SÍNTOMAS Y PROFECÍAS Creo que tengo los nervios metidos en el estómago. Siempre que le pongo cara a esta especie de greguería veo a un bicho con dos ojitos, moviéndose rápidamente por ahí dentro como el demonio cuando poseyó a la niña aquella cinematográfica. Imagino a una serpiente, o a una anguila, por lo que tiene el estómago de cilíndrico, de acuático y de intestino. Los nervios metidos en el estómago, ay, qué frase. Cuando la ciencia médica se queda turulata porque los medidores vitales no dan los parámetros adecuados y las sintomatologías no responden a lo previsible, se dicen estas cosas: Usted tiene un virus, eso son gases o, la más poética; tiene usted los nervios metidos en el estómago. Para que a uno le digan eso no merece la pena guardar cola en la consulta. Y para que le digan a uno algo peor, que es lo que tememos en realidad, mejor no ir. Qué difícil es vivir sin vivir en uno, como Teresa, la santa. El caso es que he tenido una noche agitadísima. Esto lo dice Bukowski y ya podemos ir preparándonos para un menage a trois con dos buenas pelanduscas en un motel de los Ángeles. Mi noche agitadísima se refiere a que he tenido que levantarme de madrugada, con un dolor en el pecho y muy confuso por los sueños en los que andaba metido. Soñaba que me estaba dando de hostias con un hombre de raza india, en el sueño yo le llamaba “El piel roja” y era este hombre una especie de guardián del cielo, un San Pedro imaginado por Sergio Leone o quizá por Tarantino. La obsesión principal del “Piel Roja” era comerme el corazón, digo; como lo cuento. Y claro, uno iba defendiéndose como buenamente podía de esa antropofagia. Cuando alguien que escribe empieza a narrar sus propios sueños, malo. Lo próximo será pedir dinero a los lectores para lo del marcapasos, o inventarse un pueblo donde vivan sus personajes, como Macondo, que siempre me ha sonado a canción del verano de George Dann: ¡Macondo! Y un cuerpo de baile detrás con maracas. (Si alguien le pone música a esta afirmación es que piensa lo mismo que yo, o que está también fatal de los nervios) Total, que antes de que Jerónimo pudiera darme ese mordisco definitivo y fatal, yo que tengo reflejos todavía, me desperté sudando y con un dolor en el pecho muy gordo. El dolor. Lo mejor que hay, como todo el mundo sabe, para un dolor fuerte en el pecho es beberse un vaso de agua muy fría, fumarse un cigarro en la terraza a las cuatro de la madrugada y poner en fila india, de mayor a menor, todos los problemas que a uno más o menos le atribulan. Una vez hecho todo esto, me he acostado otra vez, esperando que llegase el sueño o el infarto. Ninguno ha venido, ni el sueño, ni gracias al pastorcillo divino, el infarto. Y por eso estoy ahora aquí, tecleando clandestinamente para no despertar a ninguna de las dos, no sea que encima de que estoy a punto de caer fulminado por el rayo del miocardio, se piensen ella o mi hija, que ando chateando con una novia de Buenos Aires, que me dijera cosas para ponerme cachondo, por ejemplo te gusta mi concha, que ya se sabe que allá en la Pampa es como se le llama al aparato genital femenino en plan golfo, pero que a mí al decirme concha, sólo se me presentara el roete de una vecina que así se llama, Concha. Es curioso, que con la dama de la guadaña limpiándose las alpargatas en el felpudo, ande uno pensando solamente en no hacer el ridículo. En quedar para la posteridad (entendiendo la posteridad como la futura mirada de mi hija, el brindis que por mí pueda proponer algún amigo, el suspirillo que pueda soltar ella ante alguna fotografía) como una persona normal y no como un capullo. Hoy estamos a tres de julio de 2013 y dentro de dos días, si no se va todo al carajo, debiera uno cumplir cuarenta y cinco años. Si caigo en la batalla, los misteriosos dirán: “Es que lo estaba profetizando el tío” Ojalá se tengan los misteriosos que comer sus palabras una a una, silábicamente, como los poetas. Quiero cumplir muchos más y, si pudiera ser, con todos vosotros.
Posted on: Wed, 03 Jul 2013 08:23:57 +0000