Si a alguien no le ha ocurrido algo así, que levante la - TopicsExpress



          

Si a alguien no le ha ocurrido algo así, que levante la mano. DE CÓMO DARSE DE BAJA SIN COMETER ATENTADO Las compañías de telefonía —hoy en día muy envalentonadas porque se saben imprescindibles— se creen con derecho a tratarnos con indiferencia o, en el peor de los casos, con desaprensión, y a humillarnos de forma reiterada. El hecho de que exista tanta competencia, en lugar de volverlas humildes para tratar de granjearse la confianza de los usuarios, lo que hace es dotarlas de una soberbia y prepotencia realmente escandalosas. No lo he expresado bien. Es cierto que al principio sí tratan de ganarse tu confianza, eso sí, con triquiñuelas, pero al menos el tono es amable. Te enredan prometiéndote, entre números y datos y horarios compatibles, el mejor y más barato servicio del mercado. Y además, para que tú no te molestes y efectúen ellos la comparativa de precios, te piden les facilites las facturas anteriores con el operador al que vas a defenestrar en breve. Te van a decir: «¡Pero hombre, por Dios, está usted pagando dos veces por lo mismo!; deje, deje, que le voy a hacer un estudio personalizado, con una oferta que no podrá rechazar». Generalmente, te habrán llamado primero: «Buenos días, ¿hablo con el encargado del negocio?»... «Yo mismo»… «¿Es usted cliente de R?» (por poner el ejemplo más sangrante, pero podría ser perfectamente W. o Y)… «¡Ah!, ¿no lo sabe usted?», le preguntas con retintín. Sorteándolo hábilmente, se lanza de nuevo: «¿Sabe usted que R le ofrece llamadas gratis durante los primeros 30 días, más router-wifi gratis y tarifa plana, incluidas llamadas a móviles?»... «Pues no, no lo sabía; vamos, que ni me lo había planteado». La vocecilla continúa: «¿Cuánto está pagando mensualmente con su operador actual?»... «Oiga, no se lo voy a decir». Risita nerviosa al otro lado del aparato. «Bien, en cualquier caso, seguro que mucho más de lo que le ofrece R»... «No lo dudo, o sí, pero en éstos momentos no estoy interesado en cambiar de servicio»... «No, por favor…, no diga que no sin conocernos. Mire, lo mejor es que vaya, si a usted le parece bien, un comercial para que, en persona, le explique todo más detenidamente»... «Bueno, ya les llamaré yo más adelante, si estoy interesado»... —Y cuando vas a colgar —: «Que, sin compromiso ninguno, le envío a uno de nuestros comerciales la próxima semana» (con lo cuál, ha dejado patente que eso de «si a usted le parece bien», era una mera fórmula de cortesía). «Vale, vale», dices, para dar por concluida la conversación, sin concederle mayor importancia. Al día siguiente, y cuando más desbordado estás de trabajo, llaman al timbre y aparece el comercial. Al abrir te apercibes de que no es español, más que por el acento, por su tono moreno y, claro, para que no te tilden de racista le invitas a entrar, haciéndole esperar lo mínimo, evitando ofenderle y ganando tiempo para terminar lo que estabas haciendo en ese momento. En aras a romper el hielo le preguntas: «No eres de aquí, ¿verdad?»… «No, de Costa de Marfil», te contesta con una sonrisa. El tipo es muy educado y te empieza a hablar de cifras que no te dicen nada, de modo que, viendo tu desconcierto, te pide tu última factura para comparar y se la lleva, prometiendo mejorar la oferta con menor coste. Pocos días después vuelve y, con una carpeta llena de cálculos a bolígrafo, te explica que estás pagando más por lo mismo y, en resumen, te indica lo que puedes contratar y qué dinero te va a suponer mensualmente. En principio te parece una ganga. Y lo sería, si no fuera por la letra pequeña, ya que hay cosas que no se pueden prever y cálculos que son imposibles de antemano. En resumen: que si las tarifas fijas son menores —para vender el producto—, hay otras circunstancias que superan la anterior que tenías o, en el mejor de los casos, las dejan igual, con lo que, para eso, te hubieras quedado como estabas sin tanto trajín de cambios. Porque eso es lo peliagudo: todo el trámite. Si fuese automático no habría tanto problema, pero el caso es que para conectar una tienes que dar de baja la otra, y eso lleva su tiempo (cosa que tú ignoras y que no te dice, obviamente, por si te vuelves atrás). Y además no es un trámite, son dos o tres, porque todo pasa por la línea básica de Telefónica, así que primero va una, luego la otra y después la nueva, pasando por un auténtico calvario. Cuando llega por tercera vez, ya con el contrato en la mano —que te ves obligado a firmar para no tener que seguir aguantando el acoso—, y le preguntas el tiempo que