Reforma energética: ¿Para qué? Hay petróleo y gas en el - TopicsExpress



          

Reforma energética: ¿Para qué? Hay petróleo y gas en el subsuelo del país y hoy no tenemos cómo sacarlos. Algunos motivos son técnicos y otros económicos. Pascal Beltrán del Río 18/08/2013 01:33 Reforma energética: ¿Para qué? Con honrosas y escasas excepciones, a los políticos mexicanos les da por el patrimonialismo (es decir, la enajenación de los bienes públicos por parte de quienes ejercen el poder). Es probable que la mayoría de ellos sea incapaz de pasar frente a un peso del erario sin pensar cómo se lo puede guardar o, cuando menos, cómo se lo puede gastar de un modo que haga avanzar su carrera. No es un problema cultural ni genético, desde luego, sino resultado de cómo hemos decidido organizar nuestra vida pública. Lamentablemente, como sociedad hemos dado lugar a que los políticos confundan el interés de los ciudadanos con el interés propio. Porque son como son nuestros políticos cuando alcanzan posiciones de poder, creo que debemos incidir en cambiar el eje de la actual discusión sobre la reforma energética. Desde antes de que el presidente Enrique Peña Nieto presentara públicamente su propuesta en la materia el lunes pasado, el tema central del debate ha sido la privatización. La oposición de izquierda acusa al PRI y al gobierno federal de pretender entregar el mayor bien público de los mexicanos, los hidrocarburos, a empresarios nacionales y extranjeros. Los acusados han respondido con un discurso cargado de símbolos venerados por la izquierda. El más importante de ellos, la imagen del general Lázaro Cárdenas, cuya épica expropiatoria de 1938 es capaz el reencender el nacionalismo en el mexicano más renegado. Y así hemos caído en un tedioso pleito entre los impulsores de una modificación al texto constitucional que permitiría que el capital privado participara junto a Pemex en la extracción, el transporte y el procesamiento del petróleo y el gas, y quienes defienden el statu quo, con algunas modificaciones, para darle a la paraestatal mayor autonomía a fin de que decida el destino de sus ingresos. Probablemente porque es más fácil batirse ante la opinión pública con argumentos simplistas y maniqueos, ambas partes han evitado hasta ahora poner a prueba los argumentos de la otra. Por ejemplo, nadie pregunta al gobierno y al PRI para qué quieren más recursos, qué pretenden hacer con ellos y cómo evitarían que el nuevo caudal de dinero que supuestamente produciría la reforma energética termine alimentando los apetitos patrimonialistas. Tampoco se le pregunta a la izquierda cómo se compensarán los recursos que Pemex dejaría de aportar al erario con motivo de su “nuevo régimen fiscal”, y si podemos tener la garantía de que las inversiones que hará Pemex gracias a su ganada liquidez no acabarán en proyectos malogrados o contrataciones innecesarias. Para mí ahí está el quid del debate, no en quién se vuelve el intérprete más fiel de la historia de México. Sin duda Lázaro Cárdenas fue un gran Presidente. Hombre de su tiempo, supo poner los intereses de la nación por delante de cualquier consideración. Y por eso, durante las tres décadas que duró como ex mandatario fue un hombre respetado. ¿Cuántos presidentes de México han conseguido eso? Pero Lázaro Cárdenas no tenía la verdad iluminada. No es Zoroastro. No hay que darle el trato que recibe Kim Il-sung, quien, a pesar de haber muerto en 1994, sigue guiando los destinos de Corea del Norte desde su trono de “Presidente Eterno”. Los extremos del debate sobre la reforma energética parecen ocupados por radicales sunitas y chiitas, peleando por quién interpreta mejor los deseos de Mahoma. Es verdad que cada país tiene temas tabú. Por ejemplo, los estadunidenses veneran su sacrosanto derecho de poseer armas. Desde México y la mayor parte del mundo democrático, esa veneración parece absurda: genera muertos, incluso masacres de niños y se convierte en una competencia al Estado a la hora de garantizar la seguridad de los ciudadanos y hacer justicia. Pensemos, por un momento, cómo se ve nuestro propio tabú, el petróleo, desde el extranjero. No, no estoy comparando al crudo con un rifle automático, sino la veneración que generan uno y otro en sus respectivos países. Hace rato que el resto del mundo abandonó el tipo de régimen cerrado en materia energética como el que tenemos acá. Ni