos levantados en honor de los dioses. Pues bien, en la Jerusalén celestial no habrá templo alguno: "porque el Señor, el Dios Todopoderoso, y el Cordero, es su santuario". Es decir, que se supera la distancia abismal entre Dios y los seres humanos, distancia que tratamos de colmar y de salvar rindiendo culto en los santuarios de la tierra, esperando que nuestras alabanzas y peticiones alcancen hasta el Cielo. Ahora no: se realizará plenamente aquello de que "En Dios vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28), sin necesidad de ningún intermediario. Finalmente, la luz que es símbolo de la verdad, la justicia y la paz, no provendrá de otra fuente distinta del mismo Dios y del Cordero. ¿Una hermosa utopía? Sí, porque el Señor nos concede, leyendo el libro del Apocalipsis, soñar con una humanidad reconciliada consigo misma y con Dios, en la que todos los seres humanos podamos ser plenamente felices. Es la utopía del evangelio que predicaron y por el que derramaron su sangre los apóstoles, como san Bartolomé. Después de la lectura del Apocalipsis, la del pasaje del evangelio de san Juan nos pone con los pies en la tierra: se trata del seguimiento. Dos discípulos de Juan Bautista han seguido a Jesús por propia iniciativa, Jesús los ha aceptado en su compañía (Jn 1,35-39). Andrés, uno de ellos, va en busca de su hermano Simón y lo lleva ante Jesús, quien lo toma también como discípulo, imponiéndole un nombre significativo (Jn 1,40-42). Luego, Jesús, camino de Galilea, llama en su seguimiento a Felipe, paisano de Andrés y Pedro según san Juan, originarios de la pequeña ciudad de Betsaida en el litoral norte del mar de Galilea (los sinópticos dicen que Pedro y Andrés eran de Cafarnaún, no dan más datos de Felipe). Ahora, en nuestra lectura de hoy, Felipe habla de Jesús a Natanael, un apóstol no mencionado en los sinópticos, pero identificado por la tradición con el apóstol Bartolomé cuya fiesta estamos celebrando. El proceso vocacional de este discípulo resulta más complicado, Natanael duda, al escuchar al entusiasmado Felipe hablándole de Jesús, el hijo de José, de que de la oscura y desconocida Nazaret pueda salir algo bueno. Esto manifiesta, tal vez, su carácter franco y exigente. El elogio de Jesús, que lo llama "Israelita de verdad", no lo conmueve, simplemente pregunta por qué razón es conocido. Cuando Jesús le muestra su poder mesiánico, su sabiduría divina, su conocimiento sobrenatural de las cosas y de los seres humanos, Natanael rendidamente reconoce: "Rabbí (maestro en arameo), tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel". Luego Jesús anuncia al nuevo apóstol que verá cosas más grandes que el conocimiento sobrenatural del Mesías, que lo verá glorioso, resucitado de entre los muertos, sentado a la derecha del Padre. La memoria de los apóstoles nos habla de nuestra propia vocación. También nosotros fuimos llamados por Cristo, alguien nos lo presentó o nos introdujo en su presencia, o simplemente fuimos llamados: "sígueme". Y a nosotros también, como a cada uno de los apóstoles, nos ha sido confiada una misión en la Iglesia. Según nuestras capacidades, según nuestras responsabilidades. No podemos dejar que nuestra vocación se duerma inactiva en cualquier rincón de nuestra vida. Confesemos a Jesús como lo hizo el apóstol Natanael-Bartolomé, y abracémonos a nuestra responsabilidad de testimoniar y anunciar el mensaje cristiano.
Posted on: Sat, 24 Aug 2013 19:40:47 +0000

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