tardará en estar operativa la línea, te dice sin ruborizarse: «Nada, es automático». Y lo es, por supuesto. Por supuesto que es automático desde que está operativo. Pero hasta que eso ocurre, has estado a punto de volar la instalación central de R. En primer lugar, resulta que en tu zona la línea R la están todavía instalando. Te dice que tan pronto empiece a funcionar se hará el enganche. Vale, no es tan dramático porque sigues con la anterior. Lo malo es que, como Telefónica exige un período de preaviso antes de dar la baja y luego hay otro período hasta que se engancha la nueva, queda un espacio en blanco que no sabrías si describir como una amnesia total. Insisto: te han engañado. No olvidemos que ERA TODO AUTOMATICO. Llegas a tu despacho. Enciendes el ordenador y te conectas: «Error 404». Vuelves a intentarlo por si, ESE DIA, las líneas estuvieras saturadas. Así, varias veces a lo largo de la mañana o de la tarde, o del día entero. Llamas a Telefónica (al menos, aún te funciona una de los dos líneas de teléfono, porque te habían dicho que primero engancharían una y luego otra... Así sabían que, al menos, tu transformación en terrorista se demoraría un tiempo). Después del típico martirio pierde-tiempo («si desea consultar productos pulse 1, si desea comunicar una avería llame al 1004, si desea..., espere, le pasamos con un comercial... —musiquita de los Beatles, versión chill-out, para ambientar—... nuestras líneas están ocupadas, rogamos esperen unos instantes... —conectas el manos libres para poder seguir trabajando—... nuestras líneas continúan ocupadas, por favor, no se retire, en breve será atendido por un comerc... Buenas tardes, soy Emiliano Pedrosa, ¿en qué puedo ayudarle?»), averiguas que, efectivamente, la baja en la línea ha sido cursada y por eso no puedes acceder a Internet, pero que no pueden hacer nada más por ti, ya que la responsabilidad AHORA es de TU NUEVO OPERADOR (y te lo dice muy suave, aunque está pensando: «¡Que te den!»). Entonces llamas a R para pedir explicaciones de por qué, si ya se ha cursado la baja en Telefónica, no te han dado ellos de alta AUTOMÁTICAMENTE. Espera, espera, no te precipites, que esto no es tan sencillo. «Ha llamado usted a R Comunicaciones... Si desea contratar nuestros servicios pulse 1, si desea comunicar una incidencia pulse 2...». Pulsas 2. «Si desea comunicar una incidencia con su factura diga INCIDENCIA, si desea comunicar una avería diga AVERIA...». «Me cago en todo lo que se menea, ¡quiero explicaciones, coño, EXPLICACIONES!, ¡NI INCIDENCIA, NI AVERIA!». Silencio al otro lado. ... «Perdone, no he entendido lo que desea». Mordiéndote la lengua y como farfullando, bramas: «¡¡INCIDENCIA!!». «Ahora teclee en su aparato el número para el que solicita la información o diga el número despacio». Dices, deletreando cuidadosamente: «CACA, CULO, PEDO, PIS». «Perdone, el número no es correcto». «Entonces, pedazo de gilipollas de robot, si sabes que el número no es correcto, es que sabes desde qué número te llamo, ¡imbécil!». «Disculpe, sigo sin entenderle». PI-PI-PI-PI-PI... Se ha cortado la línea. Miras hacia el techo, enciendes un cigarro y aspiras profundamente el humo como si te quisieras envenenar más de lo que ya estás. Piensas para tus adentros, rechinando los dientes: «¿Lo intento de nuevo?». No, lo dejas para mañana, a ver si hay más suerte. Al día siguiente vuelves a probar. La situación ha mejorado ostensiblemente, ya que tampoco tienes Internet en la otra línea. Haces un amago a última hora, para no seguir encabronándote, y lo mismo: «error en la página». A la semana siguiente vas a una armería a comprar una recortada... por si acaso, ya que ahora ni siquiera tienes teléfono. Coges el móvil y empiezas a hacer llamada tras llamada para que no te envíen e-mails ni faxes, ya que será imposible contactar ni conectar, y si algo es urgente, mejor será que te hagan señales de humo. Tu irritación va en aumento cuando, de las doscientas llamadas, 185 de los interlocutores te dicen: «¿Pero te has dado de alta en R?, ¡cómo se te ocurre!, ¡si son unos chapuzas y unos informales!... Mira, a mí me tuvieron tres meses sin línea, eso sí, cobrando». Notas cómo un sudorcillo frío recorre todo tu cuerpo, haciendo aflorar tus instintos asesinos, y acaricias con los ojos vidriosos la recortada que tienes a mano. Por fin, tomas la sublime decisión de darte de baja en R (¿alguna vez estuviste de alta?). Antes, te tragas una caja entera de Trankimazin, para no alterarte más. Llamas directamente al comercial que te embarcó en la increíble aventura. «El teléfono no está operativo». Ni