siquiera Kim Il-sung, el Presidente Eterno, lo recomienda. El mundo se ha globalizado, nos guste o no. Los capitales viajan libremente. Los energéticos se compran y se venden donde dicta la lógica económica. Venezuela, cuyo gobierno es enemigo abierto de Washington, sigue vendiendo todos los días 600 mil barriles de petróleo a Estados Unidos. Por cierto, esa cifra cayó 35% desde febrero de 2012. Y no es porque el gobierno bolivariano tenga deseos de vender menos crudo a los yanquis. No, es sencillamente porque los estadunidenses ya no requieren ese petróleo, porque están en vías de ser autosuficientes. Basta leer la prensa internacional para ver cómo se percibe nuestra veneración a los hidrocarburos en el resto del mundo. Se ve como un contrasentido; en el mejor de los casos, como algo muy Mexican curious. Los amantes de las teorías de la conspiración dirán que los grandes medios han sido sobornados o comprados por las multinacionales petroleras. Pero, ¿todos? Es absurdo comprar algo en el extranjero que tenemos en casa. Traemos gasolina de la India y gas licuado de Indonesia. Y si no importamos más gas natural estadunidense para satisfacer las necesidades de la industria, es porque no se han terminado los ductos para ese fin. No lo aburriré con más razones para buscar un esquema en el que México pueda extraer del subsuelo los recursos que ya posee. Los necesitamos en la superficie y, hasta ahora, hemos sido incapaces de sacarlos solos. Puede haber mil razones para esa desventura. Consumiríamos horas en esa discusión y no nos pondríamos de acuerdo. Pero es un hecho: hay petróleo y gas en el subsuelo del país y hoy no tenemos cómo sacarlos. Algunos motivos son técnicos y otros económicos. Por ejemplo, si bien la extracción del gas shale que abunda en el noroeste del país nos daría el insumo para sustituir las importaciones de acero y petroquímicos, Pemex no puede darse el lujo de hacerlo. No puede desviarse ni un milímetro de la meta de aportar su enorme tajada del erario, y el gas, en estos momentos, tiene un precio muy bajo. ¿Qué tiene de malo que lo saque la iniciativa privada? El gas seguiría siendo de la nación, no se le regalaría a quien extrajera. Pero de ese modo podríamos dejar de importar el energético y el Estado recibiría dinero por un bien que vale muy poco mientras esté atrapado en el subsuelo. Sin embargo, las exageraciones y las mentiras no provienen sólo del campo de quienes se oponen a la “privatización”. Decir en campañas de publicidad que la reforma propuesta por el gobierno es una panacea, que se abaratará todo desde el precio de los fertilizantes hasta los recibos de luz y gas es también una trampa para incautos. Los energéticos tienen un precio internacional y venderlos por debajo de él implica un subsidio. Y los componentes de los fertilizantes no provienen sólo del petróleo. Para mí, la discusión que tiene que darse en este caso implica un ejercicio que vaya más allá de la repetición mecánica de consignas. Sí, el petróleo es nuestro, pero, ¿de qué nos sirve si no lo sacamos mientras valga algo? Sí, el país necesita más recursos, pero para invertirlos en el futuro del país, no para dilapidarlos en gasto corriente. Por eso debemos dejar de discutir si México debe adoptar o no un esquema energético abierto —obvio, hay grados de conveniencia— como los que existen en otras partes del mundo. No vivimos aislados. Lo que debemos discutir es qué haremos con el dinero que ingrese con motivo de la reforma energética y cómo evitaremos la corrupción que flagela a países como Nigeria, que tienen contratos de utilidad compartida como los que pretenden crear el PRI y el gobierno. Si ponemos reglas muy estrictas contra la corrupción y creamos un fondo petrolero donde se depositen los nuevos ingresos —manejado autónomamente, como las reservas del Banco de México—, valdrá la pena la reforma. Sin embargo, si la hacemos para que se enriquezca el más vivo, así como para entregar mayores recursos a gobiernos nada transparentes —aún hay un gasto de 850 mil millones de pesos de fondos federalizados sin aclarar en estados y municipios, según la Auditoría Superior de la Federación— y a políticos dados al patrimonialismo, será el mismo cuento de siempre. Y no, no habrá valido la pena dedicar tanto esfuerzo a este debate.
Posted on: Tue, 20 Aug 2013 19:32:30 +0000

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