Revolución de la sensibilidad Agencia Reforma / Jesús - TopicsExpress



          

Revolución de la sensibilidad Agencia Reforma / Jesús Silva-Herzog Márquez Ciudad de México, México (1-Jul-2013).- 04:40 AM La historia es el espectáculo de las paradojas dijo, con otras palabras, Alexis de Tocqueville. No camina en una coherente línea recta, vinculando virtudes con provechos, sino muchas veces convirtiendo en benéfico lo innoble. Aquello que sostiene un régimen es también lo que lo amenaza. Al hablar del cambio político detectó que la mejora es riesgosa. La revolución no es el estallido provocado por la inmovilidad. Por el contrario, es producto de ese cambio. La revolución no es, como pensó Burke, la suplente furiosa de la reforma que no llega: es la hija impaciente de la reforma que tuvo éxito. La prosperidad instaura demandas que son casi imposibles de atender. Por eso la mejoría no alimenta la complacencia sino la rebeldía. Así lo ponía el sociólogo francés: "No siempre sobreviene una revolución cuando se va de mal en peor. La mayoría de las veces ocurre que un pueblo que había soportado sin quejarse, y como si no las sintiera, las leyes más abrumadoras, las repudia con violencia cuando se aligera su carga. El régimen destruido por una revolución casi siempre es mejor que el que lo había precedido inmediatamente, y la experiencia enseña que el momento más peligroso para un mal gobierno suele ser aquel en que empieza a reformarse". Tocqueville no recomendaba, por supuesto, la perpetuación de la opresión. Eternizar la servidumbre y la indigencia para no correr el riesgo de la inestabilidad. Advertía simplemente que la prosperidad económica, la igualación política, el avance de las libertades lanzaba a la política desafíos extraordinariamente complejos, retos que la postración nunca provoca. La prosperidad estimula el descontento. A los franceses, dice el sociólogo en su ensayo histórico, "les pareció su posición más insoportable cuanto mejor era". Ese es asombro que cautiva a Tocqueville: la estabilidad está en mayor riesgo precisamente cuando las sociedades prosperan más rápidamente. Bajo el despotismo pétreo, los peores arbitrariedades son asumidas como algo ineludible, cuando las libertades se abren camino, los abusos más leves generaran un escándalo. Cuando no se espera nada del futuro, el hombre se vuelve sumiso, calla, obedece. Pero cuando se activa la imaginación de un futuro venturoso, el hombre se apresura a exigirlo de inmediato. La indignación recorta su mecha. No es que los abusos sean nuevos, dice Tocqueville. Lo nuevo es la impresión que producen. Los atropellos antes eran padecidos y sufridos como algo ineludible, como la carga que el destino había impuesto sobre nosotros. Ahora, como efecto del creciente bienestar, los atropellos son vistos como aberraciones intolerables. "Los vicios en el sistema financiero incluso habían sido más escandalosos en épocas anteriores -escribe en El antiguo régimen y la revolución- pero desde entonces se habían producido tanto en el gobierno como en la sociedad cambios que habían hecho la sensibilidad infinitamente mayor que antes". Lo que detecta Tocqueville es una transformación que precede a la revolución política: una revolución de la sensibilidad. Se trata de un cambio notable en el clima de la moral pública. Una transformación en el veredicto de lo inaceptable, un ensanchamiento de la indignación pública, un abreviación de la paciencia. Esta transformación de la sensibilidad común es uno de los fenómenos de nuestro tiempo. Explica en buena medida el carácter combustible de la convivencia contemporánea. Lo que antes podía parecer trivial desata ahora movilizaciones que tumban dictadores y sacuden democracias. No se activa el descontento en las zonas de postración económica sino, significativamente, en aquellos países que han registrado mayor crecimiento. Las recientes protestas en el mundo se han dado, sobre todo, en los países económicamente exitosos. Ese el elemento común en las protestas de Chile, Brasil, Túnez o Turquía. Lo que desata el descontento parecería menor: la instalación de un mercado en la ciudad; el costo de las universidades, el gasto por la construcción de un estadio. Precisamente esa aparente trivialidad revela la nueva sensibilidad pública. Lo que antes se admitía como una esfera de decisiones gubernamentales es vista hoy como algo que merece una discusión pública y propiamente democrática. ¿Cuál es el sitio de la educación pública? ¿Cómo deben tomarse decisiones que afectan el patrimonio cultural de una ciudad? ¿Cuáles son las prioridades económicas de una sociedad marcada por la desigualdad? Como advertía Tocqueville en su tiempo, esta nueva sensibilidad es, al mismo tiempo, resultado de cambios venturosos y el gran desafío para la política. En el ensanchamiento de lo inaceptable hay un adelanto moral, cívico. Pero no es sencillo procesar estos reflejos de indignación para ser algo más que desahogo público. Si bien pueden contribuir a la derrocamiento de una dictadura o la caída de un gobierno impopular, no es claro que sean capaces de articular alternativa. reforma/blogs/silvaherzog/ Twitter: @jshm00
Posted on: Wed, 03 Jul 2013 00:59:07 +0000

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