siquiera te da la opción de dejarle un mensaje en el buzón de voz. Como varios intentos después —a horas distintas— continúa igual, llamas a la Central. Vuelta a empezar. De entrada conectas ya el manos libres, para que no se te caliente la oreja, porque la gestión te puede llevar varias horas. «Si desea contratar nuestros servicios pulse 1, si desea comunicar una incidencia pulse 2, si desea darse de baja, pulse o diga 3». Dices: «¡¡TRES!!», atronando a todo el edificio. «Lo sentimos, en estos momentos nuestros operadores están ocupados, rogamos marquen pasados unos minutos». Empiezas a meter las balas en la recortada. Tu conciencia —evidentemente alterada— llega, no obstante, a darse cuenta de que te va a ser imposible darte de baja así como así. Como ya no hay quien te pare —si fueses norteamericano no tendrías tanta paciencia: directamente te subirías al tejado y empezarías a disparar indiscriminadamente a todo lo que se moviese—, vuelves a marcar, mientras con la otra mano tecleas nerviosamente en la mesa del ordenador, simulando tocar el piano. «Si desea contratar nuestros servicios, pulse 1...». «Esta es la mía. Ahora voy y engaño al robot de los coj..., porque así, seguro que me coge alguien». Aciertas. «Buenas tardes, mi nombre es Luscinda Rupérez, ¿en qué puedo ayudarle?». «Buenas tardes, señorita. Luscinda. Quiero darme de baja, porque...». «Lo siento, tiene que marcar de nuevo y teclear la opción...». «Mire, señorita, va usted a tramitar la baja desde aquí, ahora, o les voy a meter una querella que no van a poder operar ni en Namibia». «Espere, le paso con un comercial». Musiquita chill-out.... ...«Buenas tardes, mi nombre es Salvador Rodríguez, ¿en qué puedo ayudarle?». «QUIERO DARME DE BAJA EN ESTE MISMO INSTANTE». «¿Puedo preguntarle el motivo?». «Poder, puede». «¿Y cuál es?». «El que a usted no le importa, caballero, y disculpe, que no tiene la culpa de trabajar ahí». «Bien, entonces va a darme sus datos para empezar a tramitar la baja». Preguntas reiterativas sobre datos que ya tienen, todo preparado con un perfecto marketing dirigido a exasperarte, eso sí, en un tono muy suave y conciliador. Por fin, te dicen que ya está la baja cursada en pantalla pero que, para que sea efectiva, deberás enviar a la dirección que te va a indicar a continuación una carta certificada, comunicándosela, igualmente, por escrito. Como no te chupas el dedo, le dices —imaginándote que le agarras por el cuello—: «Mira, Salvador, y perdona que te tutee, no es necesario que yo envíe ninguna cartita certificada, ¿o quieres que te lea las normas sobre bajas al respecto?; es que da la casualidad que sé un poquito de lo que estoy hablando y la baja tiene sus efectos DESDE YA, desde ahora mismo y por teléfono, exactamente con la misma facilidad con la que me disteis de alta. De todos modo, si quieres, me das tu dirección particular y te envío un Christma por Navidad» Breves instantes de silencio. «No se retire, por favor... Bien, su baja ha sido cursada». Inmediatamente coges el móvil para llamar a Telefónica y rogarles que vuelvan a darte de alta, comprometiéndote a no traicionarles nunca más para que, a cambio, lo hagan de forma inmediata. Pasados unos días, Telefónica te devuelve al mundo real y, cuando te llega el nuevo wifi y, ¡oh, milagro!, puedes volver a conectarte a Internet o simplemente a tener línea, elevas los brazos al Cielo entonando el Viva la gente. Te vas y, mientras conduces hacia tu casa, llaman al móvil, que coges de forma distraída e inconsciente. Si hubieras visto que ponía «número oculto», no habrías descolgado. «¿Sí?» «Buenos días, mi nombre es Adelina Márquez y tengo el gusto de comunicarle que la línea R está efectuando una oferta muy interesante para...». «Señorita Adelina —la interrumpes—, me complace comunicarle que no estoy interesado en darme de alta en R, de la que me acabo de dar de baja sin haber tenido la ocasión de saborear los excelentes servicios de los que alardean en su muy engañosa publicidad, y contra la que estoy en trámites para querellarme por el tiempo que me han dejado sin línea y me la han estado cobrando y que les voy yo a reclamar con intereses más daños y perjuicios, de modo que a robar a Sierra Morena, y tome nota en pantalla de que a éste número es mejor no volver a llamar en lo sucesivo. ¿Me ha comprendido?, ¿sí?, ¡pues que tenga un buen día!». Algo en mi tono debió de hacerle tomar en serio mis palabras porque lo cierto es que jamás he vuelto a recibir una llamada de esa compañía.
Posted on: Sat, 16 Nov 2013 20:35:15 +0000

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